domingo, 2 de marzo de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 8º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”

 

«Manda, Señor, a tus ángeles que me guarden en todos mis caminos» (SI 91, 11).

En el Evangelio de san Lucas el discurso sobre la caridad está seguido de algunas aplicaciones prácticas que esbozan la fisonomía de los discípulos de Cristo, los cuales, como dice san Mateo, deben ser «luz del mundo» (5, 14).

Es imposible alumbrar a los otros, si no se tiene luz: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6, 39). La luz del discípulo no proviene de su perspicacia, sino de las enseñanzas de Cristo aceptadas y seguidas dócilmente porque «el discípulo no está por encima del maestro» (ib 40). Sólo en la medida que asimila y traduce en vida la doctrina y ejemplos del maestro hasta llegar a ser una imagen viviente del mismo, puede el cristiano ser guía luminosa para los hermanos y atraerlos a él. Es un trabajo que empeña la vida en un esfuerzo continuo por asemejarse cada vez más a Cristo. Esto requiere una serena introspección que permita conocer los propios defectos para no caer en el absurdo denunciado por el Señor: «¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?» (ib 41).

Nunca suceda que el discípulo de Jesús exija de los otros lo que no hace o pretenda corregir en el prójimo lo que tolera en sí mismo tal vez en forma más grave. Combatir el mal en los otros y no combatirlo en el propio corazón es hipocresía, contra la que el Señor descargó con energía intransigente. El criterio para distinguir al discípulo auténtico del hipócrita son las palabras y las obras; «cada árbol se conoce por su fruto» (ib 44). Ya el Antiguo Testamento había dicho: «El fruto manifiesta el cultivo del árbol; así la palabra, el pensamiento del corazón humano» (Ecli 27, 6).

Jesús toma este símil ya conocido de sus oyentes y lo desarrolla poniendo en evidencia que lo más importante es siempre lo interior del hombre del que se deriva su conducta. Como el fruto manifiesta la calidad del árbol, así las obras del hombre muestran la bondad o malicia de su corazón. «El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo» (Lc 6, 45). El hipócrita puede enmascararse cuanto quiera; antes o después el bien o el mal que tiene en el corazón desborda y se deja ver; «porque de la abundancia de su corazón habla su boca» (ib). He aquí, pues, el punto importante: guardar cuidadosamente el «tesoro del corazón» extirpando de él toda raíz de mal y cultivando toda clase de bien, en especial la rectitud, la pureza y la intención buena y sincera.

Pero es evidente que al discípulo de Cristo no le basta un corazón naturalmente bueno y recto; le hace falta un corazón renovado y plasmado según las enseñanzas de Cristo, un corazón convertido totalmente al Evangelio. El empeño es arduo, porque la tentación y el pecado también en el corazón del discípulo están siempre al acecho. Para animarle recuerda san Pablo que Cristo ha vencido al pecado y que su victoria es garantía de la del cristiano. «Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Cr 15, 57).

 

Tú, ¡oh Jesús!, has encendido la luz para que continúe ardiendo; haz que seamos vigilantes y llenos de celo, no sólo por motivo de nuestra propia salvación, sino también por la de aquellos que... han sido conducidos de la mano hacia la verdad... Haz que nuestra vida sea digna de la gracia, a fin de que así como la gracia se predica en todas partes, pareja con la gracia corra nuestra vida.

Tú has dicho: «Brille vuestra luz», es decir, haya grande virtud, haya fuego abundante, brille una luz indecible. Porque cuando la virtud alcanza ese grado, es imposible quede definitivamente oculta... Nada hace al hombre tan ilustre, por mucho que él quiera ocultarse, como la práctica de la virtud. (San Juan Crisóstomo, Comentario al Ev. seg. S. Mateo, 15, 7-8).

Como no se riegan por sí, tampoco por sí se iluminan los montes... En tu luz, Señor, veré la luz. Así, pues, si veremos la luz en tu luz, ¿quién caerá lejos de la luz sino aquel para el que tú no fuiste luz? Si yo quiero ser luz por mí mismo, iré a caer lejos de ti que me iluminas. Por eso, sabiendo que sólo cae el que quiere ser luz a sí mismo, mientras de por sí es tiniebla, te ruego no permitas ponga en mí pie la soberbia, ni me deje arrastrar de los ejemplos de los pecadores..., para que no caiga lejos de ti. (San Agustín, In Ps. 120, 5).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

   

domingo, 23 de febrero de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 7º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: “Amad a vuestros enemigos”

 

«Señor, tú eres clemente y misericordioso; tú perdonas todas mis culpas» (SI 103, 8. 3).

El Antiguo Testamento ofrece en David un ejemplo excepcional de magnanimidad hacia los enemigos. Perseguido a muerte por Saúl, una noche se encuentra el joven en el campamento de su adversario; el rey yace dormido, su lanza está allí al lado, todos en derredor duermen. La ocasión es propicia, y su amigo Abisaí le propone matar al rey. Pero David lo impide; tomando la lanza de Saúl huye, y luego se la muestra desde lejos gritando: «Hoy te ha entregado el Señor en mis manos, pero no he querido alzar mi mano contra el ungido del Señor» (1 Sm 26, 23). ¡Tal vez un cristiano no habría hecho otro tanto!

Sin embargo, el acto generoso de David, que constituía una excepción en un tiempo en que regía la ley del talión, es norma inderogable para los seguidores de Cristo. «Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten» (Lc 6, 27-28). Jesús conoce el corazón humano herido por el pecado; sabe que frente a los insultos, injusticias o violencias se alza prepotente el instinto de venganza; pero con todo presenta el perdón no como un acto heroico reservado a los santos, sino como un sencillo deber de todo cristiano. Esto exige una profunda conversión, un verdadero trastrueque de pensamientos y sentimientos; pero es esto precisamente lo que él pide a sus discípulos. «Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen otro tanto!» (ib 32).

El cristiano no ha de obrar con la mentalidad de los pecadores y de los que no han sido iluminados aún por la luz del Evangelio. Precisamente en el campo de la caridad y del perdón es donde debe distinguirse de ellos. Por eso insiste el Señor con propuestas desconcertantes: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra... Da a todo el que te pida...» (ib 29-30). Si no siempre se han de aplicar estas palabras a la letra, tampoco se las puede arrinconar; hay que captar su sentido profundo que es el abstenerse de vengar la ofensa, estar prontos a hacer el bien a cualquiera, dar en lo posible hasta más de lo debido, renunciar al derecho propio antes de contender con el hermano. En resumen, se trata de aquella «justicia mayor» (Mt 5, 20) animada por el amor y que se pierde en el amor, que Jesús vino a enseñar y que él el primero practicó, dando su vida por gente rebelde e ingrata, muriendo por nosotros «cuando éramos aún pecadores» (Rm 5, 8).

El hombre natural hijo de Adán, no es capaz de entender ni de vivir esta doctrina; para serlo, tiene que renacer en Cristo y hacerse en él hombre espiritual. «Del mismo modo -dice San Pablo- que hemos revestido la imagen del hombre terreno -Adán-, debemos también revestir la de Cristo, hombre celestial» (1 Cor 15, 49). Sólo en la gloria llegará esto a su plenitud; pero comienza aquí cuando por el bautismo es vivificado el fiel con la gracia y el Espíritu de Cristo, y así se hace capaz de amar como Cristo ha amado y enseñado a amar.

 

¡Qué grande es tu paciencia, Dios mío!... Tú haces nacer y salir el sol sobre los buenos como sobre los malos; bañas la tierra con tu lluvia, y nadie queda excluido de tus beneficios, desde el momento que el agua se concede indistintamente a justos e injustos. Te vemos obrar con una paciencia siempre igual frente a los culpables y a los inocentes, a las personas que te reconocen y a las que te niegan, a las que saben darte gracias y a los ingratos... Las ofensas te amargan con frecuencia y aun de continuo; y, sin embargo, no desahogas tu indignación y esperas, pacientemente el día señalado para el juicio. Y aunque tienes la venganza en tu mano, prefieres tener larga paciencia, prefieres en tu

bondad diferir el castigo, esperando que la obstinada malicia del hombre, sufra, si es posible, por fin un cambio... Pues tú mismo dices: «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ez 33, 11). Y también: «Volveos a mí» (Mal 3, 7), «volved al Señor vuestro, Dios, porque él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se allana ante la desgracia» (Joel 2, 13).

Nosotros alcanzamos la perfección plena sólo cuando tu paciencia, oh Padre, habita en nosotros, cuando nuestra semejanza contigo, perdida con el pecado de Adán, se manifiesta y resplandece en nuestras acciones. (San Cipriano, De bono patientiae, 4-5).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.


jueves, 20 de febrero de 2025

APOLOGÉTICA HOY (audios): Dios creador: certeza y finalidad de la creación

Programa radiofónico: "APOLOGÉTICA HOY, Colaboradores de la Verdad".

Director: Padre José Antonio Medina.

Tema del episodio Nº 30.

Tema: Dios creador: certeza y finalidad de la creación

Contenido:

-      Dios Creador (Apologética Fundamental):


1 – Certeza del hecho de la creación.

2 – Finalidad de la creación.

3 – Descripción mosaica de la creación.


Fecha de emisión original en Radio María España el miércoles 19 de febrero de 2025.

 

domingo, 16 de febrero de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 6º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: Bienaventuranzas y confianza

 

«Bendito quien confía en el Señor» (Jr 17, 7).

El cristiano no funda su esperanza ni en sí mismo, ni en los otros hombres, ni en los bienes terrenos. Su esperanza se arraiga en Cristo muerto y resucitado por él. «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida -dice san Pablo-, somos los hombres más desgraciados» (1 Cr 15, 19). Pero la esperanza cristiana va mucho más allá de los límites de la vida terrena y alcanza la eterna, y justamente a causa de Cristo que resucitando ha dado al hombre el derecho de ser un día partícipe de su resurrección.

Con este espíritu se han de entender las bienaventuranzas proclamadas por el Señor, las cuales exceden cualquier perspectiva de seguridad y felicidad terrenas Para anclar en lo eterno. Con sus bienaventuranzas Jesús ha trastocado la valoración de las cosas; éstas ya no se ven según el dolor o el placer inmediato y transitorio que encierran, sino según el gozo futuro y eterno. Sólo el que cree en Cristo y confiando en él vive en la esperanza del reino de Dios, puede comprender esta lógica simplicísima y esencial: «Dichosos los pobres... Dichosos los que ahora tenéis hambre... Dichosos los que ahora lloráis... Dichosos vosotros cuando os odien los hombres» (Lc 6, 20-22).

Evidentemente no son la pobreza, el hambre, el dolor o la persecución en cuanto tales los que hacen dichoso al hombre, ni le dan derecho al reino de Dios; sino la aceptación de estas privaciones y sufrimientos sostenida en la confianza en el Padre celestial. Cuanto el hombre carente de seguridad y felicidad terrenas se abra más a la confianza en Dios, tanto más hallará en él su sostén y salvación. «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza, dice Jeremías (17, 7). Al contrario los ricos, los hartos, los que gozan, escuchan la amenaza de duros «¡ayes!» (Lc 6, 24- 26), no tanto por el bienestar que poseen, cuanto por estar tan apegados a ello que ponen en tales cosas todo su corazón y su esperanza.

El hombre satisfecho de las metas alcanzadas en esta tierra está amenazado del más grave de los peligros: naufragar en su autosuficiencia sin darse cuenta de su precariedad y sin sentir la necesidad urgente de ser salvado de ella. El reino de la tierra le basta hasta el punto de que el reino de Dios no tiene para él sentido alguno. Por eso dice de él el profeta: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor» (Jr 17, 5). Las bienaventuranzas del Señor se ofrecen a todos, pero sólo los hombres desprendidos de sí mismos y de los bienes terrenos son capaces de conseguirlas.

 

Ahora, mientras vivo en el cuerpo, me encamino hacia ti, Señor, puesto que caminamos por la fe, mas no por la visión. Llegará el tiempo en que veamos lo que creímos sin haberlo visto; más, cuando veamos lo que creímos, nos alegraremos... Entonces aparecerá la realidad de lo que ahora es esperanza... Ahora gimo, ahora corro al refugio para salvarme; ahora enfermo, llamo al médico... Ahora en el tiempo de esperanza, de sollozo, de humildad, de dolor, de flaqueza..., he sido para muchos objeto de extrañeza..., porque creo lo que no veo. Ellos, siendo bienaventurados en lo que ven, se alegran en la bebida, en la sensualidad, en la avaricia, en las riquezas, en las rapiñas, en las dignidades del siglo...; se alegran en esto. Yo voy por camino opuesto, despreciando las cosas pasajeras de la vida y temiendo las prósperas del mundo, hallándome sólo seguro en las promesas de Dios (San Agustín, In Ps 70, 8-9).

Vivo contento en mi esperanza, porque tú, Señor, eres veraz en tu promesa; sin embargo, no poseyéndote aún, gimo bajo el aguijón del deseo. Hazme perseverante en este deseo hasta que llegue lo que me has prometido. Entonces se acabarán los gemidos y resonará únicamente la alabanza. (San Agustín, In Ps, 148, 1).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

jueves, 13 de febrero de 2025

JESUCRISTO, TÚ SÍ QUE VALES: La vocación sacerdotal


Tema del episodio Nº 08 del ciclo:

La vocación sacerdotal

“Jesucristo, Tú sí que vales”, es un micro programa de reflexión vocacional, realizado por el sacerdote, periodista y escritor argentino residente en España, José Antonio Medina Pellegrini, quien era en el momento de su emisión original en antena el Director Espiritual del Seminario "San Bartolomé" de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, España.

Se emitió originalmente en el curso pastoral 2012-2013 todos los viernes al mediodía en Cope Cádiz, y posteriormente por Radio María España.

La locución está realizada por el Sr. Nino Romero.

domingo, 9 de febrero de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 5º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: “Boga mar adentro”

 

«Eres excelso, Señor; pero miras al humilde, y al soberbio lo conoces desde lejos» (Sal 138, 6).

La Liturgia de la Palabra presenta hoy la vocación de tres hombres: Isaías, Pedro y Pablo. Para cada uno de ellos la llamada divina es precedida de una teofanía; Dios, antes de confiar al hombre una misión particular, se le revela y da a conocer. Grandiosa la revelación concedida a Isaías: «vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado» (Is 6, 1); en torno a él los serafines se postraban en adoración cantando: «Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo» (ib 3). Frente a tal grandeza y santidad, Isaías tiembla; se siente como nunca impuro e indigno de estar en la presencia de Dios. Pero cuando siente la voz del Señor dirigirse a él: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?», no titubea un instante y responde: «Heme aquí; envíame» (ib 8). El hombre no puede por su cuenta y riesgo asumir la misión de colaborador de Dios; pero si Dios le llama, su indignidad no puede ser un pretexto para echarse atrás.

Del todo diferentes fueron las circunstancias de la llamada definitiva de Pedro para «pescador de hombres». La escena no acaece en el templo como para Isaías, sino en el lago, en un contexto muy sencillo y humano, propio del Dios hecho hombre, venido a compartir la vida de los hombres. Después de haber predicado desde la barca de Pedro, Jesús le ordena echar las redes. «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5). Su docilidad y confianza salen premiadas; capturaron tal cantidad de peces que las redes se rompían y llenaron las dos barcas, «que casi se hundían» (ib 7). El milagro imprevisible revela quién es Jesús, y Pedro, atónito como Isaías, cae de rodillas diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (ib 8). En presencia de Dios que se revela, el hombre por contraste advierte su nada y su miseria, y siente profunda la necesidad de humillarse. Al acto de humildad sigue la definitiva llamada: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». También aquí la respuesta es inmediata, y no sólo la de Pedro sino la de sus compañeros: «Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron» (ib 10-11).

En la segunda lectura Pablo habla de su vocación de heraldo del misterio de Cristo. También a él se le reveló Cristo en el camino de Damasco y quedó tan anonadado, que durante toda la vida se tiene no sólo por el menor de los apóstoles, sino por «un aborto» (1 Cor 15, 8). Sin embargo, su correspondencia es plena y puede atestiguar que la gracia de Dios no ha sido en él estéril.

Tres vocaciones diferentes, pero la misma actitud de humildad y de disponibilidad, como base de toda respuesta al Dios que llama.

 

¡Oh Dios! Me has creado para una misión precisa, confiándome un cometido que a ningún otro has confiado... En cierta manera también yo soy necesario a tus planes divinos... Si caigo, puedes elegir otro, lo sé; como podrías suscitar de las piedras nuevos hijos de Abrahán. Pero esto no quita que tenga yo parte en tu obra, Dios mío, que sea un eslabón de la cadena, un vínculo de unión entre los hombres. Tú no me has creado en vano... Haz que obedezca a tus mandamientos y te sirva en mi vocación, para realizar el bien y llegar a ser ángel de paz y testigo de la verdad, permaneciendo en el puesto que tú, oh Señor, me has asignado. (Beato John Henry Newman, Madurez cristiana).

«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». También yo, Señor, sé que para mí es de noche cuando tú no hablas... He lanzado como un dardo mi voz..., y no he ganado todavía a ninguno. La he lanzado de día; ahora espero tu orden: en tu palabra echaré la red. ¡Oh vana presunción! ¡Oh fructífera humildad! Los que antes no habían cogido nada, luego por tu palabra, Señor, pescan una enorme cantidad de peces. Esto no es fruto de elocuencia humana, sino efecto de la llamada celestial. (San Ambrosio, Comentario al Evangelio de S. Lucas, IV, 76).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

jueves, 6 de febrero de 2025

APOLOGÉTICA HOY (audios): Dios creador: naturaleza, posibilidad y el hecho de la creación

 

Programa radiofónico: "APOLOGÉTICA HOY, Colaboradores de la Verdad".

Director: Padre José Antonio Medina.

Tema del episodio Nº 29.

Tema: Dios creador: naturaleza, posibilidad y el hecho de la creación

Contenido:

-      Dios Creador (Apologética Fundamental):


1 - Naturaleza de la creación.

2 – Posibilidad de la creación.

3 – Dios creador.

4 – El hecho de la creación.

Fecha de emisión original en Radio María España el miércoles 5 de febrero de 2025.


lunes, 3 de febrero de 2025

domingo, 2 de febrero de 2025

INTIMIDAD DIVINA – Santoral: La Presentación del Señor

 

«Gloria a ti, Cristo, luz que alumbras a las naciones» (Lc 2, 32).

La Liturgia de esta fiesta tiene un tono solemne y gozoso por la primera entrada de Cristo en el templo y, al mismo tiempo, un todo sacrificial porque viene para ser inmolado.

Da la entonación la profecía de Malaquías (3, 1-4): «entrará en su santuario el Señor a quien vosotros buscáis» (ib 1). Es fácil aplicar este texto al hecho que hoy conmemora: la llegada de Cristo al templo donde, cuarenta días después de su nacimiento, es presentado por María y José, según las prescripciones de la ley mosaica. El Hijo de Dios, al encarnarse, quiso «parecerse en todo a sus hermanos» (Hb 2, 17; 2.ª lectura); sin dejar de ser Dios, quiso ser verdadero hombre entre los hombres, meterse en su historia y compartir en todo su vida, sin excluir la observancia de la ley prescrita para el hombre pecador. El cumplimiento de la ley es así la ocasión para que Jesús se encuentre en el templo con su pueblo que le aguardaba en la fe. En efecto, es recibido por Simeón «hombre justo y piadoso que aguardaba el consuelo de Israel» (Lc 2, 25), y por la profetisa Ana que vivía en la oración y penitencia. Iluminados por el Espíritu Santo, reconocen ambos en aquel niñito presentado por una joven madre con la humilde ofrenda de los pobres, al Salvador prometido y prorrumpen en himnos de alabanza. Simeón lo toma entre sus brazos exclamando: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador» (ib 29- 30); y Ana habla de él con entusiasmo «a todos los que aguardaban la liberación de Israel» (ib 38).

Recordando este suceso la Liturgia invita hoy a los fieles a ir al encuentro de Cristo en la casa de Dios, donde lo encontrarán en la celebración de la Eucaristía, para saludarlo como a su Salvador, para ofrecerle el homenaje de una fe y un amor ardientes, semejantes a los de Simeón y Ana, y, en fin, para recibirlo no entre los brazos sino en el corazón. Este es el significado de la procesión de «la Candelaria»: ir al encuentro de Cristo «luz del mundo» con la llama encendida de la vida cristiana que debe ser un reflejo luminoso de su resplandor.

Según la profecía de Malaquías, el Señor viene a su templo para purificar al pueblo del pecado, para que pueda presentar a Dios «la ofrenda como es debido», la cual «entonces agradará al Señor» (MI 3, 3-4). La primera ofrenda, que instaura el culto perfecto y da valor a toda otra oblación, es precisamente la que Cristo hizo de sí al Padre. Para él no valió el rescate ofrecido, como valía para todos los primogénitos de los judíos; pues era la víctima voluntaria que sería sacrificada por la salvación del mundo. Pero aceptando su condición de recién nacido, Jesús quiso ser ofrecido por las manos de su Madre, que aparece así en su función de corredentora. María no ignora que Jesús es el Salvador del mundo y, a través del velo de las profecías, intuye que Jesús cumplirá su misión por un misterio de dolor, en el que ella, como madre, deberá participar. La profecía de Simeón se lo confirma claramente: «a ti una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). María comprende y en lo secreto de su corazón repite el fiat como en Nazaret. Ofreciendo a su hijo, se ofrece a sí misma, comenzando así su pasión de madre que asociará cada día más a la del Hijo.

Otra similitud entre la Madre y el Hijo es la humildad profunda con que María, aunque consciente de su virginidad, se rebaja al nivel de las otras mujeres y confundida entre ellas se presenta al sacerdote para el rito de la purificación. Jesús no debía ser rescatado, María no necesitaba ser purificada y, sin embargo, se someten a estas leyes para enseñar a los hombres el respeto y la fidelidad a los mandatos del Señor, y el valor de la humildad y la obediencia.

La purificación de María, unida a la presentación de Jesús, es símbolo de la purificación de que el hombre está siempre, tan necesitado y que sólo puede ser obtenido por los méritos de Cristo presentado al Padre para «expiar así los pecados del pueblo» (Hb 2, 17). Como presentó a su Hijo, así presente María a todo fiel a Dios, y su mediación maternal lo disponga a la purificación que debe operarse en él. La oblación inmaculada y santa de Cristo lo santifique y lo haga capaz de ofrecer al Padre oraciones y sacrificios aceptos a su majestad divina.

 

Todos corremos a tu encuentro, oh Cristo, los que sincera y profundamente adoramos tu misterio, nos encaminamos a ti llenos de alegría... Llevamos cirios encendidos, como símbolo de tu resplandor divino.

Gracias a ti resplandece la creación, y se inunda de una luz eterna que disipa las tinieblas del mal. Po estos cirios encendidos sean, sobre todo, símbolo del resplandor interior con que queremos prepararnos al encuentro contigo, oh Cristo. Pues como tu Madre, virgen purísima, te llevó entre sus brazos a ti, luz verdadera, ofreciéndote a los que se encontraban en las tinieblas, así también nosotros, teniendo en las manos esta luz visible a todos e iluminados con su resplandor, vamos de prisa al encuentro contigo, que eres la verdadera luz...

Ha llegado la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo... Todos juntos venimos a ti, oh Cristo, para dejarnos invadir de tu esplendor y para recibirte como el anciano Simeón, oh eterna luz viviente. Con él exultamos de gozo y cantamos un himno de agradecimiento a Dios. Padre de la luz, que nos ha enviado la luz verdadera para sacarnos de las tinieblas y hacernos luminosos. (San Sofronio de Jerus, De Hipapante, 3, 6-7).

 

Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu seno virginal. Ofrece para nuestra reconciliación la víctima santa y agradable a Dios. Por todos modos aceptará Dios Padre la nueva ofrenda y preciosísima víctima, de la cual dice él mismo: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias»...

Yo os ofreceré voluntariamente un sacrificio, Señor, porque voluntariamente fuiste ofrecido por mi salud, no por tu necesidad... Dos cosas tengo, Señor, que son el cuerpo y el alma ¡Ojalá que te las pueda ofrecer en sacrificio de alabanza! Mejor es para mí y mucho más útil y glorioso ofrecerme a ti que dejarme para mí mismo. Porque en mí mismo se turba mi alma, y mi espíritu se alegrará en ti si es ofrecido sinceramente... No quiere Dios mi muerte, ¿y no le ofreceré yo gustosamente mi vida? Esta es una víctima pacífica, víctima agradable a Dios, víctima viva. (San Bernardo, In Purificatione B. V. Mariae, 3, 2-3).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

viernes, 31 de enero de 2025

JESUCRISTO, TÚ SÍ QUE VALES: ¿Soy suficientemente santo para ser sacerdote?

 Tema del episodio Nº 07 del ciclo:

¿Soy suficientemente santo para ser sacerdote?

“Jesucristo, Tú sí que vales”, es un micro programa de reflexión vocacional, realizado por el sacerdote, periodista y escritor argentino residente en España, José Antonio Medina Pellegrini, quien era en el momento de su emisión original en antena el Director Espiritual del Seminario "San Bartolomé" de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, España.

Se emitió originalmente en el curso pastoral 2012-2013 todos los viernes al mediodía en Cope Cádiz, y posteriormente por Radio María España.

La locución está realizada por el Sr. Nino Romero.

domingo, 26 de enero de 2025

INTIMIDAD DIVINA - 3º Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C: “Esta Escritura se ha cumplido hoy”

 

«Tus palabras, Señor, son espíritu y vida» (Jn 6, 63).

La Liturgia de hoy pone especialmente de relieve la celebración de la palabra de Dios. La primera lectura presenta la solemne proclamación de la ley divina hecha en Jerusalén delante de todo el pueblo reunido en la plaza, después de la repatriación de Babilonia. La lectura se abre con la «bendición» del sacerdote al que la muchedumbre responde postrándose «rostro en tierra» (Ne 8, 6), y prosigue «desde el alba hasta el mediodía», mientras todos escuchan de pie y en silencio: «los oídos del pueblo estaban atentos» (lb. 3).

Es Interesante el detalle del llanto del pueblo como expresión del arrepentimiento de sus culpas sacadas a luz por la lectura escuchada atentamente; y en fin la proclamación gozosa: «este día está consagrado a nuestro Señor. No estéis tristes; la alegría del Señor es vuestra fortaleza» (ib 10). Brevemente están indicadas todas las disposiciones para escuchar la palabra de Dios: respeto, atención, confrontación de la conducta propia con el texto sagrado, dolor de los pecados, gozo por haber descubierto una vez más la voluntad de Dios expresada en su ley.

El Evangelio presenta otra proclamación de la Palabra, más modesta en su forma exterior, pero en realidad infinitamente más solemne. En la sinagoga de Nazaret Jesús abre el libro de Isaías y lee —cierto que no fortuitamente— el paso relativo a su misión: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Le 4, 18). Sólo él puede leer en primera persona, aplicándola directamente a sí mismo, esa profecía que hasta ahora se había leído con ánimo tenso hacia el misterioso personaje anunciado; sólo él puede decir, concluida la lectura: «Esta lectura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (ib. 21).

No es el evangelista quien sugiere este acercamiento —Lucas no hace más que referirlo—, sino Cristo mismo. El, que es objeto de la profecía, está presente en persona, lleno del Espíritu Santo, venido para anunciar a los pobres, a los pequeños y a los humildes la salvación. Él es el «cumplimiento» de la palabra leída, él, Palabra eterna del Padre.

Aunque no con tal inmediatez, Cristo está siempre presente en la Escritura: el Antiguo Testamento no hace otra cosa que anunciar y preparar su venida, el Nuevo Testamento atestigua y difunde su mensaje. Quien escucha con espíritu de fe la palabra sagrada, se encuentra siempre con Jesús de Nazaret, y cada encuentro señala una nueva etapa en su salvación.

 

Padre del Unigénito, lleno de bondad y de misericordia, que amas a los hombres..., tú colmas de bendición a cuantos se vuelven a ti. Recibe con agrado nuestra plegaria, danos el conocimiento, la fe, la piedad y la santidad... Nosotros doblamos las rodillas ante ti, oh Padre increado, por tu Hijo único: endereza nuestra mente y hazla pronta a tu servicio; concédenos buscarte y amarte, escrutar y profundizar tus palabras divinas; tiéndenos las manos y álzanos en pie; levántanos, oh Dios de las misericordias; ayúdanos a elevar la mirada, ábrenos los ojos, danos seguridad, haz que no tengamos que sonrojarnos ni experimentar vergüenza ni seamos condenados, destruye el acta de condenación redactada contra nosotros, escribe nuestros nombres en el libro de la vida, cuéntanos en el número de tus profetas y apóstoles, por tu Hijo único Jesucristo. (San Serapión de Antioquía, de Oraciones de los primeros cristianos, 190).

Escucha, oh Padre de Cristo, a quien nada se le oculta, mi plegaria de hoy. Haz sentir a tu siervo el canto maravilloso. Guíe mis pasos en tus caminos, oh Dios nuestro, el que te conoce porque nació de ti: el Cristo, el rey que ha librado a los hombres de todas sus miserias. (San Gregorio Nacianceno, de Oraciones de los primeros cristianos, 248).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

   

jueves, 23 de enero de 2025

APOLOGÉTICA HOY (audios): Atributos morales de Dios

 

Programa radiofónico: "APOLOGÉTICA HOY, Colaboradores de la Verdad".

Director: Padre José Antonio Medina.

Tema del episodio Nº 28.

Tema: Atributos morales de Dios

Contenido:

-      Naturaleza y atributos de Dios (Apologética Fundamental):


1- Atributos morales de Dios.

a)  Dios es infinitamente bueno.

b)  Dios es infinitamente santo.

c)  Dios es infinitamente veraz.

d)  Dios es infinitamente justo.

e)  Dios es infinitamente misericordioso.

2- Conclusiones prácticas.

Fecha de emisión original en Radio María España el miércoles 22 de enero de 2025.