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domingo, 28 de mayo de 2023

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo A - 8º Domingo de Pascua: Pentecostés

 


“Manda tu Espíritu, Señor, y renovarás la faz de la tierra” (Salmo 104, 30).

“El Espíritu del Señor llena todo el mundo, y él, que mantiene todo unido, habla con sabiduría” (Misal Romano). Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día de Pentecostés, cuando los apóstoles y los que estaban con ellos “se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hc 2, 49).

Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Jesús: “cuando yo me fuere, os lo enviaré” (Jn 16, 7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al cielo: “seréis bautizados en el Espíritu Santo” (Hc 1, 5); como también es el cumplimiento de sus palabras: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, ríos de agua viva manarán de su seno” (Jn 7, 37-38). Comentando este último episodio, nota el evangelista: “Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeren en él, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (ib 39). No había sido dado en su plenitud, pero no quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio lo atestigua de Isabel, de Simeón y de muchos otros más. Jesús lo declaró de sus apóstoles en la vigilia de su muerte: “vosotros le conocéis porque permanece con vosotros” (Jn 14, 17); y aún más en la tarde de Pascua, cuando apareciéndose a los once en el cenáculo, “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).

El Espíritu Santo es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La donación del Espíritu Santo a los apóstoles en la tarde de la resurrección demuestra que ese don inefable está estrechamente unido al misterio pascal; es el supremo don de Cristo que, habiendo muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el derecho y el poder de concedérselo. La bajada del Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completa este don, y se realiza no de una manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es su acto conclusivo.

Cuando los hombres, impulsados por el orgullo y casi desafiando a Dios, quisieron construir la famosa torre de Babel, no podían entenderse (Gn 11, 1-9, primera lectura de la Misa de la Vigilia de Pentecostés). Con la bajada del Espíritu Santo sucedió lo contrario: no confusión de lenguas, sino el “don” de lenguas que permitía una inteligencia recíproca entre los hombres “de cuantas naciones hay bajo el cielo” (Hc 2, 5); ya no más separación, sino fusión entre gentes de los más diversos pueblos. Esta es la obra fundamental del Espíritu Santo: realizar la unidad, hacer de pueblo y de hombres diversos un solo pueblo, el pueblo de Dios fundado en el amor que el divino Paráclito ha venido a derramar en los corazones.

San Pablo recuerda este pensamiento escribiendo a los Corintios: “Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu” (1 Cr 12, 13). El divino Paráclito, Espíritu de amor, es espíritu y vínculo de unión entre los creyentes de los cuales constituye un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Esta obra, comenzada el día de Pentecostés, está ordenada a renovar la faz de la tierra, como un día renovó el corazón de los apóstoles, rompiendo su mentalidad ligada al judaísmo, para lanzarlos a la conquista del mundo entero, sin distinción de razas o de religiones. Esta empresa fue facilitada de manera concreta con el don de las lenguas que permitió a la Iglesia primitiva difundirse con mayor rapidez. Y si con el tiempo ese don ha cesado, fue sustituido, y lo es todavía hoy, por otro don no menos poderoso para atraer a los hombres al Evangelio y unirles entre sí: el amor.

El lenguaje del amor es comprendido por todos: doctos e ignorantes, connacionales y extranjeros, creyentes e incrédulos. Por eso precisamente tanto la Iglesia entera como cada uno de los fieles tienen necesidad de que se renueve en ellos Pentecostés. Aunque el Espíritu Santo esté ya presente, hay que continuar pidiendo: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor” (Versículo del Aleluya). Pentecostés no es un episodio que se cumplió cincuenta días después de la Pascua y ha quedado ya cerrado y concluido; es una realidad siempre actual en la Iglesia. El Espíritu Santo, presente ya en los creyentes por razón de esta presencia suya en la Iglesia, los hace cada vez más deseosos de recibirlo con mayor plenitud, dilatando él mismo sus corazones para que sean capaces de recibirlo con efusiones cada vez más copiosas.

 

“¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí como un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de tus dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo del alma.

Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, libre, pacífica, suave, quieta y serena aun en medio del dolor, ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles, solicita con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte”. (Sor Carmela del Espíritu Santo, Escritos inéditos).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

domingo, 5 de junio de 2022

8º Domingo de Pascua - Ciclo C: Pentecostés

 

Texto del Evangelio: Jn 20,19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

viernes, 3 de junio de 2022

LITURGIA: “En Pentecostés el Espíritu Santo nos guía a las alturas de Dios”

 


Queridos amigos y hermanos: les comparto el texto completo de la homilía que el Santo Padre Benedicto XVI predicó el 27 de mayo de 2012 en la Solemnidad de Pentecostés. En su homilía el Pontífice se refirió al “misterio” de esta solemnidad, que constituye, dijo, el “bautismo de la Iglesia”, “la forma inicial”, “el impulso para su misión”:

Queridos hermanos y hermanas: estoy feliz por celebrar con ustedes esta Santa Misa, animada hoy, también por el Coro de la Academia de Santa Cecilia y por la Orquesta Juvenil –a la que agradezco-, en la Solemnidad de Pentecostés. Este misterio constituye el bautismo de la Iglesia, es un evento que le ha dado, por así decir, la forma inicial y el impulso para su misión. Y esta «forma» y este «impulso» son siempre válidos, siempre actuales, y se renuevan de modo particular mediante las acciones litúrgicas. Esta mañana quisiera detenerme en un aspecto esencial del misterio de Pentecostés, que en nuestros días conserva toda su importancia.

Pentecostés es la fiesta de la unión, de la comprensión y de la comunión humana. Todos podemos constatar cómo en nuestro mundo, aun si estamos cada vez más cercanos unos de otros con el desarrollo de los medios de comunicación, y las distancias geográficas parecen desaparecer, la comprensión y la comunión entre las personas muchas veces es superficial y difícil. Permanecen desequilibrios que no rara vez conducen a conflictos; el diálogo entre las generaciones se hace fatigoso y en ocasiones prevalece la contraposición; asistimos a eventos cotidianos en los cuales nos parece que los hombres se están haciendo más agresivos y malhumorados; comprenderse parece demasiado difícil y se prefiere permanecer en el propio yo, en los propios intereses. En esta situación ¿podemos verdaderamente encontrar y vivir aquella unidad de la que tenemos tanta necesidad?

La narración de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la primera lectura (cfr At 2,1-11), contiene en fondo uno de los últimos grandes frescos que encontramos al inicio del Antiguo Testamento: la antigua historia de la construcción de la Torre de Babel (cfr Gen 11,1-9). Pero ¿qué cosa es Babel? Es la descripción de un reino en el que los hombres han concentrado tanto poder de llegar a pensar en no tener que hacer mas referencia a un Dios lejano y de ser talmente fuertes, de poder construir por sí solos un camino que conduzca al cielo para abrir sus puertas y colocarse en el lugar de Dios. Pero justo en esta situación se verifica algo extraño y singular. Mientras los hombres estaban trabajando juntos para construir la torre, de repente se dieron cuenta que estaban construyendo el uno contra el otro. Mientras trataban de ser como Dios, corrían el peligro de no ser más ni siquiera hombres, porque habían perdido un elemento fundamental del ser personas humanas: la capacidad de ponerse de acuerdo, de entenderse y de actuar juntos.

Este pasaje bíblico contiene una perenne verdad; lo podemos ver a lo largo de la historia, pero también en nuestro mundo. Con el progreso de la ciencia y de la técnica hemos alcanzado el poder de dominar las fuerzas de la naturaleza, de manipular los elementos, de fabricar seres vivientes, llegando casi hasta el mismo ser humano. En esta situación, orar a Dios parece algo superado, inútil, porque nosotros mismos podemos construir y realizar todo aquello que queremos. Pero no nos percatamos de que estamos reviviendo la misma experiencia de Babel. Es verdad, hemos multiplicado las posibilidades de comunicar, de obtener informaciones, de transmitir noticias, pero ¿podemos decir que haya crecido la capacidad de comprendernos, o tal vez, paradójicamente, nos comprendemos menos? Entre los hombres ¿no parece tal vez serpentear un sentido de desconfianza, de sospecha, de temor recíproco, hasta convertirnos inclusive peligrosos los unos para los otros? Regresamos entonces a la pregunta inicial: ¿Puede haber verdaderamente unidad, concordia? Y ¿cómo?

La respuesta la encontramos en la Sagrada Escritura: la unidad puede existir solamente con el don del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva, una capacidad nueva de comunicar. Ésto es aquello que se verificó en Pentecostés. Aquella mañana, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso sopló sobre Jerusalén y la llama del Espíritu Santo descendió sobre los discípulos congregados, se posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor, capaz de transformar. El temor desapareció, el corazón sintió una nueva fuerza, las lenguas se liberaron e iniciaron a hablar con franqueza, en modo que todos pudieran comprender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado. En Pentecostés, donde había división y enajenamiento, nacieron la unidad y la comprensión.

Pero miremos el Evangelio de hoy, en el que Jesús afirma «Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad» (Jn 16,13). Aquí Jesús, hablando del Espíritu Santo, nos explica qué cosa es la Iglesia y cómo ella debe vivir para ser sí misma, para ser el lugar de la unidad y de la comunión en la Verdad; nos dice que actuar como cristianos significa no permanecer cerrados en el propio «yo», sino orientarse hacia el todo; significa acoger en sí mismos a la Iglesia toda entera o, aún mejor, dejar interiormente que ella nos acoja. Entonces, cuando hablo, pienso, actúo como cristiano, no lo hago encerrándome en mi yo, sino que lo hago siempre en el todo y a partir de todo: así el Espíritu Santo, Espíritu de unidad y de verdad, puede continuar resonando en los corazones y en las mentes de los hombres e impulsándolos a encontrarse y acogerse recíprocamente. El Espíritu, justamente por el hecho de que actúa así, nos introduce en toda la verdad, que es Jesús, nos guía en el profundizarla, en comprenderla: nosotros no crecemos en el conocimiento cerrándonos en nuestro yo, sino solamente siendo capaces de escuchar y de compartir, solamente en el «nosotros» de la Iglesia, con una actitud de profunda humildad interior. Y así se hace cada vez más claro por qué Babel es Babel y Pentecostés es Pentecostés. Donde los hombres quieren hacerse Dios, pueden solo ponerse el uno contra el otro. Donde en cambio se colocan en la verdad del Señor, se abren a la acción de su Espíritu que los sostiene y une.

La contraposición entre Babel y Pentecostés resuena también en la segunda lectura, donde el Apóstol dice: “Los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne” (Gal 5,16). San Pablo nos explica que nuestra vida personal está marcada por un conflicto interior, por una división entre los impulsos que provienen de la carne y aquellos que provienen del Espíritu; y nosotros no podemos seguirlos todos. No podemos, en efecto, ser contemporáneamente egoístas y generosos, seguir la tendencia de dominar sobre los demás y sentir la alegría del servicio desinteresado. Debemos siempre elegir cual impulso seguir y lo podemos hacer en modo auténtico solamente con la ayuda del Espíritu de Cristo. San Pablo menciona las obras de la carne, son los pecados de egoísmo y de violencia, como enemistad, discordia, rivalidad, desacuerdos; son pensamientos y acciones que no nos hacen vivir en modo verdaderamente humano y cristiano, en el amor. Es una dirección que conduce a perder la propia vida. En cambio el Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de la vida divina que está en nosotros. Afirma, en efecto, san Pablo: «El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz» (Gal 5,22). Notamos que el Apóstol usa el plural para describir las obras de la carne, que provocan la dispersión del ser humano, mientras usa el singular para definir la acción del Espíritu, habla de «fruto», igual que como a la dispersión de Babel se contrapone la unidad de Pentecostés.

Queridos amigos, debemos vivir según el Espíritu de unidad y de verdad, y por esto debemos orar para que el Espíritu nos ilumine y nos guíe para vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, y para acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia. La narración de Lucas sobre Pentecostés nos dice que Jesús antes de subir al cielo les pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos para prepararse para recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo a la espera del evento prometido (cfr At 1,14). En recogimiento con María, como en su nacimiento, la Iglesia también hoy ora: «Veni Sancte Spiritus! – Ven Espíritu Santo, colma los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.

miércoles, 1 de junio de 2022

APUNTES PARA UNA IGLESIA SINODAL (audios): La relación de Dios Espíritu Santo con la Iglesia Católica



Tema del episodio Nº 17

La relación de Dios Espíritu Santo con la Iglesia Católica

“Apuntes para una Iglesia sinodal, es un micro programa radiofónico de evangelización, realizado por el sacerdote y escritor argentino residente en España, José Antonio Medina Pellegrini, que se emite dentro del Programa “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Getafe.

Su día y horario de emisión es el domingo a las 09:45 hs y es transmitido por Cope Madrid Regional 101.0, y Cope Pinares 90.5 y 92.2 (estas frecuencias se escuchan en la zona sur de Madrid), desde el mes de diciembre de 2021.

miércoles, 26 de mayo de 2021

LAS FLORECILLAS DEL PAPA FRANCISCO (audios): ¿Crees que el Espíritu Santo es solo una palomita?


Tema del episodio Nº 15

¿Crees que el Espíritu Santo es solo una palomita?

“Las florecillas del Papa Francisco”, es un micro programa radiofónico de evangelización, realizado por el sacerdote y escritor argentino residente en España, José Antonio Medina Pellegrini, que se emite dentro del Programa “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Getafe.

Su día y horario de emisión es el domingo a las 09:45 hs y es transmitido por Cope Madrid Regional 101.0, y Cope Pinares 90.5 y 92.2 (estas frecuencias se escuchan en la zona sur de Madrid), desde el mes de febrero de 2021.

domingo, 23 de mayo de 2021

Domingo VIII de Pascua - Ciclo B: Pentecostés

 

Texto del Evangelio: Jn 20,19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


martes, 9 de junio de 2020

¡BUENOS DÍAS, ÁVILA! (audios): El influjo del Espíritu Santo en la vida pública



Tema de esta emisión:

El influjo del Espíritu Santo en la vida pública

Este ciclo radiofónico incluye una serie de reflexiones del Padre José Medina que nos pretenden hacer ver el nuevo día con ilusión y esperanza, centrados en Cristo Jesús.

¡Buenos días, Ávila! se emitió originalmente en días rotativos a las 8 de la mañana durante los años  2009-2010 en Cadena Cope Ávila, España.

lunes, 1 de junio de 2020

HOMILÍAS (audios): Solemnidad de Pentecostés

Homilía pronunciada el Domingo 31 de mayo de 2020 por el Padre José Medina en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés, en el Monasterio de la Encarnación de las Hermanas Pobres Clarisas de Valdemoro, Madrid, España.




“Señor, enséñame a proceder según el Espíritu Santo, para obrar según Él, fundamentando mi vida en la humildad, que es la verdad, que es ubicación, que es proporción, que es paz, que es alegría, porque es sujeción a las mociones divinas.

Espíritu Santo, fuente de luz, ilumíname. Espíritu Santo, fuente de sabiduría, guíame. Espíritu Santo, fuente de amor, lléname. Espíritu Santo, dulce huésped de mi alma, permaneced en mí, y que yo permanezca siempre en ti. Amén.”

domingo, 31 de mayo de 2020

Domingo VIII de Pascua - Ciclo A: Pentecostés



Texto del Evangelio: Jn 20,19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

sábado, 30 de mayo de 2020

ESPÍRITU SANTO: ¿Qué pasó en Pentecostés y quién es el Espíritu Santo?


Queridos amigos y hermanos: estando ya en las vísperas de la Solemnidad de Pentecostés, es bueno preguntarnos qué pasó ese día y quién es el Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-5, nos dice:

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, y muchos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la "Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.

El Espíritu Santo, el Don de Dios

"Dios es Amor" (Jn 4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". (Rom 5,5).

Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13); es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Por el Espíritu Santo nosotros podemos decir que "Jesús es el Señor ", es decir para entrar en contacto con Cristo es necesario haber sido atraído por el Espíritu Santo.

Mediante el Bautismo se nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo.

Vida de fe. El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Sin embargo, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Sólo en los "últimos tiempos", inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y acoge como Persona.

El Paráclito. Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.

El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.

Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad acerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.

Símbolos

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:

Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.

Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.

Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.

Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.

Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.

La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".

La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

El Espíritu Santo y la vida cristiana

A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.

El don del Espíritu Santo es el que: nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar; nos permite conocerlo y amarlo; hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.

La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.

Dones del Espíritu Santo

Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Estos dones son:

Don de Ciencia: es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.

Don de consejo: saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.

Don de Fortaleza: es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.

Don de Inteligencia: es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.

Don de Piedad: el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
Don de Sabiduría: es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.

Don de Temor: es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.

Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia y Castidad.

lunes, 2 de marzo de 2020

EL CREDO COMENTADO POR BENEDICTO XVI (audios): Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo




Tema del episodio Nº 16 del ciclo:

“Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”

“El credo comentado por Benedicto XVI”, es un micro programa de evangelización, realizado por el sacerdote, periodista y escritor argentino residente en España, José Antonio Medina Pellegrini, que se emite dentro del Programa “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Getafe.

Su día y horario de emisión es el domingo a las 09:45 hs y es transmitido por Cope Comunidad 101.0 FM y Cope Pinares 92.2 FM (estas frecuencias se escuchan en la zona sur de Madrid), desde el mes de noviembre de 2019 hasta finales de 2020.