domingo, 3 de noviembre de 2024

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 31º Domingo del Tiempo Ordinario: “Escucha: nuestro Dios, es el único Señor”

 

«Te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; Dios mío, refugio mío» (Salmo 17, 2-3).

La Liturgia de hoy demuestra la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y a la vez la novedad de éste. Del Deuteronomio (6, 2-6) se toma la primera enunciación del mandamiento del amor: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (ib 4-5). El mismo texto se repite en el Evangelio del día (Mc 12, 28-34), como respuesta de Jesús al letrado que le pregunta acerca del mandamiento «primero de todos» (ib 28). Era un texto muy conocido de los judíos que lo repetían dos veces al día como plegaría de la mañana y de la tarde. La palabra inicial «Escucha» —de la que esta plegaria tomaba nombre—es una invitación a meditar el precepto del Señor y a ordenar según él la vida. Pues orar no significa sólo invocar a Dios y pedirle sus mercedes, sino, sobre todo, escucharle: oír su palabra, meditarla y obedecerla. Jesús insistió también sobre este concepto pleno y vital de la oración: «No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21).

Reasumiendo el mandamiento antiguo, Jesús le da un toque nuevo; ante todo lo aísla del contexto de prescripciones secundarias y lo coloca por encima de cualquier otro precepto, y luego le yuxtapone el del amor al prójimo, afirmando con autoridad: «No hay mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 31). El letrado que le ha interrogado aprueba y concluye sabiamente que amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismo «vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (ib 33). En sus palabras resuena la voz de los profetas que repetidamente habían denunciado la vaciedad de un culto no animado por el amor. Dios debe ser honrado con la plegaria y los sacrificios, pero éstos no le son agradables si no brotan de corazones que le amen sinceramente y a la vez amen al prójimo.

Dios es amor; toda la creación es fruto de su amor. El hombre creado por amor, vive del amor divino que lo conserva en la existencia y lo colma de sus dones. Y pues el amor es el manantial de su vida, el hombre no puede menos de amar, el amor es para él exigencia fundamental y deber imprescindible en razón de su naturaleza. Ante todo, debe amar al Amor, que lo ha creado, a Dios; y habiendo recibido todo de el, es, lógico que lo ame no con algún suspiro, sino «con todo el corazón, con todo el entendimiento, y con todo el ser» (ib). Además, hecho a imagen de un Dios que, ama todas las criaturas, el hombre debe ensanchar su amor a todos sus semejantes. En efecto, al ligar Jesús el, amor al prójimo con el amor a Dios, suprimió toda restricción: enseñó que prójimo no es sólo el pariente, el amigo, el vecino o el connacional, sino hasta el enemigo, el extranjero, el desconocido, o sea cualquier hombre.

Dios demostró con sus palabras, pero mucho, más con su ejemplo al dar la vida por todos los hombres, muriendo por ellos cuando todavía eran enemigos (Rm 5, 8). «Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debernos amarnos unos a otros... Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su, plenitud» (1 Jn 4, 11-12). La conclusión de San Juan profundiza la excelente del letrado y la completa. El Apóstol ha comprendido todo el alcance del mandamiento del amor y el nexo vital entre amor a Dios y amor al prójimo, hasta llegar a afirmar que el primero es perfecto sólo cuando va acompañado del segundo. El que comprende y vive así el precepto de la caridad no sólo «no está lejos del Reino de Dios» (Mc 12, 34), como dice Jesús al letrado, sino que lo lleva en sí, porque «quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16).

 

Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza... Seguí los caminos del Señor y no me rebelé contra mi Dios, porque tuve presentes tus mandamientos y no me aparté de tus preceptos. Perfecto es, el camino de Dios, acendrada es la promesa del Señor; él es escudo para los que a él se acogen. ¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca! Sea ensalzado mi Dios y Salvador. (Salmo 17, 2. 22-23. 31. 47).

Muy ancho es tu mandamiento, Señor... Y me enseñas que este mandamiento amplio es la caridad, porque donde hay caridad no hay estrecheces... Señor, hazme morar donde hay amplitud de espacios... Concédeme amar lo que el hombre no, puede dañar: que te ame a ti, Dios mío, ame la hermandad, ame tu ley, ame tu Iglesia; que ame con ese amor que será eterno...

Concédenos, oh Dios, armarnos mutuamente. Haz que amemos a todos los hombres, aun a nuestros enemigos, no porque sean hermanos, sino para que lleguen a serio; y haz que siempre estemos encendidos de ese amor fraterno, tanto para con el que lo fue, cuanto para con el enemigo, para que por el amor venga a ser hermano. Hazme comprender que siempre que amo a un hermano, amo a un amigo. Ya está conmigo, ya me es próximo en la unidad que se extiende a todos los hombres... Haz, Señor, que ame por mi parte, y ame con amor fraterno... Que todo mi amor se dirija a los cristianos, a todos tus miembros, oh Cristo Jesús... Haz que se extienda mi caridad a todo el mundo, por amor tuyo, porque tus miembros se extienden a todo el mundo. (San Agustín, In 1 Jn 10, 6-a).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

  

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