En el contexto del 350
aniversario de las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa recibió en
audiencia, el 04 de mayo de 2024, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico,
a los participantes en el Congreso “Reparar lo irreparable”. Les ofrezco a
continuación el discurso del Papa Francisco.
Me complace recibirles y
darles mi cordial bienvenida. Doy las gracias a monseñor Benoit Rivière y al
padre Louis Dupont por haber tomado la iniciativa de este encuentro, en el
marco de la celebración del 350 aniversario de las apariciones de Jesús a santa
Margarita María. La reparación es un concepto que encontramos a menudo en la
Sagrada Escritura. En el Antiguo Testamento, adquiere una dimensión social de
compensación por el mal cometido. Es el caso de la ley mosaica, que preveía la
restitución de lo robado o la reparación del daño causado (cf. Ex 22, 1-15; Lv
6, 1-7). Era un acto de justicia destinado a salvaguardar la vida social. En el
Nuevo Testamento, sin embargo, adopta la forma de un proceso espiritual, en el
marco de la redención realizada por Cristo. La reparación se manifiesta
plenamente en el sacrificio de la Cruz. La novedad es que revela la
misericordia del Señor hacia el pecador. La reparación contribuye así a la
reconciliación de los hombres entre sí, pero también a la reconciliación con
Dios, porque el mal cometido contra el prójimo es también una ofensa contra
Dios. Como dice Ben Sirac el Sabio, «¿no ruedan las lágrimas de la viuda por
las mejillas de Dios?» (cf. Si 35,18). Queridos amigos, ¡cuántas lágrimas
siguen rodando por las mejillas de Dios, mientras nuestro mundo experimenta
tantos abusos contra la dignidad de la persona, incluso dentro del Pueblo de
Dios!
El título de vuestra
conferencia reúne dos expresiones opuestas: «Reparar lo irreparable». De este
modo, nos invita a la esperanza de que toda herida puede ser curada, aunque sea
profunda. La reparación completa parece a veces imposible, cuando se han perdido
para siempre bienes o seres queridos o cuando ciertas situaciones se han vuelto
irreversibles. Pero la intención de reparar y de hacerlo concretamente es
esencial para el proceso de reconciliación y el retorno de la paz al corazón.
La reparación, para ser cristiana, para tocar el corazón de la persona ofendida
y no ser un mero acto de justicia conmutativa, presupone dos actitudes
desafiantes: reconocerse culpable y pedir perdón. Reconocerse culpable. Toda
reparación, humana o espiritual, comienza por el reconocimiento del propio
pecado. ‘Acusarse forma parte de la sabiduría cristiana, esto agrada al Señor,
porque el Señor acoge al corazón contrito’ (Homilía en la Misa de Santa Marta,
6 de marzo de 2018). De este reconocimiento honesto del daño hecho al hermano,
y del sentimiento profundo y sincero de que el amor ha sido herido, nace el
deseo de reparar.
De pedir perdón. Es la
confesión del mal cometido, siguiendo el ejemplo del hijo pródigo que dice al
Padre: «He pecado contra el cielo y contra ti» (Lc 15,21). Pedir perdón reabre
el diálogo y manifiesta la voluntad de restablecer el vínculo en la caridad
fraterna. Y la reparación -incluso un principio de reparación o ya simplemente
la voluntad de reparar- garantiza la autenticidad de la petición de perdón,
manifiesta su profundidad, su sinceridad, toca el corazón del hermano, lo
consuela y suscita en él la aceptación del perdón solicitado. Así, si lo
irreparable no puede repararse del todo, siempre puede renacer el amor, que
hace soportable la herida. Jesús pidió a Santa Margarita María actos de
reparación por las ofensas causadas por los pecados de los hombres. Si estos
actos consolaron su corazón, esto significa que la reparación puede consolar
también el corazón de toda persona herida. Que los trabajos de vuestra
Conferencia renueven y profundicen el sentido de esta hermosa práctica de
reparación al Sagrado Corazón de Jesús, una práctica que hoy puede estar un
tanto olvidada o erróneamente juzgada obsoleta. Y que ayuden también a realzar
el lugar que le corresponde en el camino penitencial de cada bautizado en la
Iglesia.
Rezo para que vuestro Jubileo
del Sagrado Corazón suscite en tantos peregrinos un mayor amor de gratitud a
Jesús, un mayor afecto; y para que el santuario de Paray-le-Monial sea siempre
un lugar de consuelo y de misericordia para toda persona en busca de paz
interior. Os doy mi Bendición. Y os pido, por favor, que recéis por mí.
Gracias.
Papa Francisco
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