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viernes, 24 de mayo de 2024

VIRGEN MARÍA: El “Mes de María” en la reflexión de Benedicto XVI

 

El sábado 30 de mayo de 2009 en los Jardines Vaticanos, el Santo Padre Benedicto XVI realizó la siguiente reflexión al final del rezo del Santo Rosario como conclusión del mes de mayo, el Mes de María:

Venerados hermanos;

queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos con afecto al final de la tradicional velada mariana con la que se concluye el mes de mayo en el Vaticano. Este año ha adquirido un valor muy especial, pues coincide con la vigilia de Pentecostés. Al reuniros aquí, congregados espiritualmente en torno a la Virgen María y contemplando los misterios del santo rosario, habéis revivido la experiencia de los primeros discípulos, reunidos en el Cenáculo con "la madre de Jesús", "perseverando todos en la oración con un mismo espíritu" a la espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14). También nosotros, en esta penúltima tarde de mayo, desde la colina del Vaticano invocamos la efusión del Espíritu Paráclito sobre nosotros, sobre la Iglesia que está en Roma y sobre todo el pueblo cristiano.

La gran fiesta de Pentecostés nos invita a meditar en la relación entre el Espíritu Santo y María, una relación muy íntima, privilegiada e indisoluble. La Virgen de Nazaret fue elegida para convertirse en la Madre del Redentor por obra del Espíritu Santo: en su humildad halló gracia a los ojos de Dios (cf. Lc 1, 30). De hecho, en el Nuevo Testamento vemos que la fe de María, por decirlo así, "atrajo" el don del Espíritu Santo. Ante todo en la concepción del Hijo de Dios, misterio que el mismo arcángel Gabriel explicó así: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35). Inmediatamente después María fue a ayudar a Isabel, y cuando llegó a su casa y la saludó, el Espíritu Santo hizo que el niño saltara de gozo en el seno de su anciana prima (cf. Lc 1, 44); y todo el diálogo entre las dos madres fue inspirado por el Espíritu de Dios, sobre todo el cántico de alabanza con el que María expresó sus sentimientos profundos, el Magníficat. Todos los acontecimientos relacionados con el nacimiento de Jesús y con sus primeros años de vida estuvieron dirigidos de manera casi palpable por el Espíritu Santo, aunque no siempre se le nombre. El corazón de María, en perfecta sintonía con su Hijo divino, es templo del Espíritu de verdad, donde cada palabra y cada acontecimiento son conservados en la fe, en la esperanza y en la caridad (cf. Lc 2, 19.51).

Así podemos tener la certeza de que el corazón santísimo de Jesús en todo el arco de su vida oculta en Nazaret encontró en el corazón inmaculado de su Madre un "hogar" siempre encendido de oración y de atención constante a la voz del Espíritu. Un testimonio de esta singular sintonía entre la Madre y el Hijo, buscando la voluntad de Dios, es lo que aconteció en las bodas de Caná. En una situación llena de símbolos de la alianza, como es el banquete nupcial, la Virgen Madre intercede y provoca, por decirlo así, un signo de gracia sobreabundante: el "vino bueno" que hace referencia al misterio de la Sangre de Cristo.

Esto nos remite directamente al Calvario, donde María está al pie de la cruz junto con las demás mujeres y con el apóstol san Juan. La Madre y el discípulo recogen espiritualmente el testamento de Jesús: sus últimas palabras y su último aliento, en el que comienza a derramar el Espíritu; y recogen el grito silencioso de su Sangre, derramada totalmente por nosotros (cf. Jn 19,25-34). María sabía de dónde venía esa sangre, pues se había formado en ella por obra del Espíritu Santo, y sabía que ese mismo "poder" creador resucitaría a Jesús, como él mismo había prometido.

Así, la fe de María sostuvo la de los discípulos hasta el encuentro con el Señor resucitado, y siguió acompañándolos incluso después de su Ascensión al cielo, a la espera del "bautismo en el Espíritu Santo" (cf. Hch 1, 5). En Pentecostés, la Virgen Madre aparece de nuevo como Esposa del Espíritu, para una maternidad universal con respecto a todos los que son engendrados por Dios mediante la fe en Cristo. Precisamente por eso María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que juntamente con el Espíritu camina en el tiempo invocando la vuelta gloriosa de Cristo: "¡Ven, Señor Jesús!" (cf. Ap 22, 17.20).

Queridos amigos, siguiendo el ejemplo de María, aprendamos también nosotros a reconocer la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a escuchar sus inspiraciones y a seguirlo dócilmente. Él nos hace crecer según la plenitud de Cristo, según los frutos buenos que el apóstol san Pablo enumera en la carta a los Gálatas: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5, 22).

Os deseo que seáis colmados de estos dones y que caminéis siempre con María según el Espíritu y, a la vez que os agradezco y os felicito por vuestra participación en esta celebración vespertina, os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.

Benedicto XVI

viernes, 5 de enero de 2024

BENEDICTO XVI: A un año de su partida, maestro y testigo de la fe


En la visión cristiana de Benedicto XVI, la ampliación de la razón llega a abarcar la lógica del amor, que se expresa en la lógica de la gratuidad y se traduce en fraternidad, solidaridad y reconciliación.

 

(Federico Lombardi para Vatican News) Un año después de la partida de Benedicto XVI, el tema sobre el que es justo y natural razonar es su legado. ¿Se trata de una figura que debe confiarse principalmente a los maestros de la lectura del pasado, o de una figura que sigue interpelándonos a todos, hoy, precisamente en este tiempo dramático que vivimos?

Que es un maestro de la fe está fuera de toda duda. No nos cansaremos nunca de releer su Introducción al cristianismo y su Trilogía sobre Jesús de Nazaret; los teólogos podrán escarbar durante mucho tiempo en su Opera Omnia, de la que seguirán extrayendo sugerencias y orientaciones para su reflexión e investigación.

Que es también un testigo eminente de la vida en la fe -y de la fe cristiana en la vida eterna- lo tienen también muy claro quienes le han escuchado en sus homilías y en su magisterio espiritual, así como quienes han podido conocerle de cerca, siguiendo su largo camino interior hacia el encuentro con Dios.

Sin embargo, lo que quisiera observar ahora es que J. Ratzinger sigue siendo un valioso compañero también para quienes viven con participación y pasión la historia y la vida humana en esta tierra, con todos los dramáticos interrogantes que conlleva hoy.

No podemos ocultar que el curso de nuestro mundo en muchos aspectos parece -y está- "fuera de control". La crisis ecológica, la continua manifestación de riesgos y desarrollos dramáticos en el uso de la tecnología, la comunicación, las aplicaciones de la llamada inteligencia artificial y, en fin, las reivindicaciones de derechos contradictorios y la convulsión de la convivencia internacional, con la proliferación cada vez más amenazadora de las guerras... Como muy bien ha puesto de relieve el Prof. Francesc Torralba al recibir el Premio Ratzinger el pasado 30 de noviembre, Benedicto XVI ha abordado en profundidad las razones de la crisis de nuestra época, y ha propuesto a la cultura contemporánea, no rechazar la razón moderna, sino ampliar sus horizontes, devolviendo espacio a la razón ética y a la racionalidad de la fe.

La perspectiva de J. Ratzinger, ante los fracasos de la razón humana, no fue, pues, negarla o limitarla, sino ampliarla, invitarla a buscar con valentía no sólo cómo funciona el mundo, sino también por qué existe y cuál es el lugar del hombre en el cosmos y el sentido de su aventura.

No se puede negar que esta perspectiva, que es en cierto sentido una propuesta de diálogo con la cultura contemporánea, ha sido a menudo recibida con frialdad o a veces rechazada. El matemático Odifreddi, que se profesa ateo y a menudo adopta posiciones provocadoras, pero que de hecho intentó dialogar con Ratzinger, recibiendo de él una atención extraordinaria y respetuosa en los años posteriores a su dimisión, calificó el pontificado de Benedicto XVI de "trágico" precisamente por este aspecto: su propuesta cultural y su apertura, por un lado, y la falta de respuesta de los "hombres de cultura", por otro.  Personalmente, no estoy de acuerdo, porque creo que Benedicto XVI no fue tan ingenuo como para esperar una rápida respuesta favorable. Por el contrario, considero que la propuesta de Benedicto XVI es clarividente, conserva toda su validez y representa también para el futuro una vía de diálogo entre la ciencia y la fe, y más en general entre la cultura moderna y la fe, sobre la base de una profunda confianza en la razón humana. Mejor aún, que sea una vía elevada para el compromiso cristiano en el mundo contemporáneo, que no puede sustraerse a la fatiga de la reflexión sobre las causas de los problemas y a la búsqueda de un consenso basado en la verdad, y no en la precaria convergencia contingente de intereses y utilidades.

En la visión cristiana de Benedicto XVI, la ampliación de la razón llega a abarcar la lógica del amor, que se expresa en la lógica de la gratuidad y se traduce en fraternidad, solidaridad y reconciliación. La verdad y el amor se manifiestan plenamente en la encarnación del Logos, el Verbo de Dios.

Deus caritas est, Caritas in veritate, Laudato si', Fratelli tutti... Las principales palabras de los dos últimos pontificados se suceden con continuidad y coherencia. El compromiso de la Iglesia y de los cristianos y su responsabilidad en el destino de la historia humana en el mundo requieren tanto la razón como el amor, unidos en la luz que ofrece la fe. Los gestos concretos de caridad, a los que Francisco nos llama continuamente, piden ser insertados en el marco luminoso y coherente de la visión de la Iglesia como comunión, en camino en nuestro tiempo hacia el encuentro con Dios.

Hablando del Concilio Vaticano II en una carta -importante y para mí sorprendente- escrita tres meses antes de su muerte con ocasión de un Simposio organizado por la Fundación Ratzinger con la Universidad Franciscana de Steubenville, J. Ratzinger afirmaba con decisión que el Concilio había resultado "no sólo sensato, sino necesario" y proseguía: "Por primera vez ha surgido en su radicalidad la cuestión de una teología de las religiones. También el problema de la relación de la fe con el mundo de la razón pura. Ambas cuestiones no habían sido previstas". Así pues, al principio parecía que el Concilio amenazaba a la Iglesia, pero "entretanto se fue haciendo patente la necesidad de reformular la cuestión de la naturaleza y la misión de la Iglesia. De este modo va surgiendo lentamente la fuerza positiva del Concilio... En el Vaticano II la cuestión de la Iglesia en el mundo se ha convertido finalmente en la cuestión central".

El último Papa que participó en todo el Concilio y lo vivió desde dentro nos deja así un testimonio de su perenne actualidad, y nos anima a seguir desarrollando sin miedo sus gérmenes y consecuencias, reformulando la misión misma de la Iglesia en el mundo, comprometiendo a la razón y a la fe a trabajar juntas por el bien y la salvación de la humanidad y del mundo. La mirada se vuelve hacia el futuro con esperanza. El servicio de Benedicto XVI continúa en el movimiento más profundo de la Iglesia del Señor, guiada por Francisco y sus sucesores.


domingo, 31 de diciembre de 2023

NAVIDAD: San José y la Navidad, una homilía inédita de Benedicto XVI

 

(Vatican News) El dominical alemán Welt am Sonntag, vinculado al diario alemán Die Welt, ha publicado recientemente la versión alemana de una de las homilías pronunciadas por el Papa emérito durante las celebraciones dominicales privadas en la capilla del monasterio Mater Ecclesiae tras su renuncia.

El padre Federico Lombardi, presidente de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, explicó que existe una colección de homilías "privadas" de Benedicto XVI, grabadas y transcritas por las "Memores Domini", las consagradas que vivieron con él. La colección contiene más de treinta homilías, en italiano, de los años de su pontificado y más de cien de los primeros años después de su renuncia. El padre Lombardi la publicará próximamente como volumen en la Libreria Editrice Vaticana.

La homilía que sigue fue pronunciada para el cuarto domingo de Adviento, 22 de diciembre de 2013, y está dedicada principalmente a la figura de san José, presentada por el texto evangélico del día. A continuación reproducimos el texto íntegro.

 

Queridos amigos:

Junto a María, Madre del Señor, y a san Juan Bautista, hoy la liturgia nos presenta una tercera figura, que casi incorpora el Adviento: san José. Meditando el texto evangélico podemos ver, me parece, tres elementos constitutivos de esta visión.

El primero y decisivo es que San José es llamado "hombre justo". Esta es para el Antiguo Testamento la caracterización máxima de quien vive verdaderamente según la palabra de Dios, de quien vive la alianza con Dios.

Para entenderlo bien, debemos pensar en la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

El acto fundamental del cristiano es el encuentro con Jesús, en Jesús con la Palabra de Dios, que es Persona. Al encontrarnos con Jesús nos encontramos con la verdad, con el amor de Dios, y así la relación de amistad se convierte en amor, crece nuestra comunión con Dios, somos verdaderamente creyentes y nos convertimos en santos.

El acto fundamental en el Antiguo Testamento es diferente, porque Cristo era todavía algo futuro y, por tanto, en el mejor de los casos se iba al encuentro de Cristo, pero no era todavía un verdadero encuentro como tal. La palabra de Dios en el Antiguo Testamento tiene básicamente la forma de la ley - "Torá". Dios guía, ese es el significado, Dios nos muestra el camino. Es un camino de educación que forma al hombre según Dios y le capacita para el encuentro con Cristo. En este sentido, esta rectitud, este vivir según la ley es un camino hacia Cristo, una prolongación hacia Él; pero el acto fundamental es la observancia de la Torá, de la ley, y ser así "un hombre justo".

San José es de nuevo un justo ejemplar del Antiguo Testamento.

Pero aquí hay un peligro y al mismo tiempo una promesa, una puerta abierta.

El peligro aparece en las discusiones de Jesús con los fariseos y, sobre todo, en las cartas de San Pablo. El peligro consiste en que si la palabra de Dios es fundamentalmente ley, debe ser vista como una suma de prescripciones y prohibiciones, un paquete de normas, y la actitud debe ser, por tanto, observar las normas y por tanto ser correcto. Pero si la religión es así, no es más que eso, no nace una relación personal con Dios, y el hombre permanece en sí mismo, busca perfeccionarse, ser perfecto. Pero esto da lugar a la amargura, como vemos en el segundo hijo de la parábola del hijo pródigo, que, habiéndolo observado todo, al final se amarga e incluso tiene un poco de envidia de su hermano que, como él piensa, ha tenido vida en abundancia. Este es el peligro: la mera observancia de la ley se vuelve impersonal, solo un hacer, el hombre se vuelve duro e incluso amargado. Al final no puede amar a este Dios, que se presenta solamente con reglas y a veces incluso con amenazas. Este es el peligro.

La promesa, en cambio, es: podemos ver también estas prescripciones, no solo como un código, un paquete de reglas, sino como una expresión de la voluntad de Dios, en la que Dios me habla, yo hablo con Él. Entrando en esta ley entro en diálogo con Dios, conozco el rostro de Dios, empiezo a ver a Dios, y así estoy en camino hacia la palabra de Dios en persona, hacia Cristo. Y un verdadero justo como san José es así: para él la ley no es simplemente la observancia de unas normas, sino que se presenta como una palabra de amor, una invitación al diálogo, y la vida según la palabra es entrar en este diálogo y encontrar detrás de las normas y en las normas el amor de Dios, comprender que todas estas normas no sirven por sí mismas, sino que son normas de amor, sirven para que crezca en mí el amor. Así se comprende que, finalmente, toda ley es solo amor a Dios y al prójimo. Una vez que se ha encontrado esto, se ha observado toda la ley. Si uno vive en este diálogo con Dios, un diálogo de amor en el que busca el rostro de Dios, en el que busca el amor y hace comprender que todo lo dicta el amor está en camino hacia Cristo, es un verdadero justo. San José es un verdadero justo, por eso en él el Antiguo Testamento se convierte en Nuevo, porque en las palabras busca a Dios, a la persona, busca su amor, y toda observancia es vida en el amor.

Lo vemos en el ejemplo que nos ofrece este Evangelio. San José, comprometido con María, descubre que espera un hijo. Podemos imaginarnos su decepción: conocía a esta muchacha y la profundidad de su relación con Dios, su belleza interior, la extraordinaria pureza de su corazón; veía brillar en ella el amor de Dios y el amor a su palabra, a su verdad, y ahora se encuentra gravemente decepcionado. ¿Qué hacer? He aquí que la ley ofrece dos posibilidades, en las que aparecen dos caminos, el peligroso, el fatal, y el de la promesa. Puede demandar ante el tribunal y así exponer a María a la vergüenza, destruirla como persona. Puede hacerlo en privado con una carta de separación. Y san José, un hombre verdaderamente justo, aunque sufrió mucho, llega a la decisión de tomar este camino, que es un camino de amor en la justicia, de justicia en el amor, y san Mateo nos dice que luchó consigo mismo, en sí mismo con la palabra. En esta lucha, en este camino para comprender la verdadera voluntad de Dios, ha encontrado la unidad entre el amor y la regla, entre la justicia y el amor, y así, en su camino hacia Jesús, está abierto a la aparición del ángel, abierto a que Dios le dé a conocer que se trata de una obra del Espíritu Santo.

San Hilario de Poitiers, en el siglo IV, una vez, tratando del temor de Dios, dijo al final: "Todo nuestro temor está puesto en el amor", es solo un aspecto, un matiz del amor. Así que podemos decir aquí para nosotros: toda la ley está puesta en el amor, es una expresión del amor y debe cumplirse entrando en la lógica del amor. Y aquí hay que tener en cuenta que, incluso para nosotros los cristianos, existe la misma tentación, el mismo peligro que existía en el Antiguo Testamento: incluso un cristiano puede llegar a una actitud en la que la religión cristiana sea vista como un paquete de reglas, prohibiciones y normas positivas, de prescripciones. Se puede llegar a la idea de que solo se trata de cumplir prescripciones impersonales y así perfeccionarse, pero de este modo se vacía el fondo personal de la palabra de Dios y se llega a una cierta amargura y dureza del corazón. En la historia de la Iglesia vemos esto en el jansenismo. También nosotros conocemos este peligro, también nosotros sabemos personalmente que debemos superar siempre de nuevo este peligro y encontrar a la Persona y, en el amor a la Persona, el camino de la vida y la alegría de la fe. Ser justos es encontrar este camino, y por eso también nosotros estamos siempre de nuevo en camino del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento en la búsqueda de la Persona, del rostro de Dios en Cristo. Esto es precisamente el Adviento: salir de la pura norma hacia el encuentro del amor, salir del Antiguo Testamento, que se convierte en Nuevo.

Este es, pues, el primer y fundamental elemento de la figura de San José, tal como aparece en el Evangelio de hoy. Ahora, dos comentarios muy breves sobre el segundo y el tercer elemento.

El segundo: ve al ángel en sueños y escucha su mensaje. Esto supone una sensibilidad interior hacia Dios, una capacidad de percibir la voz de Dios, un don de discernimiento, que le hace capaz de discernir entre los sueños que son sueños y un verdadero encuentro con Dios. Solo porque san José estaba ya en camino hacia la Persona del Verbo, hacia el Señor, hacia el Salvador, pudo discernir; Dios pudo hablarle y él comprendió: esto no es un sueño, es la verdad, es la aparición de su ángel. Y así pudo discernir y decidir.

También es importante para nosotros esta sensibilidad a Dios, esta capacidad de percibir que Dios me habla, y esta capacidad de discernir. Por supuesto, Dios no nos habla normalmente como habló a través del ángel a José, pero también tiene sus modos de hablarnos. Son gestos de la ternura de Dios, que debemos percibir para encontrar alegría y consuelo, son palabras de invitación, de amor, incluso de petición en el encuentro con personas que sufren, que necesitan mi palabra o mi gesto concreto, una acción. Aquí hay que ser sensible, conocer la voz de Dios, comprender que ahora Dios me habla y responder.

Y así llegamos al tercer punto: la respuesta de San José a la palabra del ángel es la fe y luego la obediencia, que se cumple. Fe: comprendió que era realmente la voz de Dios, que no era un sueño. La fe se convierte en un fundamento sobre el que actuar, sobre el que vivir, es reconocer que es la voz de Dios, el imperativo del amor, que me guía por el camino de la vida, y luego hacer la voluntad de Dios. San José no era un soñador, aunque el sueño fue la puerta por la que Dios entró en su vida. Era un hombre práctico y sobrio, un hombre de decisión, capaz de organizarse. No fue fácil -creo- encontrar en Belén, porque no había sitio en las casas, el establo como lugar discreto y protegido y, a pesar de la pobreza, digno para el nacimiento del Salvador. Organizar la huida a Egipto, encontrar un lugar donde dormir cada día, vivir durante mucho tiempo: todo ello exigía un hombre práctico, con sentido de la acción, con capacidad para responder a los desafíos, para encontrar formas de sobrevivir. Y luego, a su regreso, la decisión de volver a Nazaret, de fundar aquí la patria del Hijo de Dios, muestra también que era un hombre práctico, que como carpintero vivía y hacía posible la vida cotidiana.

Así, san José nos invita, por una parte, a este camino interior en la Palabra de Dios, a estar cada vez más cerca de la persona del Señor, pero al mismo tiempo nos invita a una vida sobria, al trabajo, al servicio cotidiano para cumplir con nuestro deber en el gran mosaico de la historia.

Demos gracias a Dios por la hermosa figura de San José. Oremos: "Señor ayúdanos a abrirnos a Ti, a encontrar cada vez más tu rostro, a Amarte, a encontrar el amor en la norma, a enraizarnos, a realizarnos en el amor. Ábrenos al don del discernimiento, a la capacidad de escucharte y a la sobriedad de vivir según tu voluntad y en nuestra vocación". Amén.

BENEDICTO XVI

 

viernes, 29 de diciembre de 2023

APOLOGÉTICA HOY (audios): La razonabilidad de la fe en Dios

Programa radiofónico: " APOLOGÉTICA HOY, Colaboradores de la Verdad".

Director: Padre José Antonio Medina.

Tema del episodio Nº 05:

Tema: La razonabilidad de la fe en Dios

Contenido:

 

-      Oración inicial: “Plegaria por la vida humana naciente” de Benedicto XVI.

 

-      Magisterio de la Iglesia Católica:

 

“La razonabilidad de la fe en Dios” (Benedicto XVI, Catequesis del 21 de noviembre de 2012).

 

     Benedicto XVI: audio de la síntesis en español de su Catequesis del 21 de noviembre de 2012.

 

-      Oración final: “Madre, que no nos cansemos” de San Manuel González.

 

Fecha de emisión original en Radio María España el miércoles 27 de diciembre de 2023.

viernes, 3 de noviembre de 2023

PAPA FRANCISCO: Santa Misa en sufragio del difunto Sumo Pontífice Benedicto XVI

 


SANTA MISA EN SUFRAGIO DEL DIFUNTO SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI

Y DE LOS CARDENALES Y OBISPOS FALLECIDOS DURANTE EL AÑO

CAPILLA PAPAL

 HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 Basílica de San Pedro - Altar de la Cátedra

Viernes, 3 de noviembre de 2023

 

Jesús estaba a punto de entrar en Naím, los discípulos y «una gran multitud» caminaban con Él (cf. Lc 7,11). Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, otro cortejo marchaba en dirección opuesta; salía para enterrar al hijo único de una madre que se había quedado viuda. Y, dice el Evangelio: «Al verla, el Señor se conmovió» (Lc 7,13). Jesús ve y se deja conmover. Benedicto XVI, que hoy recordamos junto a los cardenales y obispos difuntos durante el año, en su primera Encíclica escribió que el programa de Jesús es un «corazón que ve» (Deus caritas est, 31). Cuántas veces nos ha recordado que la fe no es en primer lugar una idea que debamos entender o una moral que debamos asumir, sino una Persona que debemos encontrar, Jesucristo. Su corazón late con fuerza por nosotros, su mirada se apiada de nuestros sufrimientos.

El Señor detiene ante el dolor de esa muerte. Es interesante que precisamente en esta ocasión, por primera vez, el Evangelio de Lucas atribuye a Jesús el título de “Señor”: «el Señor se conmovió». Se le llama Señor —es decir, Dios, que domina todo— precisamente cuando se compadece de una madre viuda que ha perdido, con su único hijo, el motivo de vivir. Este es nuestro Dios, cuya divinidad resplandece al tocar nuestras miserias, porque su corazón es compasivo. La resurrección de aquel hijo, el don de la vida que vence a la muerte, brota precisamente de aquí, de la compasión del Señor que se conmueve ante nuestro mal extremo, la muerte. Qué importante es comunicar esta mirada de compasión a quien vive el dolor de la muerte de sus seres queridos.

La compasión de Jesús tiene una característica, es concreta. Él, dice el Evangelio, «se acercó y tocó el féretro» (Lc 7,14). Tocar el féretro de un muerto era inútil; en ese tiempo, además, se consideraba un gesto impuro, que contaminaba a quien lo hacía. Pero Jesús no repara en esto, su compasión elimina las distancias y lo lleva a hacerse cercano. Este es el estilo de Dios, hecho de cercanía, compasión y ternura. Y de pocas palabras. Cristo no da sermones sobre la muerte, sólo le dice a esa madre una cosa: «No llores» (Lc 7,13). ¿Por qué? ¿Está mal llorar? No, Jesús mismo llora en los Evangelios. Pero a esa madre le dice: No llores, porque con el Señor las lágrimas no duran para siempre, se terminan. Él es el Dios que, como profetiza la Escritura, «destruirá la Muerte» y «enjugará las lágrimas de todos los rostros» (Is 25,8; cf. Ap 21,4). Se ha apropiado de nuestras lágrimas para apartarlas de nosotros.

Esta es la compasión del Señor, que llega a reanimar a aquel hijo. Jesús lo hace, a diferencia de otros milagros, sin siquiera pedirle a la madre que tenga fe. ¿Por qué un prodigio tan extraordinario y raro? Porque aquí están implicados el huérfano y la viuda, que la Biblia indica, junto al forastero, como los más solos y abandonados, que no pueden poner su confianza en nadie más que en Dios. La viuda, el huérfano, el forastero. Son por tanto las personas más íntimas y queridas para el Señor. No se puede ser íntimos y queridos para el Señor ignorándolos, pues gozan de su protección y de su predilección, y nos acogerán en el cielo. La viuda, el huérfano y el forastero.

Dirigiendo hacia ellos nuestra mirada, obtenemos una lección importante, que condenso en la segunda palabra de hoy: humildad. El huérfano y la viuda son de hecho los humildes por excelencia, aquellos que, depositando toda su esperanza en el Señor y no en sí mismos, han situado el centro de la vida en Dios. No ponen su confianza en sus propias fuerzas, sino en Él, que se hace cargo de ellos. Los que rechazan toda presunción de autosuficiencia, se reconocen necesitados de Dios y se abandonan en Él, ellos son los humildes. Y son estos pobres en espíritu los que nos revelan la pequeñez que al Señor agrada, el camino que conduce al Cielo. Dios busca personas humildes, que esperan en Él, no en sí mismos y en sus propios planes. Hermanos y hermanas, esta es la humildad cristiana. No es una virtud entre otras, sino la actitud fundamental de nuestra vida, la de creernos necesitados de Dios y dejarle lugar, poniendo en Él toda nuestra confianza. Esta es la humildad cristiana.

Dios ama la humildad porque le permite interactuar con nosotros. Más aún, Dios ama la humildad porque Él mismo es humilde. Él desciende hasta nosotros, se abaja, no se impone, deja espacio. Dios no sólo es humilde, es humildad. «Tú eres humildad Señor», así rezaba san Francisco de Asís (cf. Alabanzas de Dios Altísimo, 4). Pensemos en el Padre, cuyo nombre está totalmente referido al Hijo, y no a sí mismo; y al Hijo, cuyo nombre está todo él en relación al Padre. Dios ama a aquellos que no están centrados en sí mismos, que no son el centro de todo, ama precisamente a los humildes. Aquellos que se le parecen más que ninguno. Por esta razón, como dice Jesús, «el que se humilla será ensalzado» (Lc 14,11). Y me gusta recordar aquellas palabras iniciales del Papa Benedicto: «humilde trabajador de la viña del Señor» (Urbi et Orbi, 19 abril 2005). Sí, el cristiano, sobre todo el Papa, los cardenales, los obispos, están llamados a ser humildes trabajadores: a servir, no a ser servidos; a pensar, antes que en sus propios beneficios, en los de la viña del Señor. Y qué hermoso es renunciar a sí mismos por la Iglesia de Jesús.

Hermanos, hermanas, pidamos a Dios una mirada compasiva y un corazón humilde. No nos cansemos de pedírselo, porque es en el camino de la compasión y de la humildad que el Señor nos da su vida, que vence a la muerte. Y recemos por nuestros queridos hermanos difuntos. Sus corazones han sido pastorales, compasivos y humildes, porque el sentido de sus vidas ha sido el Señor. Que en Él encuentren la paz eterna. Que se alegren con María, a quien el Señor ha ensalzado mirando su humildad (cf. Lc 1,48).

viernes, 17 de febrero de 2023

BENEDICTO XVI: Obispo autoriza oración para la devoción privada

 


(Por Walter Sánchez Silva en ACIPRENSA) Un obispo autorizó y publicó una oración para la devoción privada al Papa Benedicto XVI, fallecido el 31 de diciembre de 2022 a los 95 años en Roma.

Mons. Carlos Rossi Keller, Obispo de Frederico Westphalen, en el estado de Río Grande del Sur (Brasil), publicó la oración en portugués, español, francés e italiano.

“Como hijos de la Iglesia debemos rezar y pedir a Dios su descanso eterno en el Cielo”, dijo el Prelado al publicar la oración en portugués en su cuenta de Facebook.

“Pero como testigos de su entrega generosa a Dios y sabiendo que sus últimas palabras fueron ‘Señor, te amo’, también podemos pedir privadamente su intercesión”.

El Prelado precisa en el texto de la oración que “en conformidad con los decretos del Papa Urbano VIII, declaramos que en nada se pretende prevenir el juicio de la Autoridad eclesiástica y que esta oración no tiene finalidad alguna de culto público”.

Asimismo señala que las gracias atribuidas a la intercesión del Papa Benedicto XVI deben ser comunicadas al Vicariato de Roma, con una carta escrita a la siguiente dirección:

Emmo. Sr. Cardenal Vicario para la Diócesis de Roma

Piazza di S. Giovanni in Laterano

6, 00184 Roma RM, Italia.

 

A continuación, la oración que propone el Prelado, “que no debe ser rezada públicamente”:

 

Dios Todopoderoso y eterno,

que inspiraste en el corazón de tu siervo, el Papa Benedicto XVI,

el sincero deseo de encontrarte y anunciarte,

haciéndose un humilde “Cooperador de la Verdad”

y ofreciéndose como siervo, para Cristo y para la Iglesia.

Haz que también yo sepa amar a la Iglesia de Cristo

y pueda seguir en mi vida las verdades eternas que ella proclama.

 Dígnate, Señor, glorificar a tu siervo, el Papa Benedicto XVI

y concede, por su intercesión, la gracia que ahora te pido (hágase el pedido).

Amén.

 

Rezar el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria.




jueves, 5 de enero de 2023

BENEDICTO XVI: Las palabras del “Rogito”, un patrimonio sobre las verdades de la fe

 

El féretro con los restos del Papa emérito se cerró con algunos signos de dignidad pontificia en su interior y el texto que recuerda brevemente la historia de la vida y el ministerio de Joseph Ratzinger

Los últimos actos se realizaron en la discreción tras el interminable homenaje público. Después de tres días en el centro de la peregrinación ininterrumpida que tributaron más de 200.000 personas en la basílica vaticana, los restos mortales de Benedicto XVI fueron colocados en un féretro de ciprés, en el que se depositaron el palio, las monedas y medallas del pontificado y el “Rogito”, un texto conservado en un cilindro metálico que recuerda los rasgos más destacados de la vida y el ministerio del Papa emérito, desde su nacimiento hasta sus últimos días.

El texto del Rogito fue leído por el maestro de las celebraciones litúrgicas papales, monseñor Diego Ravelli. Tras el funeral presidido por el Papa Francisco, el féretro de ciprés fue colocado en un revestimiento de zinc y después en un ataúd de madera para ser finalmente enterrado en las Grutas Vaticanas.

A continuación el texto integral del “Rogito”:

 

A la luz de Cristo resucitado de entre los muertos, el 31 de diciembre del año del Señor 2022, a las 9.34 de la mañana, cuando terminaba el año y nos disponíamos a cantar el Te Deum por los muchos beneficios concedidos por el Señor, el amado Pastor emérito de la Iglesia, Benedicto XVI, pasó de este mundo al Padre. Toda la Iglesia, junto con el Santo Padre Francisco, acompañó en oración su tránsito.

Benedicto XVI fue el 265º Papa. Su memoria permanece en el corazón de la Iglesia y de toda la humanidad.

Joseph Aloisius Ratzinger, elegido Papa el 19 de abril de 2005, nació en Marktl am Inn, en la diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927. Su padre era comisario de la gendarmería y procedía de una familia de agricultores de la baja Baviera, cuyas condiciones económicas eran más bien modestas. Su madre era hija de artesanos de Rimsting, en el lago Chiem, y había sido cocinera en varios hoteles antes de casarse.

Pasó su infancia y adolescencia en Traunstein, una pequeña localidad cercana a la frontera austriaca, a unos treinta kilómetros de Salzburgo, donde recibió su educación cristiana, humana y cultural.

La época de su juventud no fue fácil. La fe y la educación de su familia le prepararon para la dura experiencia de los problemas asociados al régimen nazi, conociendo el clima de fuerte hostilidad hacia la Iglesia católica en Alemania. En esta compleja situación, descubrió la belleza y la verdad de la fe en Cristo.

De 1946 a 1951 estudió en la Escuela Superior de Filosofía y Teología de Freising y en la Universidad de Múnich. El 29 de junio de 1951 fue ordenado sacerdote, iniciando al año siguiente su actividad docente en la misma Escuela de Freising. Posteriormente fue docente en Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona.

En 1962 se convirtió en perito oficial del Concilio Vaticano II, como asistente del cardenal Joseph Frings. El 25 de marzo de 1977, el Papa Pablo VI le nombró arzobispo de Múnich y Freising, y fue ordenado obispo el 28 de mayo del mismo año. Como lema episcopal eligió "Cooperatores Veritatis".

El Papa Montini lo creó y nombró Cardenal, del Título de Santa Maria Consolatrice al Tiburtino, en el Consistorio del 27 de junio de 1977.

El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II le nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; y el 15 de febrero del año siguiente renunció al gobierno pastoral de la archidiócesis de Munich und Freising.

El 6 de noviembre de 1998 fue nombrado Vicedecano del Colegio Cardenalicio y el 30 de noviembre de 2002 pasó a ser Decano, tomando posesión del título de la Iglesia Suburbicaria de Ostia.

El viernes 8 de abril de 2005 presidió la misa funeral de Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro.

Por los cardenales reunidos en Cónclave fue elegido Papa el 19 de abril de 2005 y tomó el nombre de Benedicto XVI. Desde la Logia de las Bendiciones se presentó como un "humilde trabajador en la viña del Señor". El domingo 24 de abril de 2005 inició solemnemente su ministerio petrino.

Benedicto XVI puso el tema de Dios y de la fe en el centro de su pontificado, en una búsqueda continua del rostro del Señor Jesucristo y ayudando a todos a conocerlo, en particular mediante la publicación de la obra en tres volúmenes Jesús de Nazaret. Dotado de vastos y profundos conocimientos bíblicos y teológicos, tenía la extraordinaria capacidad de elaborar síntesis esclarecedoras sobre los principales temas doctrinales y espirituales, así como sobre cuestiones cruciales de la vida de la Iglesia y de la cultura contemporánea.

Promovió con éxito el diálogo con anglicanos, judíos y representantes de otras religiones; también reanudó los contactos con los sacerdotes de la Comunidad de San Pío X.

En la mañana del 11 de febrero de 2013, durante un Consistorio convocado para decisiones ordinarias sobre tres canonizaciones, después de que los cardenales hubieran votado, el Papa leyó en latín la siguiente declaración:

 

"Bene conscius sum hoc munus secundum suam essentiam spiritualem non solum agendo et loquendo exerceri debere, sed non minus patiendo et orando. Attamen in mundo nostri temporis rapidis mutationibus subiecto et quaestionibus magni ponderis pro vita fidei perturbato ad navem Sancti Petri gubernandam et ad annuntiandum Evangelium etiam vigor quidam corporis et animae necessarius est, qui ultimis mensibus in me modo tali minuitur, ut incapacitatem meam ad ministerium mihi commissum bene administrandum agnoscere debeam. Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commisso renuntiare ita ut a die 28 februarii MMXIII, hora 20, sedes Romae, sedes Sancti Petri vacet et Conclave ad eligendum novum Summum Pontificem ab his quibus competit convocandum esse".

 

En la última Audiencia General del pontificado, el 27 de febrero de 2013, al tiempo que agradecía a todos y cada uno el respeto y la comprensión con que había sido acogida su decisión, aseguró: "Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con esa entrega al Señor y a su Esposa que he tratado de vivir cada día hasta ahora y que quisiera vivir siempre".

Tras una breve estancia en la residencia de Castel Gandolfo, vivió los últimos años de su vida en el Vaticano, en el monasterio Mater Ecclesiae, dedicándose a la oración y la meditación.

El magisterio doctrinal de Benedicto XVI se resume en las tres encíclicas Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), Spe salvi (30 de noviembre de 2007) y Caritas in veritate (29 de junio de 2009). Entregó cuatro Exhortaciones Apostólicas a la Iglesia, numerosas Constituciones Apostólicas, Cartas Apostólicas, así como las Catequesis ofrecidas en las Audiencias Generales y en las alocuciones, incluidas las pronunciadas durante sus veinticuatro viajes apostólicos alrededor del mundo.

Ante el relativismo y el ateísmo práctico cada vez más difuso, en 2010, con el motu proprio Ubicumque et semper, instituyó el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, al que transfirió las competencias en materia de catequesis en enero de 2013.

Luchó con firmeza contra los delitos cometidos por representantes del clero contra menores o personas vulnerables, llamando constantemente a la Iglesia a la conversión, la oración, la penitencia y la purificación.

Como teólogo de reconocida autoridad, dejó un rico legado de estudios e investigaciones sobre las verdades fundamentales de la fe. 

 

CORPUS

BENEDICTI XVI P.M.

VIXIT A. XCV   M. VIII   D. XV

ECCLESIÆ UNIVERSÆ PRÆFUIT A. VII   M. X   D. IX

A D. XIX   M. APR.   A. MMV   AD D. XXVIII   M. FEB.   A. MMXIII

DECESSIT DIE XXXI M. DECEMBRIS ANNO DOMINI MMXXII

Semper in Christo vivas, Pater Sancte!


PAPA FRANCISCO: Homilía en la Misa exequial por el Sumo Pontífice Emérito Benedicto XVI

 


«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro —podríamos decir— capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos. El Señor, abierto a las historias que encontraba en el camino, se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta ver sus manos llagadas por amor: «Aquí están mis manos» (Jn 20,27), le dijo a Tomás, y lo dice a cada uno de nosotros: “aquí están mis manos”. Manos llagadas que salen al encuentro y no cesan de ofrecerse para que conozcamos el amor que Dios nos tiene y creamos en él (cf. 1 Jn 4,16) [1].

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» es la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero (cf. Is 29,16) el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2, 5). Entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: “Tú me perteneces… tú les perteneces”, susurra el Señor; “tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas” [2]. Es la condescendencia de Dios y su cercanía, capaz de ponerse en las manos frágiles de sus discípulos para alimentar a su pueblo y decir con Él: tomen y coman, tomen y beban, esto es mi cuerpo, cuerpo que se entrega por ustedes (cf. Lc 22,19). La synkatabasis total de Dios.

Entrega orante que se forja y acrisola silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar (cf. 1 P 1,6-7) y la confiada invitación a apacentar el rebaño (cf. Jn 21,17). Como el Maestro, lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el desgaste de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad está en lucha y sus hermanos ven peligrar su dignidad (cf. Hb 5,7-9). Encuentro de intercesión donde el Señor va gestando esa mansedumbre capaz de comprender, recibir, esperar y apostar más allá de las incomprensiones que esto puede generar. Fecundidad invisible e inaferrable, que nace de saber en qué manos se ha puesto la confianza (cf. 2 Tm 1,12). Confianza orante y adoradora, capaz de interpretar las acciones del pastor y ajustar su corazón y sus decisiones a los tiempos de Dios (cf. Jn 21,18): «Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia» [3].

Y también entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión: en la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 57), en el testimonio fecundo de aquellos que, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla; y en la terca pero paciente esperanza en que el Señor cumplirá su promesa, como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por siempre (cf. Lc 1,54-55).

También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida (cf. Mt 25,6-7).

San Gregorio Magno, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle esta compañía espiritual: «En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme». Es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado [4]. Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”.

Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.

PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

Jueves, 5 de enero de 2023

 

[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1.

[2] Cf. Íd., Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril de 2006.

[3] Íd., Homilía en la Misa de inicio del pontificado, 24 de abril de 2005.

[4] Cf. ibíd.

miércoles, 4 de enero de 2023

PAPA FRANCISCO: “Benedicto XVI hizo teología de rodillas”

 

El Pontífice prologa un libro que Editrice Vaticana publicará el 14 de enero y destaca “su capacidad de mostrar siempre nueva la profundidad de la fe cristiana".

“Benedicto XVI hizo teología de rodillas. Su argumentación de la fe fue realizada con la devoción de un hombre que ha entregado todo de sí mismo a Dios y que, bajo la guía del Espíritu Santo, buscó una penetración cada vez mayor en el misterio del Jesús que le había fascinado desde su juventud”.

Así escribe el Papa Francisco sobre su antecesor y lo hace en un prólogo que este miércoles COPE.es y ECCLESIA publican en exclusiva en español. El libro, de la Editrice Vaticana, titulado “Dios es siempre nuevo”, saldrá a la luz el próximo 14 de enero recogiendo los pensamientos espirituales de Benedicto XVI.

Prólogo completo

Estoy contento que el lector pueda tener en sus manos este texto de pensamientos espirituales del fallecido Papa Benedicto XVI. El título expresa uno de los aspectos más característicos del magisterio y de la visión de la fe de mi predecesor: sí, Dios es siempre nuevo porque es fuente y razón de la belleza, de la gracia y de la verdad. Dios nunca es repetitivo, Dios nos sorprende, Dios trae novedad. La frescura espiritual que se desprende de estas páginas, lo confirman con intensidad.

Benedicto XVI hizo teología de rodillas. Su argumentación de la fe fue realizada con la devoción de un hombre que ha entregado todo de sí mismo a Dios y que, bajo la guía del Espíritu Santo, buscó una penetración cada vez mayor en el misterio del Jesús que le había fascinado desde su juventud.

La colección de pensamientos espirituales presentados en estas páginas demuestra la capacidad creativa de Benedicto XVI para indagar en los diversos aspectos del cristianismo con una fecundidad de imágenes, lenguaje y perspectiva que se convierten en un estímulo continuo para cultivar el precioso don de acoger a Dios en la propia vida. El modo en que Benedicto XVI supo hacer interactuar corazón y razón, pensamiento y afecto, racionalidad y emoción, es un modelo fecundo sobre cómo hablar a todos de la fuerza disruptiva del Evangelio.

El lector lo verá confirmado en estas páginas, que representan -también gracias a la competencia del editor, a quien va nuestro más sincero agradecimiento- una especie de "síntesis espiritual" de los escritos de Benedicto XVI: aquí brilla su capacidad de mostrar siempre nueva la profundidad de la fe cristiana. Basta con un pequeño florilegio. "Dios es un acontecimiento de amor", expresión que por sí sola hace plena justicia a una teología siempre armoniosa entre razón y afecto. "¿Qué podría salvarnos si no es el amor?", preguntó a los jóvenes en la vigilia de oración de Colonia en 2005, una meditación que se recuerda oportunamente aquí, planteando una pregunta que recuerda a Fëdor Dostoevskij. Y cuando habla de la Iglesia, la pasión eclesial le hace pronunciar palabras impregnadas de pertenencia y afecto: "No somos un centro de producción, no somos una empresa con ánimo de lucro, somos Iglesia”.

La profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger, basado en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia es una ayuda para nosotros también hoy. Estas páginas abordan una gama de temas espirituales y son un incentivo para que permanezcamos abiertos al horizonte de eternidad que el cristianismo lleva en su ADN. El de Benedicto XVI es y seguirá siendo un pensamiento y un magisterio fecundos en el tiempo, porque ha sabido centrarse en las referencias fundamentales de nuestra vida cristiana: en primer lugar, la persona y la palabra de Jesucristo, y después las virtudes teologales, es decir, la caridad, la esperanza y la fe. Y por ello toda la Iglesia le estará agradecida. Para siempre.

En Benedicto XVI, una devoción incesante y un magisterio iluminado se han fundido en una armoniosa alianza. ¡Cuántas veces ha hablado de la belleza con palabras conmovedoras! Benedicto siempre consideró la belleza como un medio privilegiado para abrir a los hombres a lo trascendente y poder así encontrarse con Dios, que para él era la tarea más elevada y la misión más urgente de la Iglesia. En particular, la música era para él un arte vecino con el que elevar el espíritu y la interioridad. Pero esto no desvió su atención, como verdadero hombre de fe, de las grandes y espinosas cuestiones de nuestro tiempo, observadas y analizadas con juicio consciente y valiente espíritu crítico. De la escucha de la Escritura, leída en la tradición siempre viva de la Iglesia, supo extraer desde su juventud esa sabiduría útil e indispensable para establecer un diálogo con la cultura de su tiempo, como confirman estas páginas.

Agradecemos sinceramente a Dios por habernos dado al Papa Benedicto XVI: con su palabra y su testimonio, nos ha enseñado que mediante la reflexión, el pensamiento, el estudio, la escucha, el diálogo y, sobre todo, la oración, es posible servir a la Iglesia y hacer el bien a toda la humanidad; nos ofreció herramientas intelectuales vivas para que todo creyente pudiera dar razones de su esperanza utilizando una forma de pensar y de comunicar comprensible para sus contemporáneos. Su intención fue constante: entrar en diálogo con todos para buscar juntos los caminos a través de los cuales podemos encontrar a Dios.

Esta búsqueda del diálogo con la cultura de su tiempo ha sido siempre un deseo ardiente de Joseph Ratzinger: él, como teólogo primero y como pastor después, nunca se ha limitado a una cultura puramente intelectualista, desvinculada de la historia de los hombres y del mundo. Con su ejemplo de intelectual rico en amor y entusiasmo, que etimológicamente significa estar en Dios, nos mostró la posibilidad de que buscar la verdad es posible, y que dejarse poseer por ella es lo más alto que puede alcanzar el espíritu humano. En este viaje, todas las dimensiones del ser humano, razón y fe, inteligencia y espiritualidad, tienen su propio papel y especificidad.

PAPA FRANCISCO

domingo, 1 de enero de 2023

BENEDICTO XVI: Mi testamento espiritual

 


Ayer, 31 de diciembre de 2022 se ha publicado el documento redactado por el Papa emérito el 29 de agosto de 2006, a continuación, el texto completo:

 

Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.

Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día.

Benedicto PP XVI