«Eres excelso, Señor; pero miras al humilde, y al soberbio lo conoces desde lejos» (Sal 138, 6).
La Liturgia de la Palabra presenta hoy la vocación de tres hombres: Isaías, Pedro y Pablo. Para cada uno de ellos la llamada divina es precedida de una teofanía; Dios, antes de confiar al hombre una misión particular, se le revela y da a conocer. Grandiosa la revelación concedida a Isaías: «vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado» (Is 6, 1); en torno a él los serafines se postraban en adoración cantando: «Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo» (ib 3). Frente a tal grandeza y santidad, Isaías tiembla; se siente como nunca impuro e indigno de estar en la presencia de Dios. Pero cuando siente la voz del Señor dirigirse a él: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?», no titubea un instante y responde: «Heme aquí; envíame» (ib 8). El hombre no puede por su cuenta y riesgo asumir la misión de colaborador de Dios; pero si Dios le llama, su indignidad no puede ser un pretexto para echarse atrás.
Del todo diferentes fueron las circunstancias de la llamada definitiva de Pedro para «pescador de hombres». La escena no acaece en el templo como para Isaías, sino en el lago, en un contexto muy sencillo y humano, propio del Dios hecho hombre, venido a compartir la vida de los hombres. Después de haber predicado desde la barca de Pedro, Jesús le ordena echar las redes. «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5). Su docilidad y confianza salen premiadas; capturaron tal cantidad de peces que las redes se rompían y llenaron las dos barcas, «que casi se hundían» (ib 7). El milagro imprevisible revela quién es Jesús, y Pedro, atónito como Isaías, cae de rodillas diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (ib 8). En presencia de Dios que se revela, el hombre por contraste advierte su nada y su miseria, y siente profunda la necesidad de humillarse. Al acto de humildad sigue la definitiva llamada: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». También aquí la respuesta es inmediata, y no sólo la de Pedro sino la de sus compañeros: «Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron» (ib 10-11).
En la segunda lectura Pablo habla de su vocación de heraldo del misterio de Cristo. También a él se le reveló Cristo en el camino de Damasco y quedó tan anonadado, que durante toda la vida se tiene no sólo por el menor de los apóstoles, sino por «un aborto» (1 Cor 15, 8). Sin embargo, su correspondencia es plena y puede atestiguar que la gracia de Dios no ha sido en él estéril.
Tres
vocaciones diferentes, pero la misma actitud de humildad y de disponibilidad, como
base de toda respuesta al Dios que llama.
¡Oh Dios! Me has creado para una misión precisa, confiándome un cometido que a ningún otro has confiado... En cierta manera también yo soy necesario a tus planes divinos... Si caigo, puedes elegir otro, lo sé; como podrías suscitar de las piedras nuevos hijos de Abrahán. Pero esto no quita que tenga yo parte en tu obra, Dios mío, que sea un eslabón de la cadena, un vínculo de unión entre los hombres. Tú no me has creado en vano... Haz que obedezca a tus mandamientos y te sirva en mi vocación, para realizar el bien y llegar a ser ángel de paz y testigo de la verdad, permaneciendo en el puesto que tú, oh Señor, me has asignado. (Beato John Henry Newman, Madurez cristiana).
«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y
no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». También yo,
Señor, sé que para mí es de noche cuando tú no hablas... He lanzado como un
dardo mi voz..., y no he ganado todavía a ninguno. La he lanzado de día; ahora
espero tu orden: en tu palabra echaré la red. ¡Oh vana presunción! ¡Oh
fructífera humildad! Los que antes no habían cogido nada, luego por tu palabra,
Señor, pescan una enorme cantidad de peces. Esto no es fruto de elocuencia
humana, sino efecto de la llamada celestial. (San Ambrosio, Comentario al
Evangelio de S. Lucas, IV, 76).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
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