domingo, 1 de octubre de 2023

INTIMIDAD DIVINA - Ciclo A - 26º Domingo del Tiempo Ordinario: No quiero, pero fue; sí voy, pero no fue

 


“Señor, eres bueno y recto, y enseñas el camino a los pecadores” (Sal 24, 8).

La Liturgia de hoy presenta a Dios en el diálogo con el hombre para darle a entender la justicia de sus procedimientos y la necesidad de una sincera y perseverante adhesión al bien. “¿Es injusto mi proceder?; ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?”, pregunta Dios por boca de Ezequiel al pueblo escogido (Ez 18, 25-28; 1ª lectura). Si el justo abandona el bien y “comete la maldad”, no puede imputar a Dios su perdición, pues será fruto de su inconstancia y perversidad: “muere por la maldad que cometió” (ib 26).

Nadie puede pensar que Dios está obligado a salvarlo cuando se aleja voluntariamente de él. Al contrario, si el impío “recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá” (ib 28). Mientras tiene vida, el hombre puede convertirse, sea que haya pasado sus años en el pecado, sea que haya cedido al mal después de haber servido al Señor algún tiempo. Lo importante para todos es convertirse y resolverse a perseverar en el bien.

También el Evangelio de hoy (Mt 21, 28-32) se abre con un interrogante dirigido por Jesús a sus contrarios -“¿Qué os parece?”-, para inducirlos a dar ellos mismos una respuesta que los ilumine acerca de su comportamiento. La pregunta es sencilla: dos hijos son enviados por su padre a trabajar en la viña; el primero responde “si”, pero no va; el segundo contesta “No quiero” (ib 29-30), pero luego se arrepiente y va. “¿Quién de los dos -pregunta el Señor- hizo lo que quería el Padre?” (ib 31).

Imposible tergiversar esta lógica, y así se ven constreñidos a responder: “El último”. Es su condena, la que Jesús enuncia luego con toda claridad: “Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (ib) Pero ¿por qué? Porque los oponentes del Señor -miembros del pueblo escogido y además sumos sacerdotes y ancianos del pueblo- han sido llamados los primeros a la salvación, pero han dado una respuesta más aparente que real, pues son de los que afirmó Jesús: “dicen y no hacen” (Mt 23, 3).

Oyeron predicar al Bautista, pero no le dieron crédito, demasiado seguros de su ciencia y de no necesitar aprender, demasiado seguros de su justicia y de no necesitar convertirse: “no os arrepentisteis, no le creísteis” (Mt 21, 32); no han aceptado la palabra del Bautista ni la de Jesús. Se ven, pues, pospuestos nada menos que a gente de mal vivir, publicanos y prostitutas; ya que éstos se han arrepentido, se han apartado “de la maldad” que hicieron, han creído y practicado “la justicia” (Ez 18, 27) y por eso han sido escogidos en el Reino de Dios. Espontáneamente piensa uno en Leví, Zaqueo, en la mujer adúltera, o en la pecadora que en casa de Simón se arroja a sus pies llena de dolor y de amor.

Si los oponentes de Jesús no han creído en su palabra y no se han convertido, ha sido sobre todo por orgullo, gusano roedor de todo bien y obstáculo máximo para la salvación. Viene por eso a propósito la exhortación de san Pablo a la humildad: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina…, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fl 2, 5-7; 2ª lectura). Si el Hijo de Dios se humilló hasta tomar sobre sí los pecados de los hombres, ¿será demasiado pedir a éstos que se humillen hasta reconocer su orgullo y sus pecados?

 

“Señor, no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor… ¿Hay quien tema al Señor? Él le enseñará el camino escogido: su alma vivirá feliz… El Señor se confía con sus fieles…

Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy sólo y afligido… Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados… Guarda mi alma y líbrame, no quede yo defraudado de haber acudido a ti” (Salmo 24, 3. 12-20).

“Suplico yo al Señor me libre de todo mal para siempre, pues no me desquito de lo que debo, sino que puede ser que por ventura cada día me adeudo más Y lo que no se puede sufrir, Señor, es no poder saber cierto que os amo, ni son aceptos mis deseos delante de vos. ¡Oh Señor y Dios mío, libradme ya de todo mal y sed servido de llevarme adonde están todos los bienes!

¡Oh, cuán otra vida debe ser ésta para no desear la muerte! ¿Cuán diferentemente se inclina nuestra voluntad a lo que es la voluntad de Dios! Ella quiere  queramos lo eterno, acá nos inclinamos a lo que se acaba; quiere queramos cosas grandes y subidas, acá queremos bajas y de tierra; querría quisiésemos sólo lo seguro, acá amamos lo dudoso: que es burla, hijas mías, sino suplicar a Dios nos libre de estos peligros para siempre y nos saque ya de todo mal… ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos a poderoso?... Sea para siempre santificado su nombre en los cielos y en la tierra, y en mí sea siempre hecha su voluntad. Amén” (Santa Teresa de Jesús, Camino, 42, 2-4).


Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,

del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.


También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.

 

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