martes, 15 de agosto de 2023

VIRGEN MARÍA: ¿Cómo narra San Juan Damasceno la Dormición de la Virgen María?

 


Uno de los escritores más antiguos y más populares de la Iglesia es San Juan Damasceno (675-749). Nació en Damasco, capital de Siria, por esto es llamado Damasceno, en la segunda mitad del siglo VII. Nació de familia cristiana acomodada, su padre era ministro en Damasco, pero Juan renunció a esa vida, repartió sus posesiones entre los pobres y entró en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén.  Se dedicó al estudio y a escribir.  Quería hacer llegar los profundos tesoros de la fe a todo el mundo.

Escribió numerosas obras teológicas sobre todo contra los iconoclastas. Murió a mediados del siglo VIII. Defendió la práctica de la veneración de imágenes contra los iconoclastas. Llamado «Orador de Oro» por su elocuencia.  Gran poeta de la Iglesia del Este.

Cuando León el Isaurico, emperador de Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco de los iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica. No adoramos imágenes sino que las veneramos.

Y lo explicó con estas palabras llenas de sabiduría: “Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen”. 

San Juan Damasceno describe así la Dormición de Nuestra Señora:

«La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no tener pecado original (fue concebida Inmaculada: o sea sin mancha de pecado original) no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad.

Ella murió de amor.  Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.

Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.

Los Apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.

San Juan Damasceno 

Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.

Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza.  Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.

La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cuerpo, como por la muerte de la propia madre.

Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.

En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves.

Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo.  Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.

Pedro, – dijo Tomás- No me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron.

Y Pedro aceptó.

Se fueron todos hacia el Santo Sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.

Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen encontraron solamente…una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo.

Esto es lo que llamamos Asunción de la Virgen María a los Cielos (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).

¿Y quien de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?»

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