Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera detenerme en la figura de san José como hombre que
sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños
eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba [1]. El sueño
simboliza la vida espiritual de cada uno de nosotros, ese espacio interior, que
cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a
menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno de nosotros
no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de
nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las
esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y
confundirnos. Por tanto, es importante lograr reconocer la voz de Dios en medio
de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y,
sobre todo, tomar las decisiones justas delante de la Palabra que el Señor le
dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en
el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo
situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos cuenta cuatro sueños de
José.
En el primer sueño (cf. Mt 1,18-25), el ángel ayuda a José a
resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No
temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata:
«Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» (v.
24). Muchas veces la vida nos pone delante de situaciones que no comprendemos y
parece que no tienen solución. Rezar, en esos momentos, significa dejar que el
Señor nos indique cuál es la cosa justa para hacer. De hecho, muy a menudo es
la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la salida, cómo
resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un
problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí
en el horno solos. No nos tira entre las bestias. No. El Señor cuando nos hace
ver un problema o desvela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda,
su presencia, para salir, para resolverlo.
Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño
Jesús está en peligro. El mensaje está claro: «Levántate, toma contigo al niño
y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque
Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). José, sin dudarlo,
obedece: «Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a
Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos
nosotros experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los
que amamos. En estas situaciones, rezar quiere decir escuchar la voz que puede
hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades
sin sucumbir.
En Egipto, José espera la señal de Dios para poder volver a casa;
y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que
han muerto los que querían matar al niño y le ordena que salga con María y
Jesús y regrese a la patria (cf. Mt 2,19-20). José «se levantó, tomó consigo al
niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (v. 21). Pero precisamente
durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en
lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Y ahí está la cuarta
revelación: «y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a
vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte
de la vida y también este necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que
nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, este no será el criterio de
nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El
poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.
Pienso en este momento en muchas personas que están aplastadas por
el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni rezar. Que san José pueda
ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para reencontrar luz, fuerza y paz. Y
pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas
enfermedades, los hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto
dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo
gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud
condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad
y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes
que hacen chiquilladas y terminan en accidente con el coche. Los padres que ven
a los hijos que no van adelante en la escuela y no saben qué hacer… Muchos
problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. Y a estos padres les digo: no
os asustéis. Sí, hay dolor. Mucho. Pero pensad cómo resolvió los problemas José
y pedid a José que os ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura
—me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba delante de la
cárcel: estaba la fila de personas que tenían que entrar para visitar a los
presos. Y había madres ahí que me daban mucha ternura: delante del problema de
un hijo que se ha equivocado, está preso, no le dejaban solo, daban la cara y
lo acompañaban. Esta valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los
hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los padres y a todas las
madres esta valentía que dio a José. Y después rezar para que el Señor nos
ayude en estos momentos.
Pero la oración nunca es un gesto abstracto o intimista, como
quieren hacer estos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos.
No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad.
Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor por los hijos por el caso que
he dicho ahora o el amor por el prójimo, logramos comprender los mensajes del
Señor. José rezaba, trabajaba y amaba —tres cosas bonitas para los padres:
rezar, trabajar y amar— y por esto recibió siempre lo necesario para afrontar
las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.
San José,
tú eres el hombre que sueña,
enséñanos a recuperar la vida espiritual
como el lugar interior en el que Dios se
manifiesta y nos salva.
Quita de nosotros el pensamiento de que rezar es
inútil;
ayuda a cada uno de nosotros a corresponder a lo
que el Señor nos indica.
Que nuestros razonamientos estén irradiados por la
luz del Espíritu,
nuestro corazón alentado por Su fuerza
y nuestros miedos salvados por Su misericordia.
Amén.
PAPA FRANCISCO
Audiencia
General, Aula
Pablo VI,
Miércoles, 26 de enero de 2022.
[1] Cfr Gen 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8;
41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10;
Dn 2; 4; Jb 33,15.
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