Después de las fiestas de la
Navidad y la Epifanía, la Iglesia nos invita este domingo, con el cual comienza
el llamado “Tiempo Ordinario” de la liturgia, a contemplar los hechos y las
enseñanzas de Jesús en el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo
en el río Jordán. Tratemos de descubrir el significado de este acontecimiento a
la luz de los elementos narrativos que nos presenta el relato del Evangelio y
relacionándolos con las otras lecturas de este domingo.
1.
El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo
El verbo “bautizar” proviene
del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente
en sumergirse en el agua, elemento imprescindible de la vida, para expresar así
el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: si el ser
humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua como
medio vital, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva.
Juan invitaba al bautismo en
el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús insiste
en recibir el bautismo porque “es conveniente cumplir todo lo que Dios ha
ordenado”, y de esta forma indica claramente que ha venido a hacer la voluntad
de su Padre. En esto se compendia precisamente todo el programa de su vida en
la tierra: hacer la voluntad de Dios, la misma que Él nos enseñó a cumplir con
una disposición total expresada justamente en la oración que nos iba a enseñar
para dirigirnos a nuestro Creador: “hágase tu voluntad, así en la tierra como
en el cielo”
Esto quiere decir que Él
mismo, siendo inocente, llevaría humildemente sobre sí el pecado del mundo para
cumplir la voluntad de Dios: hacernos posible el paso a una auténtica vida
nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios.
2.
“Vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él”
Al describir el Bautismo de
Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o
manifestaciones especiales de Dios. En este pasaje evangélico, la imagen de la
paloma evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis:
Por una parte, el relato de la
creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”
(Génesis 1, 2), y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la
tempestad Noé soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el
pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino
la calma, sino que recomenzaba la vida
en la tierra, gracias a una nueva creación.
La figura de una paloma que se
posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, nos remite entonces al comienzo
de una nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él, en la cual se
manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, simbolizado por la paloma,
que hará posible la paz en la existencia humana, gracias a la acción salvadora
del amor de Dios. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del
misterio de la Santísima Trinidad.
3.
“Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”
La fiesta del Bautismo del
Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios,
título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de
Dios mismo en los corazones de quienes estuvieran dispuestos a su acción
salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera
lectura: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto
mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7).
Resalta aquí la
correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del
Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá,
proveniente de una familia humilde y sencilla residente en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el
momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado Hijo de Dios por su
propio Padre que está en los cielos, va a presentarse a sí mismo, de palabra y
de obra, como quien no vino a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde
su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, es la manifestación
de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor.
En efecto, Jesús iba a estar
siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor:
servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos, a quienes
siempre les hacía el bien, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro
en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y
“pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38).
También nosotros hemos
recibido en el sacramento del Bautismo al Espíritu Santo, que hace posible en
nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo
amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida
y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra
disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con
Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Que así sea.
Gabriel Jaime Pérez, S.J.
También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.
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