«Señor, tú eres el pan de vida; el que venga a ti no tendrá hambre» (Jn 6, 35).
La Liturgia de la Palabra se centra hoy -y por otros tres domingos sucesivos- sobre el discurso de Jesús acerca del «pan de vida», referido en el Evangelio de S. Juan enseguida de la multiplicación de los panes (cf domingo precedente); discurso que trata dos grandes temas: la fe y la Eucaristía.
Como de costumbre el trozo evangélico está preludiado por un fragmento del Antiguo Testamento. Hoy se toma del Éxodo (16, 2-4. 12-15) la historia de las murmuraciones de los Hebreos en el desierto, los cuales, viéndose sin agua y sin comida, se lamentaban de haber dejado las ollas de carne en Egipto. A pesar del descomedimiento de sus quejas, Dios interviene de nuevo en su favor: «Yo haré llover pan del cielo» (ib 4). Comienza así a caer sobre el campamento el maná de madrugada, y la carne -las codornices- de tarde, para sustento de todos. Apenas se ve en dificultad, el hombre murmura fácilmente de la Providencia y lamenta lo que ha dejado. Así hizo el antiguo pueblo de Dios, y así continúa haciendo el nuevo, olvidado de las múltiples intervenciones benéficas de Dios en su vida y demostrando la pobreza de su fe. Viene a cuento el aviso de san Pablo: «No andéis ya, como es el caso de los gentiles que andan en la vaciedad de sus criterios... No es así como habéis aprendido a Cristo» (Ef 4, 17. 20; 2.a lectura). Vaciedad de criterio es lamentarse de la Providencia, echar de menos los bienes temporales y buscar a Dios no por él mismo sino con miras interesadas.
Errores parecidos reprocha Jesús a la turba que después de la multiplicación de los panes le había seguido al otro lado del lago: «me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna» (Jn 6, 26-27). San Agustín comenta: «¡Cuántos buscan a Jesús sólo por ventajas temporales!... Es difícil que se busque a Jesús por Jesús» (In Jo 25, 10). La búsqueda desinteresada del Señor supone fe; por eso en el debate con los judíos insiste Jesús sobre este punto: «Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). El primero y más importante trabajo que Dios pide a los hombres es que crean en él, en lo que él hace por ellos en Cristo Jesús. Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios enviado a salvar al mundo va a él con confianza abandonándose completamente a su acción redentora.
Los judíos que no tienen esa fe, exigen de Jesús «signos» semejantes a la caída del maná del cielo. Y Jesús, esforzándose en levantarlos a pensamientos más espirituales, rectifica: «no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo» (ib 32-33). Pero ellos refiriéndose siempre a la comida material y esperando tal vez un milagro que prolongase la multiplicación de los panes, dicen: «Señor, danos siempre de ese pan» (ib 34). Mentalidad y propuesta idénticas a las de la Samaritana que pensando en el agua material, había dicho a Jesús «Señor, dame de esa agua» (Jn 4, 15). Como a ella, también a estos últimos quiere Jesús hacerles comprender el verdadero alcance de sus palabras, y así se expresa en términos semejantes a los usados con aquella mujer: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed» (Jn 6, 35). Ya no es posible el equívoco: el pan de vida, pan de Dios bajado del cielo, para dar vida al mundo, es Jesús; el que va a él y se alimenta de él -de su palabra y de la Eucaristía- con fe viva, no tendrá más hambre, no tendrá más sed.
Date, Señor, a mí, y basta, porque sin ti ninguna consolación satisface; sin ti no puedo ser y sin tu visitación no puedo vivir. Por eso me conviene llegarme a ti muchas veces, y recibirte para remedio de mi salud, porque no desmaye en, el camino si fuere privado de este celestial manjar. Porque tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y curando diversas enfermedades, dijiste: No quiero consentir que se vayan ayunos, porque no desmayen en el camino. Haz, pues; ahora conmigo de esta manera, pues te dejaste en el Sacramento para consolación de los fieles.
Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan al misterio, y esfuérzame para creerlo con firmísima fe. Porque, esto, Señor, obra tuya es, y no humano poder. Es sagrada, ordenación tuya, y no invención de hombres...
Señor, en simplicidad de corazón, en buena y firme fe por tu mandato, vengo a ti con esperanza y reverencia y creó verdaderamente que estás presente aquí en este Sacramento, Dios y hombre. Y pues quieres, Salvador mío, que yo te reciba y que me una a ti en caridad, suplico a tu clemencia e imploro me sea dada una muy especialísima gracia para que me derrita todo en ti y rebose de amor y que no cuide más de otro alguna consolación. (Imitación de Cristo, IV, 3, 2; 4, 1-24.)
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
También puede escuchar una síntesis en
AUDIO haciendo clic AQUÍ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario