El Papa se reunió con la
comunidad del Colegio Sacerdotal Argentino en Roma y evocó las costumbres de su
país natal, recordando a San José Gabriel del Rosario Brochero, una figura
apropiada para quienes siguen preparándose para afrontar la ardua batalla de la
Buena Nueva.
Es un saludo muy cercano el
que el Papa Francisco dirige en español a la comunidad del Colegio Sacerdotal
Argentino de Roma, a cuyos miembros recibió en audiencia el jueves 16 de enero
de 2025, en la biblioteca del Palacio Apostólico. Bergoglio confió a los
sacerdotes y formadores que le hubiera gustado celebrar la misa con ellos y
compartir un asado, como es costumbre en Argentina.
Les comparto el texto completo
del mensaje:
Queridos sacerdotes,
formadores,
señoras y señores:
Hoy debería ser yo quien los
acompañe a ustedes, en la celebración de la Santa Misa y en la cena. No hace
falta que les diga que me quedo con las ganas del asado. Pero, ser pastor como
bien saben nos coloca a veces delante y a veces detrás, según los designios de
Quien es Señor de nuestras vidas.
De todas formas, para no dejar
de lado los olores de nuestra tierra, quiero comentarles algo que leí hace poco
sobre el cura Brochero y que me parece muy conveniente para ustedes, que se
siguen preparando para enfrentar la ardua batalla del Evangelio. Lo que les voy
a ilustrar de él está referido a su alma sacerdotal y el primer punto,
esencial, es la afirmación hecha por sus amigos de que “Brochero no debía ser
sino sacerdote”.
Debemos asumir con firmeza
esta identidad sacerdotal, permearnos de que nuestra vocación no es un
apéndice, un medio para otros fines, incluso piadosos, como salvarse.
Absolutamente, no. La vocación es el proyecto de Dios en nuestra vida, lo que
Dios ve en nosotros, lo que mueve su mirada de amor, me atrevería a decir que
en cierta forma es el amor que Él nos tiene y en este radica nuestra verdadera
esencia.
Y aquí el santo cura explica
qué significa abrazar “la carrera eclesiástica” —ya saben que es una expresión
que a mí no me gusta pero como la entiende Brochero, en su deseo de morir
corriendo como el caballo “chesche”, se asemeja más a la de san Pablo (cf. 2 Tm
4,7)—. Es, nos dice, “trabajar en el bien de los prójimos hasta el último
[momento] de la vida”, la total donación de sí mismos, la entrega a Dios en el
hermano, gastándose y desgastándose por el Evangelio. Paralelamente, “batallar
—continúa el santo— con los enemigos del alma, como los pumas que pelean
echados cuando parados no pueden hacer la defensa”. Es decir, cuidar la vida
interior, mantener encendido el fuego, con mucha humildad, “echados”, pues
“parados” en nuestra soberbia somos más vulnerables.
Otra nota importante es la
fraternidad sacerdotal. En primer lugar con el Obispo, del que se considera un
simple soldado, para emular las hazañas de los próceres, combatiendo junto a
él, codo con codo, hasta el último cartucho. Y con los hermanos sacerdotes
quiere compartir cuanto tiene, los invita a corregirle con confianza y lo hace
con ellos con franqueza, pidiéndoles llevar una vida de piedad profunda, con
una confesión frecuente “ya con el uno ya con el otro”, para compartir así toda
la vida, tanto material como espiritual y apostólica.
Finalmente, como no podría ser
de otra manera, la Eucaristía. Por ardua que fuera su tarea buscó no dejarla
nunca, llegando a pasar gran parte de la noche al raso, en medio de los
maizales, esperando a que se despierten en el rancho —ya que no consideró oportuno
molestar de madrugada—, para poder entrar a celebrar. Ese sacrificado respeto
por el misterio que, lejos de imposiciones, calaba más que mil palabras de
empalagosa elocuencia.
Que Jesús los bendiga y la
Virgen Santa los cuide. Y, ante el Señor en el altar, no se olviden de rezar
por mí.
Papa Francisco
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