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sábado, 9 de noviembre de 2024

SANTO CURA BROCHERO: Letanías Brocherianas

 


A cada invocación respondemos: “Ruega por nosotros”

Brochero: Un hombre de Dios para su pueblo. Pedimos…

Brochero: Un sacerdote lleno de caridad pastoral en la atención de su extensa parroquia, en el trabajo perseverante por la salvación de sus hermanos. Pedimos…

Brochero: Bebió su doctrina segura en las fuentes del Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia, y la supo adaptar en forma directa y sencilla a la mentalidad de sus serranos. Pedimos…

Brochero: A quien Dios lo llevó a encontrar en los santos Ejercicios Espirituales de San Ignacio el medio justo para la renovación de su Parroquia, renovación que aún perdura y crece. Pedimos…

Brochero: Comprendió que hacía falta dar a los fieles serranos los medios necesarios para una vida mejor, y le hizo escuelas, caminos, canales de riego, obrando siempre como sacerdote, y amigos de todos. Pedimos…

Brochero: Nombre y símbolo; hombre de Dios y hombre de su pueblo. Pedimos…

Brochero: Metido en la vida de los hombres y hombre de Dios, a la vez, de la alabanza y la plegaria. Pedimos…

Brochero: Testimonio viviente del Espíritu, pero inmerso en la ciudad y el tiempo. Pedimos…

Brochero: Hombre de la inquietud, que ha venido a amar y servir a todos. Pedimos…

Brochero: Marcando el camino de fe y vida a su pueblo; amigo de los pobres; amigo de todos lo que sufren. Pedimos…

Brochero: Un sacerdote enviado por Dios, que fue constante en su simple fidelidad de oración de cada día; un hombre que se entregó a Dios y supo comprender a sus hermanos; un hombre que murió casi solo y fue sepultado en el camino que había transitado, como una semilla para fructificar. Pedimos…

Oremos

Señor, de quien procede todo don perfecto: Tu dispusiste que San José Gabriel del Rosario fuese Pastor y guía de una porción de tu Iglesia, y lo esclareciste por su celo misionero, su predicación evangélica y una vida pobre y entregada: te suplicamos que por su Intercesión alcancemos la gracia que humildemente te pedimos… (pedir la gracia)

Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Santo Cura Brochero: Ruega por nosotros. (3 veces)

viernes, 18 de octubre de 2024

SANTO CURA BROCHERO: Reseña de su historia y cronología de su vida

 

San José Gabriel del Rosario Brochero nació el 16 de Marzo de 1840 en las cercanías de Villa Santa Rosa (Provincia de Córdoba, Argentina). A los 16 años entró al Seminario Mayor de Córdoba “Nuestra Señora de Loreto” en donde recibió su formación sacerdotal y en la Universidad de Córdoba cursó sus estudios filosóficos y teológicos. Fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866.

Llegó a Traslasierra en 1869. Desplegó su intenso ministerio pastoral. Un rasgo típico de su vida sacerdotal fue la presentación del Evangelio mediante un lenguaje vívido y cercano a la comprensión de la gente sencilla. Su preocupación fue iluminar la vida de sus fieles a partir de la Palabra de Dios no de forma general y abstracta sino aplicada a las circunstancias concretas de la vida. Su principal instrumento de evangelización fueron los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Construyó, junto a los fieles, una casa de ejercicios, acueductos, caminos, escuela y capillas.

Murió enfermo de lepra y ciego en Villa del Tránsito el 26 de enero de 1914, a los 74 años de edad, hoy nuestro pueblo lleva su nombre. Fue canonizado el 16 de octubre de 2016 por el Papa Francisco.


Cronología de la vida de San José Gabriel del Rosario Brochero

16.03.1840 – Nace en Carreta Quemada o Santa Rosa de Río Primero.

17.03.1840 – Bautizado en la iglesia parroquial de Santa Rosa.

05.03.1856 – Ingresa en el Colegio Seminario «Nuestra Señora de Loreto (Córdoba).

04.11.1866 – Ordenado presbítero por el Obispo Ramírez de Orellano.

01.07.1867 – Designado Capellán de Coro en la Catedral de Córdoba.

15.03.1869 – Designado prefecto de Estudios del Seminario Mayor.

12.11.1869 – Obtiene grado de Maestro de Filosofía (Universidad de Córdoba).

05.12.1869 – Toma posesión del Curato de San Alberto.

16.08.1875 – Inicia la construcción de la Casa de Ejercicios.

08.1877 – Inaugura la Casa de Ejercicios en Villa del Tránsito.

30.01.1880 – Llegada de las Hermanas Esclavas desde Córdoba.

01.03.1880 – Inaugura el Colegio de Niñas en Villa del Tránsito.

04.08.1885 – Designado Cura del Tránsito.

1887-1896  Construcción de caminos y otras obras.

26.04.1898 – Acepta la canonjía efectiva en la Catedral de Córdoba.

30.05.1898 – Entrega el Curato del Tránsito.

1898-1902 – Ejercicios, misiones y otras obras en distintos lugares.

03.10.1902 – Asume nuevamente el Curato del Tránsito.

20.07.1905 – Obtiene sanción ley construcción ramal Soto- Dolores.

22.08.1907 – Renuncia al Curato del Tránsito.

05.02.1908 – Entrega el Curato del Tránsito y se radica en Santa Rosa.

21.10.1912 – Regresa a vivir a Villa del Tránsito.

23.01.1914 – Recibe los últimos sacramentos de manos del cura de Bell Ville.

26.01.1914 – Muere leproso y ciego en Villa del Tránsito.

17.03.1967 – La Santa Sede autoriza que el proceso ordinario informativo se instruya en la Arquidiócesis de Córdoba, Argentina. Este pedido fue hecho por Mons. Enrique Pechuán Marín, 1er obispo de Cruz del Eje.

14.09.2013 – Beatificación en la Villa Cura Brochero, Córdoba, Argentina.

16.10.2016 – Canonización en Roma por el Papa Francisco.

 

viernes, 4 de octubre de 2024

SANTO CURA BROCHERO: Oración pidiendo gracias por su intercesión

 



Oración pidiendo la gracia 

por la intercesión del Santo Cura Brochero


Señor, de quien procede todo don perfecto: Tu dispusiste que San José Gabriel del Rosario fuese Pastor y guía de una porción de tu Iglesia, y lo esclareciste por su celo misionero, su predicación evangélica y una vida pobre y entregada: te suplicamos que por su Intercesión alcancemos la gracia que humildemente te pedimos…

(pedir la gracia)

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

martes, 12 de mayo de 2020

HOMILÍAS (audios): El borrachito del pueblo ante Jesús Crucificado

Fragmento de la homilía, sobre una historia popular ligada a la vida del Santo Cura Brochero, pronunciada el sábado 11 de abril de 2009 por el Padre José Medina en la Vigilia Pascual. Realizada en la Parroquia “Sagrado Corazón” de la localidad de Coronel, en la provincia y Diócesis de Concepción, Chile.


San José Gabriel del Rosario Brochero
(16 de marzo de 1840 - 26 de enero de 1914)

viernes, 30 de septiembre de 2016

PAPA FRANCISCO: Mensaje al pueblo argentino por la Canonización del Cura Brochero y la Beatificación de Mamá Antula

 


Queridos hermanos y hermanas:

En este año en que todavía estamos respirando el ambiente de los festejos del Bicentenario, suceden dos hechos que hacen a nuestra historia, dos hechos que son muy importantes y muy fuertes, y que yo valoro mucho: uno es la beatificación de Mamá Antula, una mujer que ayudó a consolidar la Argentina profunda y el otro es la próxima canonización del Cura Brochero, ese cura gaucho que tuvo compasión de sus queridos serranos y luchó por su dignificación.

Está de más decir que yo hubiera querido ir a Argentina a beatificar a Mamá Antula y a canonizar al Cura Brochero, pero no pude hacerlo, no es posible. Ustedes no saben cuánto me gustaría volver a verlos. Y tampoco podré hacerlo el año próximo porque ya están compromisos fijados para Asia, África, y el mundo es más grande que Argentina, y bueno, pero hay que dividirse, dejo en manos del Señor que Él me indique la fecha.  Pero teniendo en cuenta estos acontecimientos y teniendo en cuenta que el año que viene tampoco voy a poder ir, opté por comunicarme con ustedes de esta manera.

Para mí el pueblo argentino es mi pueblo, ustedes son importantes, yo sigo siendo argentino, yo todavía viajo con pasaporte argentino. Estoy convencido que como pueblo son el mayor tesoro que tiene nuestra Patria. Cuando recibo cartas de ustedes, tantas que no a todas puedo responder, seguramente una que otra para hacerme presente, me consuelo, me da gozo y eso me lleva a rezar y rezo por ustedes en la Misa, por las necesidades de ustedes, por cada uno más de ustedes. Es el amor a la Patria que me lleva a eso y es lo que me lleva también a pedirles, una vez más, que se pongan la Patria al hombro, esa Patria que necesita que cada uno de nosotros le entreguemos lo mejor de nosotros mismos, para mejorar, crecer, madurar. Y esto nos hará lograr esa cultura del encuentro que supera todas estas culturas del descarte que hoy en el mundo se ofrecen por todas partes. Una cultura del encuentro donde cada uno tenga su lugar, que todo el mundo pueda vivir con dignidad y que se pueda expresar pacíficamente sin ser insultado o condenado, o agredido, o descartado. Esa cultura del encuentro que todos tenemos que ir buscando, con la oración y la buena voluntad.

A mí me llama la atención que a la Argentina se le alaba por su geografía, su riqueza, Tenemos de todo: montañas, bosques, llanuras, costas, todas las riquezas en minería. Tenemos todo. ¡Qué país rico! Pero la riqueza más grande que tiene nuestra Patria es el pueblo, ese pueblo que sabe ser solidario, que sabe caminar uno junto a otro, que sabe ayudarse, que sabe respetarse, es ese pueblo argentino que no se marea, que sabe encontrar sabiduría, y cuando se marea, los otros lo ayudan a que se le vaya el mareo. Yo a ese pueblo argentino lo respeto, lo quiero, lo llevo en mi corazón, es la riqueza más grande de nuestra Patria. Y aunque no podamos estrecharnos la mano, cuenten con mi memoria y mi oración para que el Señor los haga crecer como pueblo. Pueblo que se reencuentra, trabaja unido y busca la grandeza de la Patria, esa Patria que es propia, es nuestra, no es de los otros, es nuestra. Gracias por todo lo bueno que hacen cada día. Que el Señor los bendiga.

Estamos en el Año de la Misericordia, y como despedida de esta charla, de este monólogo pero que quiere ser una charla, me atrevo a proponerles, como las maestras de antes,  los deberes para la casa. Les propongo que en este Año de la Misericordia hagan alguna obra de misericordia todos los días o cada dos días si no pueden todos los días; y no se enojen si yo se las leo para recordárselas. Están las obras de misericordia corporales y las espirituales. En su mayoría, se toman una lista que el Señor hace en las Bienaventuranzas, en Mateo 25, en todo el Evangelio. Son obras concretas de misericordia que si cada uno de nosotros hace una al día o una cada dos días, ¡el bien, el bien, que haremos a nuestro pueblo!

- Visitar a un enfermo, visitar a los enfermos, es una obra de misericordia.

- Dar de comer al hambriento. Hay gente que tiene hambre.

- Dar de beber al sediento, tiene sed material y espiritual, a veces.

- Dar posada al peregrino, es decir, darle lugar al que no tiene casa, al que no tiene techo.

- Vestir al desnudo, es decir, que la gente tenga vestido, que no pase frio en invierno.

- Visitar a los presos. Tantas veces la Iglesia insiste sobre esto.

- Y enterrar a los difuntos.

Estas serían las siete obras de misericordia corporales.

Y otras siete espirituales:

- Enseñar al que no sabe.

- Dar un buen consejo al que lo necesita.

- Corregir al que se equivoca.

- Perdonar al que nos ofende. ¡Qué difícil es perdonar! Todos hoy en el mundo necesitamos perdonar mucho y ser perdonados.

- Consolar al que está triste.

- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Hay gente que a veces nos hace perder la paciencia, y sufrir con paciencia sus defectos, es una obra de misericordia.

- Y rezar a Dios por los vivos y por los muertos.

No sé, queridos hermanos, queridos compatriotas, me siento hablándoles como en casa, me acerco a ustedes en esta ocasión, donde todavía se respiran los aires de los festejos del Bicentenario y donde están estos dos hechos de la canonización del Cura Brochero y la beatificación de Mamá Antula, dos personas, un hombre y una mujer, que trabajaron por la Patria y por la evangelización. Así que en medio de todo esto los saludo, les doy mi cariño, y les digo – parece un poco raro, pero lo estiro el tiempo como el elástico – hasta pronto, y no se olviden de rezar por mí. Gracias.

FRANCISCO

Vaticano, 30 de septiembre de 2016.

domingo, 15 de septiembre de 2013

SANTO CURA BROCHERO: Homilía de su Beatificación

Compartimos a continuación con ustedes la homilía del Cardenal Ángelo Amato (prefecto para la congregación de las causas de los Santos) durante la ceremonia de beatificación del cura José Gabriel  del Rosario Brochero (sábado 14 de septiembre del 2013; en Villa Cura Brochero – Traslasierra – Córdoba).

El Cardenal Amato  leyó el instrumento del Vaticano a través del cual se promulgó que al “venerable Siervo de Dios, José Gabriel del Rosario Brochero, se lo  llame beato” y “que su fiesta pueda celebrarse cada año el día 16 del mes de marzo”.

Homilía Cardenal Ángelo Amato, SDB

Eminencias, Excelencias, Señor Nuncio, Autoridades civiles, militares y académicas, queridos amigos:

En primer lugar, saludemos y agradezcamos al Papa Francisco, al Papa llegado a Roma desde esta noble nación para ser ahora, en Cristo, padre de todos los creyentes. Le agradecemos de corazón por el precioso don de la beatificación del Cura Brochero, una auténtica perla de la santidad argentina, comparable al Santo Cura de Ars. En la Carta Apostólica que leímos hace unos momentos, el Papa Francisco llama al Cura Brochero un “sacerdote diocesano, pastor según el corazón de Cristo, ministro fiel del Evangelio, testigo del amor de Cristo hacia los pobres”. Son los rasgos esenciales que retratan a este héroe cristiano, sembrador del bien, a manos llenas, en estas tierras argentinas.

Es por este mismo motivo que su beatificación se convierte en un acontecimiento de suma relevancia tanto en el plano social como religioso, y no sólo para la arquidiócesis de Córdoba y para la diócesis de Cruz del Eje, sino para toda la República. El Beato José Gabriel Brochero fue un verdadero bienhechor del pueblo argentino que, con su apoyo al crecimiento moral y espiritual de los fieles, promovió el progreso de la sociedad y el bienestar de los individuos, de las familias, de la comunidad toda. Ese trabajo profundo en bien de la dignificación de la persona humana provenía de su anuncio del Evangelio de Cristo y de su santidad personal, un rasgo que todos reconocían en él, ya en vida.

En 1883, por ejemplo, el diario cordobés El Interior publicó una biografía del Cura Brochero, a modo de lectura espiritual, para la Semana Santa de ese año. Por su parte, a partir del 1906, la historia de la conversión del gaucho Santos Guayama fue incorporada a los libros de lectura para las escuelas primarias de todo el país.

Después de su muerte, acaecida en 1914, esta fama se acrecienta aún más. Una inmensa cantidad de fieles comienza a acudir espontáneamente a visitar su tumba en busca de ayuda y protección.

 

¿Quién era este sacerdote y qué fue lo que hizo para ser tan querido y venerado por el pueblo argentino y para que hoy la Iglesia lo beatifique solemnemente?

La respuesta es simple: fue un sacerdote completamente dedicado a las almas. Todo lo que hizo tuvo como horizonte el bien y la santificación de los fieles, sobre todo de los más necesitados.

La enorme fecundidad de su apostolado brotaba de su experiencia de Dios. Desde su primera juventud alimentó esa relación, sobre todo con la lectura periódica del evangelio, al punto de saberlo de memoria. No sólo en los días de fiesta, sino cada día predicaba la Palabra de Dios con homilías bien pensadas y articuladas, preparadas con dedicación, sin improvisaciones.

Si bien había concluido sus estudios en la Universidad de Córdoba obteniendo el título de Maestro en Filosofía, su lenguaje era simple, sencillo. Se dirigía a la gente con palabras y expresiones típicas del lugar, que formaban parte del modo de hablar popular, para que sus fieles pudiesen comprender fácilmente lo que les decía. Este lenguaje coloquial, nada académico, tenía una precisa intencionalidad pastoral: posibilitar que también las personas más humildes y sin cultura – pero que comprendían la originalidad de su vocabulario serrano – se abrieran al mensaje del Evangelio. Nuestro Beato era un verdadero comunicador. Su predicación despertaba alegría, esperanza, entusiasmo. Tocaba los corazones convirtiendo, incluso, a los pecadores más empedernidos. Si bien a primera vista podía dar la impresión de ser algo tosco, al conocerlo personalmente y ver la coherencia perfecta entre su vida y las enseñanzas evangélicas, se descubría enseguida la nobleza humana y la riqueza espiritual de su persona.



¿Qué predicaba nuestro Beato?

Predicaba el amor ilimitado de Dios manifestado en Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Fuertemente compenetrado de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, el Cura Brochero se transformó en un difusor y promotor del Reino de Dios, en un abanderado de Cristo. El estilo evangelizador brocheriano está caracterizado por los Ejercicios Espirituales, que solía llamar ‘baños del alma’, escuela de virtudes y muerte de los vicios.

El Cura Brochero estaba convencido de la eficacia de los ejercicios espirituales como instrumento para comunicar a la inteligencia la luz de la verdad divina y para que la gracia triunfe en los corazones, aún en los más rebeldes. Por ello organizaba continuamente turnos de ejercicios, frecuentados por un número de fieles cada vez mayor. El Cura Brochero predicaba, confesaba, dirigía, asistía a los participantes dedicándose enteramente a ellos. De este modo, los ejercicios espirituales se convirtieron en fermento renovador de vida evangélica en el corazón de los fieles, en un camino para su transformación profunda.

Además de predicador y catequista, Brochero fue un hombre de oración, de misa diaria, profundamente devoto de la Virgen María a quien le dedicaba el rezo del Santo Rosario. De esta unión con Dios brotaba la fortaleza con la que superó las numerosas pruebas de su ministerio sacerdotal, no sólo las críticas y la adversidad, sino también las enfermedades y la lepra. El misterio del dolor fue superado desde el misterio del amor.

La característica más relevante de la santidad de nuestro Beato fue la caridad frente a los más necesitados. Confiando en la providencia divina, el corazón del Cura Brochero se abría para abrazar a los indigentes con una inmensa caridad pastoral. Se olvidaba de sí mismo para hacerse todo para todos. Salía a caballo con el fin de llegar a los lugares más remotos con la Palabra de Dios y la esperanza de la fe. Se lo recuerda sereno, alegre, sincero, dedicado a los demás, un hijo de su pueblo consagrado totalmente a su pueblo. Si embargo, no por eso dejó de ser, al mismo tiempo, amigo de ricos y aristócratas, muchos de los cuales eran sus colaboradores en las obras de caridad que emprendía, como la construcción de iglesias, albergues y asilos, escuelas y talleres.

Las palabras fueron acompañadas con el ejemplo. Brochero era el primero en poner manos a la obra, en acarrear piedras, en cavar la tierra. Sufría viendo que los niños dejaban de ir a la escuela para dedicarse a trabajar. Un día se detuvo en el camino frente a un grupo de campesinos y, sin apearse del caballo, los encaró: “¿Qué hacen con esos pobres chicos, ahí, en lugar de mandarlos a la escuela? Vamos, llévenlos, para que sean menos ignorantes que yo y que ustedes”.

Los fieles sentían que era uno de ellos, lo amaban y lo seguían. Su caridad pastoral generaba comunión. Era un pastor y un padre para todos. Pero sus predilectos fueron los pobres, los enfermos, los pequeños. Se encargaba de conseguirles alimentos, ropa, de asistirlos de acuerdo a sus posibilidades. Durante una epidemia de cólera, nuestro Beato no se alejó del lugar para evitar el peligro de contagio, se quedó confortando a los enfermos con los sacramentos y aliviando sus necesidades con alimentos y suministros médicos. Una sobrina de nuestro Beato recuerda que había un leproso que no aceptaba su enfermedad, que blasfemaba y echaba, con muy malos modos, a cualquiera que se le acercase. Sólo Brochero podía aproximarse a él, acostarlo, darle de comer, lavarlo, matear juntos. Es probable que haya sido el contacto con este enfermo la vía por la cual contrajo, él mismo, la enfermedad.

Se preocupaba de manera especial de quienes iban por mal camino y de los presos. Se cuenta que un día montó la mula para internarse en medio del bosque en busca de un peligroso bandido. Apenas lo ve, lo invita a participar de los ejercicios espirituales. El malviviente le responde con insultos y amenazas. Pero el Cura Brochero, sin perder la calma, saca una estampa de Jesús y le dice: “No soy yo; es Él quien te invita”. El bandido se tranquiliza, empieza a conversar con el sacerdote y, al final, acepta la invitación. Los testigos de aquella época concluyen afirmando que hoy es un ciudadano decente y un esposo irreprensible.

Ya hicimos una referencia a otro malviviente, Santos Guayama. Fue convertido por la influencia del Cura, que le habló del corazón misericordioso de Dios para con los pecadores más empedernidos. Nuestro Beato se hizo amigo de Santos, le mandó una medalla con la imagen de Cristo para llevarla al cuello, le envió una foto suya con una dedicatoria. Incluso se dirigió a las autoridades judiciales, si bien en vano, para implorar que el gaucho arrepentido recibiera gracia. Santos Guayama fue encarcelado y luego fusilado, para desconsuelo de nuestro Beato, sin que se le hiciera un proceso judicial.

Al comienzo dije que el Cura fue un verdadero benefactor de la humanidad. Su caridad pastoral, de hecho, tenía como horizonte la promoción integral de los fieles. De ahí que se dedicara a edificar escuelas para la instrucción de los jóvenes, a abrir calles, a construir canales de irrigación. Logró que la extensión de las vías ferroviarias llegara hasta el pueblo y que se construyera una oficina de Correo Postal. El desarrollo social fue para él tan importante como el bienestar espiritual. Se preocupaba de que los trabajadores recibieran el salario justo, de implorar gracia para algunos prisioneros. Para sostener estas iniciativas, extendía su mano solicitando la colaboración de aquellos que pudiesen prestársela, sobre todo de los gobernantes y de las personas con mayores recursos económicos. Las obras sociales que llevó adelante tuvieron siempre como finalidad que la vida de sus fieles fuese más digna y más humana.

También cultivaba la gentileza de agradecer a sus benefactores a través de cartas, de visitas personales, con el obsequio de algunos productos de la zona, con palabras que siempre expresaban gratitud y reconocimiento. Para este fin, y también para estimular la generosidad, publicaba regularmente en los diarios los nombres y las donaciones recibidas.

Los fieles no permanecían insensibles frente a las muestras concretas de su caridad. Un día recibió de regalo una medallita artesanal en la cual estaban grabadas, de un lado, las palabras Evangelio, Escuelas, Calles mientras que en su reverso estaba escrito Las damas de San Alberto al Cura Brochero. Este gesto tan simple lo conmovió de tal modo que la colgó a la cadena de su reloj, llevándola consigo hasta su muerte.

Nuestro Beato era magnánimo, paciente, incansable, tenaz y perseverante cuando se trataba de esparcir la semilla de la Palabra de Dios entre sus fieles. Fue un verdadero sacerdote según el corazón de Cristo. Amaba a los enemigos, perdonaba las ofensas. Un día fue a visitar al Doctor Láinez, un famoso anticlerical que había fundado escuelas en las que estaba prohibida la enseñanza religiosa. Al entrar a su oficina lo saludó diciendo: “¿Usted es el Doctor Láinez, el enemigo de nosotros, los curas?” “¿Y Usted es el Señor Brochero?” Luego de esta presentación tan sincera se abrazaron mutuamente y se hicieron amigos.

La bondad de nuestro Beato era capaz de aplacar cualquier enemistad. En otra oportunidad, estando con el Señor Guillermo Molina, fue expulsado de su casa con muy malos modos en razón de una divergencia de opiniones. Con mucha humildad el Cura Brochero regresó al día siguiente y, arrodillándose, pidió perdón. Molina le respondió, confundido, que era él quien debía disculparse.

Esa misma humildad lo llevó a rechazar la posibilidad de ser propuesto como obispo de Córdoba, alegando como razón su ignorancia, su falta de tino y la carencia de virtudes.



¿Qué nos enseña el Cura Brochero con su vida de santidad y con su apostolado caritativo?

En primer lugar, nos recuerda que la santidad es tarea de todo bautizado. Todos, sea cual fuera el estado de vida en el cual vivimos, debemos santificarnos. San Juan Bosco invitaba permanentemente a sus muchachos a hacerse santos. En la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, hay una gran estatua de Don Bosco con dos de sus discípulos santos: el italiano San Domingo Savio y el Beato argentino Ceferino Namuncurá, hijo de un cacique mapuche.

Hoy, la Iglesia y el mundo tienen una urgente necesidad de santos: en la familia, en los medios de comunicación, en la educación, en la política, en la economía. Los santos son promotores del verdadero bienestar social y humanizadores del progreso.

De modo particular, el Cura Brochero les dirige una palabra a sus hermanos en el sacerdocio. Èl tenía una caridad especial para con ellos, un amor que se manifestaba en sus exhortaciones a la oración, a la predicación, a la observancia de la confesión semanal y al cultivo de una actitud misericordiosa para con los fieles, sobre todo para con los penitentes.

El Beato Brochero les recuerda a los sacerdotes tres consignas. En primer lugar, la constancia en el ministerio de la Sagrada Doctrina, en el ejercicio generoso de regalar a todos la Palabra de Dios. El Papa Francisco dijo recientemente a los sacerdotes: “Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor para, creyendo aquello que han leído, enseñen lo que han creído y practiquen lo que han enseñado”.

En segundo lugar, no cansarse de ser misericordioso, rezando, celebrando, adorando, perdonando. La celebración de los Sacramentos y la oración de alabanza y súplica, hecha por los sacerdotes, es la voz del pueblo de Dios y de la humanidad toda.

En tercer lugar, ejercitar con alegría el ministerio sacerdotal de Cristo: es en esta alegría donde florece la caridad y la santidad. El Beato Brochero siempre estaba sereno, alegre.

Queridos fieles, la presente celebración es tan sólo un comienzo para conocer al Cura Brochero, a este sacerdote santo. Sigamos admirándolo, imitándolo y, sobre todo, confiémonos a su intercesión pidiendo por nuestras necesidades materiales y espirituales.

Amén.

sábado, 14 de septiembre de 2013

PAPA FRANCISCO: Carta con motivo de la Beatificación del Cura Brochero

 

Excmo. Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe

Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

 

Querido hermano:

 

Que finalmente el Cura Brochero esté entre los beatos es una alegría y una bendición muy grande para los argentinos y devotos de este pastor con olor a oveja, que se hizo pobre entre los pobres, que luchó siempre por estar bien cerca de Dios y de la gente, que hizo y continúa haciendo tanto bien como caricia de Dios a nuestro pueblo sufrido.

Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula malacara, recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200 kilómetros cuadrados de su parroquia, buscando casa por casa a los bisabuelos y tatarabuelos de ustedes, para preguntarles si necesitaban algo y para invitarlos a hacer los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Conoció todos los rincones de su parroquia. No se quedó en la sacristía a peinar ovejas.

El Cura Brochero era una visita del mismo Jesús a cada familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de oraciones con la Palabra de Dios, las cosas para celebrar la Misa diaria. Lo invitaban con mate, charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo entendían porque le salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a Jesús.

José Gabriel Brochero centró su acción pastoral en la oración. Apenas llegó a su parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba para hacer los ejercicios espirituales con los padres jesuitas. ¡Con cuánto sacrificio cruzaban primero las Sierras Grandes, nevadas en invierno, para rezar en Córdoba capital! Después, ¡cuánto trabajo para hacer la Santa Casa de Ejercicios en la sede parroquial! Allí, la oración larga ante el crucifijo para conocer, sentir y gustar el amor tan grande del corazón de Jesús, y todo culminaba con el perdón de Dios en la confesión, con un sacerdote lleno de caridad y misericordia. ¡Muchísima misericordia!

Este coraje apostólico de Brochero lleno de celo misionero, esta valentía de su corazón compasivo como el de Jesús que lo hacía decir: «¡Guay de que el diablo me robe un alma!», lo movió a conquistar también para Dios a personas de mala vida y paisanos difíciles. Se cuentan por miles los hombres y mujeres que, con el trabajo sacerdotal de Brochero, dejaron el vicio y las peleas. Todos recibían los sacramentos durante los ejercicios espirituales y, con ellos, la fuerza y la luz de la fe para ser buenos hijos de Dios, buenos hermanos, buenos padres y madres de familia, en una gran comunidad de amigos comprometidos con el bien de todos, que se respetaban y ayudaban unos a otros.

En una beatificación es muy importante su actualidad pastoral. El Cura Brochero tiene la actualidad del Evangelio, es un pionero en salir a las periferias geográficas y existenciales para llevar a todos el amor, la misericordia de Dios. No se quedó en el despacho parroquial, se desgastó sobre la mula y acabó enfermando de lepra, a fuerza de salir a buscar a la gente, como un sacerdote callejero de la fe. Esto es lo que Jesús quiere hoy, discípulos misioneros, ¡callejeros de la fe!

Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yo-me-mi-conmigo-para mí» del egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el cuerpo al trabajo. Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el sacrificio de trabajar por su Reino, por el bien común que la enorme dignidad de cada persona se merece como hijo de Dios, y fue fiel hasta el final: continuaba rezando y celebrando la misa incluso ciego y leproso.

Dejemos que el Cura Brochero entre hoy, con mula y todo, en la casa de nuestro corazón y nos invite a la oración, al encuentro con Jesús, que nos libera de ataduras para salir a la calle a buscar al hermano, a tocar la carne de Cristo en el que sufre y necesita el amor de Dios. Solo así gustaremos la alegría que experimentó el Cura Brochero, anticipo de la felicidad de la que goza ahora como beato en el cielo.

Pido al Señor les conceda esta gracia, los bendiga y ruego a la Virgen Santa que los cuide.

Afectuosamente,

FRANCISCO

Vaticano, 14 de septiembre de 2013.