domingo, 16 de febrero de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 6º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: Bienaventuranzas y confianza

 

«Bendito quien confía en el Señor» (Jr 17, 7).

El cristiano no funda su esperanza ni en sí mismo, ni en los otros hombres, ni en los bienes terrenos. Su esperanza se arraiga en Cristo muerto y resucitado por él. «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida -dice san Pablo-, somos los hombres más desgraciados» (1 Cr 15, 19). Pero la esperanza cristiana va mucho más allá de los límites de la vida terrena y alcanza la eterna, y justamente a causa de Cristo que resucitando ha dado al hombre el derecho de ser un día partícipe de su resurrección.

Con este espíritu se han de entender las bienaventuranzas proclamadas por el Señor, las cuales exceden cualquier perspectiva de seguridad y felicidad terrenas Para anclar en lo eterno. Con sus bienaventuranzas Jesús ha trastocado la valoración de las cosas; éstas ya no se ven según el dolor o el placer inmediato y transitorio que encierran, sino según el gozo futuro y eterno. Sólo el que cree en Cristo y confiando en él vive en la esperanza del reino de Dios, puede comprender esta lógica simplicísima y esencial: «Dichosos los pobres... Dichosos los que ahora tenéis hambre... Dichosos los que ahora lloráis... Dichosos vosotros cuando os odien los hombres» (Lc 6, 20-22).

Evidentemente no son la pobreza, el hambre, el dolor o la persecución en cuanto tales los que hacen dichoso al hombre, ni le dan derecho al reino de Dios; sino la aceptación de estas privaciones y sufrimientos sostenida en la confianza en el Padre celestial. Cuanto el hombre carente de seguridad y felicidad terrenas se abra más a la confianza en Dios, tanto más hallará en él su sostén y salvación. «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza, dice Jeremías (17, 7). Al contrario los ricos, los hartos, los que gozan, escuchan la amenaza de duros «¡ayes!» (Lc 6, 24- 26), no tanto por el bienestar que poseen, cuanto por estar tan apegados a ello que ponen en tales cosas todo su corazón y su esperanza.

El hombre satisfecho de las metas alcanzadas en esta tierra está amenazado del más grave de los peligros: naufragar en su autosuficiencia sin darse cuenta de su precariedad y sin sentir la necesidad urgente de ser salvado de ella. El reino de la tierra le basta hasta el punto de que el reino de Dios no tiene para él sentido alguno. Por eso dice de él el profeta: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor» (Jr 17, 5). Las bienaventuranzas del Señor se ofrecen a todos, pero sólo los hombres desprendidos de sí mismos y de los bienes terrenos son capaces de conseguirlas.

 

Ahora, mientras vivo en el cuerpo, me encamino hacia ti, Señor, puesto que caminamos por la fe, mas no por la visión. Llegará el tiempo en que veamos lo que creímos sin haberlo visto; más, cuando veamos lo que creímos, nos alegraremos... Entonces aparecerá la realidad de lo que ahora es esperanza... Ahora gimo, ahora corro al refugio para salvarme; ahora enfermo, llamo al médico... Ahora en el tiempo de esperanza, de sollozo, de humildad, de dolor, de flaqueza..., he sido para muchos objeto de extrañeza..., porque creo lo que no veo. Ellos, siendo bienaventurados en lo que ven, se alegran en la bebida, en la sensualidad, en la avaricia, en las riquezas, en las rapiñas, en las dignidades del siglo...; se alegran en esto. Yo voy por camino opuesto, despreciando las cosas pasajeras de la vida y temiendo las prósperas del mundo, hallándome sólo seguro en las promesas de Dios (San Agustín, In Ps 70, 8-9).

Vivo contento en mi esperanza, porque tú, Señor, eres veraz en tu promesa; sin embargo, no poseyéndote aún, gimo bajo el aguijón del deseo. Hazme perseverante en este deseo hasta que llegue lo que me has prometido. Entonces se acabarán los gemidos y resonará únicamente la alabanza. (San Agustín, In Ps, 148, 1).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

No hay comentarios: