(Vatican News) El pasado
domingo 6 de octubre, desde la Basílica de Santa María la Mayor de Roma,
Francisco se unió a los miembros del Sínodo de los Obispos y a los fieles de
todo el mundo para rezar el rosario en súplica del don de la paz en el mundo
por intercesión de la Virgen. «¡Acoge nuestro grito!», rezó el Papa, pidiendo
también una “mirada materna sobre la familia humana”.
A los pies de la Santísima
Virgen María, en la víspera de la jornada de oración y ayuno por la paz en el
mundo, desde la Basílica de Santa María la Mayor, un sitio muy querido para él,
Francisco elevó una fervorosa súplica a Nuestra Señora este domingo 6 de
octubre. A Ella, que conoce los dolores y las fatigas "que en esta hora
abruman nuestro corazón", como expresó en su plegaria, le pidió:
"¡Escucha nuestro clamor!".
Tras rezar el santo rosario
junto a los miembros del Sínodo, a quienes invitó especialmente a esta
iniciativa, el Sucesor de Pedro exclamó:
Oh María, Madre nuestra,
estamos de nuevo aquí ante ti. Tú conoces los dolores y las fatigas que en esta
hora abruman nuestro corazón. Nosotros elevamos la mirada hacia ti, nos
sumergimos en tus ojos y nos encomendamos a tu corazón.
También a ti, oh Madre, la
vida te reservó difíciles pruebas y humanos temores, pero fuiste valiente y
audaz; confiaste todo a Dios, le respondiste con amor, te ofreciste
incondicionalmente. Como intrépida Mujer de la caridad, fuiste rápidamente a
ayudar a Isabel; con prontitud percibiste la necesidad de los esposos durante
las bodas de Caná; con fortaleza interior en el Calvario iluminaste de
esperanza pascual la noche del dolor. Por último, con ternura de Madre animaste
a los discípulos temerosos en el Cenáculo y, con ellos, acogiste el don del
Espíritu.
Ahora te suplicamos, ¡escucha
nuestro clamor! Necesitamos tu mirada, tu mirada amorosa que nos invita a
confiar en tu Hijo Jesús. Tú que estás dispuesta a acoger nuestros dolores, ven
a socorrernos en este tiempo en que estamos oprimidos por las injusticias y
devastados por las guerras; enjuga las lágrimas sobre los rostros sufridos de
cuantos lloran la muerte de sus seres queridos, de sus propios hijos;
despiértanos del letargo que ha oscurecido nuestro camino y despoja nuestros
corazones de las armas de la violencia, para que se cumpla pronto la profecía
de Isaías: «Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No
levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la
guerra» (Is 2,4).
Madre, dirige tu mirada
maternal a la familia humana, que ha perdido el gozo de la paz y ha extraviado
el sentido de la fraternidad. Madre, intercede por nuestro mundo en peligro,
para que custodie la vida y rechace la guerra; para que cuide a los que sufren,
a los pobres, a los indefensos, a los enfermos y a los afligidos, y proteja
nuestra casa común.
A ti imploramos, Madre, la
misericordia de Dios, a ti que eres Reina de la paz. Convierte los corazones de
quienes alimentan el odio, silencia el ruido de las armas que provocan la
muerte, apaga la violencia que habita en el interior del hombre e inspira
proyectos de paz en las decisiones de quienes gobiernan las naciones.
María, Reina del santo
Rosario, desata los nudos del egoísmo y disipa las nubes oscuras del mal. A
nosotros tus hijos llénanos con tu ternura, levántanos con tu mano bondadosa y
danos tu caricia de Madre, que nos hace esperar el advenimiento de una nueva
humanidad donde «el desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque. En
el desierto habitará el derecho y la justicia morará en el vergel. La obra de
la justicia será la paz» (Is 32,15-17).
Oh Madre, Salus Populi Romani,
¡ruega por nosotros!
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