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martes, 19 de marzo de 2024

SANTORAL: San José, Esposo virginal de María y Padre putativo de Jesús

 

Icono de San José*

Queridos amigos y hermanos del blog: San José es modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte. A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Santísima Virgen María.

Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1,45; 6,42; Lucas 4,22) el carpintero (Mateo 12,55). No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!

San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue "santo" desde antes de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor.

Vida de San José

Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. San Mateo (1,16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3,23), su padre era Helí.  Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.

Según San Mateo 13,55 y Marcos 6,3, San José era un "tekton". La palabra significa en particular que era carpintero. San Justino lo confirma y la tradición ha aceptado esta interpretación.

Si el matrimonio de San José con María Santísima ocurrió antes o después de la Encarnación aun es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo a Santo Tomás, opinan que en la Anunciación, la Virgen María estaba solo prometida a José.  Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos.

Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero... ejemplo para todos nosotros.

Amor virginal

Ambos recibieron extraordinarias gracias a las que siempre supieron corresponder. San José y María Santísima permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús.  La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma más pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.

El matrimonio fue auténtico, pero al mismo tiempo, según San Agustín y otros, los esposos tenían la intención de permanecer en el estado virginal. Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible condena a lapidación, pensaba retirarse cuando el ángel del Señor se le apareció en sueño:

"Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer." (Mt. 1,19-20, 24).

Unos meses mas tarde, llegó el momento para San José y María de partir hacia Belén para empadronarse según el decreto de Cesar Augustus. Esto vino en muy difícil momento ya que ella estaba en cinta. (cf. Lucas 2,1-7).

En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació su Hijo. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, san Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lucas 2,33).

Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mateo 2,13).  San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.

San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto.   Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada.

Una vez mas por medio del ángel del Señor, supo de la muerte de Herodes: "«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel.  Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea" (Mateo 2,22).

Fue así que la Sagrada Familia regresó a Nazaret. Desde entonces el único evento que conocemos relacionado con San José es la "pérdida" de Jesús al regreso de la anual peregrinación a Jerusalén (cf. Lucas 2,42-51).  San José y la Virgen lo buscaban por tres angustiosos días hasta encontrarlo en el Templo.  Dios quiso que este santo varón nos diera ejemplo de humildad en la vida escondida de su sagrada familia y su taller de carpintería.

Lo más probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla más de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.

Devoción a San José

La devoción a San José se fundamenta en que este hombre "justo" fue escogido por Dios para ser el esposo de María Santísima y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra.  Durante los primeros siglos de la Iglesia la veneración se dirigía principalmente a los mártires. Quizás se veneraba poco a San José para enfatizar la paternidad divina de Jesús. Pero, así todo, los Padres (San Agustín, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, entre otros), ya nos hablan de San José.  Según San Callistus, esta devoción comenzó en el Oriente donde existe desde el siglo IV, relata también que la gran basílica construida en Belén por Santa Elena había un hermoso oratorio dedicado a nuestro santo.

San Pedro Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes" El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento". Y así se desarrollaba el carácter de José, crecía "de virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad.

En el Occidente, referencias a (Nutritor Domini) San José aparecen  en el siglo IX en martirologios locales y en el 1129 aparece en Bologna la primera iglesia a él dedicada.  Algunos santos del siglo XII comenzaron a popularizar la devoción a San José entre ellos se destacaron San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudiz y Santa Brígida de Suecia. Según Benito XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), "La opinión general de los conocedores es que los Padres del Carmelo fueron los primeros en importar del Oriente al Occidente la laudable práctica de ofrecerle pleno culto a San José".

San José se introdujo en el calendario Romano en el 19 de Marzo. Desde entonces su devoción ha seguido creciendo en popularidad.  En 1621 Gregorio XV la elevó a fiesta de obligación. Benedicto XIII introdujo a San José en la letanía de los santos en 1726.

San Bernardino de Siena: "... siendo María la dispensadora de las gracias que Dios concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de creer que enriqueciese de ella a su esposo San José, a quién tanto amaba, y del que era respectivamente amada?" Y así, José crecía en virtud y en amor para su esposa y su Hijo, a quién cargaba en brazos en los principios, luego enseñó su oficio y con quién convivió durante treinta años.

Los franciscanos fueron los primeros en tener la fiesta de los desposorios de La Virgen con San José. Esta fiesta eventualmente se extendió por todo el reino español. La devoción a San José se arraigó entre los obreros durante el siglo XIX.  El crecimiento de popularidad movió a Pío IX, el mismo un gran devoto, a extender a la Iglesia universal la fiesta del Patronato (1847) y en diciembre del 1870 lo declaró Santo Patriarca, patrón de la Iglesia Católica. San Leo XIII y Pío X fueron también devotos de San José. Este últimos aprobó en 1909 una letanía en honor a San José.

San Alfonso María de Ligorio nos hace reflexionar: "¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?" José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos.

*Icono san José, Parroquia Ntra. Sra. de Madrid, Técnica: Temple al huevo sobre tabla. Oro de 24 kilates, Hecho por mano de Juan José de Julián, Donado a la parroquia por Dña. Dolores.

viernes, 9 de febrero de 2024

SAN JOSÉ: Los santos que más han difundido su devoción en la historia de la Iglesia


“San José, terror de demonios”. San José es invocado como “terror de los demonios”, por estar unido siempre a la Virgen María, quien pisa la cabeza de la serpiente. En la imagen San José aparece pisando el dragón, el antiguo demonio o Satanás, rodeado por los 26 santos, beatos y venerables que más han contribuido a extender su devoción a lo largo de la historia.

Esta es un obra de la artista americana Bernadette Carstensen por encargo del P. Donald Calloway, asistente del rector del Santuario Nacional de la Divina Misericordia en Stockbridge, Massachusetts.


A continuación se añade el esquema donde vienen los nombres de los personajes:

Las imágenes y la idea original de esta publicación es de la Congregación Madres de Desamparados y San José de la Montaña, Valencia, España.


viernes, 2 de febrero de 2024

SAN JOSÉ: Oración a San José, Terror de los demonios

 


Oración a San José, Terror de los demonios

San José, Terror de los demonios, lanza tu solemne mirada sobre el demonio y todos sus secuaces, y protégenos con tu poderosa vara.

Huiste de noche para evitar los malvados planes del maligno; ahora, con el poder de Dios, ¡aniquila a los demonios que huyen de ti!

Te suplicamos que protejas especialmente a los sacerdotes y consagrados, a los niños, a las madres y padres, a las familias, a los ancianos, y a los enfermos y moribundos.

Por la gracia de Dios, ningún demonio se atreve a acercarse cuando tú estás cerca, y por eso te pedimos que ¡siempre estés junto a nosotros!

¡San José, Terror de los demonios, ruega por nosotros!

Amén.


viernes, 26 de enero de 2024

SAN JOSÉ: Exorcista explica por qué San José es “el terror de los demonios”

 

(Escrito por Walter Sánchez Silva para AciPrensa)  El P. Francisco Torres Ruiz, exorcista y experto en liturgia de la Diócesis de Plasencia (España), explica por qué San José es invocado como el "el terror de los demonios".

En entrevista con EWTN Noticias, el sacerdote indicó que una de las partes del exorcismo es el rezo de las letanías de los santos y, al mencionar sus nombres, el diablo puede o no reaccionar.

"A veces, cuando al demonio ya se le tiene doblegado y se consigue arrancarle alguna verdad, porque Dios le obliga a hacerlo, significa que esos santos a los que él ha reaccionado con más violencia están presentes en el exorcismo" de manera espiritual, precisó el P. Torres.

Durante el exorcismo, prosiguió el sacerdote, los santos "protegen al fiel, rezan con nosotros, rezan con el exorcista y con las personas que están en ese momento en la sala o en la capilla rezando, imploran a Dios, interceden por nosotros".

"Hay veces que los mismos santos han incluso exhortado y ordenado al demonio que deje en paz a la persona", destacó.

El papel de San José en los exorcismos

"Con San José he tenido una experiencia preciosa, porque San José, en la lucha contra el mal, está íntimamente unidos a la batalla que pelea también la Santísima Virgen María", relató el sacerdote.

"Hay que tener en cuenta que San José es un hombre justo, así lo define la Biblia, que San José es un hombre casto, y por tanto él nunca tuvo tentación ninguna de aprovecharse de la Virgen o convivir maritalmente con el acto conyugal con la Virgen María", continuó.

El P. Torres resaltó que San José quiso repudiar a la Virgen María en secreto cuando supo que estaba embarazada, porque "era más el amor que tenía a la Virgen Santísima que su justicia como hombre".

Por todo ello, subrayó el exorcista, "el diablo a San José le tiene un odio especial".

El sacerdote hizo notar que, en la lucha contra el mal, "San José es invocado como 'terror de los demonios', unido siempre a la Virgen María, que pisó la cabeza de la serpiente".

"Y como dice a veces un poco el imaginario popular, San José, como buen carpintero, con el hacha que usaba para cortar la madera le corta la cola a la serpiente".

domingo, 31 de diciembre de 2023

NAVIDAD: San José y la Navidad, una homilía inédita de Benedicto XVI

 

(Vatican News) El dominical alemán Welt am Sonntag, vinculado al diario alemán Die Welt, ha publicado recientemente la versión alemana de una de las homilías pronunciadas por el Papa emérito durante las celebraciones dominicales privadas en la capilla del monasterio Mater Ecclesiae tras su renuncia.

El padre Federico Lombardi, presidente de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, explicó que existe una colección de homilías "privadas" de Benedicto XVI, grabadas y transcritas por las "Memores Domini", las consagradas que vivieron con él. La colección contiene más de treinta homilías, en italiano, de los años de su pontificado y más de cien de los primeros años después de su renuncia. El padre Lombardi la publicará próximamente como volumen en la Libreria Editrice Vaticana.

La homilía que sigue fue pronunciada para el cuarto domingo de Adviento, 22 de diciembre de 2013, y está dedicada principalmente a la figura de san José, presentada por el texto evangélico del día. A continuación reproducimos el texto íntegro.

 

Queridos amigos:

Junto a María, Madre del Señor, y a san Juan Bautista, hoy la liturgia nos presenta una tercera figura, que casi incorpora el Adviento: san José. Meditando el texto evangélico podemos ver, me parece, tres elementos constitutivos de esta visión.

El primero y decisivo es que San José es llamado "hombre justo". Esta es para el Antiguo Testamento la caracterización máxima de quien vive verdaderamente según la palabra de Dios, de quien vive la alianza con Dios.

Para entenderlo bien, debemos pensar en la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

El acto fundamental del cristiano es el encuentro con Jesús, en Jesús con la Palabra de Dios, que es Persona. Al encontrarnos con Jesús nos encontramos con la verdad, con el amor de Dios, y así la relación de amistad se convierte en amor, crece nuestra comunión con Dios, somos verdaderamente creyentes y nos convertimos en santos.

El acto fundamental en el Antiguo Testamento es diferente, porque Cristo era todavía algo futuro y, por tanto, en el mejor de los casos se iba al encuentro de Cristo, pero no era todavía un verdadero encuentro como tal. La palabra de Dios en el Antiguo Testamento tiene básicamente la forma de la ley - "Torá". Dios guía, ese es el significado, Dios nos muestra el camino. Es un camino de educación que forma al hombre según Dios y le capacita para el encuentro con Cristo. En este sentido, esta rectitud, este vivir según la ley es un camino hacia Cristo, una prolongación hacia Él; pero el acto fundamental es la observancia de la Torá, de la ley, y ser así "un hombre justo".

San José es de nuevo un justo ejemplar del Antiguo Testamento.

Pero aquí hay un peligro y al mismo tiempo una promesa, una puerta abierta.

El peligro aparece en las discusiones de Jesús con los fariseos y, sobre todo, en las cartas de San Pablo. El peligro consiste en que si la palabra de Dios es fundamentalmente ley, debe ser vista como una suma de prescripciones y prohibiciones, un paquete de normas, y la actitud debe ser, por tanto, observar las normas y por tanto ser correcto. Pero si la religión es así, no es más que eso, no nace una relación personal con Dios, y el hombre permanece en sí mismo, busca perfeccionarse, ser perfecto. Pero esto da lugar a la amargura, como vemos en el segundo hijo de la parábola del hijo pródigo, que, habiéndolo observado todo, al final se amarga e incluso tiene un poco de envidia de su hermano que, como él piensa, ha tenido vida en abundancia. Este es el peligro: la mera observancia de la ley se vuelve impersonal, solo un hacer, el hombre se vuelve duro e incluso amargado. Al final no puede amar a este Dios, que se presenta solamente con reglas y a veces incluso con amenazas. Este es el peligro.

La promesa, en cambio, es: podemos ver también estas prescripciones, no solo como un código, un paquete de reglas, sino como una expresión de la voluntad de Dios, en la que Dios me habla, yo hablo con Él. Entrando en esta ley entro en diálogo con Dios, conozco el rostro de Dios, empiezo a ver a Dios, y así estoy en camino hacia la palabra de Dios en persona, hacia Cristo. Y un verdadero justo como san José es así: para él la ley no es simplemente la observancia de unas normas, sino que se presenta como una palabra de amor, una invitación al diálogo, y la vida según la palabra es entrar en este diálogo y encontrar detrás de las normas y en las normas el amor de Dios, comprender que todas estas normas no sirven por sí mismas, sino que son normas de amor, sirven para que crezca en mí el amor. Así se comprende que, finalmente, toda ley es solo amor a Dios y al prójimo. Una vez que se ha encontrado esto, se ha observado toda la ley. Si uno vive en este diálogo con Dios, un diálogo de amor en el que busca el rostro de Dios, en el que busca el amor y hace comprender que todo lo dicta el amor está en camino hacia Cristo, es un verdadero justo. San José es un verdadero justo, por eso en él el Antiguo Testamento se convierte en Nuevo, porque en las palabras busca a Dios, a la persona, busca su amor, y toda observancia es vida en el amor.

Lo vemos en el ejemplo que nos ofrece este Evangelio. San José, comprometido con María, descubre que espera un hijo. Podemos imaginarnos su decepción: conocía a esta muchacha y la profundidad de su relación con Dios, su belleza interior, la extraordinaria pureza de su corazón; veía brillar en ella el amor de Dios y el amor a su palabra, a su verdad, y ahora se encuentra gravemente decepcionado. ¿Qué hacer? He aquí que la ley ofrece dos posibilidades, en las que aparecen dos caminos, el peligroso, el fatal, y el de la promesa. Puede demandar ante el tribunal y así exponer a María a la vergüenza, destruirla como persona. Puede hacerlo en privado con una carta de separación. Y san José, un hombre verdaderamente justo, aunque sufrió mucho, llega a la decisión de tomar este camino, que es un camino de amor en la justicia, de justicia en el amor, y san Mateo nos dice que luchó consigo mismo, en sí mismo con la palabra. En esta lucha, en este camino para comprender la verdadera voluntad de Dios, ha encontrado la unidad entre el amor y la regla, entre la justicia y el amor, y así, en su camino hacia Jesús, está abierto a la aparición del ángel, abierto a que Dios le dé a conocer que se trata de una obra del Espíritu Santo.

San Hilario de Poitiers, en el siglo IV, una vez, tratando del temor de Dios, dijo al final: "Todo nuestro temor está puesto en el amor", es solo un aspecto, un matiz del amor. Así que podemos decir aquí para nosotros: toda la ley está puesta en el amor, es una expresión del amor y debe cumplirse entrando en la lógica del amor. Y aquí hay que tener en cuenta que, incluso para nosotros los cristianos, existe la misma tentación, el mismo peligro que existía en el Antiguo Testamento: incluso un cristiano puede llegar a una actitud en la que la religión cristiana sea vista como un paquete de reglas, prohibiciones y normas positivas, de prescripciones. Se puede llegar a la idea de que solo se trata de cumplir prescripciones impersonales y así perfeccionarse, pero de este modo se vacía el fondo personal de la palabra de Dios y se llega a una cierta amargura y dureza del corazón. En la historia de la Iglesia vemos esto en el jansenismo. También nosotros conocemos este peligro, también nosotros sabemos personalmente que debemos superar siempre de nuevo este peligro y encontrar a la Persona y, en el amor a la Persona, el camino de la vida y la alegría de la fe. Ser justos es encontrar este camino, y por eso también nosotros estamos siempre de nuevo en camino del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento en la búsqueda de la Persona, del rostro de Dios en Cristo. Esto es precisamente el Adviento: salir de la pura norma hacia el encuentro del amor, salir del Antiguo Testamento, que se convierte en Nuevo.

Este es, pues, el primer y fundamental elemento de la figura de San José, tal como aparece en el Evangelio de hoy. Ahora, dos comentarios muy breves sobre el segundo y el tercer elemento.

El segundo: ve al ángel en sueños y escucha su mensaje. Esto supone una sensibilidad interior hacia Dios, una capacidad de percibir la voz de Dios, un don de discernimiento, que le hace capaz de discernir entre los sueños que son sueños y un verdadero encuentro con Dios. Solo porque san José estaba ya en camino hacia la Persona del Verbo, hacia el Señor, hacia el Salvador, pudo discernir; Dios pudo hablarle y él comprendió: esto no es un sueño, es la verdad, es la aparición de su ángel. Y así pudo discernir y decidir.

También es importante para nosotros esta sensibilidad a Dios, esta capacidad de percibir que Dios me habla, y esta capacidad de discernir. Por supuesto, Dios no nos habla normalmente como habló a través del ángel a José, pero también tiene sus modos de hablarnos. Son gestos de la ternura de Dios, que debemos percibir para encontrar alegría y consuelo, son palabras de invitación, de amor, incluso de petición en el encuentro con personas que sufren, que necesitan mi palabra o mi gesto concreto, una acción. Aquí hay que ser sensible, conocer la voz de Dios, comprender que ahora Dios me habla y responder.

Y así llegamos al tercer punto: la respuesta de San José a la palabra del ángel es la fe y luego la obediencia, que se cumple. Fe: comprendió que era realmente la voz de Dios, que no era un sueño. La fe se convierte en un fundamento sobre el que actuar, sobre el que vivir, es reconocer que es la voz de Dios, el imperativo del amor, que me guía por el camino de la vida, y luego hacer la voluntad de Dios. San José no era un soñador, aunque el sueño fue la puerta por la que Dios entró en su vida. Era un hombre práctico y sobrio, un hombre de decisión, capaz de organizarse. No fue fácil -creo- encontrar en Belén, porque no había sitio en las casas, el establo como lugar discreto y protegido y, a pesar de la pobreza, digno para el nacimiento del Salvador. Organizar la huida a Egipto, encontrar un lugar donde dormir cada día, vivir durante mucho tiempo: todo ello exigía un hombre práctico, con sentido de la acción, con capacidad para responder a los desafíos, para encontrar formas de sobrevivir. Y luego, a su regreso, la decisión de volver a Nazaret, de fundar aquí la patria del Hijo de Dios, muestra también que era un hombre práctico, que como carpintero vivía y hacía posible la vida cotidiana.

Así, san José nos invita, por una parte, a este camino interior en la Palabra de Dios, a estar cada vez más cerca de la persona del Señor, pero al mismo tiempo nos invita a una vida sobria, al trabajo, al servicio cotidiano para cumplir con nuestro deber en el gran mosaico de la historia.

Demos gracias a Dios por la hermosa figura de San José. Oremos: "Señor ayúdanos a abrirnos a Ti, a encontrar cada vez más tu rostro, a Amarte, a encontrar el amor en la norma, a enraizarnos, a realizarnos en el amor. Ábrenos al don del discernimiento, a la capacidad de escucharte y a la sobriedad de vivir según tu voluntad y en nuestra vocación". Amén.

BENEDICTO XVI

 

miércoles, 28 de junio de 2023

LA LUZ DE FRANCISCO (audios): La devoción a San José



Tema del episodio Nº 32 del ciclo:

La devoción a San José 

“La luz de Francisco”, es un micro programa de evangelización, realizado por el sacerdote argentino José Antonio Medina Pellegrini, que se emitió todos los viernes a las 13:30 hs por Cadena Cope Cádiz, España, desde octubre de 2013 a junio de 2014.

El programa cuenta con una particularidad muy importante: la sintonía del mismo ha sido escrita e interpretada por Palito Ortega en homenaje al Papa Francisco y regalada al Padre José Medina para que le acompañe en este programa de evangelización, que adopta su nombre de esta misma canción.

viernes, 26 de agosto de 2022

LITURGIA: El Papa Francisco añadió una mención fija a San José en el canon de todas las misas

Queridos amigos y hermanos del blog: el Papa Francisco ha añadido una mención justo después de la referencia a «María, la Virgen Madre de Dios», a «su esposo San José» en el canon de todas las misas.

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó el pasado 19 de junio de 2014 un decreto, fechado el 1 de mayo y firmado por el prefecto de ese dicasterio, el cardenal Antonio Cañizares Llovera, por el cual dispone que también en las Plegarias eucarísticas II, III y IV del Misal Romano, después de la Bienaventurada Virgen María, se mencione el nombre de su esposo San José.

“En la Iglesia Católica -dice el decreto- los fieles han manifestado siempre una devoción ininterrumpida a San José y han honrado solemne y constantemente la memoria del esposo castísimo de la Madre de Dios y Patrón celeste de toda la Iglesia, hasta el punto de que ya el beato Juan XXIII durante el Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II decretó que se añadiera su nombre en el antiquísimo Canon Romano. El Sumo Pontífice Benedicto XVI acogió con benevolencia y aprobó los devotos deseos que llegaron por escrito procedentes de múltiples lugares, y que ahora ha confirmado el Sumo Pontífice Francisco, confirmando la plenitud de la comunión de los Santos que, en un tiempo peregrinos junto a nosotros en el mundo, nos conducen a Cristo y nos unen a Él”.

El cambio en el texto de la parte fija de la misa puede ser incorporado desde el pasado 19 de junio por los sacerdotes que la celebren, sin esperar a que se publiquen las nuevas ediciones del misal.

Siguiendo el ejemplo de Juan XXIII, que añadió durante el Concilio Vaticano II una mención a San José en el Canon Romano (el número I), el Papa Francisco ha aprobado extender ese cambio a los cánones II, III y IV, haciéndolo universal.

Los nuevos textos de la Plegaria eucarística en español son:

- Plegaria Eucarística II: “con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y”…

- Plegaria Eucarística III: “con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires”…

- Plegaria Eucarística IV: “con María, la Virgen Madre de Dios, con su esposo san José, con los apóstoles y los santos”…

“Por lo que respecta a los textos en lengua latina -especifica el texto- se utilizarán las fórmulas que desde ahora se declaran típicas. La misma Congregación se ocupará de las traducciones en las lenguas occidentales de mayor difusión; las que se redacten en otras lenguas tendrá que elaborarse, según las normas del derecho, por las respectivas Conferencias episcopales y confirmadas por la Sede Apostólica a través de este dicasterio”.

El Papa Francisco tiene una gran devoción a San José y por eso celebró la misa de Inauguración de Pontificado el 19 de marzo, dedicando a las virtudes de José y a su tarea de custodio de Jesús, una parte entrañable de su homilía: “Hemos escuchado en el Evangelio que ‘José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer’ (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: ‘Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo’ (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).”

Además en su Escudo Papal en la parte inferior se contempla la estrella y la flor de nardo. La estrella, según la antigua tradición heráldica, simboliza a la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia; la flor de nardo indica a san José, patrono de la Iglesia universal. En la tradición iconográfica hispánica, en efecto, san José se representa con un ramo de nardo en la mano. Al incluir en su escudo estas imágenes el Papa desea expresar su especial devoción hacia la Virgen Santísima y san José.

sábado, 30 de abril de 2022

SAN JOSÉ: “Jesús aprende de san José el oficio de carpintero”

 


Queridos amigos y hermanos: ante más de 70 mil fieles, en la Plaza de San Pedro, el Obispo de Roma, el 1 de mayo de 2013, pidió una opción decidida contra la trata de personas y el trabajo que esclaviza. Y haciendo hincapié en la dignidad humana de los trabajadores e invitando a la solidaridad, se dirigió también en particular a los responsables de la cosa pública. En su catequesis central en italiano, Francisco se detuvo sobre san José obrero y la Virgen María «dos figuras tan importantes en la vida de Jesús, de la Iglesia y en nuestra vida». Más adelante en su catequesis, Francisco destacó que en el silencio del quehacer cotidiano, san José, junto con María, tienen un sólo centro común de atención: Jesús. Ellos acompañan y custodian con empeño y ternura, el crecimiento del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, reflexionando sobre todo lo que sucedía

Texto completo de la catequesis central del Papa en italiano, traducido al español:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días

Hoy primero de mayo, celebramos a san José obrero y comenzamos el mes dedicado tradicionalmente a la Virgen. En este encuentro, quisiera detenerme entonces sobre estas dos figuras tan importantes en la vida de Jesús, de la Iglesia y en nuestra vida, con dos breves pensamientos: el primero sobre el trabajo y el segundo sobre la contemplación de Jesús.

1. En el Evangelio de san Mateo, en uno de los momentos en que Jesús vuelve a su país, a Nazaret, y habla en la sinagoga, se subraya el asombro de sus paisanos por su sabiduría y la pregunta que se plantean: ¿No es este el hijo del carpintero? (13,55). Jesús entra en nuestra historia, viene en medio de nosotros, naciendo de María por obra de Dios, pero con la presencia de san José, el padre legal que lo custodia y le enseña también su trabajo. Jesús nace y vive en una familia, en la Santa Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret, compartiendo con él el empeño, la fatiga, la satisfacción y también las dificultades de cada día.

Ello nos recuerda la dignidad y la importancia del trabajo. El Libro del génesis narra que Dios creó el hombre y la mujer confiándoles la tarea de llenar la tierra y de dominarla, que no significa explotarla, sino cultivarla y custodiarla, cuidarla con la propia obra (cfr. Gen 1,28 – 2,15). El trabajo forma parte del plan de amor de Dios ¡nosotros estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes de la creación y de este modo participamos en la obra de creación! El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. El trabajo – para usar una imagen, nos ‘unge’ de dignidad, nos llena de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja, actúa siempre (cfr. Jn 5,17); da la capacidad de mantenerse a sí mismos, a la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia nación.

Y aquí pienso en las dificultades que, en varios países, encuentra hoy el mundo del trabajo y de la empresa; pienso en cuantos, y no sólo jóvenes, están desempleados, muchas veces debido a una concepción economicista de la sociedad, que busca el provecho egoísta, más allá de los parámetros de la justicia social.

Deseo dirigir a todos la invitación a la solidaridad y a los responsables de la cosa pública la exhortación a que realicen todo esfuerzo para dar nuevo impulso a la ocupación; ello significa preocuparse por la dignidad de la persona; pero sobre todo quisiera decir que no hay que perder la esperanza; también san José también tuvo momentos difíciles, pero nunca perdió la confianza y supo superarlos, en la certeza de que Dios no nos abandona

Y luego quisiera dirigirme en particular a ustedes chicos y chicas, y jóvenes: empéñense en su deber cotidiano, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la ayuda a los demás; el porvenir de ustedes depende también de cómo saben vivir estos años preciosos de la vida. No tengan miedo del compromiso, del sacrificio y no miren con miedo al futuro, mantenga viva la esperanza: siempre una luz en el horizonte.

Añado una palabra sobre otra situación de trabajo que me preocupa: me refiero a lo que podríamos definir como el ‘trabajo esclavo’, el trabajo que esclaviza. Cuántas personas, en todo el mundo, son víctimas de este tipo de esclavitud, en la que es la persona la que sirve al trabajo, mientras debe ser el trabajo el que brinde un servicio a las personas para que tengan dignidad. Pido a los hermanos y hermanas en la fe y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad una opción decidida contra la trata de personas, dentro de la cual figura el ‘trabajo esclavo’.

2. Aludo al segundo pensamiento: en el silencio del quehacer cotidiano, san José, junto con María, tienen un sólo centro común de atención: Jesús. Ellos acompañan y custodian con empeño y ternura, el crecimiento del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, reflexionando sobre todo lo que sucedía. En los Evangelios, san Lucas subraya dos veces la actitud de María, que es también la de san José: ‘conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón’ (2,19.51)

Para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración. Cada uno de nosotros, también ustedes chicos, chicas y jóvenes, tan numerosos esta mañana, deberían preguntarse: ¿qué espacio doy al Señor? Me detengo a dialogar con Él? Desde cuando éramos pequeños, nuestros padres nos han acostumbrado a iniciar y a concluir el día con una oración, para educarnos a sentir que la amistad y el amor de Dios nos acompañan. ¡Acordémonos más del Señor en nuestras jornadas!

En este mes de mayo, quisiera recordar la importancia y la belleza de la oración del santo Rosario. Rezando el Ave María, somos conducidos a contemplar los misterios de Jesús, es decir a reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como para María y para san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de nuestras atenciones y de nuestras acciones. ¡Sería hermoso si, sobre todo en este mes de mayo, se rezase juntos en familia, con los amigos, en Parroquia, el santo Rosario o alguna oración a Jesús y a la Virgen María! La oración en conjunto es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida familiar, la amistad! ¡Aprendamos a rezar cada vez más en familia y como familia!

Queridos hermanos y hermanas, pidamos a san José y a la Virgen María que nos enseñen a ser fieles a nuestros compromisos cotidianos, a vivir nuestra fe en las acciones de cada día y a dar más espacio al Señor en nuestra vida, a detenernos para contemplar su rostro.

Papa Francisco

jueves, 17 de febrero de 2022

SAN JOSÉ: Catequesis del Papa Francisco - 12. San José, Patrono de la Iglesia universal

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Concluimos hoy el ciclo de catequesis sobre la figura de San José. Estas catequesis son complementarias a la Carta apostólica Patris corde, escrita con ocasión de los 150 años de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia Católica, por parte del beato Pío IX. ¿Pero qué significa este título? ¿Qué quiere decir que San José es “patrón de la Iglesia”? Sobre esto quisiera reflexionar hoy con vosotros.

También en este caso son los Evangelios los que nos dan la clave de lectura más correcta. De hecho, al final de cada historia que ve a José como protagonista, el Evangelio anota que él toma consigo al Niño y a su madre y hace lo que Dios le ha ordenado (cfr.  Mt 1,24; 2,14.21). Resalta así el hecho de que José tiene la tarea de proteger a Jesús y a María. Él es su principal custodio: «De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe» [1] (Cart. ap. Patris corde, 5), y este tesoro es custodiado por san José.

En el plan de la salvación no se puede separar el Hijo de la Madre, de aquella que avanzó «en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), como nos recuerda el Concilio Vaticano II.

Jesús, María y José son en un cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia. Jesús es Hombre y Dios, María, la primera discípula, es la Madre; y José, el custodio. Y también nosotros «debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia» (Patris corde, 5). Y aquí hay una huella muy hermosa de la vocación cristiana: custodiar. Custodiar la vida, custodiar el desarrollo humano, custodiar la mente humana, custodiar el corazón humano, custodiar el trabajo humano. El cristiano es —podemos decir— como san José: debe custodiar. Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino custodiar la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia. El Hijo del Altísimo vino al mundo en una condición de gran debilidad: Jesús nació así, débil, débil. Quiso tener necesidad de ser defendido, protegido, cuidado. Dios se ha fiado de José, como hizo María, que en él ha encontrado el esposo que la ha amado y respetado y siempre ha cuidado de ella y del Niño. En este sentido, «san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (ibid.).

Este Niño es Aquel que dirá: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Por tanto, toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el “Niño” que José custodia. Y nosotros somos invitados a custodiar a esta gente, estos hermanos y hermanas nuestros, como lo ha hecho José. Por esto, él es invocado como protector de todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos, y también de los moribundos —hablamos de ello el pasado miércoles—. Y también nosotros debemos aprender de José a “custodiar” estos bienes: amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia. Cada una de estas realidades es siempre el Niño y su madre (cfr. Patris corde, 5). Nosotros debemos custodiar, porque con esto custodiamos a Jesús, como lo ha hecho José.

Hoy es común, es de todos los días criticar a la Iglesia, subrayar las incoherencias —hay muchas—, subrayar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si, en el fondo del corazón, nosotros amamos a la Iglesia así como es. Pueblo de Dios en camino, con muchos límites, pero con muchas ganas de servir y amar a Dios. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del sacerdote y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiar el uno del otro, custodiarnos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de custodiarlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo? ¡Debemos custodiar, siempre custodiar!

Queridos hermanos y hermanas, os animo a pedir la intercesión de san José precisamente en los momentos más difíciles de vuestras vidas y de vuestras comunidades. Allí donde nuestros errores se convierten en escándalo, pidamos a san José la valentía de enfrentar la verdad, de pedir perdón y empezar de nuevo humildemente. Allí donde la persecución impide que el Evangelio sea anunciado, pidamos a san José la fuerza y la paciencia de saber soportar abusos y sufrimientos por amor al Evangelio. Allí donde los medios materiales y humanos escasean y nos hacen experimentar la pobreza, sobre todo cuando estamos llamados a servir a los últimos, los indefensos, los huérfanos, los enfermos, los descartados de la sociedad, recemos a san José para que haya para nosotros Providencia. ¡Cuántos santos se han dirigido a él! ¡Cuántas personas en la historia de la Iglesia han encontrado en él un patrón, un custodio, un padre!

Imitemos su ejemplo y por esto, todos juntos, rezamos hoy; rezamos a san José con la oración que puse en la conclusión de la Carta Patris corde, encomendándole nuestras intenciones y, de forma especial, la Iglesia que sufre y que está en la prueba. Y ahora, vosotros tenéis en mano en diferentes idiomas, creo que cuatro, la oración, y creo que estará también en la pantalla, así juntos, cada uno en su idioma, puede rezar a san José.


Salve, custodio del Redentor

y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,

en ti María depositó su confianza,

contigo Cristo se forjó como hombre.

 

Oh, bienaventurado José,

muéstrate padre también a nosotros

y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,

y defiéndenos de todo mal. Amén.


PAPA FRANCISCO

Audiencia General, Aula Pablo VI,
Miércoles, 16 de febrero de 2022.

[1]S. Rituum Congreg.,  Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870):  ASS 6 (1870-71), 193; B. Pío IX, Carta ap.  Inclytum Patriarcham (7 julio 1871):  l.c., 324-327.

jueves, 10 de febrero de 2022

SAN JOSÉ: Catequesis del Papa Francisco - 11. San José, Patrono de la buena muerte

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la pasada catequesis, estimulados una vez más por la figura de san José, reflexionamos sobre el significado de la comunión de los santos. Y precisamente a partir de ella, hoy quisiera profundizar en la devoción especial que el pueblo cristiano siempre ha tenido por san José como patrono de la buena muerte. Una devoción nacida del pensamiento de que José murió con la presencia de la Virgen María y de Jesús, antes de que ellos dejaran la casa de Nazaret. No hay datos históricos, pero como no se ve más a José en la vida pública, se cree que murió ahí en Nazaret, con su familia. Y para acompañarlo en la muerte estaban Jesús y María.

El Papa Benedicto XV, hace un siglo, escribía que «a través de José nosotros vamos directamente a María, y, a través de María, al origen de toda santidad, que es Jesús». Tanto José como María nos ayudan a ir a Jesús. Y animando las prácticas devotas en honor de san José, aconsejaba una en particular, y decía así: «Siendo merecidamente considerado como el más eficaz protector de los moribundos, habiendo muerto con la presencia de Jesús y María, será cuidado de los sagrados Pastores inculcar y fomentar [...] aquellas piadosas asociaciones que se han establecido para suplicar a José en favor de los moribundos, como las “de la Buena Muerte”, del “Tránsito de San José” y “por los Agonizantes”» (Motu proprio Bonum sane, 25 de julio de 1920): eran las asociaciones de la época.

Queridos hermanos y hermanas, quizá alguno piensa que este lenguaje y este tema sean solo un legado de pasado, pero en realidad nuestra relación con la muerte no se refiere nunca al pasado, está siempre presente. El Papa Benedicto decía, hace algunos días, hablando de sí mismo que “está delante de la puerta oscura de la muerte”. Es hermoso dar las gracias al Papa Benedicto que a los 95 años tiene la lucidez de decir esto: “Yo estoy delante de la oscuridad de la muerte, a la puerta oscura de la muerte”. ¡Nos ha dado un buen consejo! La llamada cultura del “bienestar” trata de eliminar la realidad de la muerte, pero la pandemia del coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia de forma dramática. Ha sido terrible: la muerte estaba por todos lados, y muchos hermanos y hermanas han perdido a personas queridas sin poder estar cerca de ellas, y esto ha vuelto la muerte todavía más dura de aceptar y de elaborar. Me decía una enfermera que una abuela con el covid que estaba muriendo le dijo: “Yo quisiera saludar a mis seres queridos, antes de irme”. Y la enfermera, valiente, tomó el teléfono móvil y la conectó. La ternura de esa despedida…

A pesar de esto, se trata por todos los medios de alejar el pensamiento de nuestra finitud, engañándonos así para quitarle su poder a la muerte y ahuyentar el miedo. Pero la fe cristiana no es una forma de exorcizar el miedo a la muerte, sino que nos ayuda a afrontarla. Antes o después todos nos iremos por esa puerta.

La verdadera luz que ilumina el misterio de la muerte viene de la resurrección de Cristo. He ahí la luz. Y escribe san Pablo: «Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» (1 Cor 15,12-14). Hay una certeza: Cristo ha resucitado, Cristo ha resucitado, Cristo está vivo entre nosotros. Y esta es la luz que nos espera detrás de esa puerta oscura de la muerte.

Queridos hermanos y hermanas, solo por la fe en la resurrección nosotros podemos asomarnos al abismo de la muerte sin que el miedo nos abrume. No solo eso: podemos dar a la muerte un rol positivo. De hecho, pensar en la muerte, iluminada por el misterio de Cristo, ayuda a mirar con ojos nuevos toda la vida. ¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas! Detrás de un coche fúnebre: no lo he visto nunca. Nos iremos solos, sin nada en los bolsillos del sudario: nada. Porque el sudario no tiene bolsillos. Esa soledad de la muerte: es verdad, no he visto nunca detrás de un coche fúnebre un camión de mudanzas. No tiene sentido acumular si un día moriremos. Lo que debemos acumular es la caridad, es la capacidad de compartir, la capacidad de no permanecer indiferentes ante las necesidades de los otros. O, ¿qué sentido tiene pelearse con un hermano o con una hermana, con un amigo, con un familiar, o con un hermano o hermana en la fe si después un día moriremos? ¿De qué sirve enfadarse, enfadarse con los otros? Delante de la muerte muchas cuestiones se redimensionan. Está bien morir reconciliados, ¡sin dejar rencores ni remordimientos! Yo quisiera decir una verdad: todos nosotros estamos en camino hacia esa puerta, todos.

El Evangelio nos dice que la muerte llega como un ladrón, así dice Jesús: llega como un ladrón, y por mucho que nosotros intentemos querer tener bajo control su llegada, quizá programando nuestra propia muerte, permanece un evento al que tenemos que hacer frente y delante del cual también tomar decisiones.

Dos consideraciones para nosotros cristianos permanecen de pie. La primera: no podemos evitar la muerte, y precisamente por esto, después de haber hecho todo lo que humanamente es posible para cuidar a la persona enferma, resulta inmoral el encarnizamiento terapéutico (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2278). Esa frase del pueblo fiel de Dios, de la gente sencilla: “Déjalo morir en paz”, “ayúdalo a morir en paz”: ¡cuánta sabiduría! La segunda consideración tiene que ver con la calidad de la muerte misma, la calidad del dolor, del sufrimiento. De hecho, debemos estar agradecidos por toda la ayuda que la medicina se está esforzando por dar, para que a través de los llamados “cuidados paliativos”, toda persona que se prepara para vivir el último tramo del camino de su vida, pueda hacerlo de la forma más humana posible. Pero debemos estar atentos a no confundir esta ayuda con derivas inaceptables que llevan a matar. Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados. La vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes. Yo quisiera subrayar aquí un problema social, pero real. Ese “planificar” —no sé si es la palabra adecuada—, o acelerar la muerte de los ancianos. Muchas veces se ve en una cierta clase social que a los ancianos, porque no tienen medios, se les dan menos medicinas respecto a las que necesitarían, y esto es deshumano: esto no es ayudarles, esto es empujarles más rápido hacia la muerte. Y esto no es humano ni cristiano. Los ancianos deben ser cuidados como un tesoro de la humanidad: son nuestra sabiduría. Incluso si no hablan, y si están sin sentido, son el símbolo de la sabiduría humana. Son aquellos que han hecho el camino antes que nosotros y nos han dejado muchas cosas bonitas, muchos recuerdos, mucha sabiduría. Por favor, no aislar a los ancianos, no acelerar la muerte de los ancianos. Acariciar a un anciano tiene la misma esperanza que acariciar a un niño, porque el inicio y el final de la vida son siempre un misterio, un misterio que debe ser respetado, acompañado, cuidado, amado.

Que san José pueda ayudarnos a vivir el misterio de la muerte de la mejor forma posible. Para un cristiano la buena muerte es una experiencia de la misericordia de Dios, que se hace cercana a nosotros también en ese último momento de nuestra vida. También en la oración del Ave María, nosotros rezamos pidiendo a la Virgen que esté cerca de nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Precisamente por esto quisiera concluir esta catequesis rezando todos juntos a la Virgen por los agonizantes, por aquellos que están viviendo este momento de paso por esta puerta oscura, y por los familiares que están viviendo un luto. Recemos juntos:

Dios te salve María…

PAPA FRANCISCO

Audiencia General, Aula Pablo VI,
Miércoles, 9 de febrero de 2022.

viernes, 4 de febrero de 2022

PAPA FRANCISCO: Ser padres hoy a imagen y semejanza de San José

 

La paternidad en sus diversas facetas, desafíos y complejidades, fueron abordados por el papa Francisco en sus respuestas a la entrevista concedida a los medios de comunicación vaticanos, difundida hoy y como corolario al Año especial sobre San José que concluyó el pasado 8 de diciembre.

El pontífice manifiesta su amor por la familia, su proximidad a quien experimenta el sufrimiento y el abrazo de la Iglesia a los padres y a las madres que hoy deben afrontar miles de dificultades para dar un futuro a sus hijos.

-¿Qué representa San José para usted?

-Nunca escondí la sintonía que siento hacia la figura de San José. Creo que esto viene de mi infancia, de mi formación. Desde siempre cultivé una devoción especial por San José porque creo que su figura representa, de manera hermosa y especial, lo que debería ser la fe cristiana para cada uno de nosotros. José, de hecho, es un hombre normal y su santidad consiste precisamente en haberse convertido en santo a través de las circunstancias buenas y malas que ha debido vivir y afrontar.

No podemos tampoco esconder que a San José lo encontramos en el Evangelio, sobre todo en los relatos de Mateo y de Lucas, como un protagonista importante de los inicios de la historia de la salvación. En efecto, los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús fueron acontecimientos difíciles, llenos de obstáculos, de problemas, de persecuciones, de oscuridad y Dios, para ir al encuentro de su Hijo que nacía en el mundo le coloca al lado a María y a José.

Si María es aquella que dio al mundo el Verbo hecho carne, José es aquel que lo defendió, que lo protegió, que lo alimentó, que lo hizo crecer. En él podremos decir que está el hombre de los tiempos difíciles, el hombre concreto, el hombre que sabe asumir la responsabilidad.

En este sentido, en San José se unen dos características. Por una parte, su fuerte espiritualidad se traduce en el Evangelio a través de los relatos de los sueños; estos relatos atestiguan la capacidad de José para escuchar a Dios que habla a su corazón. Sólo una persona que reza, que tiene una intensa vida espiritual, puede tener también la capacidad de distinguir la voz de Dios en medio de las muchas voces que nos habitan. Junto a esta característica después hay otra: José es el hombre concreto, es decir, el hombre que afronta los problemas con extrema practicidad, y frente a las dificultades y a los obstáculos, no asume nunca la posición del victimismo. En cambio, se sitúa siempre en la perspectiva de reaccionar, de corresponder, de fiarse de Dios y de encontrar una solución de manera creativa.

-¿Esta atención renovada a San José en este momento de prueba tan grande asume un significado particular?

-El tiempo que estamos viviendo es un tiempo difícil marcado por la pandemia del coronavirus. Muchas personas sufren, muchas familias están en dificultades, muchas personas se ven asediadas por la angustia de la muerte, de un futuro incierto. He pensado que precisamente en un tiempo tan difícil necesitamos a alguien que pueda animarnos, ayudarnos, inspirarnos, para entender cuál es el modo juntos para saber afrontar estos momentos de oscuridad. José es un testimonio luminoso en tiempos oscuros. He aquí por qué era justo darle espacio en este tiempo para poder volver a encontrar el camino.

-Su ministerio petrino inició precisamente el 19 de marzo, día de la fiesta de San José…

-Consideré siempre una delicadeza del cielo poder iniciar mi ministerio petrino el 19 de marzo. Creo que, de algún modo, San José me quiso decir que continuaría ayudándome, estando junto a mí y yo podría continuar pensando en él como un amigo al que dirigirme, al que confiarme, al que pedir que interceda y rece por mí. Pero ciertamente esta relación, que se da por la comunión de los santos, no sólo me está reservada a mí, creo que puede ser de ayuda para muchos. Por eso espero que el año dedicado a San José haya llevado a muchos cristianos a redescubrir el profundo valor de la comunión de los santos, que no es una comunión abstracta, sino una comunión concreta que se expresa en una relación concreta y tiene consecuencias concretas.

-¿Qué pueden recibir del diálogo con San José los hijos de hoy, es decir, los padres del mañana?

-No se nace padres, pero ciertamente todos nacemos hijos. Esta es la primera cosa que debemos considerar, es decir, cada uno de nosotros más allá de lo que la vida le reservó, es sobre todo un hijo, ha estado confiado a alguien, proviene de una relación importante que lo hizo crecer y que lo condicionó en el bien o en el mal.

Tener esta relación y reconocer su importancia en la propia vida significa comprender que un día, cuando tengamos la responsabilidad de la vida de alguien, es decir, cuando debamos ejercer una paternidad, llevaremos con nosotros sobre todo la experiencia que hicimos personalmente. Y es importante entonces poder reflexionar sobre esta experiencia personal para no repetir los mismos errores y para atesorar las cosas hermosas que vivimos.

Estoy convencido de que la relación de paternidad que José tenía con Jesús influyó tanto su vida hasta el punto de que la futura predicación de Jesús está plena de imágenes y referencias tomadas precisamente del imaginario paterno. Jesús, por ejemplo, dice que Dios es Padre, y no puede dejarnos indiferentes esta afirmación, especialmente si pensamos en la que fue su personal experiencia humana de paternidad. Esto significa que José lo hizo tan bien como padre que Jesús encuentra en el amor y la paternidad de este hombre la referencia más hermosa para dar a Dios.

Podríamos decir que los hijos de hoy que se convertirán en los padres de mañana deberían preguntarse qué padres tuvieron y qué padres quieren ser. No deben dejar que su papel paternal sea el resultado de la casualidad o simplemente la consecuencia de una experiencia pasada, sino que deben decidir conscientemente de qué modo amar a alguien, de qué modo responsabilizarse de alguien.

-En "Patris Corde" se habla de José como padre en la sombra.¿Es posible esto en una sociedad que parece premiar solo a quien ocupa espacios y visibilidad?

-Una de las características más hermosas del amor, y no solo de la paternidad, es, de hecho, la libertad. El amor genera siempre libertad, el amor nunca debe convertirse en una prisión, en posesión. José nos muestra la capacidad de cuidar de Jesús sin adueñarse nunca de él, sin querer manipularlo, sin querer distraerlo de su misión. Creo que esto es muy importante como prueba de nuestra capacidad de amar y también de nuestra capacidad de saber dar un paso atrás. Un buen padre lo es cuando sabe retirarse en el momento oportuno para que su hijo pueda emerger con su belleza, con su singularidad, con sus elecciones, con su vocación.

En este sentido, en toda buena relación es necesario renunciar al deseo de imponer una imagen desde arriba, una expectativa, una visibilidad, una forma de llenar completa y constantemente la escena con excesivo protagonismo. La característica de José de saber hacerse a un lado, su humildad, que es también la capacidad de pasar a un segundo plano, es quizá el aspecto más decisivo del amor que José muestra por Jesús. En este sentido es un personaje importante, me atrevería a decir que esencial en la biografía de Jesús, precisamente porque en un momento determinado sabe retirarse de la escena para que Jesús pueda brillar en toda su vocación, en toda su misión.

A imagen y semejanza de José, debemos preguntarnos si somos capaces de saber dar un paso atrás, de permitir que los demás, y sobre todo, los que nos fueron confiados, encuentren en nosotros un punto de referencia, pero nunca un obstáculo.

-¿Qué se puede hacer, qué puede hacer la Iglesia, para devolver la fuerza a las relaciones padre-hijo, fundamentales para la sociedad?

-Cuando pensamos en la Iglesia pensamos en ella siempre como Madre y esto no es algo equivocado. También yo en estos años traté de insistir mucho en esta perspectiva porque el modo de ejercer la maternidad de la Iglesia es la misericordia, es decir, es ese amor que genera y regenera la vida.

¿El perdón, la reconciliación no son tal vez un modo a través del que nos volvemos a poner en pie? ¿No es un modo a través del que recibimos nuevamente la vida porque recibimos otra posibilidad? ¡No puede existir una Iglesia de Jesucristo si no es a través de la misericordia! Pero creo que deberemos tener el valor de decir que la Iglesia no debería ser solo materna sino también paterna. Es decir, está llamada a ejercer un ministerio paterno no paternalístico. Y cuando digo que la Iglesia debe recuperar este aspecto paterno me refiero precisamente a la capacidad paterna de colocar a los hijos en condiciones de asumir las propias responsabilidades, de ejercer la propia libertad, de hacer elecciones.

Si por un lado la misericordia nos sana, nos cura, nos consuela, nos anima, por el otro lado el amor de Dios no se limita simplemente a perdonar, a sanar, sino que el amor de Dios nos empuja a tomar decisiones, a despegar.

-El miedo, más aún en este tiempo de pandemia, parece paralizar este impulso…

-Sí, este periodo histórico es un periodo marcado por la incapacidad de tomar decisiones grandes en la propia vida. Nuestros jóvenes muy a menudo tienen miedo de decidir, de elegir, de ponerse en juego. Una Iglesia es tal no solo cuando dice sí o no, sino sobre todo cuando anima y hace posible las grandes elecciones. Y cada elección siempre tiene consecuencias y riesgos, pero a veces por el miedo a las consecuencias y a los riesgos permanecemos paralizados y no somos capaces de hacer nada ni de elegir nada. Un verdadero padre no te dice que irá siempre todo bien, sino que incluso si te encontrarás en la situación en la que las cosas no irán bien podrás afrontar y vivir con dignidad también esos momentos, también esos fracasos.

Una persona madura se reconoce no en las victorias sino en el modo en el que sabe vivir un fracaso. Es precisamente en la experiencia de la caída y de la debilidad como se reconoce el carácter de una persona.

-¿Los sacerdotes cómo pueden ser padres?

-Decíamos antes que la paternidad no es algo que se da por descontado, no se nace padres, como mucho uno se convierte en ello. Igualmente, un sacerdote no nace ya padre, sino que debe aprenderlo un poco cada vez, a partir sobre todo del hecho de reconocerse hijo de Dios, pero también hijo de la Iglesia. Y la Iglesia no es un concepto abstracto, es siempre el rostro de alguien, una situación concreta, algo a lo que podemos dar un nombre bien preciso.

Nuestra fe cristiana no es algo que siempre recibimos a través de una relación con alguien. La fe cristiana no es algo que se pueda aprender en los libros o en un simple razonamiento, sino que es siempre un pasaje existencial que pasa por las relaciones. Así, nuestra experiencia de fe surge siempre del testimonio de alguien.

Por lo tanto, debemos preguntarnos cómo vivimos nuestra gratitud hacia estas personas y, sobre todo, si conservamos la capacidad crítica de saber distinguir lo que no es bueno que pasó a través de ellas. La vida espiritual no es diversa de la vida humana.

Ser un buen padre, humanamente hablando, es tal porque ayuda al hijo a convertirse en sí mismo, haciendo posible su libertad y empujándole a las grandes decisiones, de igual modo un buen padre espiritual lo es cuando no cuando sustituye la conciencia de las personas que se confían a él, no cuando responde a las preguntas que estas personas se llevan en el corazón, no cuando domina la vida de los que le fueron confiados, sino cuando de manera discreta y al mismo tiempo firme es capaz de indicar el camino, de ofrecer claves de lecturas diversas, ayudar en el discernimiento.

-¿Qué es más urgente hoy para dar fuerza a esta dimensión espiritual de la paternidad?

-La paternidad espiritual es muy a menudo un don que nace sobre todo de la experiencia. Un padre espiritual puede compartir no tanto sus conocimientos teóricos, sino sobre todo su experiencia personal. Sólo así puede serle útil a un hijo. Hay una gran urgencia, en este momento histórico, de relaciones significativas que podríamos definir como paternidad espiritual, pero -permítanme decir- también maternidad espiritual, porque este papel de acompañamiento no es una prerrogativa masculina o sólo de los sacerdotes.

Hay muchas religiosas buenas, muchas consagradas, pero también muchos laicos que tienen una gran experiencia que pueden compartir con otras personas. En este sentido, la relación espiritual es una de esas relaciones que necesitamos redescubrir con más fuerza en este momento histórico, sin confundirla nunca con otras vías de naturaleza psicológica o terapéutica.

-¿Qué le gustaría decir a los padres que durante esta pandemia perdieron el trabajo y están en dificultades?

-Siento muy cercano el drama de esas familias, de esos padres y de esas madres que están viviendo una particular dificultad, agravada sobre todo a causa de la pandemia. No creo que sea un sufrimiento fácil de afrontar el de no conseguir dar el pan a los propios hijos y de sentirse encima la responsabilidad de la vida de los demás. En este sentido, mi oración, mi cercanía, y también todo el apoyo de la Iglesia es para estas personas, para estos últimos. Pero pienso también en tantos padres, en tantas madres, en tantas familias que escapan de las guerras, que son rechazadas en los confines de Europa y no solo y que viven situaciones de dolor, de injusticia, y que nadie toma en serio o ignora deliberadamente.

Quisiera decir a estos padres, a estas madres, que para mí son héroes porque encuentro en ellos el coraje de quien arriesga su propia vida por amor a sus hijos, por amor a su familia. También María y José han experimentado este exilio, esta prueba, debiendo escapar a un país extranjero a causa de la violencia y del poder de Herodes. Este sufrimiento suyo les hace cercanos precisamente a estos hermanos que hoy sufren las mismas pruebas.

Que estos padres se dirijan con confianza a San José sabiendo que como padre él mismo ha experimentado la misma experiencia, la misma injusticia. y a todos ellos y a sus familias quisiera decir que no se sientan solos. El Papa se acuerda de ellos siempre y en la medida de lo posible continuará dándoles voz y no los olvidará.