domingo, 22 de octubre de 2023

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo A - 29º Domingo del Tiempo Ordinario: Sólo a Dios lo que es de Dios

 


«¡Tú eres el Señor! Fuera de ti no hay otro Dios» (Is 45, 6).

Ningún suceso de la historia escapa a la providencia de Dios. Los mismos gobernantes, aunque no lo sepan, son instrumentos de que Dios se sirve para realizar sus planes de salvación. La primera lectura del día (Is 45, 1. 4-6) presenta un ejemplo típico de ello en Ciro, el fundador del imperio persa, que fue en manos de Dios el liberador del pueblo elegido. «Yo lo llevo de la mano», dice de él el Señor (ib 1). Y de modo más explícito y directo, añade: «Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías» (ib 4). La historia de los individuos y de los pueblos está en las manos de Dios, el cual la va tejiendo hasta por medio de hombres que no lo conocen y obran con intenciones muy diferentes.

Por encima de todo gobierno humano está el gobierno de Dios con el que nadie puede competir: «Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios» (ib 5). Ciro, pagano, al ordenar la repatriación de los judíos de Babilonia y autorizar la reconstrucción del templo de Jerusalén, colaboró, aun sin saberlo, a dar a conocer la omnipotencia del Dios de Israel y a divulgar su culto. Interpretada a la luz de la fe, la historia de cada hombre y de la humanidad entera adquiere su verdadero significado, el que tiene delante de Dios, y que es un significado de salvación.

El Evangelio de hoy (Mt 22, 15-21) reproduce el pensamiento de Jesús acerca de la autoridad política. La ocasión fue ofrecida por la pregunta insidiosa de los fariseos sobre la licitud del tributo al César. El pagar las contribuciones al imperio romano era considerado por algunos como una limitación del dominio de Dios sobre su pueblo; al paso que rehusar pagarlas podía ser interpretado como rebelión a la autoridad constituida. En consecuencia, cualquiera fuese su respuesta, afirmativa o negativa, Jesús daría pie a una condena. Pero no cae en el garlito, y prescindiendo de cuestiones de licitud o ilicitud, se hace entregar la moneda del tributo. La moneda lleva la imagen e inscripción del César; la respuesta, pues, es obvia: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (ib 21).

Estas sencillas palabras acaban con la concepción antigua que consideraba al estado como expresión no sólo de la autoridad política, sino también de la religiosa. Jesús, en cambio, traza una línea divisoria: la autoridad política, aunque derivada de Dios y obligada a respetar sus leyes, tiene un campo propio, el que se refiere al orden y bien público temporal; en este campo ha de ser reconocida, respetada y obedecida. Pero el estado no puede exigir lo que sólo se debe a Dios, o sea la sumisión absoluta. El cristiano debe mantener y defender su libertad de honrar a Dios por encima de toda ley o autoridad política, porque «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Heb 5, 29). Al mismo tiempo se ha de convencer de que Dios puede valerse también de las situaciones políticas más adversas y arreligiosas para realizar la historia de la salvación.

Hasta las leyes de la Roma pagana sirvieron para el cumplimiento de los designios divinos sobre el nacimiento y la pasión de Jesús, como las condiciones de paz del gran imperio y luego las mismas persecuciones a los cristianos fueron instrumentos valederos para la difusión del Evangelio. Lo importante es que el cristiano, tanto en las circunstancias propicias como en las adversas, se mantenga firme en la fe, sin ceder frente a las hostilidades, seguro de que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8, 28).

 

¡Señor, Señor, Rey omnipotente! Todo está sometido a tu poder, y no hay quien pueda resistir tu voluntad, si has decidido salvar a Israel. Tú hiciste el cielo y la tierra y cuantas maravillas existen bajo el cielo. Eres Señor de todo, y nadie puede oponerse a ti, Señor. (Ester, 4, 17 b-c).

Señor, haz que me abandone con toda la fuerza de la voluntad sostenida por la gracia y por el amor, no obstante, todas las dudas sugeridas por contrarias apariencias, a tu omnipotencia, a tu sabiduría y a tu amor infinitos. Haz que crea que en este mundo nada escapa a tu providencia, ni en el orden universal ni en el particular; que nada sucede, ni ordinaria ni extraordinariamente, que no esté previsto, querido o permitido, siempre dirigido por ti a tus altos fines, que en este mundo son siempre fines de amor a los hombres. Que yo crea que a veces puedes permitir que, en esta tierra y durante algún tiempo, triunfen el ateísmo y la impiedad, lamentables oscurecimientos del sentido de la justicia, infracciones del derecho, torturas de los hombres inocentes, pacíficos, indefensos y sin apoyo...

Por áspera que pueda parecer tu mano, oh divino Cirujano, cuando con el hierro penetras en las carnes vivas, un activo amor es siempre tu guía e impulso, y sólo el verdadero bien de los individuos y de los pueblos te hace intervenir tan dolorosamente. Haz, que crea yo, finalmente, que así la dura agudeza de la prueba como el triunfo del mal no durarán, ni siquiera acá abajo, sino un breve tiempo, y no más; pues luego vendrá tu hora, la hora de la misericordia, la hora de la santa alegría, la hora del cántico nuevo de la liberación, de la alegría y del gozo. (PI0 XII, Discursos y radiomensajes, 3, p. 143-4. Edición: Madrid - Ediciones Acción Católica Española, 1947).

 

Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.

 

También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

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