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domingo, 24 de diciembre de 2023

INTIMIDAD DIVINA: Ciclo B - 4º Domingo de Adviento: "Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús"

La Anunciación, Philippe de Champaigne (1602-1674), © Metropolitan Museum, Nueva York.
 

«¡Oh Señor y guía de la casa de Israel... ven a salvarnos con el poder de tu brazo! (Leccionario).

La liturgia de la palabra nos presenta hoy una de las más importantes profecías mesiánicas y su cumplimiento. El rey David deseaba construir una «casa», un templo al Señor; pero el Señor le hace decir por el profeta Natán que su voluntad es otra: que más bien Dios mismo se preocupará de la «casa» de David, es decir de prolongar Su descendencia; porque de ella deberá nacer el Salvador. «Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad» (2 Sm 7 16).

Muchas veces a través de las vicisitudes de la historia pareció que la estirpe davídica estuviese para extinguirse, pero Dios la salvó siempre, hasta que de ella tuvo origen «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1, t6): a él «dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará... por los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32-33). Todo lo que Dios había prometido se cumplió, a pesar de los avatares contrarios de la historia, de los pecados de los hombres y de las culpas e impiedad de los mismos sucesores de David. Dios es siempre fiel: «He hecho alianza con mi elegido, he jurado a David mi siervo... Yo guardaré con él eternamente mi piedad, y mi alianza con él será fiel» (Ps 89, 4. 29).

Paralela a la fidelidad de Dios la liturgia nos presenta la fidelidad de María, en quien se cumplieron las Escrituras. Todo estaba previsto en el plan eterno de Dios y todo estaba ya dispuesto para la encarnación del Verbo en el seno de una virgen descendiente de la casa de David; pero en el momento en que este plan debía hacerse historia «el Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación por parte de la Madre predestinada» (LG 56). San Lucas refiere el diálogo sublime entre el ángel y María, que se concluye can la humilde e incondicionada aceptación por parte suya: «He Aquí a la sierva dial Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

El «hágase» de Dios creó de la nada todas las cosas; el «hágase» de María dio curso a la redención de todas las criaturas: María es el templo de la Nueva Alianza, inmensamente más precioso que el que David deseaba construir al Señor, templo vivo que encierra en sí no el arca santa, sino al Hijo de Dios. María es la fidelísima, abierta y totalmente disponible a la voluntad del Altísimo; y precisamente con el concurso de su fidelidad se actúa el misterio de la salvación universal en Cristo Jesús.

San Pablo se exalta ante este misterio «tenido secreto en los tiempos eternos, pero manifestado ahora mediante los escritos proféticos, conforme a la disposición de Dios eterno, a todas las gentes» (Rm 16, 25-26); no reservado, pues, a la salvación de Israel sino ordenado a la salvación de todos los pueblos; y precisa que el fin de tal revelación es que todos los hombres «obedezcan a la fe» (ib. 26). Sólo la fe hace al hombre capaz de acoger en adoración el misterio de un Dios hecho hombre, y su fe debe modelarse a imitación de la de María que aceptó lo increíble -ser madre permaneciendo virgen, madre del Hijo de Dios siendo criatura- «prestando fe, sin mezcla de duda alguna» (LG 63).

«Al Dios solo sabio» (Rm 16, 27) sea «por Jesucristo» (ib.) gloria por este gran misterio de salvación; y a la humilde Virgen del Nazaret, dulce instrumento para la actuación del plan divino, el reconocimiento de todos los que somos salvados por Jesucristo.

 

“Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada, aceptando, al anunciársele el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón.

Tú a la verdad, ¡oh Virgen!, darás a luz un párvulo, criarás un párvulo; darás a mamar a un párvulo; pero el verle párvulo, contémplale grande. Será grande, porque el Señor le engrandecerá delante de los reyes, de modo que todos los reyes le adorarán, todas las gentes le servirán. Engrandezca, pues, tu alma también al Señor, porque «será grande y será llamado Hijo del Altísimo». Grande será y hará cosas grandes el que es poderoso y su nombre santo.

¿Y qué nombre más santo que llamarse Hijo del Altísimo? Sea también engrandecido por nosotros, que somos párvulos, el Señor grande, que, por hacernos grandes, se hizo párvulo. Porque «un párvulo nació para nosotros y un párvulo nos han dado».

Has nacido, ¡oh; Señor!, para nosotros, no para ti; pues, nacido de tu Eterno Padre más noblemente antes de los tiempos, no necesitabas nacer de una Madre en el tiempo. No has nacido tampoco para los ángeles, que poseyéndote grande no te solicitaban párvulo. Por nosotros, pues, naciste, a nosotros nos has sido dado, porque para nosotros eras necesario”. (San Bernardo, Super «Missus»).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

domingo, 17 de diciembre de 2023

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 3º Domingo de Adviento: La voz del que clama en el desierto

 

«Exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador» (Lc 1, 47).

«Altamente me gozaré en Yahvé, y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió de vestiduras de salvación y me envolvió en manto de justicia» (Is 61, 10). El canto de alegría de Jerusalén salvada y reconstruida después del destierro, se aplica a la Iglesia que se alegra y da gracias por la salvación traída por Cristo. La misión del Salvador es así delineada en la profecía de Isaías: «El espíritu de Dios, Yahvé, está sobre mí, pues Yahvé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a los encarcelados» (lb. 1). Cuando Jesús en la sinagoga de Nazaret leyó este pasaje, se lo aplicó a sí mismo (Lc 4, 17-21), pues de hecho sólo en él se cumplió plenamente esa profecía.

Sólo Cristo tiene un poder de salvación universal que no se limita a sanar las miserias de un pequeño pueblo; sino que se extiende a curar las de toda la humanidad, sobre todo liberándola de la miseria más temible, que es el pecado, y enseñándole a transformar el sufrimiento en medio de felicidad eterna. Bienaventurados los pobres, los afligidos, los hambrientos, los perseguidos «porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 10). Este es el sentido profundo de su obra redentora, y de él deben hacerse mensajeros los creyentes haciéndolo comprensivo a los hermanos y ofreciéndose con generosidad para aliviar sus sufrimientos. Entonces la Navidad del Salvador tendrá un sentido aún para los que se hallan lejanos y llevará la alegría al mundo.

En la segunda lectura San Pablo nos recuerda precisamente esa misión de bondad y de alegría confiada a los cristianos: «Hermanos, estad siempre gozosos... Probadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos hasta de la apariencia de mal». (1 Ts 5, 16-22). No sólo las acciones malas son reprobables, sino también la omisión de tantas obras buenas que no se cumplen por egoísmo, por frialdad o indiferencia hacia el prójimo necesitado. Pero para estar siempre dispuesto a hacer bien a todos, hay que vivir en comunión con Jesús, dejándose penetrar por sus sentimientos de bondad, de amor y de misericordia. Y la oración es el punto culminante de esta comunión, como el Apóstol nos dice: «Orad sin cesar» (ib. 17).

La fe viva del creyente y su bondad activa para con los hermanos son medios poderosos para dar testimonio de Cristo y hacerlo conocer al mundo. Todavía resuena, dolorosamente actual, la palabra del Bautista: «En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis» (Jn 1, 26). Jesús está en medio de nosotros en su Iglesia, en la Eucaristía, en la gracia por la cual está presente y operante en los bautizados; pero el mundo no lo conoce; y esto no sólo porque cierra los ojos, sino también porque hay muy pocos que dan testimonio del Evangelio vivido, de una bondad que revele a los demás la bondad del Salvador.

Y hasta los mis mismos fieles lo conocen poco porque su unión con él es superficial, poco nutrida de oración, y privada de intimidad, y porque no lo saben reconocer donde él se esconde: en los pobres, en los afligidos, en quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu. En el Adviento se nos presenta el Bautista como modelo de testimonio de Cristo; con fe vigorosa, con vida austera, desinterés, humildad y caridad ha venido «a dar testimoni6 de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él». (ib 7).

 

“Ve, Señor, a tu pueblo que espera con fe el nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”. (Misal Romano, Colecta).

“¡Oh inestimable caridad de este Maestro!, el cual viendo que el agua de los santos Profetas no era agua viva que nos pudiese dar la vida, sacó de sí mismo y nos ofreció el Verbo encarnado su Hijo unigénito, y le puso en mano todo su poder y lo hizo piedra angular de nuestro edificio, sin el cual no podemos vivir. Y es tan dulce, que toda cosa amarga se nos vuelve dulce con su dulzura”. (Santa Catalina de Siena, Epistolario).

“A los hombres nos es necesaria tu venida, ¡oh Salvador nuestro!, nos es necesaria tu presencia, ¡oh Cristo! Y ojalá que de tal manera vengas, que por tu copiosísima dignación, habitando en nosotros por la fe, ilumines nuestra ceguedad; permaneciendo con nosotros, ayudes nuestra debilidad, y estando por nosotros, protejas y defiendas nuestra debilidad. Si tú estás en nosotros, ¿quién nos engañará? Si estás con nosotros, ¿qué no podremos en el Señor que nos conforta? Si estás por nosotros, ¿quién podrá nada contra nosotros?... Precisamente para esto vienes al mundo: para que, habitando en los hombres, con los hombres y por los hombres, se iluminen nuestras tinieblas, se suavicen nuestros trabajos y se aparten nuestros peligros”. (Cfr. San Bernardo, En el adviento del Señor).

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

domingo, 10 de diciembre de 2023

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 2º Domingo de Adviento: “¡Preparad el camino del Señor!”

 

«Haznos ver, ¡oh Señor!, tu piedad y danos tu ayuda salvadora» (Salmo 85, 8).

De la liturgia del Adviento se levanta un grito poderoso llamando a todos los hombres a preparar los caminos del Señor que debe venir. Ya se levantó en el Antiguo Testamento por boca de Isaías: «Una voz grita: Abrid camino a Yahvé en el desierto, enderezad en la estepa una calzada a nuestro Dios. Que se alcen todos los valles y se rebajen todos los montes y collados» (Is 40,3-4). El objeto inmediato de esta profecía era la vuelta de Israel del destierro, que se había de cumplir bajo la guía de Dios, presentado y esperado como salvador de su pueblo y para el cual había que preparar el camino a través del desierto.

Pero como a objeto último la profecía se refiere a la venida del Mesías que libertará a Israel y a la humanidad entera de la esclavitud del pecado. El será el pastor «que apacentará su rebaño y lo reunirá con su brazo; él llevará en su seno a los corderos y cuidará a las ovejas paridas» (lb. 11). Hermosa figura de Jesús buen pastor que amará a sus ovejas hasta dar la vida por ellas.

El grito de Isaías es repetido y transmitido en el Evangelio por Juan Bautista, definido como «voz de quien grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos». (Mc 1, 3). Así presenta el evangelista Marcos al precursor que bautiza «en el desierto, predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados» (ib. 4). La figura austera del Bautista avala su predicación: invita a los hombres a preparar el camino del Señor, pero sólo después de haberla preparado él en sí mismo retirándose al desierto y viviendo separado de todo lo que no era Dios, «llevaba un vestido de pelos de camello... y se alimentaba de langostas y miel silvestre. (ib. 6).

El ruido de fiestas y la molicie de la vida no son el ambiente favorable ni para anunciar ni para escuchar la llamada a la penitencia. Quien predica debe hacerlo más con la vida que con las palabras; quien escucha, debe hacerlo en un clima de silencio, de oración y de mortificación. De esta manera se dispondrá el creyente a conmemorar la venida del Señor en la carne, para recibir con mayor plenitud la gracia de la Navidad.

Pero al mismo tiempo se preparará para la venida del Señor en la gloria, a la cual hay que disponerse «con santa conducta y con piedad» (2 Pe 3, 11-12). La espera de la parusía hacía impacientes a los primeros cristianos, mientras otros, viendo su tardanza, se burlaban de ella y se daban a una vida fácil y desenvuelta. Por lo cual san Pedro recuerda a todos que Dios no mide el tiempo como los hombres: para él «mil años son como un solo día» (ib. 8). Y si la última venida de Cristo se retrasa, no es porque Dios no sea fácil a sus promesas, sino porque pacientemente os aguarda, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan a penitencia» (lb. 9).

La misericordia divina es la que prolonga los tiempos, y cada uno debe aprovecharse de ello para la propia conversión y la cooperación a la de los demás. En vez de dejarse absorber por las vicisitudes terrenas, el creyente debe vivirlas con el corazón enderezado hacia «el día del Señor», que llegará ciertamente, pero «como ladrón» (ib. 10). Por eso procurará «ser hallado limpio e irreprochable» (ib. 14) para aquel día y antes para el fin de su vida personal; entonces la vida terrena cederá el lugar a la vida eterna, don de Cristo Salvador a cuantos creen en él.

 

“Señor, Dios todopoderoso, que nos mandas abrir camino a Cristo, el Señor, no permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos la llegada saludable del que viene a sanarnos de todos nuestros males.

Señor, que tu pueblo permanezca en vela aguardando la venida de tu Hijo, para que siguiendo sus enseñanzas salgarnos a su encuentro, cuando él llegue, con la lámpara encendida”. (Misal Romano, Colectas del miércoles y viernes de la II semana de Adviento).

“Nuestros primeros padres en la fe te esperaban, oh Señor, como a la aurora. Tú vendrás al fin de los siglos, cuando quieras, y todo estará dispuesto para el juicio final. ¿Qué debes poner todavía en mis manos y cuál será mi suerte eterna?

Tú me otorgarás el perdón y también la perseverancia, este don sublime que escondes como una perla bajo la aspereza de la muerte, que es el sello libertador de tus elegidos. Yo la espero y debo prepararme mejor para recibirla.

Dios mío, por tu venida definitiva, suprime en mí el pecado que estorba tu obra; destruye todo lo que hace de impedimento, triunfa de toda debilidad y ven a tu hora, como un Señor por largo tiempo deseado”. (P. Charles, La prière de toutes les heures, Paris, Desclée de Brouwer, 1941).


Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

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domingo, 3 de diciembre de 2023

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 1º Domingo de Adviento: “Estad atentos y vigilad”

 

«Tú eres, oh Yahvé!, nuestro Padre... ¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras!" (Is 63, 16.19).

Desde el día del primer pecado, cuando Dios hizo brillar ante los ojos de Adán la promesa de un redentor, todas las esperanzas de la humanidad se orientaron hacia la salvación que se vislumbraba. Los profetas fueron sus heraldos incansables. «Tú eres, ¡oh Yahvé!, nuestro padre, y “redentor nuestro” es tu nombre desde la eternidad… He aquí que te irritaste, pues hemos pecado, por nuestra infidelidad y nuestra defección… Mas ahora, ¡oh Yahvé!, tú eres nuestro padre» (Is 63, 16; 64, 4-7).

El sentido profundo del pecado y de la impotencia del hombre para volverse a levantar se entrelaza con el anhelo de salvación y con la confianza en Dios expresada con términos casi evangélicos: «Tú eres nuestro padre». Parece que Isaías, en su conmovedora oración, quiera apresurar la venida del Salvador: «¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras!» (Is 63, 19). Y la historia nos dice cómo fue escuchado este grito y se cumplió la promesa de Dios: los cielos se rasgaron verdaderamente y la humanidad recibió a su Salvador, Jesucristo Señor. Y sin embargo la oración de Isaías es todavía actual y la liturgia se la hace propia en el tiempo del Adviento: «¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras!»

El Hijo de Dios ya ha venido históricamente, y con su pasión, muerte y resurrección ha salvado ya a la humanidad pecadora. Y sin embargo, este misterio ya cumplido en sí mismo, debe repetirse en cada hombre y renovarse continuamente en él hasta llevarlo a «la comunión con Jesucristo Señor nuestro» (1 Cor 1, 9). Mientras esta comunión no sea perfecta, es decir, mientras el hombre no esté del todo invadido y transformado por la gracia, hay todavía lugar para la espera del Salvador. El cual viene continuamente por medio de los sacramentos, de su palabra anunciada por la Iglesia y de las inspiraciones e impulsos interiores; y al cual no hay que cesar nunca de acoger y de desear para que sus venidas a nosotros sean cada vez más íntimas, profundas y transformantes. «El Espíritu y la Esposa [la Iglesia] dicen: ¡Ven!», y cada uno de los fieles repite: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 17.20).

San Pablo, al congratularse con los Corintios por la gracia de Dios que habían recibido en Cristo, ya que en él habían sido enriquecidos de todo y en él poseían todos los dones, los exhorta a la espera de la «manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor 1, 4-7). Estos son los dos polos entre los cuales se tiende el arco del Adviento cristiano: el recuerdo agradecido del nacimiento del Salvador y de todos los dones recibidos de él, y su «manifestación» gloriosa al final de los tiempos. Si sabemos llenar con una espera vigilante y activa el espacio intermedio entre uno y otro, Dios mismo, como dice el Apóstol, «nos confirmará hasta el fin para que seamos irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo» (ib 8). A la fidelidad del hombre que vive en la espera de su Dios, corresponde la fidelidad de Dios que mantiene infaliblemente sus promesas.

La fidelidad por parte del hombre debe ser cual la presenta el Evangelio (Mc 13, 34-37): un generoso servicio en el cumplimiento del propio deber sin rendirse ni al cansancio ni a la pereza. Como lo hace el siervo diligente que no duerme durante la ausencia del amo, sino que realiza las tareas que le han sido encomendadas, de tal manera que cuando vuelva su amo «por la tarde, a medianoche, al canto del gallo o a la madrugada» (ib. 35), lo encuentre, siempre en su puesto, entregado al trabajo; no asustado, como quien es sorprendido en el mal, sino alegre de volverlo a ver. Y como para el cristiano Dios es no sólo amo, sino padre, su llegada será llena de alegría.

 

«Tú eres, ¡oh Yahvé!, nuestro padre, y “redentor nuestro” es tu nombre desde la eternidad. ¿Por qué, ¡oh Yahvé!, nos dejas errar fuera de tus caminos y endurecer nuestro corazón contra tu temor? Vuélvete por amor de tus siervos… ¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras!

Tú te adelantas a los que obran justicia y se acuerdan de tus caminos. He aquí que te irritaste, pues hemos pecado, por nuestra infidelidad y nuestra defección. Todos nosotros fuimos impuros, y toda nuestra justicia es como vestido inmundo, y nos marchitamos como hojas todos nosotros, y nuestras Iniquidades como viento nos arrastren.

Y nadie invoca tu nombre ni despierta para unirse a ti. Porque has ocultado tu rostro de nosotros y nos has entregado a nuestras iniquidades. Mas ahora, ¡oh Yahvé!, tú eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos obra de tus manos. ¡Oh Yahvé!, no te irrites demasiado, no estés siempre acordándote de la iniquidad. Ve, mira que todos nosotros somos tu pueblo». (Is 63, 16-19; 64, 4-8).

Muéstrame, Señor, tu misericordia y dame tu salvación…

¡Oh Sabiduría infinita!, ven a guiarme en los caminos del cielo. ¡Oh esplendor de la gloria del Padre!, ven a iluminarme con el esplendor de tus virtudes. ¡Oh sol de justicia!, ven a dar luz y calor de vida a quien está sentado en la sombra de la muerte. ¡Oh rey de los reyes!, ven a regirme. ¡Oh Salvador del mundo!, ven a salvarme. (Cfr. Luis de la Puente, Meditaciones).

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

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domingo, 18 de diciembre de 2022

INTIMIDAD DIVINA – Ciclo A – 4º Domingo de Adviento: “Emmanuel, Dios con nosotros”

 

El sueño de San José,
de Philippe de Champaigne

Primera Lectura: Is 7, 10-14

Salmo Responsorial: Sal 23, 1-6

Segunda Lectura: Rom 1, 1-7

Evangelio: Mt 1, 18-24

  

“Lloved, cielos, desde arriba… ábrase la tierra y produzca el fruto de la salvación” (Is 45, 8).

La liturgia del último domingo de Adviento se orienta toda hacia el nacimiento del Salvador. En primer lugar se presenta la famosa profecía sobre el Emmanuel, pronunciada en un momento particularmente difícil para el reino de Judá. Al impío rey Acaz que rehúsa creer que Dios puede salvar la situación, responde Isaías con un duro reproche, y como para demostrarle que Dios puede hacer cosas mucho más grandes, añade: “El Señor mismo os dará la señal: He aquí que la virgen grávida da a luz, y le llama Emmanuel” (Is 7, 14).

Aun en el caso que la profecía pudiese aludir al nacimiento del heredero del trono, su plena realización se cumplirá sólo siete siglos más tarde con el nacimiento milagroso de Jesús; sólo él agotó todo su contenido y alcance. El Evangelio de san Mateo confirma esta interpretación, cuando concluyendo la narración del nacimiento virginal de Jesús, dice: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros” (Mt 1, 22-23).

Al trazar la genealogía de Jesús, Mateo demuestra que es verdadero hombre, “hijo de David, hijo de Abrahán” (ib. 1); al narrar el nacimiento de María Virgen hecha madre “por obra del Espíritu Santo” (ib. 18), afirma que es verdadero Dios; y al citar finalmente la profecía de Isaías, declara que él es el Salvador prometido por los profetas, el Emmanuel, el Dios con nosotros. En este cuadro tan esencial, Mateo levanta el velo sobre una de las circunstancias más humanas y delicadas del nacimiento de Jesús: la duda penosa de José y su comportamiento en aceptar la misión que le es confiada por Dios.

Frente a la maternidad misteriosa de María, queda fuertemente perplejo y piensa despedirla en secreto. Pero cuando el ángel del Señor le asegura y le ordena tomarla consigo “pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo” (ib. 20), José -hombre justo que vive de fe- obedece aceptando con humilde sencillez la consigna sumamente comprometedora de esposo de la Virgen-madre y de padre virginal del Hijo de Dios. En este ambiente la vida del Salvador brota como protegida por la fe, la obediencia, la humildad y la entrega del carpintero de Nazaret. Estas son las virtudes con que debemos recibir al Señor que está por llegar.

En la segunda lectura san Pablo se alinea con los profetas y con san Mateo al proclamar a Jesús “nacido de la descendencia de David según la carne” (Rm 1, 3), y con Mateo al declararlo “Hijo de Dios” (ib. 4). El Apóstol que se define a sí mismo “siervo de Cristo Jesús” (ib. 1), elegido para anunciar el Evangelio, resume toda la vida y la obra del Salvador en este doble momento y dimensión: desde su nacimiento en carne humana, hasta su resurrección gloriosa y a su poder de santificar a los hombres. En efecto, la encarnación, pasión y muerte y resurrección del Señor constituyen un solo misterio que tiene su principio en Belén y su vértice en la Pascua. Sin embargo, la Navidad ilumina la Pascua en cuanto nos revela los orígenes y la naturaleza de Aquel que morirá en la cruz para la salvación del mundo: él es el Hijo de Dios, el Verbo encarnado.

 

“Gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor. A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen lo esperó con inefable amor de madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza” (Misal Romano, Prefacio del Adviento II).

“¡Oh glorioso San José!, fuiste verdaderamente hombre bueno y fiel, con quien se desposó la Madre del Salvador. Fuiste siervo fiel y prudente, a quien constituyó Dios consuelo de su Madre, proveedor del sustento de su cuerpo y, a ti solo sobre la tierra, coadjutor fidelísimo del gran consejo.

Verdaderamente descendiste de la casa de David y fuiste verdaderamente hijo de David… Como a otro David, Dios te halló según su corazón, para encomendarte con seguridad el secretísimo y sacratísimo arcano de su corazón; a ti te manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y te dio el conocimiento de aquel misterio que ninguno de los príncipes de este siglo conoció. A ti, en fin, te concedió ver y oír al que muchos reyes y profetas queriéndole ver no le vieron y queriéndole oír no le oyeron, y no sólo verle y oírle, sino tenerle en tus brazos, llevarle de la mano, abrazarle, besarle, alimentarle y guardarle” (San Bernardo, Super “Missus”).


Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

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viernes, 16 de diciembre de 2022

ADVIENTO: Las Antífonas de la O

 


Las antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta con el Magníficat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.

Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores».

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.

Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven»

Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

17 Diciembre:

Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!

18 Diciembre:

Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder de tu brazo!

19 Diciembre:

Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más!

20 Diciembre:

Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte!

21 Diciembre:

Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!

22 Diciembre:

Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra!

23 Diciembre:

Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro! 


Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

Se cantan -con la hermosa melodía gregoriana o en alguna de las versiones en las lenguas modernas- antes y después del Magníficat en las Vísperas de estos siete días, del 17 al 23 de diciembre, y también, un tanto resumidas, como versículo del aleluya antes del evangelio de la Misa.

domingo, 11 de diciembre de 2022

INTIMIDAD DIVINA – Ciclo A – 3º Domingo de Adviento: “Viene Dios mismo y nos salvará”

 

Juan el Bautista en la cárcel,
visitado por sus discípulos.
Giovanni di Paolo, c. 1399–1482.

Primera Lectura: Is 35, 1-6a. 10

Salmo Responsorial: Sal 145, 7-10

Segunda Lectura: Sant 5, 7-10

Evangelio: Mt 11, 2-11

 

   

“Ven, ¡Oh Señor!, a salvarnos” (Is 35, 4).

Con el 3º Domingo de Adviento el pensamiento de la Navidad ya cercana domina la liturgia imprimiéndole un tono festivo. En efecto, la Navidad al celebrar la encarnación del Hijo de Dios, señala el principio de la salvación, y la humanidad ve cumplirse la antigua promesa y tiene ya al Salvador. Las lecturas del día son un mensaje de consuelo y alivio. “Decid a los apocados de corazón: ¡Valor! No temáis, he ahí nuestro Dios…, viene él mismo y os salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y la lengua de los mudos cantará gozosa” (Is 35, 4-6).

Estas palabras de Isaías enderezadas a confortar a los deportados de Israel, se pueden aplicar bien a todos los hombres que, deseosos de convertirse más profundamente a Dios, se sienten incapaces de liberarse del pecado, de la mediocridad y de las vanidades terrenas; y los animan a confiar en el Salvador. El vendrá para infundirles fuerza, para sostener a los débiles, para curar las heridas del pecado y traer a todos a la salvación.

Pero esta profecía se ha cumplido también literalmente con la venida de Jesús, y él mismo se sirvió de ella para probar su mesianidad. Desde la prisión donde Herodes lo había encerrado, Juan Bautista sigue la actividad de Jesús; sabe que Jesús es el Mesías, pero su comportamiento tan diferente de cómo él lo había vaticinado quizá lo vuelve perplejo; y por otra parte también sus discípulos tienen necesidad de ser iluminados y Juan los manda a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” (Mt 11, 3). Por toda respuesta Jesús presenta los milagros realizados: “Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (ib 4-5).

El cumplimiento de la profecía de Isaías es evidente. Pero Jesús añade aún: “y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí” (ib. 6). Jesús cumple su misión de Salvador no de una manera imponente, sino sencilla y humilde; no se presenta como triunfador, sino manso y como pobre venido a evangelizar a los pobres, a sanar a los enfermos y a salvar a los pecadores. Su estilo podía escandalizar a quienes esperaban un Mesías potente y glorioso, pero es de consuelo y estímulo a quien se siente pobre, pequeño, enfermo, necesitado de salvación. Ante la bondad y la mansedumbre del Salvador, el corazón se dilata de esperanza.

También a esto se refiere el mensaje de la segunda lectura: “Fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cercana” (Sant 5, 8). Los sentimientos de confianza para prepararse a la Navidad son los mismos que nos deben disponer a la venida gloriosa del Señor, cuando vendrá no sólo como Salvador, sino como Juez. Durante la espera hay que practicar el precepto del amor que nos hace benévolos y misericordiosos para con todos, y “tomar por modelo de tolerancia y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre del Señor” (ib. 10). Como los profetas tuvieron la mirada constantemente dirigida hacia el Salvador prometido, también el cristiano debe vivir con la mente puesta en la venida de Jesús, que se renueva cada día por la gracia y la Eucaristía, que se hace más íntima en la celebración devota de la Navidad, y que se convertirá en definitiva y nos llenará de felicidad en el último día.

 

“¡Oh Señor!, tú eres clemente y misericordioso, tardo a la ira y de gran piedad. Eres benigno para con todos; y tu misericordia sobre todas tus obras.

Eres fiel en todas tus palabras, y piadoso en todas tus obras. Tú sostienes a los que caen, levanta a los encorvados. Todos los ojos se dirigen expectantes a ti… ¡Oh Señor!, tú estás cerca de cuantos te invocan, de todos los que te invocan de veras. Satisfaces los deseos de los que te temen, oyes sus clamores y los salvas… proclame mi boca tus alabanzas; y bendiga toda carne tu santo nombre por los siglos para siempre” (Salmo 145, 8-9. 13-15. 18-19. 21).

“¡Oh Jesús!, tú eres el que debía venir. ¡Oh Jesús!, tú ya has venido. ¡Oh Jesús!, tú debes venir todavía en el último día para recoger a tus elegidos para el descanso eterno. ¡Oh Jesús!, tú vas y vienes continuamente. Vienes a nuestros corazones y nos haces sentir tu presencia llena de dulzura, de suavidad y de potencia. ‘Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!’ ‘Y el que tenga sed, venga!’. Porque tú, ¡oh Jesús!, vienes a nosotros cuando también nosotros vamos a ti. ‘Sí –dices- vengo pronto’. ‘Ven Señor Jesús’. Ven tú, deseado de las gentes, amor y esperanza nuestra, nuestra fortaleza y nuestro refugio, nuestro alivio durante el viaje, nuestra gloria y nuestro descanso eterno en la patria”. (J. B. Bossuet, Elevazioni a Dio sui misteri).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

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domingo, 4 de diciembre de 2022

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo A - 2º Domingo de Adviento: “El reino de los cielos está cerca”

 

Primera Lectura: Is 11, 1-10

Salmo Responsorial: Sal 71, 1-2 . 7-8 . 12-13. 17

Segunda Lectura: Rom 15, 4-9

Evangelio: Mt 3, 1-12

  

    

“¡Oh Señor!, que yo haga frutos dignos de penitencia” (Mt 3, 8).

 


A través de las profecías la figura del futuro Mesías va contorneándose más claramente: “Brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago” (Is 11, 1). Cuando la dinastía davídica parece ya extinguida, semejante a un tronco aridecido, de la humilde Virgen de Nazaret desposada con José, descendiente de David, nacerá el Salvador. Isaías lo presenta repleto del Espíritu Santo, lleno de sus dones, y dedicado a “juzgar con justicia al pobre” (Is 11, 4), a levantar a los humildes y oprimidos, que tendrán un lugar privilegiado en su obra salvadora.

Y más adelante, bajo la alegoría de la convivencia pacífica entre animales enemigos por instinto, el profeta habla de la paz que el Mesías traerá al mundo, enseñando a los hombres a vencer las pasiones que los vuelven feroces unos contra otros y a amarse como hermanos. Entonces “el renuevo de la raíz de Jesé se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán con ansia las gentes” (Is 11, 10). Este es como el cuadro general de la salvación universal, sobre el cual insiste más tarde san Pablo en la Epístola a los Romanos donde cita casi a la letra este último versículo de Isaías (Rom 15, 12).

Cristo -dice el Apóstol- ha venido para salvar a todos los hombres; el ejercitó su obra primeramente a favor del pueblo hebreo del cual “se hizo ministro” (ib 8), para demostrar la fidelidad de Dios a las promesas hechas a los Patriarcas; sin embargo, no rechazó a los paganos, antes los acogió para que en ellos se manifestase su inmensa misericordia (ib 9). Y de nuevo vuelve el tema del amor mutuo: “Acogeos mutuamente según que Cristo nos acogió a nosotros para gloria de Dios” (ib 7).

El ejemplo del Señor que acoge y salva a todos los hombres es el fundamento de las relaciones benévolas que deben existir entre ellos. El amor, la concordia y la paz anunciadas por los profetas como prerrogativas de la era mesiánica, son realmente el centro del mensaje de Cristo; y sin embargo, después de tantos siglos de cristianismo, la humanidad se encuentra todavía despedazada por odios, discordias y luchas fratricidas. Por eso es hoy más actual que nunca la voz del Bautista que resuena en el Adviento: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca” (Mt 3, 2).

Todos los profetas habían predicado la conversión, pero sólo el Bautista pudo recalcar su urgencia al anunciar como inminente la venida del reino de los cielos con la presencia del Mesías en el mundo. El lo presentó a quienes venían a escucharle, con las siguientes palabras: “Yo os bautizo con agua…; pero en pos de mí viene otro más fuerte que yo…; él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (ib 11). Jesús ha venido y ha instaurado el bautismo “en el Espíritu Santo y en el fuego”, fruto de su pasión, muerte y resurrección; pero ¿cuántos de entre los bautizados se han convertido completamente a él, a su evangelio, a su mandamiento de amor?

El Adviento nos llama a todos a una conversión más profunda “porque el reino de los cielos está cerca”. Más cerca hoy que ayer, porque desde hace siglos está Cristo presente en el mundo actuando en él con su gracia, con la Eucaristía, con los sacramentos; pero nosotros no lo hemos recibido en plenitud, ni le hemos dado todavía por entero el corazón y la vida.

 

“Despierta, Señor, nuestros corazones y muévelos a preparar los caminos de tu Hijo; que tu amor y perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados” (Misal Romano, Oración Colecta de la 1º semana de Adviento).

“¡Oh Señor!, si te amase con todas mis fuerzas, amaría también, en virtud de ese amor, a mi prójimo como a mí mismo. Pero, por el contrario, me muestro siempre indiferente hacia sus males, cuando tan sensible soy para con los míos, aún los más pequeños. Soy frío en compadecerme de él, lento en socorrerlo, tibio en consolarlo… ¿Dónde está el ardor y la ternura de un san Pablo? Llorar con quien llora, alegrarse con quien se alegra, ser débil con los débiles, sufrir, como puestos en el fuego para ser quemados, cuando algunos de ellos sufre escándalo.

¡Oh Dios mío!, si nada de esto se halla en mi corazón debo concluir que no amo a mi prójimo como a mí mismo y que tampoco te amo a ti con todas mis fuerzas y con todo mi corazón… Hazme comprender, Dios mío, mi enfermedad y cuánta necesidad tengo de ti para usar bien de mis fuerzas, queriendo realmente lo que quiero y comenzando a practicarlo” (J. B. Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

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domingo, 27 de noviembre de 2022

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo A - 1º Domingo de Adviento: Adviento es la espera del Señor

 

Primera Lectura: Is 2,1-5

Salmo Responsorial: Sal 121, 1-2. 4-9

Segunda Lectura: Rom 13, 11-14a

Evangelio: Mt 24, 37-44

 

“Venid y caminemos a la luz del Señor” (Is 2, 5).


El tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo aspectos diversos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento enderezado hacia la venida del Mesías. De ella hablan los profetas que la liturgia presenta en este tiempo a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios tan vivo en los escritos proféticos y al mismo tiempo invitarlos a dar gracias al Altísimo por el don inmenso de la salvación. Esta, en efecto, ya no se perfila en el horizonte como un acontecimiento futuro, tan sólo prometido y esperado, sino que desde siglos se ha convertido en realidad con la encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento en el tiempo.

Ha venido ya el Redentor y en él se han colmado las esperanzas del Antiguo Testamento y se han abierto las del Nuevo. Y esta nueva espera es la siguiente: la venida del Salvador debe actuarse en el corazón de cada hombre, mientras la historia de la humanidad se dirige y orienta toda hacia la parusía, es decir, a la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos. En esta perspectiva deben ser escuchadas y meditadas las lecturas del Adviento.

Isaías habla con énfasis de la era mesiánica, en la cual todos los pueblos convergerán en Jerusalén para adorar al único Dios: “Y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo: Venid y subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, y él nos enseñará sus caminos” (Is 2, 3). Reunidos en la única religión, todos los hombres serán como hermanos y “no se ejercitarán más ya para la guerra” (ib 4). Jerusalén es figura de la Iglesia, constituida por Dios “sacramento universal de salvación” (LG 48), que abre los brazos a todos los hombres para llevarlos a Cristo y para que, siguiendo sus enseñanzas, vivan como hermanos en la concordia y en la paz. Pero ¡cuánto queda aún por hacer para que esto se realice plenamente! Cada cristiano debe ser una voz que llame a los hombres, con el ardor de Isaías, a la única fe y al amor fraterno. El texto del profeta se cierra con esta sugestiva invitación: “Venid y caminemos a la luz del Señor” (2, 5).

San Pablo en la segunda lectura nos dice precisamente qué debemos hacer para caminar en esa luz: “despojarse de las obras de las tinieblas” (Rm 13, 12), es decir, del pecado en todas sus formas, y, “vestirse las armas de la luz” (ib.), esto es, revestirnos de las virtudes, especialmente de la fe y del amor. Esto es más urgente que nunca “pues vuestra salud está ahora más cercana” (ib 11), ya que la historia camina hacia su última fase: el retorno del Señor.

El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud: el Señor que ya vino en su nacimiento temporal de Belén, que está continuamente presente en la vida de cada hombre y de la humanidad entera, y “que ha de venir” al fin de los siglos, debe ser acogido, seguido y esperado con fe, esperanza y caridad vivas y operantes.

El mismo Jesús nos ha hablado de esa actitud de vigilante espera que debe caracterizar la vida del cristiano: “Velad, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor (Mt 24, 42). No se trata sólo de la parusía, sino también de la venida del Señor para cada hombre al fin de su vida, cuando se encontrará cara a cara con su Salvador; y ése será el día más hermoso, el principio de la vida eterna. “Por eso vosotros habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (ib 44).

 

“Dios todopoderoso, aviva en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcamos poseer el reino eterno” (Misal Romano, Oración Colecta).

“Señor, que fructifique en nosotros la celebración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bienes eternos y a poner en ellos nuestro corazón” (Misal Romano, Oración después de la Comunión).

Nuestro amor por ti, Señor, está “fundado sobre tal cimiento como es ser pagado con el amor de un Dios, que ya no puede dudar de él por estar mostrado tan al descubierto, con tan grandes dolores y trabajos y derramamiento de sangre, hasta perder la vida, porque no nos quedase ninguna duda de este amor”. Dame, Señor, tu amor antes que me saques de esta vida, “porque será gran cosa a la hora de la muerte ver que vamos a ser juzgados de quien habemos amado sobre todas las cosas. Seguros podremos ir con el pleito de nuestras deudas; no será ir a tierra extraña, sino propia, pues es a la de quien tanto amamos y nos ama” (Santa Teresa de Jesús en “Camino de perfección”).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.


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domingo, 19 de diciembre de 2021

4º Domingo de Adviento - Ciclo C: “«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!»”

 



Texto del Evangelio: Lc 1,39-45

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».



domingo, 12 de diciembre de 2021

3º Domingo de Adviento - Ciclo C: “¿Qué debemos hacer?”

 


Texto del Evangelio: Lc 3,10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «Pues ¿qué debemos hacer?». Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo». Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». Él les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado». Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada».

Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

domingo, 5 de diciembre de 2021

2º Domingo de Adviento - Ciclo C: “Preparad el camino del Señor”

 



Texto del Evangelio: Lc 3,1-6

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».


domingo, 28 de noviembre de 2021

1º Domingo de Adviento - Ciclo C: ¿Quién y para qué viene?

 

Texto del Evangelio: Lc 21,25-28.34-36

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.

Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».

jueves, 24 de diciembre de 2020

UNA LUZ EN TU VIDA (audios): ¿Qué no habrá Navidad?

 Tema de este episodio:

¿Qué no habrá Navidad?

¿Qué es “Una luz en tu vida”? Es un micro-programa radiofónico de casi 4 minutos de duración y de emisión diaria (de lunes a domingo), escrito y dirigido por el Padre José Antonio Medina. Pensado y rezado como programa de evangelización para la reflexión en familia para compartir la Buena Noticia de Jesucristo desde la espiritualidad, como camino de unión y comunión con Dios y con los hermanos.

Nuevos programas de la Temporada 2020

- 18 temporadas emitidas en Argentina con el nombre de “Dios con Nosotros".

- 7 temporadas emitidas en España con el nombre de “Una luz en tu vida”.

Locución: Yolanda Gómez

Se emite todos los días a las 07:00 y las 15:00 hs. por Radio María España desde el mes de enero de 2014.

martes, 22 de diciembre de 2020

¡BUENOS DÍAS, ÁVILA! (audios): Muy cerca de una nueva Navidad

 



Tema de esta emisión:

Muy cerca de una nueva Navidad

Este ciclo radiofónico incluye una serie de reflexiones del Padre José Medina que nos pretenden hacer ver el nuevo día con ilusión y esperanza, centrados en Cristo Jesús.

¡Buenos días, Ávila! se emitió originalmente en días rotativos a las 8 de la mañana durante los años 2009-2010 en Cadena Cope Ávila, España.




viernes, 18 de diciembre de 2020

LITURGIA: Decálogo para vivir el Adviento

Queridos amigos y hermanos del blog: el Adviento es el período de preparación para celebrar la Navidad, que comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además se encuentra en el comienzo del Año Litúrgico católico. Ahora que vamos ya casi promediándolo, les comparto este “Decálogo para vivir el Adviento”, escrito por Don Ángel Rubio Castro, Obispo emérito de Segovia:

1) Si eres pobre: ¡Alégrate de corazón! Ha nacido un Niño pobre en un portal, frágil y débil, envuelto en pobres pañales, recostado sobre pajas en un pesebre. Prepara tus caminos y también la Navidad, con el alma limpia y con ganas de paz.

2) Si eres joven: ¡Corre a su encuentro! Ha venido para salvarnos. No podemos quedarnos pasivos y de brazos cruzados. El está siempre muy cerca. Ha salido agua en el desierto y todo está verde como una pradera. Entra en tu interior y cambia tu vida vacilante y rutinaria por una entrega gozosa y alegre. No te canses y saca fuerzas para caminar al encuentro del Señor.

3) Si eres adulto: ¡Lucha por altos ideales! Estamos en el punto central de la esperanza cristiana que nos da el sentido de la Historia inaugurada por el nacimiento de Cristo. No debe cogernos de sorpresa como ocurrió a los judíos hace 20 siglos. Si viene Cristo, el reino que Él predicaba aparecerá ante nosotros con fuerza y empezará a hacerse realidad creciendo cada día hasta llenarlo todo para llegar a la plenitud.

4) Si eres anciano: ¡Recoge el consejo de los años! Nuestra vida actual con Cristo es una marcha en la noche de la cual vamos haciendo la meta final que se abre con una aurora de eternidad. Jesús ha prometido a sus discípulos volver para instaurar el reino triunfal y definitivo de su Padre. El Adviento es una anticipación de ese último día. Siempre puede ser Navidad.

5) Si eres religioso o religiosa: ¡Él es el Esposo! Lo decimos, lo cantamos, lo rezamos, lo gritamos. Queremos y amamos tu presencia salvadora. El que todo lo puede llenar de dicha, de plenitud, es Jesús. Él es, consciente o inconscientemente, objeto de todos los grandes deseos humanos. De día y de noche, esperamos al Esposo que llega, como Santa María del Adviento, esperó con inefable amor de Madre.

6) Si eres sacerdote: ¡Admira y contempla! Nuestro Señor que nació en Belén nace cada día en el Altar hasta que vuelva. Entre el pasado y el futuro se sitúa la presencia de Cristo en su cuerpo total que es la Iglesia. Por la Iglesia, Cristo interviene en la historia de los hombres y por ella penetra progresivamente en el mundo. Cristo viene a las almas por medio de la gracia en los Sacramentos, especialmente por la celebración Eucarística.

7) Si eres misionero: ¡Anuncia al Salvador! El Señor con su nacimiento ilumina a los que andan en tinieblas y en sombras de muerte. Abaja los montes y las colinas de nuestro orgullo y levanta los valles de nuestros desánimos y cobardías. Destruye los muros del odio que divide a las naciones y allana los caminos de la concordia entre los hombres. Ábrase la tierra y brote la salvación y con ella germine la justicia.

8) Si estás enfermo: ¡Él puede curarte! Por muy hundidos que estemos tenemos la secreta esperanza que de un modo o de otro encontraremos la salvación, porque Dios piensa en nosotros y nos ama hasta el punto de darnos una y otra vez a su Hijo Unigénito. Con Él no hay heridas, ni soledades, ni llanto, ni tristeza, ni ansiedades, es Padre de los pobres y consuelo de los afligidos.

9) Si eres padre o madre: ¡No te canses de esperar! María y José esperando y preparándose para el nacimiento de Jesús, tuvieron que ponerse en camino hacia Belén, con dolor y alegría, con dificultad, rezando y hablando, llenos de confianza. Siempre unidos. Se les cerraron las puertas y se fueron a buscar donde pudiese nacer Jesús. Cuando se espera un hijo en la tierra nace una estrella en el cielo y los ángeles cantan alegres la paz del hombre en el mundo.

10) Si eres cristiano: ¡Reza con nosotros Señor! Todo se ha cumplido. El Señor es más fuerte que el mal para librarnos de todas las desgracias que encierra el pecado. Hemos de permanecer alerta, y preparar nuestros corazones, para que el nacimiento de su Hijo nos salve, ilumine las tinieblas de nuestro espíritu, escuche nuestras súplicas, nos asista con su gracia y celebremos el misterio de la Encarnación y nacimiento de Cristo.

EPÍLOGO: Te deseo que llegues a la Navidad, fiesta de gozo y salvación y la celebres con alegría desbordante y vivas el misterio con corazón humilde, adorando al que es el Señor del universo y de la historia.

Ángel Rubio Castro, Obispo emérito de Segovia