domingo, 1 de diciembre de 2024

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo C - 1º Domingo de Adviento: ¿Quién y para qué viene?

 

«¡Oh Señor!, fortalece nuestros corazones y haznos irreprensibles en la santidad para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 3, 13).

«He aquí que vienen días -oráculo de Yahvé- en que yo cumpliré la buena palabra que yo he pronunciado sobre la casa de Israel... Suscitaré a David un renuevo de justicia» (Jr 33, 14-15). Jeremías anuncia la intención de Dios de cumplir la «buena palabra» o sea la promesa del Salvador que deberá nacer de la descendencia de David, figurado en un «renuevo de justicia». El restablecerá «la justicia y el derecho sobre la tierra», es decir, salvará a los hombres y los conducirá de nuevo a Dios.

La realización de este gran acontecimiento que se llevó a cabo con el nacimiento del Salvador, de la Virgen María, es uno de los puntos focales del Adviento. La Iglesia quiere que el pueblo cristiano no se limite a hacer en él sólo una conmemoración tradicional, sino que se prepare a vivir en profundidad el inefable misterio del Verbo de Dios hecho hombre «por nuestra salvación» (Credo). Y como esta salvación será completa, es decir, se extenderá a toda la humanidad sólo al fin de los tiempos, cuando «verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes» (Lc 21, 27), la Iglesia exhorta a los creyentes a vivir siempre en un continuado adviento. El recuerdo de la Navidad del Señor debe ser vivido «en la espera de que se cumpla la bienaventurada esperanza y venga nuestro Salvador Jesucristo» (Misal Romano). El Señor ha venido, viene y vendrá; hay quedarle gracias, acogerlo y esperarlo. Si la vida del cristiano se sale de esta órbita, fracasará rotundamente.

Al iniciar el tiempo del Adviento con la lectura del Evangelio que habla del fin del mundo y de la última venida del Señor, la Iglesia no intenta asustar a sus hijos, sino más bien amonestarlos, advertirlos de que el tiempo pasa, que la vida terrena es tan sólo provisional, y que la meta de las esperanzas y de los deseos no puede ser la ciudad terrena, sino la celestial. Si el mundo actual está sacudido por guerras y desórdenes y se desbanda con ideas falsas y costumbres depravadas, todo esto debe servirnos de aviso: el hombre que repudia a Dios perece, ya que sólo de él puede ser salvado. Pues entonces «cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención» (Lc 21; 28). La Iglesia sólo mira a suscitar en los corazones el deseo y el ansia de la salvación y el anhelo hacia el Salvador.

En vez de dejarse sumergir y arrastrar por las vicisitudes terrenas, hay que dominarlas y vivirlas con la vista puesta en la venida del Señor. «Estad atentos, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente venga sobre vosotros aquel día» (ib. 34). Por el contrario, es necesario «velar en todo tiempo y orar» (ib. 36) y valerse del tiempo para progresar en el amor de Dios y del prójimo. Esto desea de nosotros y a esto nos exhorta San Pablo: «El Señor os acreciente y haga abundar en caridad de unos con otros y con todos.... a fin de fortalecer vuestros corazones y haceros irreprensibles en la santidad... en la venida de nuestro Señor Jesús» (1 Ts 3, 12-13). La justicia y santidad que el Salvador ha venido a traer a la tierra, deben germinar y crecer en el corazón del cristiano y de él desbordarse sobre el mundo.

 

“A ti elevo mi alma, Yahvé, mi Dios... Acuérdate, ¡oh Yahvé!, de tus misericordias y de tus gracias, pues son desde antiguo... Bueno y recto eres, Señor, por eso señalas a los errados el camino. Guías a los humildes por la justicia y adoctrinas a los pobres en tus sendas. Todas tus sendas son benevolencia y verdad para los que guardan tu alianza y tus mandamientos”. (Salmo 25, 1.6. 8-10).

“Puesto que tengo conciencia de tantos pecados, ¿de qué me aprovechará, Señor, que tú vengas si no vienes a mi alma ni a mi espíritu; si tú, ¡oh Cristo!, no vives en mí ni hablas en mí? Por esta razón, ¡oh Cristo!, debes venir a mí, y tu venida tiene que llevarse a cabo en mi persona. Tu segunda venida, ¡oh Señor!, tendrá lugar al fin del mundo, cuando podamos decir: «El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

Haz, ¡oh Señor!, que el fin de este mundo me encuentre... de manera que sea ciudadano del cielo por anticipado... Entonces se realizará en mí la presencia de la sabiduría, de la virtud y de la justicia, así como la redención; pues tú, ¡oh Cristo!, efectivamente has muerto una sola vez por los pecados del mundo, pero con la intención de perdonar diariamente los pecados del pueblo”. (Cfr. San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas).


Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

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