En esta majestuosa plaza de
San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía
y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en
oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos
por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina
en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no
conocerá el ocaso.
En nombre del Colegio de
Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran intensidad
de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los
Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones oficiales venidas de
numerosos países para expresar afecto, veneración y estima hacia el Papa que
nos ha dejado.
La masiva manifestación de
afecto y participación que hemos visto en estos días, después de su paso de
esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el
intenso pontificado del Papa Francisco.
Su última imagen, que
permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa
Francisco, a pesar de los graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el
balcón de la Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil descubierto a
toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.
Con nuestra oración queremos
ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le conceda la
felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor. Nos
ilumina y guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de
Cristo que interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que
estos?”. Y la respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes
todo; sabes que te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis
ovejas” (cf. Jn 21,16-17). Será esta la tarea constante de Pedro y de sus sucesores,
un servicio de amor a imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser
servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).
A pesar de su fragilidad y
sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega
hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el
buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo
con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios, recordando la
frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está más en dar que
en recibir» (Hch 20,35)
Cuando el Cardenal Bergoglio,
el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para suceder al Papa
Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa en la Compañía
de esús y, sobre todo, estaba
enriquecido por la experiencia de 21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis
de Buenos Aires, primero como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.
La decisión de tomar por
nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con
la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de
san Francisco de Asís.
Con el vocabulario que le era
característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó
iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo,
ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos
los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar
como “cambio de época”.
Tenía gran espontaneidad y una
manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la
Iglesia.
Lleno de calidez humana y
profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente
compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro
tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de
llegar al corazón de las personas de forma directa e inmediata.
Su carisma de acogida y
escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy, tocó los
corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.
El primado de la
evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara impronta
misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación
apostólica Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el
corazón de todos los que se confían a Dios.
El hilo conductor de su misión
fue también la convicción de que la Iglesia es una casa para todos; una casa de
puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la imagen de la Iglesia como “hospital
de campaña” después de una batalla con muchos heridos; una Iglesia determinada
y deseosa de hacerse cargo de los problemas de las personas y los grandes males
que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada
persona, más allá de todo credo o condición, sanando sus heridas.
Innumerables son sus gestos y
exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También fue constante su
insistencia en actuar a favor de los pobres.
Es significativo que el primer
viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la
emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea fue
también el viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de
Atenas, así como la celebración de una Misa en la frontera entre México y
Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México.
De sus 47 agotadores Viajes
Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa
difícil Visita Apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la
población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue
también un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión
relevante de su labor pastoral. Con la Visita Apostólica de 2024 a cuatro
países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la periferia más periférica del
mundo”.
Quiso el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón
del Evangelio”.
Misericordia y alegría del
Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco. En contraste con lo que
definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del encuentro y de
la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con
tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli tutti quiso hacer renacer una
aspiración mundial a la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre
que está en los cielos. Con fuerza recordó a menudo que todos pertenecemos a la
misma familia humana.
En 2019, durante su viaje a
los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento sobre la
“Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, recordando la
común paternidad de Dios.
Dirigiéndose a los hombres y
mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato si’ llamó la atención
sobre los deberes y la corresponsabilidad respecto a la casa común. “Nadie se
salva solo”.
Frente al estallido de tantas
guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y
destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz
e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones
posibles, porque la guerra -decía- no es más que muerte de personas,
destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo
peor de cómo era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica.
“Construir puentes y no muros”
es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor
del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones.
En unión espiritual con toda
la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el Papa Francisco, para
que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El Papa Francisco solía
concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mí”.
Querido Papa Francisco, ahora
te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la
Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado
domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo
de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con
corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.
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