«Señor, que yo te busque mientras se te puede encontrar, que te invoque mientras estás cerca» (Is 55, 6).
«Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55, 8; La lectura). Tal es en síntesis el mensaje de los textos bíblicos de la Liturgia de hoy. El hombre no puede reducir a Dios a la medida de sus pensamientos ni condicionar la conducta del Altísimo a sus categorías de justicia y de bondad. Dios está por encima del hombre mucho más que el cielo de la tierra (ib 9), por eso muchas veces los planes de su providencia son incomprensibles a la mente humana, la cual debe aceptarlos con humildad sin pretender escudriñarlos o juzgarlos.
Tal es la enseñanza profunda encerrada en la parábola de los obreros de la viña que el Evangelio de hoy (Mt 20, 1-16) propone a la meditación de los fieles. «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña; se ajusta con ellos en un denario y los manda al trabajo. Pero hacen falta más brazos, y el propietario sale otras cuatro veces a la plaza a buscar jornaleros: a las horas tercia, sexta, nona y undécima, o sea desde las nueve de la mañana hasta el atardecer. Terminada la jornada los obreros reciben su paga empezando por los últimos, los cuales, igual que los primeros, reciben un denario. Y surge la reacción tan humana de los primeros: «Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Pero el propietario responde: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?... Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?» (ib 12-15).
En el plano de la justicia social este razonamiento sería discutible. Pero la intención de Jesús al proponer la parábola no es dar una lección sobre la «moral del salario» ni de sociología, sino dar a entender que el Reino de los Cielos se basa en principios muy diferentes de los que regulan las relaciones humanas de dar y recibir. Dios, infinitamente justo, es otro tanto misericordioso y libre; extendiendo la salvación a los que han sido llamados los últimos -los paganos-, no defrauda a los primeros -el pueblo elegido-; acogiendo en su reino a los pecadores convertidos en edad avanzada no hace injuria a los que han vivido siempre en la inocencia. En el mundo de la gracia no hay derechos que hacer valer.
Es cierto que el hombre debe colaborar en su salvación eterna, pero ésta es un bien tan grande, que no deja nunca de ser un don, hasta para los más grandes santos. Por lo demás, la parábola con la pregunta: «¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» (ib 15), deja entender que el motivo del malhumor de los trabajadores de primera hora, no es tanto amor a la justicia, cuanto envidia por la generosidad de que fueron objeto los de la última. Pero Dios no sufre en los obreros del Reino ninguna especie de envidia o rivalidad contra los hermanos; y sólo reconoce como obreros suyos a los que saben gozarse del bien ajeno como si fuese propio.
La parábola, pues, no pretende alentar a los perezosos u holgazanes que dejan para última hora la conversión y el servicio de Dios, sino enseñar que Dios puede llamar a cualquier hora y que el hombre debe estar siempre pronto a responder a su llamada. «Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca» (Is 55, 6). El que fue llamado al alba de la vida no puede presumir de tener mayores derechos que el que lo ha sido en edad madura y aun a última hora; y estos últimos no deben desanimarse ni retroceder pensando que es demasiado tarde.
Resulta
útil también a este propósito la palabra de san Pablo sacada de la segunda
lectura (FI 1, 20b-24.27): “Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi
vida o por mi muerte”. El verdadero discípulo de Cristo no mira tanto a sus
circunstancias personales -hora de llamada, servicios prestados, recompensa-, cuanto
a dar gloria a Cristo por el cual únicamente vive.
Yo no puedo penetrar en tus misteriosos secretos, oh Señor. Tú has muerto por todos, lo sé... Cuál sea el plan eterno de tu providencia sobre mí, no puedo decirlo; pero, fundado en las gracias con que has querido favorecerme, puedo esperar que mi nombre esté entre los que has escrito en el libro de la vida. Hay, con todo, una cosa de la que, en mi caso personal, tengo certeza y a la que, en lo que a los otros se refiere, llego por fe: que si no alcanzo la corona de !a gloria que has puesto al alcance de mi mano, será únicamente por mi culpa.
Tú me has asediado con tus gracias desde la juventud. Te has preocupado de mí como si yo fuese para ti algo verdaderamente importante, como si no fuese yo quien puede perder el cielo, sino tú quien me pudieses perder a mí. Me has conducido por un camino sembrado de innumerables gracias. Me has conducido junto a ti de la manera más íntima, me has introducido en tu casa y en tus moradas y te me has dado a ti mismo como manjar. ¿Acaso no es amor el tuyo?, ¿amor real, sincero, esencial, eficaz e ilimitado? Sé que lo es; estoy plenamente convencido de ello. Tú no esperas más que la ocasión de hacerme dones, de derramar sobre mí tus bendiciones. Estás siempre esperando que yo te pida tu gracia. (Cardenal John Henry Newman, Madurez cristiana).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María Magdalena,
OCD.
También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.
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