domingo, 1 de enero de 2023

LITURGIA: Solemnidad de Santa María Madre de Dios

 

“Encontraron a María, a José y al Niño”

1. Comenzamos el año proclamando a María Santísima “Madre de Dios”

“Madre de Dios” es el título más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad del Asia Menor situada en la actual Turquía, donde parece haber vivido María los últimos años de su vida terrena después de haber sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es Madre de Dios -en griego Theótocos-, porque concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

El texto de la Carta del apóstol san Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también situada en la actual Turquía- (Gál 4, 4-7), se refiere al Hijo de Dios  “nacido de una mujer” para que también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús: Abba, que en arameo significa papá.

También a María el Concilio Vaticano II (1962-1965) la ha proclamado más recientemente Madre de la Iglesia, porque al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe como hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de Dios”, sino también “y Madre nuestra”.

2. Comenzamos el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador

El Evangelio (Lc 2, 16-21) indica que los bebés hebreos recibían su nombre en el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con Jesús, cuyo nombre, como se explica en los relatos de anunciación a María y José, significa Dios salva. En hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés (Yo soy) está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva).

A ejemplo de María, que como nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios que nos salva renovemos nuestra fe iniciando el año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros.        

3. Comenzamos el año implorando la paz como don de Dios a la humanidad

La Iglesia celebra el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz. De esta manera la Iglesia nos invita a empezar el nuevo año en la verdad que produce la paz. Y esto lo expresa con la convicción de que, donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz. La Constitución Pastoral Gaudium et spes (El gozo y la esperanza) del Concilio Ecuménico Vaticano II, clausurado hace ahora 45 años, afirma que la humanidad no conseguirá construir “un mundo más humano para todos los hombres, en todos los lugares de la tierra, a no ser que todos, con espíritu renovado, se conviertan a la verdad de la paz” [N. 77]. Pero, ¿a qué nos referimos al utilizar la expresión “verdad de la paz”? Para contestar adecuadamente a esta pregunta se ha de tener presente que la paz no puede reducirse a la simple ausencia de conflictos armados, sino que debe entenderse como “el fruto de un orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador”, un orden “que los hombres, siempre sedientos de una justicia más perfecta, han de llevar a cabo”.

Al comenzar el nuevo año, presentémosle a Dios nuestros propósitos de paz: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de reconciliación.

Conclusión

Este primer día y toda la primera semana del nuevo año es un tiempo especialmente apropiado para expresar y compartir nuestros deseos de paz, que corresponden a la voluntad de Dios y que escuchamos en la primera lectura bíblica: 


“Que el Señor te bendiga y te guarde;

que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio;

que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.


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