Uno de los escritores más antiguos
y más populares de la Iglesia es San Juan Damasceno (675-749). Nació en
Damasco, capital de Siria, por esto es llamado Damasceno, en la segunda mitad
del siglo VII. Nació de familia cristiana acomodada, su padre era ministro en
Damasco, pero Juan renunció a esa vida, repartió sus posesiones entre los
pobres y entró en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén. Se dedicó al estudio y a escribir. Quería hacer llegar los profundos tesoros de
la fe a todo el mundo.
Escribió numerosas obras
teológicas sobre todo contra los iconoclastas. Murió a mediados del siglo VIII.
Defendió la práctica de la veneración de imágenes contra los iconoclastas. Llamado
«Orador de Oro» por su elocuencia. Gran
poeta de la Iglesia del Este.
Cuando León el Isaurico,
emperador de Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco
de los iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan
Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica. No
adoramos imágenes sino que las veneramos.
Y lo explicó con estas palabras llenas de sabiduría: “Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen”.
San Juan Damasceno describe así la Dormición de Nuestra Señora:
Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde
estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la
muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión
del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas
tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los
Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la
eternidad.
Los Apóstoles la amaban como a
la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de
sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su
última bendición.
San Juan Damasceno |
Fueron llegando, y con
lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces
los habían bendecido.
Para cada uno de ellos tuvo la
excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido
de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces
bendita, partió a la eternidad.
La noticia cundió por toda la
ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cuerpo, como
por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una
procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme
esperanza de que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para
interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían
suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves.
Pero, Tomás Apóstol, no había
alcanzado a llegar a tiempo. Cuando
arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro, – dijo Tomás- No me
puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y
darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron.
Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia el Santo
Sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas
en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez
del cadáver de la Virgen encontraron solamente…una gran cantidad de flores muy
hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la
había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos
Asunción de la Virgen María a los Cielos (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).
¿Y quien de nosotros, si
tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia
Madre?»
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