domingo, 18 de febrero de 2024

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo B - 1º Domingo de Cuaresma: “Convertíos y creed en el Evangelio”

 

«Que te sirva, Señor, con una conciencia buena, por medio de la Resurrección de Jesucristo» (1 Pt 3, 21).

La Liturgia cuaresmal se desarrolla sobre un doble binario: de una parte se marcan las etapas fundamentales de la historia de la salvación ilustradas por el Antiguo Testamento y de otra se destacan los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús hasta su muerte y resurrección presentados por el Evangelio.

A partir del pecado de Adán que ha roto la amistad del hombre con Dios, éste inicia la larga serie de intervenciones con que pretenderá volver al hombre a su amor. Entre estos sobresale la alianza establecida con Noé al final del diluvio (Gn 9, 8-15; 1.° lectura), cuando el patriarca, bajando a la tierra seca, ofreció al Señor un sacrificio en agradecimiento por haberle salvado junto con sus hijos: «Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: He aquí que Yo establezco mi alianza con vosotros... y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra» (ib 8-11).

Los castigos de Dios llevan siempre el germen de la salvación: Adán arrojado del Paraíso oyó que el Señor le prometía un Salvador; Noé, salvado de las mismas aguas que habían arrasado innumerables hombres, recibe de Dios la promesa de que el diluvio no volverá jamás a hundir a la humanidad. Y como señal de su alianza, el Señor pone su arco en las nubes (ib 13), arco de paz que une la tierra con el cielo. Y sin embargo todo esto no es más que el símbolo de una alianza inmensamente superior que será pactada en la sangre de Cristo.

San Pedro lectura: 1 Ped 3, 18-22), recordando a los primeros cristianos «el arca en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvados», explica: «A ésta ahora corresponde el bautismo que os salva» (ib 20-21). Las aguas del bautismo destruyendo el pecado -lo mismo que las aguas del diluvio arrasaron a los hombres pecadores- salvan al creyente «por medio de la Resurrección de Jesucristo». Más que Noé, es ciertamente el cristiano un salvado por medio del agua; y no sobre la madera del arca sino sobre el madero de la Cruz del Señor, en virtud de su muerte y resurrección. La Cuaresma intenta especialmente despertar en el cristiano el recuerdo del bautismo, que le purificó del pecado y le comprometió a vivir «con una buena conciencia» (ib 21), siendo fiel a la promesa de renunciar a Satanás y servir a Dios solo.

Para animarlo en este serio propósito viene muy oportuno el evangelio del día (Mc 1, 12-15), con la tradicional escena del desierto donde Jesús lucha contra Satanás rechazando todas sus sugerencias. Separándose de los otros sinópticos, Marcos no se detiene a describir las diversas tentaciones, sino que resume muy brevemente: «A continuación, el Espíritu le impulsa al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás» (lb 12-13). Esto sucede inmediatamente después del bautismo en el Jordán: lo mismo que allí Jesús quiso mezclarse entre los pecadores como si fuese uno más, necesitado de purificación, también ahora en el desierto quiere hacerse semejante a ellos hasta el límite máximo que permite su santidad, la tentación.

Aceptando la lucha con Satanás, de la cual ha de salir absolutamente victorioso, Jesús enseña que ha venido a liberar al mundo del dominio del Maligno y al mismo tiempo merece para todo hombre la fuerza con la que pueda vencer sus insidiosas tentaciones. El cristiano, aunque bautizado, no está inmune de ellas; al contrario, a veces cuanto más se empeña en servir a Dios con fervor, más procura Satanás trancarle el camino, como hubiera querido trancársele a Jesús, para impedirle que cumpliera su misión redentora. Entonces, es necesario acudir a las mismas armas que usó Cristo: penitencia, oración, conformidad perfecta con la voluntad del Padre: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame» (Mt 4, 4). Quien es fiel a la palabra de Dios, quien se alimenta constantemente de ella, no podrá ser vencido por el Maligno.

 

¡Oh agua, que lavaste al universo bañado en sangre humana, agua que prefiguraste la actual purificación! ¡Oh agua, que mereciste ser signo del sacramento de Cristo, que lo lavas todo sin ser lavada! Apareces la primera y completas, luego, la perfección de los misterios... Has dado tu nombre a profetas y apóstoles, has dado tu nombre al Salvador: aquéllos son nubes del cielo, sal de la tierra, éste es fuente de vida...

Cuando fluiste del costado del Salvador, los verdugos te vieron y creyeron, y por eso tú eres uno de los tres testigos de nuestro renacer: de hecho, tres son los testigos en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre». El agua para el lavado, la sangre para el rescate, y el Espíritu para la resurrección. (San Ambrosio, Comentarios al Evangelio de San Lucas, X, 48).

Cristo Señor nuestro, tú que inauguraste la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, al abstenerte durante cuarenta días de tomar alimento, y al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñaste a sofocar la fuerza del pecado, concédenos que, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podamos pasar un día a la Pascua que no acaba (Cf. Prefacio, Misal Romano).

¡Oh Señor!, haznos sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y enséñanos a vivir constantemente de toda palabra que sale de tu boca. (Cf. Después de la comunión, Misal Romano).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

No hay comentarios: