Queridos amigos y hermanos:
estando ya en las vísperas de la Solemnidad de Pentecostés, es bueno
preguntarnos qué pasó ese día y quién es el Espíritu Santo. El libro de los Hechos
de los Apóstoles 2, 1-5, nos dice:
“Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del
cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la
casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego
que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos
del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu
les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, y muchos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”.
Según el Catecismo de la
Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la "Tercera Persona de la Santísima
Trinidad". Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas
distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús
en su Evangelio.
El Espíritu Santo coopera con
el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero
es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu
se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor
Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino
como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
El
Espíritu Santo, el Don de Dios
"Dios es Amor" (Jn
4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor
"Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado". (Rom 5,5).
Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13); es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Por el Espíritu Santo nosotros podemos decir que "Jesús es el Señor ", es decir para entrar en contacto con Cristo es necesario haber sido atraído por el Espíritu Santo.
Mediante el Bautismo se nos da
la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el
Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son
conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede
la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de
Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento
del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el
Espíritu Santo.
Vida de fe. El Espíritu Santo
con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia
en la vida nueva. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Sin
embargo, es el "último" en la revelación de las personas de la
Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo coopera con
el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta
su consumación. Sólo en los "últimos tiempos", inaugurados con la
Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y
se le reconoce y acoge como Persona.
El Paráclito. Palabra del griego
"parakletos", que literalmente significa "aquel que es
invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el
consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os
dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que,
poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende
del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación
eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado
"otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con
la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.
Espíritu de la Verdad: Jesús
afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn
14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de
despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien
después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha
anunciado y revelado.
El Paráclito, es la verdad,
como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el
espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el
error es el primer momento de dicha actuación.
Permanecer y obrar en la
verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de
Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y
es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad acerca de Dios, del
hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.
Símbolos
Al Espíritu Santo se le
representa de diferentes formas:
Agua: El
simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo
nacimiento.
Unción:
Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En
el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser
testigo de Cristo.
Fuego:
Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
Nube y luz:
Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende
sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte
Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una
nube.
Sello: Es un
símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del
Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
La Mano: Mediante
la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el
"don del Espíritu".
La Paloma: En el
Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre
Él.
El
Espíritu Santo y la vida cristiana
A partir del Bautismo, el
Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza
del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a
habitar en cada uno de nosotros.
El don del Espíritu Santo es
el que: nos eleva y asimila a Dios en
nuestro ser y en nuestro obrar; nos permite conocerlo y
amarlo; hace que nos abramos a las
divinas personas y que se queden en nosotros.
La vida del cristiano es una
existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la
santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él,
el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone
a la voluntad de Dios.
Dones
del Espíritu Santo
Para que el cristiano pueda
luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones
permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Estos dones son:
Don de Ciencia: es el
don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz
invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
Don de consejo: saber
decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario
conforme a la voluntad de Dios.
Don de Fortaleza: es el
don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una
fuerza sobrenatural.
Don de Inteligencia: es el
del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para
acercarse a Dios.
Don de Piedad: el
corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y
el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama
en las almas.
Don de Sabiduría: es
concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que
presentimos de la obra divina.
Don de Temor: es el
don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia
divina.
Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son: Caridad,
Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fe,
Modestia, Continencia y Castidad.
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