La paternidad en sus diversas
facetas, desafíos y complejidades, fueron abordados por el papa Francisco en
sus respuestas a la entrevista concedida a los medios de comunicación
vaticanos, difundida hoy y como corolario al Año especial sobre San José que concluyó
el pasado 8 de diciembre.
El pontífice manifiesta su
amor por la familia, su proximidad a quien experimenta el sufrimiento y el
abrazo de la Iglesia a los padres y a las madres que hoy deben afrontar miles
de dificultades para dar un futuro a sus hijos.
-¿Qué representa San José para
usted?
-Nunca escondí la sintonía que
siento hacia la figura de San José. Creo que esto viene de mi infancia, de mi
formación. Desde siempre cultivé una devoción especial por San José porque creo
que su figura representa, de manera hermosa y especial, lo que debería ser la
fe cristiana para cada uno de nosotros. José, de hecho, es un hombre normal y
su santidad consiste precisamente en haberse convertido en santo a través de
las circunstancias buenas y malas que ha debido vivir y afrontar.
No podemos tampoco esconder
que a San José lo encontramos en el Evangelio, sobre todo en los relatos de
Mateo y de Lucas, como un protagonista importante de los inicios de la historia
de la salvación. En efecto, los acontecimientos que rodearon el nacimiento de
Jesús fueron acontecimientos difíciles, llenos de obstáculos, de problemas, de
persecuciones, de oscuridad y Dios, para ir al encuentro de su Hijo que nacía
en el mundo le coloca al lado a María y a José.
Si María es aquella que dio al
mundo el Verbo hecho carne, José es aquel que lo defendió, que lo protegió, que
lo alimentó, que lo hizo crecer. En él podremos decir que está el hombre de los
tiempos difíciles, el hombre concreto, el hombre que sabe asumir la
responsabilidad.
En este sentido, en San José
se unen dos características. Por una parte, su fuerte espiritualidad se traduce
en el Evangelio a través de los relatos de los sueños; estos relatos atestiguan
la capacidad de José para escuchar a Dios que habla a su corazón. Sólo una
persona que reza, que tiene una intensa vida espiritual, puede tener también la
capacidad de distinguir la voz de Dios en medio de las muchas voces que nos
habitan. Junto a esta característica después hay otra: José es el hombre
concreto, es decir, el hombre que afronta los problemas con extrema
practicidad, y frente a las dificultades y a los obstáculos, no asume nunca la
posición del victimismo. En cambio, se sitúa siempre en la perspectiva de
reaccionar, de corresponder, de fiarse de Dios y de encontrar una solución de
manera creativa.
-¿Esta atención renovada a San
José en este momento de prueba tan grande asume un significado particular?
-El tiempo que estamos
viviendo es un tiempo difícil marcado por la pandemia del coronavirus. Muchas
personas sufren, muchas familias están en dificultades, muchas personas se ven
asediadas por la angustia de la muerte, de un futuro incierto. He pensado que
precisamente en un tiempo tan difícil necesitamos a alguien que pueda
animarnos, ayudarnos, inspirarnos, para entender cuál es el modo juntos para
saber afrontar estos momentos de oscuridad. José es un testimonio luminoso en
tiempos oscuros. He aquí por qué era justo darle espacio en este tiempo para
poder volver a encontrar el camino.
-Su ministerio petrino inició
precisamente el 19 de marzo, día de la fiesta de San José…
-Consideré siempre una
delicadeza del cielo poder iniciar mi ministerio petrino el 19 de marzo. Creo
que, de algún modo, San José me quiso decir que continuaría ayudándome, estando
junto a mí y yo podría continuar pensando en él como un amigo al que dirigirme,
al que confiarme, al que pedir que interceda y rece por mí. Pero ciertamente
esta relación, que se da por la comunión de los santos, no sólo me está
reservada a mí, creo que puede ser de ayuda para muchos. Por eso espero que el
año dedicado a San José haya llevado a muchos cristianos a redescubrir el
profundo valor de la comunión de los santos, que no es una comunión abstracta,
sino una comunión concreta que se expresa en una relación concreta y tiene consecuencias
concretas.
-¿Qué pueden recibir del
diálogo con San José los hijos de hoy, es decir, los padres del mañana?
-No se nace padres, pero
ciertamente todos nacemos hijos. Esta es la primera cosa que debemos
considerar, es decir, cada uno de nosotros más allá de lo que la vida le
reservó, es sobre todo un hijo, ha estado confiado a alguien, proviene de una
relación importante que lo hizo crecer y que lo condicionó en el bien o en el
mal.
Tener esta relación y
reconocer su importancia en la propia vida significa comprender que un día,
cuando tengamos la responsabilidad de la vida de alguien, es decir, cuando
debamos ejercer una paternidad, llevaremos con nosotros sobre todo la
experiencia que hicimos personalmente. Y es importante entonces poder reflexionar
sobre esta experiencia personal para no repetir los mismos errores y para
atesorar las cosas hermosas que vivimos.
Estoy convencido de que la
relación de paternidad que José tenía con Jesús influyó tanto su vida hasta el
punto de que la futura predicación de Jesús está plena de imágenes y
referencias tomadas precisamente del imaginario paterno. Jesús, por ejemplo,
dice que Dios es Padre, y no puede dejarnos indiferentes esta afirmación,
especialmente si pensamos en la que fue su personal experiencia humana de
paternidad. Esto significa que José lo hizo tan bien como padre que Jesús
encuentra en el amor y la paternidad de este hombre la referencia más hermosa
para dar a Dios.
Podríamos decir que los hijos
de hoy que se convertirán en los padres de mañana deberían preguntarse qué
padres tuvieron y qué padres quieren ser. No deben dejar que su papel paternal
sea el resultado de la casualidad o simplemente la consecuencia de una
experiencia pasada, sino que deben decidir conscientemente de qué modo amar a
alguien, de qué modo responsabilizarse de alguien.
-En "Patris Corde"
se habla de José como padre en la sombra.¿Es posible esto en una sociedad que
parece premiar solo a quien ocupa espacios y visibilidad?
-Una de las características
más hermosas del amor, y no solo de la paternidad, es, de hecho, la libertad.
El amor genera siempre libertad, el amor nunca debe convertirse en una prisión,
en posesión. José nos muestra la capacidad de cuidar de Jesús sin adueñarse
nunca de él, sin querer manipularlo, sin querer distraerlo de su misión. Creo
que esto es muy importante como prueba de nuestra capacidad de amar y también
de nuestra capacidad de saber dar un paso atrás. Un buen padre lo es cuando
sabe retirarse en el momento oportuno para que su hijo pueda emerger con su
belleza, con su singularidad, con sus elecciones, con su vocación.
En este sentido, en toda buena
relación es necesario renunciar al deseo de imponer una imagen desde arriba,
una expectativa, una visibilidad, una forma de llenar completa y constantemente
la escena con excesivo protagonismo. La característica de José de saber hacerse
a un lado, su humildad, que es también la capacidad de pasar a un segundo
plano, es quizá el aspecto más decisivo del amor que José muestra por Jesús. En
este sentido es un personaje importante, me atrevería a decir que esencial en
la biografía de Jesús, precisamente porque en un momento determinado sabe
retirarse de la escena para que Jesús pueda brillar en toda su vocación, en
toda su misión.
A imagen y semejanza de José,
debemos preguntarnos si somos capaces de saber dar un paso atrás, de permitir
que los demás, y sobre todo, los que nos fueron confiados, encuentren en
nosotros un punto de referencia, pero nunca un obstáculo.
-¿Qué se puede hacer, qué
puede hacer la Iglesia, para devolver la fuerza a las relaciones padre-hijo,
fundamentales para la sociedad?
-Cuando pensamos en la Iglesia pensamos en ella siempre como Madre y esto no es algo equivocado. También yo en estos años traté de insistir mucho en esta perspectiva porque el modo de ejercer la maternidad de la Iglesia es la misericordia, es decir, es ese amor que genera y regenera la vida.
¿El perdón, la reconciliación
no son tal vez un modo a través del que nos volvemos a poner en pie? ¿No es un
modo a través del que recibimos nuevamente la vida porque recibimos otra
posibilidad? ¡No puede existir una Iglesia de Jesucristo si no es a través de
la misericordia! Pero creo que deberemos tener el valor de decir que la Iglesia
no debería ser solo materna sino también paterna. Es decir, está llamada a
ejercer un ministerio paterno no paternalístico. Y cuando digo que la Iglesia
debe recuperar este aspecto paterno me refiero precisamente a la capacidad
paterna de colocar a los hijos en condiciones de asumir las propias
responsabilidades, de ejercer la propia libertad, de hacer elecciones.
Si por un lado la misericordia
nos sana, nos cura, nos consuela, nos anima, por el otro lado el amor de Dios
no se limita simplemente a perdonar, a sanar, sino que el amor de Dios nos
empuja a tomar decisiones, a despegar.
-Sí, este periodo histórico es
un periodo marcado por la incapacidad de tomar decisiones grandes en la propia
vida. Nuestros jóvenes muy a menudo tienen miedo de decidir, de elegir, de ponerse
en juego. Una Iglesia es tal no solo cuando dice sí o no, sino sobre todo
cuando anima y hace posible las grandes elecciones. Y cada elección siempre
tiene consecuencias y riesgos, pero a veces por el miedo a las consecuencias y
a los riesgos permanecemos paralizados y no somos capaces de hacer nada ni de
elegir nada. Un verdadero padre no te dice que irá siempre todo bien, sino que
incluso si te encontrarás en la situación en la que las cosas no irán bien
podrás afrontar y vivir con dignidad también esos momentos, también esos
fracasos.
Una persona madura se reconoce
no en las victorias sino en el modo en el que sabe vivir un fracaso. Es
precisamente en la experiencia de la caída y de la debilidad como se reconoce
el carácter de una persona.
-¿Los sacerdotes cómo pueden
ser padres?
-Decíamos antes que la
paternidad no es algo que se da por descontado, no se nace padres, como mucho
uno se convierte en ello. Igualmente, un sacerdote no nace ya padre, sino que
debe aprenderlo un poco cada vez, a partir sobre todo del hecho de reconocerse
hijo de Dios, pero también hijo de la Iglesia. Y la Iglesia no es un concepto
abstracto, es siempre el rostro de alguien, una situación concreta, algo a lo
que podemos dar un nombre bien preciso.
Nuestra fe cristiana no es
algo que siempre recibimos a través de una relación con alguien. La fe
cristiana no es algo que se pueda aprender en los libros o en un simple
razonamiento, sino que es siempre un pasaje existencial que pasa por las
relaciones. Así, nuestra experiencia de fe surge siempre del testimonio de
alguien.
Por lo tanto, debemos
preguntarnos cómo vivimos nuestra gratitud hacia estas personas y, sobre todo,
si conservamos la capacidad crítica de saber distinguir lo que no es bueno que
pasó a través de ellas. La vida espiritual no es diversa de la vida humana.
Ser un buen padre, humanamente
hablando, es tal porque ayuda al hijo a convertirse en sí mismo, haciendo
posible su libertad y empujándole a las grandes decisiones, de igual modo un
buen padre espiritual lo es cuando no cuando sustituye la conciencia de las
personas que se confían a él, no cuando responde a las preguntas que estas
personas se llevan en el corazón, no cuando domina la vida de los que le fueron
confiados, sino cuando de manera discreta y al mismo tiempo firme es capaz de
indicar el camino, de ofrecer claves de lecturas diversas, ayudar en el
discernimiento.
-¿Qué es más urgente hoy para
dar fuerza a esta dimensión espiritual de la paternidad?
-La paternidad espiritual es
muy a menudo un don que nace sobre todo de la experiencia. Un padre espiritual
puede compartir no tanto sus conocimientos teóricos, sino sobre todo su
experiencia personal. Sólo así puede serle útil a un hijo. Hay una gran urgencia,
en este momento histórico, de relaciones significativas que podríamos definir
como paternidad espiritual, pero -permítanme decir- también maternidad
espiritual, porque este papel de acompañamiento no es una prerrogativa
masculina o sólo de los sacerdotes.
Hay muchas religiosas buenas,
muchas consagradas, pero también muchos laicos que tienen una gran experiencia
que pueden compartir con otras personas. En este sentido, la relación
espiritual es una de esas relaciones que necesitamos redescubrir con más fuerza
en este momento histórico, sin confundirla nunca con otras vías de naturaleza
psicológica o terapéutica.
-¿Qué le gustaría decir a los
padres que durante esta pandemia perdieron el trabajo y están en dificultades?
-Siento muy cercano el drama de
esas familias, de esos padres y de esas madres que están viviendo una
particular dificultad, agravada sobre todo a causa de la pandemia. No creo que
sea un sufrimiento fácil de afrontar el de no conseguir dar el pan a los
propios hijos y de sentirse encima la responsabilidad de la vida de los demás.
En este sentido, mi oración, mi cercanía, y también todo el apoyo de la Iglesia
es para estas personas, para estos últimos. Pero pienso también en tantos
padres, en tantas madres, en tantas familias que escapan de las guerras, que
son rechazadas en los confines de Europa y no solo y que viven situaciones de
dolor, de injusticia, y que nadie toma en serio o ignora deliberadamente.
Quisiera decir a estos padres,
a estas madres, que para mí son héroes porque encuentro en ellos el coraje de
quien arriesga su propia vida por amor a sus hijos, por amor a su familia.
También María y José han experimentado este exilio, esta prueba, debiendo
escapar a un país extranjero a causa de la violencia y del poder de Herodes. Este
sufrimiento suyo les hace cercanos precisamente a estos hermanos que hoy sufren
las mismas pruebas.
Que estos padres se dirijan
con confianza a San José sabiendo que como padre él mismo ha experimentado la
misma experiencia, la misma injusticia. y a todos ellos y a sus familias
quisiera decir que no se sientan solos. El Papa se acuerda de ellos siempre y
en la medida de lo posible continuará dándoles voz y no los olvidará.
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