«Señor, que yo permanezca en ti y tú en mí» (Jn 15,4).
La liturgia de la Palabra presenta hoy en síntesis el itinerario de la vida cristiana: conversión, inserción en el misterio de Cristo, desarrollo de la caridad.
La primera lectura (Hc 9, 26-31) narra la llegada de Saulo a Jerusalén donde “todos le temían, no creyendo que fuese discípulo” (ib. 27) y que, iluminado de modo extraordinario por la gracia, de feroz enemigo se había convertido en ardiente apóstol de Cristo. La conversión no es tan repentina para todos; normalmente requiere un largo trabajo para vencer las pasiones y las malas costumbres, para cambiar mentalidad y conducta. Pero para todos es posible, y no sólo como paso de la incredulidad a la fe, del pecado a la vida de la gracia, sino también como ejercicio de las virtudes, desarrollo de la caridad y ascesis hacia la santidad. Bajo este aspecto la conversión no es un mero episodio, sino un empeño que compromete toda la vida.
La conversión ratificada por el sacramento, injerta al hombre en Cristo para que viva en él y viva su misma vida. Es el tema del Evangelio del día (Jn 15, 1-8). “Permaneced en mí y yo en vosotros -dice el Señor-. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí” (ib. 4-5). Sólo unido a la cepa puede vivir y fructificar el sarmiento; del mismo modo sólo permaneciendo unido a Cristo puede vivir el cristiano en la gracia y en el amor y producir frutos de santidad. Esto declara la impotencia del hombre en cuanto se refiere a la vida sobrenatural y la necesidad de su total dependencia de Cristo; pero declara igualmente la positiva voluntad de Cristo de hacer al hombre vivir de su misma vida.
Por eso el cristiano no debe desconfiar nunca; los recursos que no tiene en sí los encuentra en Cristo, y cuanto más experimenta la verdad de sus palabras: “sin mí no podéis hacer nada” (ib. 5), tanto más confía en su Señor que quiere ser todo para él. El bautismo y la inserción en Cristo que él produce son dones gratuitos; pero toca al cristiano vivirlos manteniéndose unido a Cristo por medio de la fidelidad personal, como indica la expresión tantas veces repetida: “permaneced en mí”. El grande medio para permanecer en Cristo es que sus palabras permanezcan en el creyente (ib. 7) mediante la fe que le ayuda a aceptarlas y el amor que se las hace poner en práctica.
Entre
las palabras del Señor hay una de especial importancia que se recuerda en la
segunda lectura (1 Jn 3, 18-24): “su precepto es que… nos amemos mutuamente”
(ib. 23). El ejercicio de la caridad fraterna es la señal distintiva del
cristiano, precisamente porque atestigua su comunión vital con Cristo; pues es
imposible vivir en Cristo, cuya vida es esencialmente amor, sin vivir en el
amor y producir frutos de amor. Y como Cristo ha amado al Padre y en él ha
amado a todos los hombres, así el amor del cristiano para con Dios tiene que
traducirse en amor sincero para con los hermanos. Por eso san Juan encarga con
tanto ardor: “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de
verdad” (ib. 18). Quien no tiene nada que temer delante de Dios, no porque sea
impecable, sino porque Dios, “que es mejor que nuestro corazón y todo lo
conoce” (ib. 20), en vista de su caridad para con los hermanos le perdonará con
gran misericordia todos los pecados.
“¡Oh, Verdad! Yo soy la vida y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, éste da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer. Y para evitar que alguno pudiera pensar que el sarmiento puede producir algún fruto, aunque escaso, después de haber dicho que éste daré mucho fruto, no dice que sin mí, poco podéis hacer, sino que dijo: Sin mí nada podéis hacer. Luego, sea poco, sea mucho, no se puede hacer sin Aquel sin el cual no se puede hacer nada. Y si el sarmiento no permanece unido a la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno.
Estando unido a ti, ¿qué puedo querer sino aquello que no es indigno de Cristo?
Queremos unas cosas por estar unidos a Cristo y queremos otras por estar en este mundo… Sólo entonces permanecen en nosotros sus palabras, cuando cumplimos sus preceptos y vamos en pos de sus preceptos. Pero cuando sus palabras están sólo en la memoria, sin reflejarse en nuestro modo de vivir, somos como el sarmiento fuera de la vid, que no recibe sabia de la raíz”. (San Agustín, In Jn, 81. 3-4).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
También
puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario