domingo, 19 de enero de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 2º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: “Haced lo que Él os diga”

 

«Cantad al Señor un canto nuevo..., anunciad su salvación día tras día» (Sal 96, 1-2).

Para expresar el amor fuerte y tierno, celoso y misericordioso de Dios hacia su pueblo, los profetas no han hallado imagen más significativa que la del amor nupcial. Bajo este aspecto presentan las relaciones de alianza y amistad que Dios quiere establecer con Israel y la obra de salvación que realizar en favor de Jerusalén. «Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia, se alegrará por ti tu Dios» (Is 62, 5). La alegoría es retomada en el Nuevo Testamento con un sentido más concreto y profundo. El Hijo de Dios al encarnarse se desposa con la naturaleza humana uniéndola a sí de manera personal e indisoluble. Es por lo que Jesús, hablando del Reino de los cielos, lo compara a un banquete nupcial, y la llamada a entrar en él a una invitación a bodas. Son sus bodas con la humanidad celebradas en su encarnación y consumadas luego en la cruz.

En ese contexto, el primer milagro de Jesús que tuvo lugar en una fiesta de bodas, recuerda la realidad inefable de las relaciones de amor, de intimidad y de comunión que el Hijo de Dios hecho carne ha venido a establecer con los hombres. No sólo Israel o Jerusalén, sino toda la humanidad está llamada a participar en esta unión esponsal con Dios. El precio que le confiere este derecho será la sangre de Cristo derramada en la cruz en la hora establecida por el Padre.

En Caná, a donde ha ido Jesús con su Madre y sus discípulos, esa hora no ha llegado aún (Jn 2, 4); sin embargo, por intercesión de María, la anticipa con una «señal» que preludia la salvación y la redención. El agua se convierte milagrosamente en vino del mejor, como para indicar el profundo cambio que la muerte y la resurrección de Cristo van a obrar en los hombres, haciendo abundar la gracia donde antes abundaba el pecado, transformando el agua insípida y fría del egoísmo humano en el vino fuerte y generoso de la caridad. Y todo esto se realiza porque el hombre -todo hombre- está invitado a participar en las bodas del Verbo con la humanidad y a gozar, por lo tanto, de su amor e intimidad de esposo.

La presencia y la intervención de María en las bodas de Caná son un poderoso motivo de confianza. El hombre se siente indigno de la comunidad con Cristo, pero si se confía a la Madre, ella lo dispondrá y lo introducirá hasta Cristo adelantando su hora.

 

¡Oh abismo y altura inestimable de caridad, cuánto amas a esta tu esposa que es la humanidad! ¡Oh vida por quien las cosas todas viven! Tú la has arrebatado de las manos del demonio que la poseía como suya... y la has desposado con tu carne. Has dado en arras tu sangre, y por último, abriendo tus venas, has hecho el pagamento entero.

¡Oh inestimable amor y caridad! Tú demuestras ese deseo ardiente; y así corriste, como ebrio y ciego, al oprobio de la cruz. El ciego no ve, ni el ebrio..., así tú, casi como muerto, te perdiste a ti mismo; como ciego y ebrio por nuestra salud.

Y no te retrajo nuestra ignorancia ni nuestra ingratitud, ni el amor propio que nos tenemos.

¡Oh dulcísimo amor Jesús! Te has dejado cegar por el amor, que no te deja ver nuestras iniquidades; has perdido el sentimiento de ellas. ¡Oh dulce Señor! Paréceme que (el pecado) las ha querido ver y castigar sobre tu dulcísimo cuerpo, dándote el tormento de la cruz; y estando sobre la cruz como enamorado, nos muestras que no nos amas para utilidad tuya, sino para nuestra santificación. (Santa Catalina de Siena, Epistolario, 221, 225, v. 3).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.


  

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