domingo, 28 de julio de 2024

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 17º Domingo del Tiempo Ordinario: “Mucha gente le seguía”

 

«Abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente» (SaImo 145, 16).

El tema central de este día es la providencia de Dios que satisface todas las necesidades del hombre. Tomada del libro segundo de los Reyes (4, 42-44), se lee la multiplicación de los panes obrada por Eliseo, figura y preludio de la realizada unos ocho siglos más tarde por Jesús y que se lee en el Evangelio de Juan (6, 1-15). Un hombre se presenta al profeta con «veinte panes de cebada» y recibe de él la orden de distribuirlos a su gente: cien hombres. El siervo objeta que la provisión es insuficiente, pero Eliseo repite la orden en nombre de Dios: «Esto dice el Señor: "Comerán y sobrará"» (2 Re 4, 43).

El milagro se repite, pero de modo mucho más imponente en los herbosos altozanos de Galilea cuando Jesús, subido a un monte con los discípulos, se ve rodeado de una gran muchedumbre que acudía a él (Jn 6, 5). Como Eliseo había proveído al hambre de sus discípulos, así Jesús provee a la de la gente que le sigue para escuchar su palabra. Pero mientras allí veinte panes saciaron a cien hombres, aquí sólo cinco panes y dos peces sacian a unos cinco mil; en ambos casos quedan las sobras -doce canastas en el hecho evangélico-, para demostrar que Dios no es avaro en proveer a las necesidades de sus criaturas. «Abres tu mano -canta el salmo responsorial- y sacias de favores a todo viviente» (SI 145, 16). Entonces ¿cómo es que hay tanto hambriento en el mundo? Reflexionemos. No se operaron los dos milagros de la nada, sino a base de unas escasas, más bien escasísimas, provisiones: los veinte panes ofrecidos a Eliseo por el hombre de Baal-Salisá, y los cinco panes y dos peces suministrados a Jesús por un muchacho que los había traído consigo.

Dios omnipotente puede hacerlo todo de la nada, pero frente a su criatura libre normalmente no obra sin su concurso. Lo que el hombre puede hacer es siempre poco, pero Dios lo quiere y hasta lo exige como condición previa a su intervención. Si hoy hay tanta gente que no encuentra pan suficiente para su hambre, ¿no dependerá de que quien nada en la abundancia no sabe ofrecer para los hermanos al menos lo superfluo? El hombre que en tiempo de carestía llevó las primicias de su pan a Eliseo, y el muchacho que cedió lo poco que tenía para que Jesús lo multiplicase, no encuentran muchos seguidores ni siquiera entre los creyentes. Cuando el hombre hace lo que está de su parte, Dios -siempre misericordioso y omnipotente- no deja de intervenir haciendo fructificar sus obras buenas. Santos como el Cottolengo o Don Guanella lo han experimentado hasta milagrosamente. Jesús que se conmueve y se preocupa por la muchedumbre hambrienta, llama a los fieles a la comprensión diligente de las necesidades ajenas, no se limite a buenas palabras, sino que llegue a una ayuda concreta.

Si el milagro de Eliseo es figura de la multiplicación de los panes realizada por Cristo, ésta es preparación y figura de un milagro mucho más estrepitoso, el eucarístico. No casualmente la descripción de los gestos del Señor -«tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió» (Jn 6, 11)- anticipa casi a la letra los gestos y las palabras de la institución de la Eucaristía. Luego de haber proveído tan largamente al hambre de los cuerpos, Jesús proveerá de modo divino e inefable a la de los espíritus. Alimentados de un único pan, el Cuerpo del Señor, los fieles forman un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo. Esta realidad basa el deber de la caridad y de la solidaridad cristiana de que habla San Pablo en la segunda lectura (Ef 4, 1-6) exhortando a los fieles a «mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz», porque «hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, un Señor, una fe» (ib 4-5).

 

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles... Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo. Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones. (Salmo 145, 10. 15-19).

Señor, tú que viendo la muchedumbre hambrienta en el desierto, dijiste: «Siento compasión de esta multitud», tú que con cinco panes quitaste el, hambre a cinco mil personas, mira benigno a tus hijos hambrientos... y, luego de haber saciado su hambre corporal, dígnate saciar también el hambre de sus almas con el alimento celestial de tu doctrina, tú que vives y reinas Dios por todos los siglos de los siglos. Así sea. (San Pablo VI, Enseñanzas, v. 4).

Dios mío, tú eres pródigo de cuidados y ternuras para cada uno de los seres humanos creados por ti, como si sólo él estuviese en el mundo. Pues tú puedes verlos a todos, uno por uno; uno por uno los amas en su vida mortal y uno por uno los sigues con la plenitud de tus atributos, interesándote por cada uno y tomándote por él un cuidado independiente de todos los demás...

Todos los actos de tu Providencia son actos de amor. El mismo mal que nos mandas procede de tu amor... Y tú vuelves el mal en bien. Con el mal pruebas a los hombres para llevarlos al arrepentimiento, aumentar su virtud y hacerles alcanzar en el futuro un bien mayor. Nada sucede por acaso, sino que todo tiende a un fin de gracia.

Con fe plena y segura reconozco la sabiduría y bondad de tu Providencia, aun cuando sean inescrutables tus juicios e incomprensibles tus decretos. (John Henry Newman, Madurez cristiana).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

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