domingo, 21 de septiembre de 2025

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo C - 25º Domingo del Tiempo Ordinario: «No podéis servir a Dios y al dinero»

 

“Señor, que atesore yo tesoros en el cielo, porque donde está tu tesoro allí está tu corazón” (Mt 6, 20-21).

El tema fundamental de la liturgia de este domingo es el recto uso de los bienes. En la primera lectura (Am 8, 4-7) resuenan los duros reproches del profeta Amós a los comerciantes sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres: alteran los pesos, venden mercadería de desecho, suben los precios aprovechando la necesidad ajena. El profeta denuncia sin miramientos sus fraudes, y lo hace no en nombre de una mera justicia social sino en nombre de Dios: “Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables… Jura el Señor… que no olvidará jamás vuestras acciones” (ib 4-7).

Los abusos y engaños a cuenta de los pobres ofenden a Dios que es su defensor: “padre de huérfanos, protector de viudas” (Sal 67, 6), que manda tratar con generosidad a los indigentes: “le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia” (Dt 15, 8). La religión no puede reducirse a un órgano de justicia social, pero debe defender ésta en nombre de Dios, basándose en sus preceptos, sin miramiento alguno a los ricos y poderosos. El que quiere hacer justicia en un plano puramente humano peligra edificar sobre arena, porque sólo es verdadera justicia la que se funda en Dios y viene de él.

El texto de Amós (primera lectura) con la condena de los estafadores dispone a comprender el sentido verdadero de la parábola del administrador infiel, leída en el Evangelio de este domingo (Lc 16, 1-13). También aquí se habla de fraude, no en daño de los pobres, sino de un rico propietario que despide a su administrador porque ha dilapidado sus bienes. Este, para asegurarse unos amigos que le acojan, recurre a un ardid ilícito, reduciendo arbitrariamente las deudas a los clientes de su amo. Al proponer esta parábola, no pretende Jesús alabar la astuta arbitrariedad del administrador que él califica de “injusto” (ib 8), sino subrayar su sagacidad para asegurarse el porvenir.

Esto resulta bien claro de la conclusión, que suena como una queja del Señor: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz” (ib). Jesús observa con pena que los secuaces del mundo -que viven lejos de Dios y no creen en él-, en los negocios para proveer su futuro terreno, son más sagaces y diligentes que los hijos de la luz, o sea los fieles, los cuales, a pesar de creer en Dios, son abúlicos e inconstantes en cuidar sus intereses espirituales y en ocuparse de su porvenir eterno. Se trata, pues, de una llamada al esfuerzo y a la vigilancia en vista del día último, cuando se dirá a cada uno: “Entrégame el balance de tu gestión” (ib 2).

Las máximas que siguen están orientadas a dar a entender de qué modo debe el cristiano valerse de las riquezas en orden a su fin eterno. El dinero, llamado por Jesús “injusto” (ib 9), porque con demasiada frecuencia es fruto de ganancias ilícitas, ha de ser usado con tal probidad, que no sólo no sea obstáculo a la salvación, sino que ayude a conseguirla, como sucede cuando se lo emplea en bien de los necesitados; así el cristiano se ganará amigos que lo recibirán “en las moradas eternas” (ib).

El uso del dinero exige una honestidad extrema, tanto en los grandes negocios como en los pequeños, porque “el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; y el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado” (ib 10). Si el hombre no es desprendido, el manejo del dinero se le convertirá en tentación de la que no sabrá defenderse; y entonces de dueño o administrador acabará en esclavo del dinero, pésimo tirano que no deja libertad alguna, ni la de servir a Dios. Nunca se meditará suficientemente el aviso del Señor: “No podéis servir a Dios y al dinero” (ib 13).

 

Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. (Misal Romano, Colecta).

“¡Oh insensata ceguedad del mundo y del alma que en estos bienes terrenos pone su esperanza, y por una cosa tan pequeña y por un tiempo tan breve pierde la gloria eterna y merece la pena eterna, por dos días que ha de poseer estos bienes! Ciertamente, esto no procede sino de grandísima ceguedad; porque el alma envuelta en el falso amor de estas cosas transitorias, insensibilizada y perdido el sentimiento de la razón se animaliza…

Pero los que desprecian estas cosas, y te siguen a ti, Maestro divino, en pobreza, miseria y dolor, ¡qué presto ven acabada toda fatiga y llegan al reposo eterno!... Haz, pues, Señor, que ponga todo mi amor y mi deseo y mi afecto en ti, bien infinito, que me guardas infinitos gozos y consuelos eternos, si levanto el amor de estas cosas transitorias y lo pongo en ti… ¡Cuán grande es la multitud de tu dulzura, oh buen Dios, la cual has reservado para los que te temen!” (San Bernardino de Siena, Operette volgari, I, 2, 59-60. 62-63).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

No hay comentarios: