La
investigación destaca algo convincente: las oraciones rítmicas del Rosario
parecen aliviar la tensión, fomentar la estabilidad emocional y generar una
forma de paz holística única. A diferencia de muchas técnicas seculares de
mindfulness que priorizan la neutralidad y el desapego, el Rosario conecta con
algo personal y relacional. No es un simple mantra; es un diálogo.
En una era dominada por las
distracciones digitales y las tendencias terapéuticas, pocos esperarían que un
rosario centenario ofreciera lo que prometen la medicina moderna y las
aplicaciones de mindfulness: calma profunda, regulación emocional e incluso alivio
físico. Sin embargo, un estudio de diciembre de 2024, basado tanto en la
observación clínica como en la perspectiva espiritual, ha descubierto
precisamente eso: el Rosario, considerado durante mucho tiempo una simple
práctica devocional, puede ser mucho más que una simple rutina religiosa. De
hecho, podría ser una medicina tanto para el alma como para el cuerpo.
La investigación destaca algo
convincente: las oraciones rítmicas del Rosario parecen aliviar la tensión,
fomentar la estabilidad emocional y generar una forma de paz holística única. A
diferencia de muchas técnicas seculares de mindfulness que priorizan la
neutralidad y el desapego, el Rosario conecta con algo personal y relacional.
No es un simple mantra; es un diálogo.
Para Christian Spaemann, un
respetado psiquiatra y psicoterapeuta austriaco, esto no es ninguna sorpresa.
En una entrevista reciente con la periodista Barbara Wenz, Spaemann explica que
el Rosario abre no solo la mente, sino también el corazón, a una presencia
maternal, concreta y duradera. «Primero debemos creer», dice, «que la Madre de
Jesús es verdaderamente nuestra Madre, y que está presente, con un corazón
abierto para nosotros». Una vez cruzado ese umbral de confianza, algo cambia.
La experiencia no se limita a
místicos o santos de clausura. Spaemann señala que en su propia región rural de
Alta Austria, un flujo constante de peregrinos se dirige a Medjugorje, y la
gente común -campesinos, obreros- redescubre silenciosamente la paz y la
esperanza a través de la oración mariana. «Encuentran alegría en la Madre del
Cielo», dice, «y la llevan a su vida diaria».
Más allá del contexto
cristiano, Spaemann ve en el Rosario un ritmo humano universal. La mayoría de
las religiones principales incluyen rosarios o cantos con cadencia repetitiva.
Esto, sugiere, toca una fibra psicológica e incluso fisiológica profunda en
nosotros, evocando el consuelo primordial de un niño que escucha el latido del
corazón de su madre. Hay, en este ritmo, una especie de seguridad recordada,
una puerta de entrada a la trascendencia que precede a las divisiones
doctrinales.
Pero el Rosario no es una
técnica, es un encuentro. Y para Spaemann, ese encuentro se volvió personal en
su juventud. Tomó las cuentas por primera vez durante la adolescencia y las ha
conservado en la alegría, la crisis y la rutina. «Es un salvavidas», reflexiona.
Cuanto más rezaba, más percibía la presencia de María no como un mito, sino
como una realidad viva: accesible, maternal, compasiva. A través del Rosario,
dice, su presencia se hace evidente no a través de visiones, sino a través del
reconocimiento interior.
El estudio reciente puede
centrarse en los resultados fisiológicos y psicológicos, pero Spaemann insta a
una perspectiva más amplia. El fruto más profundo del Rosario, insiste, no es
solo la serenidad, sino la conciencia de la eternidad. El Rosario, dice, nos
lleva al silencio, y en ese silencio, podemos vislumbrar algo asombroso: que
cada uno de nosotros es eternamente deseado, creado en amor y destinado a pasar
no al olvido, sino a la unión con Dios. «Pasamos al otro mundo», dice, «como de
una habitación a otra».
En una cultura tan preocupada
por el bienestar mental, puede resultar sorprendente encontrar una oración que
ofrezca alivio moderno. Pero el Rosario no solo alivia la ansiedad. La
reorienta. Y a diferencia de las técnicas seculares que tienden a encerrarse en
sí mismas, el Rosario trasciende el yo: hacia un rostro, una relación, una
promesa.
(Artículo
original de Joachin Meisner Hertz para ZENIT Noticias, Viena, 01.06.2025 - www.zenit.org - Copyright | ZENIT -
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