Una de las devociones más
difundidas, y no solo por la influencia de los monasterios benedictinos, es la
Cruz de San Benito, especialmente en forma de medalla (que es la más
frecuente). Presentamos brevemente su significado e historia, para atender al
deseo de muchos amigos y devotos de San Benito.
La medalla presenta la imagen
del Santo Patriarca (por un lado), y una cruz (por el otro) con las iniciales
de una oración o exorcismo que dice así (en latín y castellano): haz click aquí.
La Cruz de San Benito
Como se puede apreciar por las
iniciales distintivas en la cruz, a esta, el texto de la plegaria la acompaña
siempre, y a la vez es una ayuda para la recitación de la misma. El texto
latino se compone (después del título Crux Santi Patri Benedicti, o C.S.P.B.)
de tres dísticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz y el deseo
suplicante de tenerla como guía y apoyo, junto a la expresión de rechazo a
Satanás (a quien se manda que se aparte con las palabras de Jesús, cuando fue
tentado por él; Mt 4,10). Manifiesta también que no va a escuchar sus
sugerencias (las de Satanás), pues es malo lo que ofrece. Consiste en una
auténtica confesión de fe y de amor a Cristo, y de renuncia al diablo.
El bautismo y la cruz
Notemos que la victoria sobre
el demonio es atribuida a la cruz de Jesucristo, que es luz y guía para el fiel
y que se opone al veneno y a la maldad del tentador. Se trata de un eco de la
consagración bautismal, en la cual se impone la cruz al neófito, se lava a éste
con el agua de la regeneración, y se le impone la luz del Señor Resucitado,
pronunciando sobre él las palabras de renuncia al demonio y la confesión de fe.
El cristiano que lleva la
medalla no se limita, por tanto, a apartar a los malos espíritus de forma
supersticiosa, sino a hacer consciente y viva la presencia del Señor
Jesucristo, junto al deseo de llevar una vida conforme a la gracia (pidiendo
para ello mantenerse alejado del diablo y sus tentaciones). El fruto de esta
devota práctica (la protección de Dios), por tanto, se alcanza con una vida
coherente al evangelio.
Donde está la gracia divina,
por supuesto, no puede tener dominio el demonio. Pero el combate contra las
asechanzas y tentaciones diabólicas no va a faltar al fiel, pues el Maligno
quiere impedir su camino hacia Dios. La medalla se convierte así en una oración,
consistente en la señal de la cruz, la invocación a Cristo nuestro Señor y la
petición de ayuda a los santos.
Como escribe dom Guéranger: “No
es preciso explicar al cristiano lector la fuerza de esta conjuración, que
opone a los sacrificios y violencias de Satanás aquello que le causa el mayor
temor: la cruz, el santo nombre de Jesús, las propias palabras del Salvador en
la tentación, y en fin, el recuerdo de las victorias que el gran Patriarca San
Benito obtuvo sobre el dragón infernal”.
El ejemplo de San Benito
El origen de la Cruz de San
Benito no puede atribuirse, con certeza, al mismo santo. Ya hemos narrado las
circunstancias históricas en que aparece y se difunde esta devoción (Cfr. Primera
parte de este artículo). Pero su sentido es profundamente coherente con la
espiritualidad que inspiraba el padre de los monjes del Occidente, y que tan
bien supo transmitir a sus hijos. La vocación a la vida eterna es la llamada de
Dios a la salvación en Jesucristo, y esta llamada espera una respuesta, no sólo
con los labios sino con el corazón. En la Regla escrita para sus monjes, San
Benito dejó su enseñanza:
“Escucha, hijo, los preceptos
del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un
padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. Así volverás por el trabajo de la
obediencia, a aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia”.
El “trabajo de obediencia” es
la respuesta solícita del que ama a Dios y hace su voluntad, y es el fruto de
la caridad y del amor generoso y desinteresado. La desobediencia es el
resultado de la tentación del paraíso, en el que Satanás sugirió a Adán y Eva
que hicieran su propia voluntad (satisfaciendo sus deseos y aspiraciones de
poder). Ese pecado de nuestros primeros padres dejó su consecuencia o “macula”
(literalmente mancha) a todos sus descendientes, y aunque el sacrificio de
Cristo nos reconcilió con el Padre de los cielos, somos siempre deudores suyos
y nacemos con la mancha original.
El bautismo nos limpia del
pecado original, nos hace hijos de Dios y nos da la vida de la gracia. La
vocación del cristiano nace en el bautismo, y de esta manera tiene la fuerza
para resistir al diablo, si es fiel y consecuente con los dones recibidos, Pero
justamente por eso necesita responder a esa vocación y a los dones de Dios, con
amor filial y con obras de piedad (sin lo cual podría ser presa de las malas
tentaciones). Si bien el demonio ha sido derrotado, mantiene todavía sus
asechanzas, y encuentra muchas veces en nosotros un oído que se deja seducir.
Por eso San Benito nos exhorta a no atender a esa voz que nos sugiere cosas
malas, y a escuchar más bien la que nos viene de Dios, tanto en el evangelio y
en toda Escritura, como en la Iglesia y en la oración, a través de los maestros
experimentados en las vías del espíritu.
Es de esta manera como se debe
considerar la protección contra el demonio, que Dios nos presta a través de la
intercesión de San Benito. Satanás será menos fuerte con los que viven en
comunión con Dios y se esfuerzan en obrar el bien. Y ello en virtud del
bautismo, del cual procede la vida del cristiano y del cual nace y se
desarrolla la vocación a la perfección y a la vida monástica. Como escribe un
autor anónimo:
“Quienquiera que se lance
resueltamente a la búsqueda de la realidades sobrenaturales, sentirá muy pronto
que en él se enfrentan Dios y el diablo. Todo compromiso con Dios conlleva,
pues, la necesidad de armarse contra el ángel caído. Esto es claramente visible
desde el primer compromiso cristiano, que sanciona el sacramento del bautismo:
la renuncia a Satanás va junto con el ingreso en la Iglesia”.
Martín de Elizalde, Abad de la Abadía San Benito de Buenos Aires
y Obispo emérito de Nueve de Julio, Buenos Aires, Argentina.
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