domingo, 4 de febrero de 2024

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 5º Domingo del Tiempo Ordinario: “Todos te buscan”

 

«Alabad al Señor, que es bueno..., sana a los de roto corazón y venda sus heridas» (Sal 147, 1. 3).

En el dolor de sus tribulaciones se lamenta Job: «¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? Como esclavo que suspira por la sombra..., así meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor» (Job 7, 1-3). Job es el símbolo de la humanidad oprimida y angustiada por un cúmulo de males físicos y morales. El sufrimiento llega al paroxismo, roza la desesperación, pero Job cree en Dios y lo invoca: «Recuerda que mi vida es un soplo» (ib 7). Este gemido, destello de esperanza en un mar de dolor, no es vano. Dios se inclinará sobre el hombre y le mandará un Salvador, que suavice su sufrimiento y le abra el corazón a una mayor esperanza.

El Evangelio presenta a Jesús en este marco, rodeado de una muchedumbre de dolientes: «le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que adolecían de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios» (Mc 1, 29-39). El Salvador está a la obra, el Salvador está en acto. Y recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas «y expulsando los demonios» (ib 39). Para levantar a la humanidad de su estado de sufrimiento físico y moral en que se debate, Cristo predica y da la salud. Con su predicación ilumina los espíritus, revela el amor de Dios, induce a la fe, da sentido al dolor y muestra el camino de la salvación. Con sus milagros sana los cuerpos dolientes y arroja los demonios. Cristo quiere salvar a todo el hombre, alma y cuerpo; sana la carne para que esto venga a ser signo y medio de la salud del espíritu. Y cuando no suprime el sufrimiento, enseña a llevarlo con esperanza y amor para que produzca frutos de vida eterna.

La obra de salvación iniciada por Cristo está todavía en acto, y para que se perpetúe hasta el fin de los tiempos, ha dejado el mandato de hacerlo a la Iglesia y, en la Iglesia, a todo creyente. El apóstol Pablo, sensibilísimo a este deber y empeñado en él con todas sus fuerzas, declaraba a los Corintios: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe; y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16). Todo cristiano que tiene el privilegio de haber recibido el Evangelio, tiene que sentirse responsable de él frente a los que no tienen ese don y hacer lo posible por comunicárselo. El que está ya en órbita de salvación no puede mirar con indiferencia a los que están fuera de ella; a él le incumbe el deber de arrastrar el mayor número posible de hermanos.

 

Gloria a ti, oh Cristo, luz de verdad y sol de justicia, que has venido a morar en tu Iglesia y ella ha quedado Iluminada, has venido a tu creación y ella refulge toda entera. Los pecadores se han acercado a ti y han sido purificados. Los fugitivos y dispersos se han vuelto a encontrar. Los ciegos te han visto y sus ojos se han abierto; hasta las almas tenebrosas se han aproximado a la luz. Los muertos han oído tu voz y se han levantado; los prisioneros y esclavos han sido liberados; los pueblos dispersos se han reunido. Tú eres luz sin ocaso; eres mañana esplendorosa que no conoce atardecer. Que se abran los ojos de nuestros corazones a tu luz y la aparición de tu aurora sea para nosotros guía hacia el bien. Sean prisioneros de tu amor nuestros sentidos; y pues que nos has hecho dignos, por tu misericordia, de huir de las tinieblas nocturnas y de acercarnos a la luz matinal, haz que, por tu palabra viva y todopoderosa, disipemos como humo las aflicciones que nos asedian, y por la sabiduría que nos viene de ti, triunfemos de todas las astucias del Maligno, nuestro enemigo, que busca presentársenos como ángel de luz. Protégenos, Señor; haz que no seamos tentados a hacer obras de oscuridad y de muerte; sino que nuestra mirada no se aparte nunca de tu luz fulgurante y nuestra conducta esté regulada por tus preceptos. (Liturgia Oriental, de I giorni del Signore).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

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