Juan el Bautista en la cárcel, visitado por sus discípulos. Giovanni di Paolo, c. 1399–1482. |
Primera Lectura: Is 35, 1-6a. 10
Salmo Responsorial: Sal 145, 7-10
Segunda Lectura: Sant 5, 7-10
Evangelio: Mt 11, 2-11
“Ven, ¡Oh Señor!, a salvarnos” (Is 35, 4).
Con el 3º Domingo de Adviento el pensamiento de la Navidad ya cercana domina la liturgia imprimiéndole un tono festivo. En efecto, la Navidad al celebrar la encarnación del Hijo de Dios, señala el principio de la salvación, y la humanidad ve cumplirse la antigua promesa y tiene ya al Salvador. Las lecturas del día son un mensaje de consuelo y alivio. “Decid a los apocados de corazón: ¡Valor! No temáis, he ahí nuestro Dios…, viene él mismo y os salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y la lengua de los mudos cantará gozosa” (Is 35, 4-6).
Estas palabras de Isaías enderezadas a confortar a los deportados de Israel, se pueden aplicar bien a todos los hombres que, deseosos de convertirse más profundamente a Dios, se sienten incapaces de liberarse del pecado, de la mediocridad y de las vanidades terrenas; y los animan a confiar en el Salvador. El vendrá para infundirles fuerza, para sostener a los débiles, para curar las heridas del pecado y traer a todos a la salvación.
Pero esta profecía se ha cumplido también literalmente con la venida de Jesús, y él mismo se sirvió de ella para probar su mesianidad. Desde la prisión donde Herodes lo había encerrado, Juan Bautista sigue la actividad de Jesús; sabe que Jesús es el Mesías, pero su comportamiento tan diferente de cómo él lo había vaticinado quizá lo vuelve perplejo; y por otra parte también sus discípulos tienen necesidad de ser iluminados y Juan los manda a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” (Mt 11, 3). Por toda respuesta Jesús presenta los milagros realizados: “Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (ib 4-5).
El cumplimiento de la profecía de Isaías es evidente. Pero Jesús añade aún: “y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí” (ib. 6). Jesús cumple su misión de Salvador no de una manera imponente, sino sencilla y humilde; no se presenta como triunfador, sino manso y como pobre venido a evangelizar a los pobres, a sanar a los enfermos y a salvar a los pecadores. Su estilo podía escandalizar a quienes esperaban un Mesías potente y glorioso, pero es de consuelo y estímulo a quien se siente pobre, pequeño, enfermo, necesitado de salvación. Ante la bondad y la mansedumbre del Salvador, el corazón se dilata de esperanza.
También
a esto se refiere el mensaje de la segunda lectura: “Fortaleced vuestros
corazones, porque la venida del Señor está cercana” (Sant 5, 8). Los
sentimientos de confianza para prepararse a la Navidad son los mismos que nos
deben disponer a la venida gloriosa del Señor, cuando vendrá no sólo como
Salvador, sino como Juez. Durante la espera hay que practicar el precepto del
amor que nos hace benévolos y misericordiosos para con todos, y “tomar por
modelo de tolerancia y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre
del Señor” (ib. 10). Como los profetas tuvieron la mirada constantemente
dirigida hacia el Salvador prometido, también el cristiano debe vivir con la
mente puesta en la venida de Jesús, que se renueva cada día por la gracia y la
Eucaristía, que se hace más íntima en la celebración devota de la Navidad, y que
se convertirá en definitiva y nos llenará de felicidad en el último día.
“¡Oh Señor!, tú eres clemente y misericordioso, tardo a la ira y de gran piedad. Eres benigno para con todos; y tu misericordia sobre todas tus obras.
Eres fiel en todas tus palabras, y piadoso en todas tus obras. Tú sostienes a los que caen, levanta a los encorvados. Todos los ojos se dirigen expectantes a ti… ¡Oh Señor!, tú estás cerca de cuantos te invocan, de todos los que te invocan de veras. Satisfaces los deseos de los que te temen, oyes sus clamores y los salvas… proclame mi boca tus alabanzas; y bendiga toda carne tu santo nombre por los siglos para siempre” (Salmo 145, 8-9. 13-15. 18-19. 21).
“¡Oh
Jesús!, tú eres el que debía venir. ¡Oh Jesús!, tú ya has venido. ¡Oh Jesús!,
tú debes venir todavía en el último día para recoger a tus elegidos para el
descanso eterno. ¡Oh Jesús!, tú vas y vienes continuamente. Vienes a nuestros
corazones y nos haces sentir tu presencia llena de dulzura, de suavidad y de
potencia. ‘Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!’ ‘Y el que tenga sed,
venga!’. Porque tú, ¡oh Jesús!, vienes a nosotros cuando también nosotros vamos
a ti. ‘Sí –dices- vengo pronto’. ‘Ven Señor Jesús’. Ven tú, deseado de las
gentes, amor y esperanza nuestra, nuestra fortaleza y nuestro refugio, nuestro
alivio durante el viaje, nuestra gloria y nuestro descanso eterno en la
patria”. (J. B. Bossuet, Elevazioni a Dio sui misteri).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.
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