La tentación de Jesucristo. Siglo XII. Santa Maria Nuova. Monreale, Italia. |
“Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mat 4, 10).
En el primer domingo de Cuaresma la Liturgia presenta los dos polos entre los que se desarrolla la historia de la salvación: el pecado del hombre y la redención de Cristo. El hombre acaba de ser creado por Dios (1º lectura: Gen 2, 7-9; 3, 1-7); ha salido de las manos de Dios puro e íntegro, plasmado a su imagen y semejanza; vive en la inocencia, en la alegría, en la amistad con su Creador. Pero el Maligno, envidioso del bien del hombre, está al acecho y lo hiere con tres tentaciones contra el orden establecido por Dios: “del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día en que comieras de él, morirás sin remedio” (Gen 2, 17).
Tentación de incredulidad en la palabra de Dios: “de ninguna manera morirás” (Gen 3, 4); tentación de soberbia: “seréis como dioses” (ib 5); y finalmente tentación de desobediencia. Las dos primeras abren el camino a la última, y el hombre cae transgrediendo el mandato divino. Atraído por las palabras engañosas que no supo rechazar, el hombre no resistió a la ilusión de levantarse a la categoría de Dios, y por buscar su propia grandeza fuera del plan divino se precipitó en la ruina arrastrando consigo a toda su descendencia. Pero Dios sabe que el hombre fue engañado; por eso aunque lo castiga, le promete un salvador que le liberará del error y del pecado.
Para cumplir esta obra el Hijo de Dios acepta hacerse en todo semejante al hombre menos en el pecado, sin descartar incluso que le tentase el Maligno, como se lee en el evangelio de este domingo (Mt. 4, 1-11). Es impresionante la frase con la que se introduce este relato: “Entonces Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (ib 1). Para Jesús el desierto no es sólo el lugar de retiro y de la oración tú a tú con el Padre; es el campo de batalla donde, antes de comenzar la vida apostólica, toma posiciones contra el eterno enemigo de Dios y del hombre. También aquí, lo mismo que en el Paraíso, el diablo se presenta con tres tentaciones: contra la sumisión, la obediencia y la adoración que sólo a Dios se tributa. “Si eres Hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en panes… Si eres Hijo de Dios tírate abajo porque está escrito: a sus ángeles te encomendará… Todo esto te daré si te postras y me adoras” (ib 3. 6. 9).
Verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios, su poder es infinito, pero el Padre no quiere que lo use en beneficio propio. El Mesías no ha de ser un triunfador, sino “el siervo de Yahvé”, que es enviado a salvar a los hombres con la humildad, la pobreza, la obediencia, la cruz. Y Jesús no se aparta ni un ápice del camino que el Padre le ha trazado. La victoria que el diablo consiguiera en el Paraíso se cambia ahora, en el desierto de Palestina con una total derrota: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (ib 10).
En la segunda lectura (Rom 5, 12-19) san Pablo resume en una síntesis fuerte y precisa toda la historia de la salvación: “Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos los hombres fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (ib 19). La desobediencia, la falta de fe en la palabra de Dios, la soberbia de los primeros padres han sido reparadas por la obediencia de Jesús, por su fidelidad a la palabra y a la voluntad del Padre, por la humildad con la que rechazó toda insinuación de un mesianismo glorioso y con que por el contrario se sometió a la vergüenza de la cruz.
La
reparación, es cierto, se cumplirá en el Calvario, pero se inicia ya en el
desierto cuando Jesús rechaza a Satanás. Así, “donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia” (ib 20), y la salvación se ofreció a todo el género
humano. Mediante la fe, la humildad y la obediencia puede todo hombre vencer
las tentaciones del enemigo y entrar en la órbita de Jesús Salvador.
“¡Oh Señor!, el hombre que en el paraíso se extravió del camino que se le había señalado, ¿cómo habría podido, sin guía, volver a encontrar en el desierto de la vida la ruta perdida, cuando las tentaciones son muchísimas, difícil es el esfuerzo por practicar la virtud, y fácil la caída en el error?...
¿Quién podía ser un guía tan experto como para poder ayudarnos a todos nosotros, sino tú, ¡oh Señor!, que estás por encima de todos? ¿Quién habría podido situarse por encima del mundo, sino tú, que eres mayor que el mundo? ¿Quién podía ser un guía tan seguro como para poder conducir en la misma dirección al hombre y a la mujer, al judío y al griego, al bárbaro y al escita, al siervo y al hombre libre, sino tú, ¡oh Cristo!, el único que eres todo en todos?...
Concédenos, pues, seguirte, según lo que está escrito: ‘Caminarás tras el Señor tu Dios, y te mantendrás unido a él’… Haz que sigamos tus huellas, para poder volver del desierto al paraíso.” (San Ambrosio, Comentarios al Evangelio de san Lucas, IV, 8, 9; 12).
Dios todopoderoso, te pedimos que las celebraciones y penitencias cuaresmales nos lleven a la verdadera conversión; así conoceremos y viviremos con mayor plenitud el misterio de Cristo. (Misal Romano, Oración Colecta).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María
Magdalena, OCD.
También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.
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