“Señor, tú eres mi luz y mi salvación” (Sal 27, 1).
Siempre atento a confrontar los hechos de la vida de Jesús con lo que los profetas habían predicho del Mesías, Mateo, al comenzar la narración de su actividad apostólica, refiere una profecía de Isaías acerca de “la región de Zabulón y Neptalí”, donde el Maestro moraba en aquel tiempo. “El pueblo postrado en tinieblas ha visto una intensa luz; a los postrados en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido” (Mt 4, 16). Mateo ha visto esta profecía hacerse realidad a sus ojos. La luz que ilumina la Galilea y se difunde de allí a todo el mundo, es Cristo; Mateo le ha conocido, le ha seguido y escuchado y quiere transmitir esa buena noticia a todo el mundo.
“Jesús comenzó a predicar y decir: Convertíos porque el Reino de los Cielos está cerca” (ib. 17). El mensaje es apremiante; urge propagarlo, porque el Reino que Cristo ha venido a instaurar se ofrece a todos los hombres y está ya próximo. Lo atestigua la predicación de Jesús orientada a la conversión y a la salvación; lo atestiguan los milagros que realiza “sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (ib. 23), porque la curación de los cuerpos es “señal” de otra más profunda que quiere operar en los espíritus.
Y lo atestigua también la elección y la llamada de los primeros discípulos a los que Jesús quiere colaboradores de su ministerio de salvación. Mateo señala cuatro: Simón y Andrés, Santiago y Juan. Dos de ellos habían conocido ya el Maestro a indicación del Bautista en las orillas del Jordán y se habían ido al punto con él. Ahora es Jesús mismo quien los invita cuando están en el lago pescando con sus respectivos hermanos: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron” (ib. 19-20). Dios no llama sólo una vez en la vida; sus llamadas se renuevan haciéndose cada vez más apremiantes y con impulsos irresistibles.
Y
no se trata sólo de seguir a Cristo, sino de venir a ser, siguiéndole
“pescadores de hombres”. La respuesta es inmediata como la vez primera, pero
perfeccionada por la dejación generosa de las redes, de la barca y hasta de su
padre, que Santiago y Juan dejan junto al lago. Así hay que acoger las llamadas
de Dios de cualquier modo que se manifiesten; las llamadas importantes y las
más humildes que nos llegan a través de las circunstancias concretas de la vida
diaria o bajo la forma de movimiento interior a mayor generosidad, entrega y
sacrificio.
“Brilla sobre mí, llama que siempre ardes y nunca te consumes (cfr. Ex 2, 3); comenzaré entonces por medio de tu luz y sumergido en ella, a ver también yo la luz y a reconocerte como la verdadera fuente de luz.
Quédate con nosotros, quédate para siempre, dulce Jesús, y otorga a mi alma que se debilita, una gracia mayor. Quédate conmigo y comenzaré a resplandecer de tu resplandor, tanto que llegue a ser luz para los demás. La luz, oh Jesús, vendrá toda de ti; yo no tendré en ella parte alguna ni mérito alguno, porque serás tú quien resplandezcas en los demás a través de mí.
Haz que
yo te glorifique de la manera que tú prefieras, resplandeciendo sobre todos los
que me rodean. Ilumínalos, como me iluminas a mí; ilumínalos junto conmigo por
medio de mí. Enséñame a manifestarles tu gloria, tu verdad y tu querer. Haz que
yo te predique, mas no con las palabras sino con el ejemplo, con la fuerza
conquistadora y el amable influjo de mi obrar. Haz que yo te sirva de testigo
con la evidente semejanza que me une a tus santos y con la plenitud de mi amor
a ti”. (Beato John Henry Newman, Madurez cristiana).
Tomado del libro INTIMIDAD DIVINA,
del P. Gabriel de Santa María Magdalena, OCD.
También puede escuchar una síntesis en AUDIO haciendo clic AQUÍ.
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