(ZENIT Noticias / Ciudad del
Vaticano, 25.03.2022).- La hora marcada para el inicio de la Liturgia
Penitencial presidida por el Papa era las 5 de la tarde de la ciudad de Roma.
La puntualidad vaticana es suficientemente parecida a la suiza por lo que más bien
todos se la toman en serio. Por eso en los 45 minutos previos al inicio de la
ceremonia litúrgica en la Basílica de San Pedro, pudimos ver un largo desfile
de coches diplomáticos: se trataba de los automóviles en los que los diferentes
embajadores de los países con los que la Santa Sede tiene relaciones
diplomáticas iban llegando. Otro desfile, aunque de naturaleza más religiosa,
era el que se apreciaba en la Plaza de San Pedro. Nos referimos al surtido
color y estilo de vestimentas de monjas, frailes y curas que hacían la fila
para ingresar en la Basílica.
Otros colores más uniformes y
conocidos, el de obispos y cardenales, nos hacían apreciar que casi una
cuarentena de los primeros y otra de los segundos, participaron en la
ceremonia. Constaba también la participación -según algunos de los periodistas
de L’Associazione Internazionale dei Giornalisti Accreditati in Vaticano- tanto
del embajador ucraniano ante la Santa Sede, como del ruso. A quien sí pudimos
claramente ver fue al recién nombrado embajador de Estados Unidos ante la Santa
Sede, el embajador Joe Donnelly. De hecho, se hizo una foto juntos a sus
homólogos irlandés, británico y de la Unión Europea. Otros embajadores, como el
de Canadá, no perdió la ocasión para las fotos también luego posteadas en
Twitter.
Fue así que a las 5 de la
tarde vimos salir al Romano Pontífice en procesión, mientras el Coro de la
Capilla Sixtina entonaba el “Attende Domine”. Dentro de la Basílica de San
Pedro se encontraban 3,500 personas. Fuera de la basílica al menos unas 2,000
personas, según las fuentes oficiales, seguían el evento a través de una de las
cuatro pantallas gigantes. Millones más desde los medios de comunicación. Fue
precisamente de la procesión de inicio que el embajador ucraniano ante la Santa
Sede tomó un par de fotos que después compartió en Twitter con una imprecisión:
que se trataba de una misa.
La realidad es que desde el
año de la misericordia el Papa celebra todos los años una jornada penitencial
en el contexto de la Cuaresma. La participación tan nutrida en esta ocasión se
debe en parte al extra que había este año: la consagración de Rusia y Ucrania y
al hecho que es de los primeros actos masivos que se organizan en el Vaticano
en este “salir poco a poco de la pandemia”.
La solemne ceremonia
penitencial continuó con el saludo inicial del Papa, con la escucha de la
Palabra de Dios y con la homilía del Pontífice que se centraría en las tres
palabras que el Ángel le dedicó a María en la anunciación (solemnidad que ese
día se celebraba). De esas palabras del ángel el Obispo de Roma extrajo
aplicaciones a nuestra vida (en ZENIT la hemos traducido al español y se puede
leer en el enlace al final de la crónica). Continuaría después un examen de
conciencia y después el rito de la reconciliación.
Una vez más hemos podido ver
al Papa acercarse a un confesionario: tanto para confesarse primero él como
para confesar él después. Ese mismo día por la mañana les había dicho a los
seminaristas, diáconos y sacerdotes que participaron en un congreso sobre temas
relacionados con la confesión lo siguiente: “acuérdense de rezar también por
mí, porque hoy yo también debo confesarme”.
Terminado el amplio espacio en
que cientos de personas pasaron a reconciliarse con Dios, tanto dentro como
fuera de la basílica, el Papa se revistió con una capa pluvial morada (color
propio del periodo litúrgico de cuaresma), dio gracias a Dios, después impartió
la bendición final y posteriormente se acercó a la imagen de la Virgen de
Fátima que estuvo todo el tiempo en la parte central de la basílica, justo
debajo de la cúpula. Se trataba de una preciosa talla traída del Santuario de
San Vittorino en Tivoli frente a la cual el Papa hizo el acto de consagración,
que para este momento ya es ampliamente público.
Todos pudimos advertir dos
cosas periféricas con relación a la jornada pero que no dejan de tener interés
general: que el Papa no se hincó cuando se confesó (como sí se le pudo ver en
otras confesiones de años pasados) ni se puso de rodillas frente a la Virgen
para la consagración. Esto no es una constatación para criticar sino para evidenciar
que el estado de salud no ha mejorado pues, de hecho, se le sigue viendo la
dificultad que tiene para caminar. Un par de días antes -como de hecho ha
sucedido en varias audiencias de los miércoles- el Papa volvió a saludar a los
participantes en la audiencia general del miércoles 23, sentado.
Tras la consagración, momento
altamente emotivo y de fervor, el Papa se retiró. Lo que se pudo ver a
continuación en la basílica era el resultado del clima de fe que ahí se
respiraba: tantas personas acercándose a la imagen de la Virgen de Fátima,
cardenales y diplomáticos incluidos, para tocarla, besarla o rezarle. También
para fotografiarla.
En la video transmisión de
esta jornada que yo, a nombre de ZENIT, participé, el presentador me hizo una
pregunta que más o menos giraba a si todo esto serviría para algo. Llegó a la
oficina de ZENIT en Roma y me encuentro con una noticia: Rusia decidió la tarde
de este 25 de marzo replegarse en la zona oriental de Ucrania, concretamente en
el Donbás tras “haber finalizado con éxito la primera fase de su operación”. O
en otras palabras: al menos por alcance, es el inicio de una desescalada, pues
esto supone el repliegue. Todo parece indicar que mientras nosotros estábamos
atentos a lo que pasaba en la basílica (y en Fátima), María estaba haciendo su
trabajo en otras latitudes de la geografía interior de los responsables de esta
guerra.
Jorge Enrique Mújica, director
editorial de ZENIT.
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