El padre Karol Wojtyła y Wanda Półtawska. |
(Vatican News por Giampaolo
Mattei) "Karol Wojtyła fue -y sigue siendo- para mí un padre, un hermano y
un amigo extraordinariamente juntos en la misma persona, pero sobre todo fue -y
sigue siendo- una gracia inventada por el Espíritu Santo, un soplo de esperanza
cristiana entre las tinieblas del mundo, y no sólo para mí". Wanda
Półtawska -fallecida a las 23.30 horas de ayer, martes 24 de octubre, y
realmente todavía en la órbita espiritual de la memoria litúrgica de san Juan
Pablo II celebrada el domingo- eligió estas palabras para decir "sí",
con un ímpetu no debilitado por la edad, a la petición de "L'Osservatore
Romano" de escribir un testimonio en el número especial (18 de mayo de
2020) dedicado al centenario del nacimiento de su "padre, hermano,
amigo" que la llamaba cariñosamente dusia, es decir, hermanita.
Wanda Półtawska -su apellido
de soltera era Wojtasik- habría cumplido 102 años (nació en 1921, un año menos
que Wojtyła) el 2 de noviembre: por ese "juego" de casualidades (que
no coincidencias), el día de la "primera misa" del padre Karol en la
cripta de San Leonardo en el Wawel de Cracovia (1946).
Una mujer de estilo y carácter
firmes, de maneras directas y palabras ecenciales ante cualquier interlocutor.
Una mujer libre, por encima de todo. Con una historia personal que hoy la
convierte casi en un "icono" de la convulsa historia del siglo XX
para su Polonia y la propia Europa. Un calvario que las crónicas de estos días
confirman trágicamente.
La lucha contra el nazismo
Originaria de Lublin, Wanda
tuvo experiencias fundadoras en clubes juveniles católicos, en los scouts,
incluso en el deporte, y estudió en el Colegio de las Hermanas Ursulinas. Luego
se arremangó la camisa -un gesto enérgico típico de ella, casi como una
"señal de batalla"- en la resistencia polaca a la invasión nazi de
Polonia el 1 de septiembre de 1939.
Detenida el 17 de febrero de
1941 -con apenas diecinueve años-, primero fue maltratada en la lúgubre prisión
de Lublin y después, a partir del 21 de noviembre del mismo año, vio cómo le
cambiaban el nombre por el número 7709 en el tristemente célebre campo de
concentración de Ravensbrück, especialmente famoso por sus experimentos
inhumanos con prisioneras (de las cuarenta mil mujeres polacas allí
encarceladas, ocho mil sobrevivieron).
Conejillo de indias en
experimentos inhumanos
Wanda-7709 fue reducida a
conejillo de indias. En concreto (utilizando la despreciable terminología nazi)
a "Kaninchen" -es decir, "conejo"- para la "clínica de
la muerte" dirigida por el "doctor" Kael Gebhard, médico
personal del jefe de la Gestapo Heinrich Himmler. Con el fin de estudiar
medicamentos para los soldados en el frente, las mujeres sufrían fracturas y
amputaciones. Y eran sometidas a todo tipo de 'experimentos', casi siempre
mortales.
Experimentar el 'infierno', la
inhumanidad - repitió Wanda a lo largo de su vida tras haber sobrevivido 'por
la gracia de Dios y evidentemente con razones', al lager (fue liberada entre
abril y mayo de 1945 por el Ejército Rojo) - fue el 'fuego' que la convenció
para licenciarse en medicina y psicología con especialización en psiquiatría,
estudiando también filosofía. En el centro de todo, para ella, estaba la
cuestión de la persona humana, de su dignidad. "¿Quién es el
hombre?", la única pregunta de fondo que, como mujer cristiana, se planteó
durante y después de Ravensbrück.
El horror no se borra pero
puede transformarseWanda Półtawska en una foto más reciente.
Cuando terminó la guerra,
Wanda se trasladó inmediatamente a Cracovia, precisamente para intentar borrar
"la pesadilla". De nada le había servido poner por escrito sus
memorias (Tengo miedo de los sueños). No, el horror no se puede borrar. Pero
puede transformarse.
En este sentido, convertir la
dureza de la experiencia de Ravensbrück en ternura por las personas que sufren
es, quizás, el mejor testimonio de la doctora Półtawska. Sí, la elección de no
tomar partido por el rencor vengativo, sino por la reconstrucción de un pueblo
a partir de su parte más débil: los enfermos, los discapacitados.
Hacerlo, pues, con estrategias
innovadoras para la época. Tanto como para poner en marcha una "pastoral
familiar" que partiera del momento de la enfermedad y de la centralidad de
la persona humana.
Pero la misión de médico y
psicólogo, aunque verdaderamente "en primera línea" en la Polonia
comunista de posguerra, no era realmente "suficiente" para ella.
Wanda buscaba "algo más", esa "chispa de fe" en la historia
de los hombres y mujeres tan duramente probados por una guerra sin descuentos.
El encuentro con el padre
Wojtyła
Lo que cambió -literalmente-
su vida fue su encuentro con el padre Karol Wojtyła ("Enseguida me di
cuenta de que era un sacerdote santo y le pedí que fuera mi confesor").
Por una comunión espiritual de amistad que duró más de medio siglo, tejida de
comunión, encuentros, cartas, oración. Una camaradería viva espiritual e
intelectualmente, y no interrumpido, es más, relanzado de un modo nuevo, por la
elección de Wojtyła al Pontificado el 16 de octubre de 1978 ("porque la
amistad está o no está y si está permanece para siempre").
Una amistad, confió Wanda, que
ni siquiera la muerte interrumpió porque -después de haber estado cerca de él
hasta aquel 2 de abril de 2005 (leyéndole textos espirituales y literatura
polaca: las pasiones de su amigo moribundo)- estaba convencida de que la fe da
la certeza de que las auténticas relaciones humanas no se rompen.
Juntos en la defensa de la
vida
El encuentro con el padre
Wojtyła se convirtió primero en una estima y luego en una amistad en
fraternidad a partir de un verdadero "ejercicio espiritual" cotidiano
y de las cuestiones más graves que tocan la vida humana. Fue la promulgación de
la ley del aborto en Polonia en 1956 lo que dio lugar a una colaboración
"sobre el terreno".
Wanda nunca tuvo pelos en la
lengua: "En el campo de concentración de Ravensbrück, vi cómo los nazis
utilizaban sin escrúpulos a mujeres embarazadas como conejillos de india e
incluso arrojaban bebés a los hornos crematorios, y me prometí a mí misma que,
si sobrevivía, defendería la vida en todos los sentidos, especialmente la de
los niños, sin excepción". No faltaron fuertes opositores a sus firmes
posiciones contra el aborto, arraigadas precisamente en la experiencia asesina
de los campos de concentración.
Pero fue precisamente esa ley
la que "impresionó" a los dos amigos: "Él como sacerdote, yo
como médico iniciamos una colaboración para el trabajo común" para
oponerse a ella con hechos. He aquí el sentido práctico, la conciencia de una
mujer y un hombre que habían vivido la guerra en su piel. Tanto es así, que el
joven sacerdote había puesto a disposición su pequeño apartamento como punto de
encuentro para parejas. Una pastoral familiar sin complejos planes pastorales,
puesta en común de forma sencilla, sin estructuras, por aquel médico tenaz y
aquel sacerdote "dispuesto a escuchar con una rara habilidad", que
actuaron al unísono para intentar salvar la vida de un niño - "aunque sólo
fuera uno"-, "salvando al mismo tiempo con delicadeza a la
familia".
San Juan Pablo II con Wanda Półtawska y su esposo. |
Sí, la familia. En Wanda, en
su marido Andrzej, filósofo, y en sus cuatro hijos, "Karol Wojtyła
encontró una segunda familia, la familia que había perdido a una edad muy
temprana: primero su madre, luego su querido hermano médico Edmund, y más tarde
su padre. Se quedó solo en sus afectos familiares". Una sencilla intimidad
de vida familiar vivida de manera especial, durante los periodos estivales, en
la Villa Papal de Castel Gandolfo. "Viví muchos años con una pierna en
Cracovia y la otra en Roma", sus palabras. Son "las personas más
queridas para mí" confió el Papa Wojtyła, recordando en particular
"la primera Navidad en Roma".
Sin duda, para Wanda "el
signo más fuerte" de esta amistad, "extraordinaria porque sencilla y
sencilla porque extraordinaria", es el momento de la enfermedad, la
frontera de la vida. El cáncer. Así relataba ella el estilo espiritual, 'místico',
elegido por Wojtyła 'para intentarlo todo' con el fin de que se recuperara: 'La
amistad nunca tiene momentos dolorosos'.
En 1962, cuando el obispo
Karol estaba en Roma para el Concilio Vaticano II, me sentí enferma y fue
informado por mi marido en un telegrama que yo estaba en el hospital en
Cracovia. Por sugerencia del padre Andrzej Maria Deskur, que había llegado a
cardenal, se dirigió directamente al padre Pío de Pietrelcina pidiéndole
oraciones por mí, pero sin mencionar mi nombre. En aquella época, en Polonia no
sabíamos nada -al menos yo- de aquel santo fraile capuchino del sur de Italia.
Sólo después de mi curación supe que Karol había escrito al Padre Pío y sentí
una emoción, que continúa hasta hoy, al descubrir el contenido. A decir verdad,
mi curación, en lugar de hacerme poner de rodillas para dar gracias a Dios,
casi provocó en mí una rebelión: me asustaba el poder de Dios y también el
hecho de que "dependemos totalmente de Él". Como si dijera: ¿qué
quiere Dios ahora de mí para curarme? ¿Qué misión me confía?
Una extensa colección de
pensamientos y cartas con Karol Wojtyła fue editada por Wanda y publicada en
Italia con el título "Diario de una amistad. La familia Półtawski y Karol
Wojtyła" (ediciones San Paolo).
El testimonio de una
superviviente hoy
En medio de la experiencia del
Sínodo, el testimonio de una mujer de más de 100 años, superviviente del
sangriento siglo XX y de las ideologías del nazismo y el comunismo, tiene una
relevancia desconcertante. Alejada del asombro clerical (¿pero de qué podía
tener "miedo" una conejilla de Indias de Ravensbrück?), colaboró como
protagonista, con ese "genio femenino" tan querido por su amigo, en
la redacción de textos y documentos de alto nivel. En un estilo de intercambio
mutuo de ideas, proyectos, visiones. Sobre temas centrales y acuciantes como la
persona humana, la familia, la sexualidad.
También está la inteligencia y
el corazón de Wanda en la contribución de Wojtyła a la encíclica Humanae vitae
de Pablo vi. Con pasión convencida, Wanda no escatimó energías para relanzar, a
todos los niveles, los contenidos de esa encíclica, como alma del Instituto de
Teología para la Familia cofundado en Cracovia con Wojtyła, quien -como
sacerdote, obispo y cardenal arzobispo apoyó -no solo con palabras- el papel de
los laicos y de las mujeres.
Desde el ensayo "Amor y
responsabilidad" hasta los textos de Wojtyła, antes y después de su
elección al papado, Wanda encarnó, también como profesora universitaria, toda
esa "teología del cuerpo" que plantea claramente cómo la misma "transmisión
de la vida debe ser un proyecto de Dios" por descubrir. Y,
significativamente, en la Curia Romana ha sido miembro del Pontificio Consejo
para la Familia desde 1983, miembro de la Pontificia Academia para la Vida
desde 1994, y también consultora del Pontificio Consejo para la Pastoral de los
Agentes Sanitarios.
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