«El Señor conforta mi alma: me guía por senderos de justicia» (Salmo 23, 3).
El tema de Dios-pastor y, por lo tanto, del Mesías-pastor, tan querido al Antiguo Testamento, retorna con frecuencia en la Liturgia renovada, que se sirve a gusto de los textos proféticos como introducción a los pasajes evangélicos centrados en ese argumento.
Dios, por boca de Jeremías (23, 1-6: 1ra lectura), condena la conducta de los malos pastores: «¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mí rebaño!» (ib 1). En vez de reunir las ovejas -el pueblo de Dios-, las dispersan; en lugar de guardarlas, las han dejado perecer. Por eso Dios les castigará. El mismo tomará a su cuidado el resto de sus ovejas» (ib 3) y las confiará a pastores más dignos; suscitará de la descendencia de David un vástago legítimo» (ib 5), el Mesías, rey-pastor, bajo cuyo gobierno las ovejas dispersas de Israel serán finalmente reunidas y gozarán de seguridad, justicia y paz. El salmo responsorial, leído con ojos cristianos, esboza justamente la figura de Jesús buen pastor y expresa el gozo de los creyentes que encuentran en él todos los bienes: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (SI 23, 1). El atiende solícitamente a su rebaño, lo defiende de los peligros y lo alimenta con la abundosa mesa de su palabra, de su carne y de su sangre.
El Evangelio (Mc 6, 30-34) bosqueja en síntesis la actividad de Jesús pastor. Sus primeros cuidados son para los apóstoles, porción elegida de su grey, que reúne en torno a sí después de las fatigas de su primera misión. «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco» (ib 30). Es imposible un apostolado fecundo sin estas pausas reparadoras junto al Maestro, destinadas a tomar nuevas fuerzas, no sólo físicas sino espirituales. Pausa de oración y de atención interior para profundizar la palabra del Señor y encarnarla cada vez mejor en la propia vida. El Evangelio presenta luego la actividad intensa de Jesús en favor del pueblo que se le estrecha en torno sin dejarle un momento de respiro, «Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer» (ib 31). Y cuando el Señor parte en la barca en busca de un poco de soledad, la gente lo alcanza, y hasta se le adelanta, de modo que al desembarcar se encuentra de nuevo oprimido por la multitud.
Ante ese espectáculo -nota san Marcos-, tuvo lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma» (ib 34). Olvidado de sí, Jesús se da totalmente al cuidado del rebaño que el Padre le ha confiado, ahora para adoctrinarlo como un día en la cruz para redimirlo. Es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas y enseña a los que le representan a hacer otro tanto. Si solamente los obispos y sacerdotes Son los pastores oficiales del pueblo de Dios, también participan de ese oficio, aunque de forma más modesta e indirecta, cuantos ocupan un puesto de responsabilidad en la familia, en la escuela o en la sociedad. Para cumplir su misión, necesitan todos ellos poner sus ojos en Jesús y amoldarse a él.
La
segunda lectura (Ef 2, 13-18) completa el argumento con el cuadro de la salvación
universal realizada por Cristo; el cual ha traído a sí las ovejas alejadas -los
paganos- uniéndolas en un solo rebaño con las ovejas de Israel, más cercanas porque
pertenecían ya al pueblo de Dios. De los dos pueblos, paganos y judíos, ha
hecho uno solo, pues «reconcilió con Dios a los dos pueblos... mediante la
cruz, dando muerte, en él, al odio» (ib 16). Por su muerte, en efecto, todos
los hombres han sido hechos hermanos entre sí e hijos del Padre celestial. Así,
por él, «unos y otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu» (ib
18). Un solo Pastor y un solo Padre, un solo rebaño y un solo redil: éste es el
fruto de la vida que Jesús ofrece por sus ovejas.
Buen Pastor, tú solo eres necesario. Tú sabes lo que necesitamos y nos lo concedes en el momento que quieres; danos a tus pobres ovejas el pasto que necesitamos en cada momento: ora consuelas para impedir el desánimo, ora dejas sentir el desbarajuste al alma para producir humildad que es verdad. Estamos en buenas manos. Tu corazón no cesa de velar por nosotros; nos amas infinitamente, nos ves de continuo y eres omnipotente. Preparas nuestra eternidad feliz con los medios que tú sabes, haciéndonos trabajar penosamente cuando nosotros, niños pequeños, querríamos descansar. (Cf. Carlos de Foucauld, Carta 5.4.1909).
Oh Señor, por una delicada atención de tu providencia, has querido llamarte pastor. No sólo te has preocupado de mí, sino que te has puesto también a buscarme; no sólo me has encontrado, tú que haces maravillas, sino que por la bondad indecible de tu amor, me has llevado sobre tus hombros vivificadores y me has asociado a los órdenes celestiales en la herencia de tu Padre.
Tú que eres poderoso, fuente de vida, bendito,
auxiliador, compasivo y misericordioso..., revélame ahora de nuevo las
profundidades de tus misericordias y las efusiones de tu bondad. (San Gregorio
de Narek, Le livre de priéres).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
También puede escuchar una síntesis en
AUDIO haciendo clic AQUÍ.
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