domingo, 19 de mayo de 2024

DOCTRINA CATÓLICA: La Cruz-Medalla de San Benito (segunda parte)

 

Una de las devociones más difundidas, y no solo por la influencia de los monasterios benedictinos, es la Cruz de San Benito, especialmente en forma de medalla (que es la más frecuente). Presentamos brevemente su significado e historia, para atender al deseo de muchos amigos y devotos de San Benito.

La medalla presenta la imagen del Santo Patriarca (por un lado), y una cruz (por el otro) con las iniciales de una oración o exorcismo que dice así (en latín y castellano): haz click aquí.

La Cruz de San Benito

Como se puede apreciar por las iniciales distintivas en la cruz, a esta, el texto de la plegaria la acompaña siempre, y a la vez es una ayuda para la recitación de la misma. El texto latino se compone (después del título Crux Santi Patri Benedicti, o C.S.P.B.) de tres dísticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz y el deseo suplicante de tenerla como guía y apoyo, junto a la expresión de rechazo a Satanás (a quien se manda que se aparte con las palabras de Jesús, cuando fue tentado por él; Mt 4,10). Manifiesta también que no va a escuchar sus sugerencias (las de Satanás), pues es malo lo que ofrece. Consiste en una auténtica confesión de fe y de amor a Cristo, y de renuncia al diablo.

El bautismo y la cruz

Notemos que la victoria sobre el demonio es atribuida a la cruz de Jesucristo, que es luz y guía para el fiel y que se opone al veneno y a la maldad del tentador. Se trata de un eco de la consagración bautismal, en la cual se impone la cruz al neófito, se lava a éste con el agua de la regeneración, y se le impone la luz del Señor Resucitado, pronunciando sobre él las palabras de renuncia al demonio y la confesión de fe.

El cristiano que lleva la medalla no se limita, por tanto, a apartar a los malos espíritus de forma supersticiosa, sino a hacer consciente y viva la presencia del Señor Jesucristo, junto al deseo de llevar una vida conforme a la gracia (pidiendo para ello mantenerse alejado del diablo y sus tentaciones). El fruto de esta devota práctica (la protección de Dios), por tanto, se alcanza con una vida coherente al evangelio.

Donde está la gracia divina, por supuesto, no puede tener dominio el demonio. Pero el combate contra las asechanzas y tentaciones diabólicas no va a faltar al fiel, pues el Maligno quiere impedir su camino hacia Dios. La medalla se convierte así en una oración, consistente en la señal de la cruz, la invocación a Cristo nuestro Señor y la petición de ayuda a los santos.

Como escribe dom Guéranger: “No es preciso explicar al cristiano lector la fuerza de esta conjuración, que opone a los sacrificios y violencias de Satanás aquello que le causa el mayor temor: la cruz, el santo nombre de Jesús, las propias palabras del Salvador en la tentación, y en fin, el recuerdo de las victorias que el gran Patriarca San Benito obtuvo sobre el dragón infernal”.



El ejemplo de San Benito

El origen de la Cruz de San Benito no puede atribuirse, con certeza, al mismo santo. Ya hemos narrado las circunstancias históricas en que aparece y se difunde esta devoción (Cfr. Primera parte de este artículo). Pero su sentido es profundamente coherente con la espiritualidad que inspiraba el padre de los monjes del Occidente, y que tan bien supo transmitir a sus hijos. La vocación a la vida eterna es la llamada de Dios a la salvación en Jesucristo, y esta llamada espera una respuesta, no sólo con los labios sino con el corazón. En la Regla escrita para sus monjes, San Benito dejó su enseñanza:

“Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. Así volverás por el trabajo de la obediencia, a aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia”.

El “trabajo de obediencia” es la respuesta solícita del que ama a Dios y hace su voluntad, y es el fruto de la caridad y del amor generoso y desinteresado. La desobediencia es el resultado de la tentación del paraíso, en el que Satanás sugirió a Adán y Eva que hicieran su propia voluntad (satisfaciendo sus deseos y aspiraciones de poder). Ese pecado de nuestros primeros padres dejó su consecuencia o “macula” (literalmente mancha) a todos sus descendientes, y aunque el sacrificio de Cristo nos reconcilió con el Padre de los cielos, somos siempre deudores suyos y nacemos con la mancha original.

El bautismo nos limpia del pecado original, nos hace hijos de Dios y nos da la vida de la gracia. La vocación del cristiano nace en el bautismo, y de esta manera tiene la fuerza para resistir al diablo, si es fiel y consecuente con los dones recibidos, Pero justamente por eso necesita responder a esa vocación y a los dones de Dios, con amor filial y con obras de piedad (sin lo cual podría ser presa de las malas tentaciones). Si bien el demonio ha sido derrotado, mantiene todavía sus asechanzas, y encuentra muchas veces en nosotros un oído que se deja seducir. Por eso San Benito nos exhorta a no atender a esa voz que nos sugiere cosas malas, y a escuchar más bien la que nos viene de Dios, tanto en el evangelio y en toda Escritura, como en la Iglesia y en la oración, a través de los maestros experimentados en las vías del espíritu.

Es de esta manera como se debe considerar la protección contra el demonio, que Dios nos presta a través de la intercesión de San Benito. Satanás será menos fuerte con los que viven en comunión con Dios y se esfuerzan en obrar el bien. Y ello en virtud del bautismo, del cual procede la vida del cristiano y del cual nace y se desarrolla la vocación a la perfección y a la vida monástica. Como escribe un autor anónimo:

“Quienquiera que se lance resueltamente a la búsqueda de la realidades sobrenaturales, sentirá muy pronto que en él se enfrentan Dios y el diablo. Todo compromiso con Dios conlleva, pues, la necesidad de armarse contra el ángel caído. Esto es claramente visible desde el primer compromiso cristiano, que sanciona el sacramento del bautismo: la renuncia a Satanás va junto con el ingreso en la Iglesia”.

Martín de Elizalde, Abad de la Abadía San Benito de Buenos Aires 

y Obispo emérito de Nueve de Julio, Buenos Aires, Argentina.

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