Queridos amigos y hermanos: la oración es la primera actividad de la Cuaresma; es un tiempo muy apto para renovarla. En efecto, toda nuestra vida cristiana se apoya en la vida espiritual. Si el tiempo de ayuno exige la oración, el esfuerzo de ascesis y de liberación del peso de la carne, la voluntad de alcanzar al prójimo en su propio terreno con un amor fraterno y generoso repercuten en la calidad y poder de lucha de la oración.
Escribe san Agustín: “No hay ninguna duda de que el ayuno es útil, así el hombre hace la prueba de lo que quiere obtener, de lo que suplica cuando se aflige con el ayuno. Por eso se ha dicho: Buena es la oración con ayuno (Tob. 12,8). Para que sea aceptada la oración debe ir acompañada del ayuno”. Y luego enseña a sus fieles en un sermón de Cuaresma: “Para que nuestras oraciones puedan más fácilmente tomar su vuelo y llegar hasta Dios, es preciso darles el doble ceremonial de la limosna y el ayuno. Nuestra oración -apoyada en la humildad y la caridad, en el ayuno y la limosna, en la abstinencia y el perdón de la injuria, en el cuidado que pondremos en hacer el bien en lugar de devolver el mal y de evitar el mal y practicar el bien- busca la paz y la obtiene porque esa oración vuela, sostenida y llevada a los cielos, donde nos ha precedido Jesucristo que es nuestra paz”.
Termina diciendo: “Estas piadosas limosnas y este frugal ayuno son las alas que en estos santos días ayudarán a nuestra oración a subir hacia el cielo”. Se ve cómo san Agustín liga las tres actividades, ayuno, oración y limosna. Para él, Cuaresma, que debe ser ante todo un tiempo de oración, es el período que más enriquece la oración y la afina porque le da “el alimento” de que ésta tiene necesidad para elevarse: “porque la oración tiene un alimento que le es propio y que se le manda tomar sin interrupción: que se abstenga siempre del odio y se alimente constantemente de amor”.
Sin embargo, no es la purificación como fruto de la oración, y sobre todo la purificación en sí misma, lo que interesa a la Iglesia: “Convertirse y creer el Evangelio”, según la fórmula propuesta a elección para la imposición de la Ceniza, significa hacer esfuerzos por conocer los misterios de Cristo. La oración del 1º domingo de Cuaresma expresa admirablemente el significado profundo de estos 40 días para el catecúmeno, para el penitente, para todo cristiano: “Dios todopoderoso, te pedimos que las celebraciones y penitencias cuaresmales nos lleven a la verdadera conversión; así conoceremos y viviremos con mayor plenitud el misterio de Cristo”.
Pero, ¿que es en definitiva ‘conocer a Cristo y a sus misterios’?: “Conocer” para el cristiano, como para el hombre de la Biblia, es más exactamente contemplar el amor, dar gracias por las maravillas que éste ha realizado, cultivar su facultad de admiración ante las obras maestras de Dios en el mundo y en el corazón de los hombres y, como primera obra maestra, ante la obra extraordinaria de la salvación de la humanidad. Más todavía, conocer es tener un íntimo contacto con esos mismos misterios de Cristo cuya experiencia permite hacer el proceso de seguimiento e imitación del mismo Señor. Experimentando así los misterios de Cristo en la oración, experiencia favorecida mediante el ayuno, contemplamos activamente y podemos hacernos idea de los beneficios ya recibidos de Dios y apreciarlos. A la vez, descubrimos nuestra indigencia y nos hallamos así situados en lo que nos falta por recibir: “...porque, cumpliendo con un ayuno apropiado, nos hacemos reconocedores de los dones que hemos recibido y nuestra gratitud se acrecienta por lo que todavía necesita recibir”.
Todo esto no se logra sin nosotros. Dios no hace lo divino en nosotros ni nos modela a imagen de su Hijo, ni el Espíritu puede conformarnos según el rostro de Cristo sin que nosotros intervengamos profundamente. La conversión es siempre un desafío jamás resuelto del todo. Por ello, la liturgia de Cuaresma está llena de peticiones de conversión. La oración del 3º domingo de Cuaresma enumera las tres actividades que pueden remediar nuestro estado: “… tú nos otorgas remedio para nuestros pecados por medio del ayuno, la oración y la limosna; mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas”. Por tanto tenemos que la conversión es tema central de la liturgia de Cuaresma, la conversión y la fe: “Convertíos y creed el Evangelio”. Esto no se hace sin lucha: se trata de combatir contra todo lo que no es de Dios en nosotros, para que Dios esa todo en nosotros.
Ojalá que podamos crecer en la oración en estos días de Cuaresma, en esta perspectiva de oración como medio para la conversión y en una profunda contemplación de los misterios de Cristo. Creo, fuertemente, que debemos poner los medios para lograr este crecimiento en la oración y esta profundización en nuestra conversión.
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