"Fray Juan, pídeme lo que quisieres..." |
Queridos amigos y hermanos: el
convento segoviano de los Padres Carmelitas Descalzos, situado junto a la
ermita de la Fuencisla, a orillas del Eresma y frente al Alcázar, tuvo como
fundador a San Juan de la Cruz en 1588. En las obras trabajó el mismo Santo con
sus manos. Finalmente sólo pudo ver terminadas una parte del convento y de la
iglesia, pues en 1591 dejó la ciudad para no volver, pues murió ese mismo año
en Úbeda. La Iglesia en la que reposan los restos de San Juan de la Cruz se
encuentra al final de una empinada escalera que evoca la subida al monte
Carmelo. El místico poeta fue prior del convento desde 1588 a 1591.
El “milagro del Cristo de
Segovia” aconteció en 1591, cuando san Juan de la Cruz, con 49 años de edad, se
encontraba en la última etapa de su vida. Sólo le quedaba vivo su hermano mayor
Francisco, éste viudo, con siete hijos. Francisco vino a Segovia porque le
habían dicho que su hermano se alejaría mucho de esta ciudad al año siguiente, ya
que Juan de la Cruz estaba destinado a México, destino al cual nunca llegó. En
Segovia estuvieron juntos varios días.
Cuadro original en la Iglesia de los Carmelitas de Segovia |
«Una noche -quizá en la
primavera de 1591, la última que fray Juan pasó en Segovia y en la tierra-
después de cenar toma de la mano a Francisco y sale con él a la huerta. Las
noches primaverales segovianas en la huerta del convento son deliciosas:
ambiente puro, quietud de soledad con sonoridades de aguas lejanas, olor a
flores silvestres, firmamento profundo… Cuando están solos los dos hermanos,
fray Juan se dispone a confiar a Francisco algo que guarde como un secreto.
[...] Fray Juan comienza a hablarle con sencillez:
"Quiero contaros una cosa que me sucedió con Nuestro Señor. Teníamos un crucifijo en el convento, y estando yo un día delante de él, parecióme estaría más decentemente en la iglesia, y con deseo de que no sólo los religiosos le reverenciasen, sino también los de fuera, hícelo como me había parecido.
Después de tenerle en la Iglesia puesto lo más decentemente que yo pude, estando un día en oración delante de él, me dijo: 'Fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé por este servicio que me has hecho'.
Yo le dije: 'Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco'.
Esto pedí a Nuestro Señor, y Su Majestad lo ha trocado, de suerte que antes tengo pena de la mucha honra que me hacen tan sin merecerla".
Después de esta confesión,
Francisco le pide permiso a su hermano para volver a casa. Ya no se verían más.
Era la primavera de 1591.
Tal acontecimiento transmitido
por Francisco, hermano del Santo, muy pronto se conoció como «el milagro de
Segovia», dando con el paso de los años lugar a numerosas reproducciones
pictóricas e iconográficas. Milagro que encierra quizás una profecía del Santo
sobre sí mismo: ante este cuadro de Cristo intuyó Juan de la Cruz cómo iba a
ser el final de sus días, y ante él expresó su deseo de terminarlos como un cristiano
fiel y cabal.
La respuesta que da a la
pregunta de Cristo nos presenta una gran resonancia con la última de las
bienaventuranzas: «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan por mi
causa, estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el
cielo» (Mt 5, 11-12).
Esta escena de Segovia revela,
pues, el contenido más genuino de su experiencia mística, como lo explican los
mismos carmelitas de Segovia hoy: la unión espiritual con Cristo, “que es el
mayor y más alto estado a que en esta vida se puede llegar”.
Con mi bendición.
Padre José Medina.
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