“Encontraron a María, a José y
al Niño”
1. Comenzamos el año
proclamando a María Santísima “Madre de Dios”
“Madre de Dios” es el título
más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C.,
el Concilio de Éfeso -ciudad del Asia Menor situada en la actual Turquía, donde
parece haber vivido María los últimos años de su vida terrena después de haber
sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan-
definió que ella es Madre de Dios -en griego Theótocos-, porque concibió y dio
a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
El texto de la Carta del
apóstol san Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región
también situada en la actual Turquía- (Gál 4, 4-7), se refiere al Hijo de
Dios “nacido de una mujer” para que
también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo,
movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús: Abba, que en arameo
significa papá.
También a María el Concilio
Vaticano II (1962-1965) la ha proclamado más recientemente Madre de la Iglesia,
porque al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de
todos los que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe
como hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de
Dios”, sino también “y Madre nuestra”.
2. Comenzamos el año invocando
el nombre de Jesús como Dios Salvador
El Evangelio (Lc 2, 16-21)
indica que los bebés hebreos recibían su nombre en el rito de la circuncisión a
los ocho días de nacidos. Así sucedió con Jesús, cuyo nombre, como se explica
en los relatos de anunciación a María y José, significa Dios salva. En hebreo,
el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés (Yo soy)
está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva).
A ejemplo de María, que como
nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”,
y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia
salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios que nos salva renovemos nuestra
fe iniciando el año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora
de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros.
3. Comenzamos el año
implorando la paz como don de Dios a la humanidad
La Iglesia celebra el primer
día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz. De esta manera la
Iglesia nos invita a empezar el nuevo año en la verdad que produce la paz. Y
esto lo expresa con la convicción de que, donde y cuando el hombre se deja iluminar
por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la
paz. La Constitución Pastoral Gaudium et spes (El gozo y la esperanza) del
Concilio Ecuménico Vaticano II, clausurado hace ahora 45 años, afirma que la
humanidad no conseguirá construir “un mundo más humano para todos los hombres,
en todos los lugares de la tierra, a no ser que todos, con espíritu renovado,
se conviertan a la verdad de la paz” [N. 77]. Pero, ¿a qué nos referimos al
utilizar la expresión “verdad de la paz”? Para contestar adecuadamente a esta
pregunta se ha de tener presente que la paz no puede reducirse a la simple
ausencia de conflictos armados, sino que debe entenderse como “el fruto de un
orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador”, un orden “que los
hombres, siempre sedientos de una justicia más perfecta, han de llevar a cabo”.
Al comenzar el nuevo año,
presentémosle a Dios nuestros propósitos de paz: paz en los corazones,
desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un
lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como
fruto del reconocimiento de la dignidad y los derechos de todas las personas y
de una sincera voluntad de reconciliación.
Conclusión
Este primer día y toda la
primera semana del nuevo año es un tiempo especialmente apropiado para expresar
y compartir nuestros deseos de paz, que corresponden a la voluntad de Dios y
que escuchamos en la primera lectura bíblica:
“Que
el Señor te bendiga y te guarde;
que el
Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio;
que el
Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario