Madre nuestra Inmaculada,
hoy el pueblo romano se reúne en torno a ti.
Las flores puestas a tus pies
por tantas realidades de la ciudad
expresan su amor y devoción por ti,
que velas por todos nosotros.
Y también ves y acoges
esas flores invisibles que son tantas
invocaciones,
tantas súplicas silenciosas, a veces sofocadas,
ocultas, pero no para ti, que eres Madre.
Después de dos años en los que vine
para presentarte mis respetos a solas al
amanecer,
hoy vuelvo a ti junto con el pueblo,
el pueblo de esta Iglesia,
el pueblo de esta Ciudad.
Y te traigo las gracias y súplicas
de todos tus hijos, cercanos y lejanos
Tú, desde el Cielo donde Dios te ha recibido,
ves las cosas de la tierra mucho mejor que
nosotros;
pero como Madre escuchas nuestras invocaciones
para presentárselas a tu Hijo,
a su Corazón lleno de misericordia.
En primer lugar, te traigo el amor filial
de innumerables hombres y mujeres, no sólo
cristianos,
que te tienen la mayor gratitud por tu belleza,
toda gracia y humildad:
porque en medio de tantas nubes oscuras
tú eres un signo de esperanza, signo de
consuelo.
Te traigo las sonrisas de los niños
que aprenden tu nombre delante de tu imagen,
en brazos de sus madres y abuelas,
y empiezan a conocer
que tienen una Madre en el Cielo.
Y cuando, en la vida, sucede que esas sonrisas
dan paso a las lágrimas,
¡qué importante es haberte conocido!,
¡haber tenido el don de tu maternidad!
Te traigo la gratitud de los mayores y los
ancianos:
una gratitud acorde con sus vidas,
tejida de recuerdos, de alegrías y de dolores,
de logros que saben bien que los han conseguido
con tu ayuda,
sosteniendo sus manos en la tuya.
Madre te traigo las preocupaciones de las
familias,
de padres y madres que a menudo luchan
para llegar a fin de mes en casa,
y afrontan día a día
pequeños y grandes retos para salir adelante.
En particular, te confío a las parejas jóvenes,
para que mirándote a ti y a San José
afronten la vida con valentía confiando en la
Providencia de Dios
Te traigo los sueños y las ansias de los
jóvenes,
abiertos al futuro, pero frenados por una
cultura
rica en cosas y pobre en valores,
saturada de información y deficiente en
educación,
persuasiva al engañar y despiadada al
decepcionar.
Te encomiendo especialmente a los jóvenes,
los más afectados por la pandemia,
para que puedan reanudar lentamente
a agitar y desplegar sus alas
y redescubrir el sabor de volar alto.
Virgen Inmaculada, hoy me habría gustado
traerte la acción de gracias del pueblo
ucraniano,
del pueblo ucraniano por la paz
que llevamos tanto tiempo pidiendo al Señor.
En cambio, aún tengo que traerte la súplica de
los niños,
de los ancianos de los padres y madres,
de los jóvenes de esa tierra martirizada, que
sufre tanto.
Pero, en realidad, todos sabemos que estás con
ellos
y con todos los que sufren,
como tú estuviste junto a la cruz de tu Hijo
¡Gracias, Madre nuestra!
Mirándote a ti, que estás libre de pecado,
que podamos seguir creyendo y esperando.
Que sobre el odio prevalezca el amor,
que sobre la mentira prevalezca la verdad,
que sobre la ofensa prevalezca el perdón,
que sobre la guerra prevalezca la paz.
¡Que así sea!
Papa
Francisco
Plaza
de España, Roma,
8 de
diciembre de 2022.
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