Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Seguimos nuestro camino de reflexión sobre la figura de san José.
Hoy quisiera profundizar en su ser “justo” y “desposado con María”, y dar así
un mensaje a todos los novios, también a los recién casados. Muchas historias
relacionadas con José llenan los pasajes de los evangelios apócrifos, es decir,
no canónicos, que han influido también en el arte y diferentes lugares de culto.
Estos escritos que no están en la Biblia —son historias que la piedad cristiana
hacía en esa época— responden al deseo de colmar los vacíos narrativos de los
Evangelios canónicos, los que están en la Biblia, los cuales nos dan todo lo
que es esencial para la fe y la vida cristiana.
El evangelista Mateo. Esto es importante: ¿qué dice el Evangelio
sobre José? No qué dicen esos evangelios apócrifos, que no son una cosa fea o
mala; son bonitos, pero no son la Palabra de Dios. En cambio, los Evangelios,
que están en la Biblia, son la Palabra de Dios. Entre estos el evangelista
Mateo que define José como hombre “justo”. Escuchamos su pasaje: «La
generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada
con José y, antes de estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo. Su marido José como era justo y no quería ponerla en evidencia,
resolvió repudiarla en secreto» (1,18-19). Porque los novios, cuando la novia
no era fiel o se quedaba embarazada, ¡tenían que denunciarla! Y las mujeres en
aquella época eran lapidadas. Pero José era justo. Dice: “No, esto no lo haré.
Me quedaré callado”.
Para comprender el comportamiento de José en relación con María,
es útil recordar las costumbres matrimoniales del antiguo Israel. El matrimonio
comprendía dos fases muy definidas. La primera era como un noviazgo oficial,
que conllevaba ya una situación nueva: en particular la mujer, incluso viviendo
aún en la casa paterna todavía durante un año, era considerada de hecho “mujer”
del prometido esposo. Todavía no vivían juntos, pero era como si fuera la
esposa. El segundo hecho era el traslado de la esposa de la casa paterna a la
casa del esposo. Esto sucedía con una procesión festiva, que completaba el
matrimonio. Y las amigas de la esposa la acompañaban allí. En base a estas
costumbres, el hecho de que «antes de estar juntos ellos, se encontró encinta»,
exponía a la Virgen a la acusación de adulterio. Y esta culpa, según la Ley
antigua, tenía que ser castigada con la lapidación (cf. Dt 22,20-21).
Sin embargo, en la praxis judía sucesiva se había afianzado una interpretación
más moderada que imponía solo el acto de repudio, pero con consecuencias
civiles y penales para la mujer, pero no la lapidación.
El Evangelio dice que José era “justo” precisamente por estar
sujeto a la ley como todo hombre pío israelita. Pero dentro de él el amor por
María y la confianza que tiene en ella le sugieren una forma que salva la
observancia de la ley y el honor de la esposa: decide repudiarla en secreto,
sin clamor, sin someterla a la humillación pública. Elige el camino de la
discreción, sin juicio ni venganza. ¡Pero cuánta santidad en José! Nosotros,
que apenas tenemos una noticia un poco folclorista o un poco fea sobre alguien,
¡vamos enseguida al chismorreo! José sin embargo está callado.
Pero añade enseguida el evangelista Mateo: «Así lo tenía planeado,
cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de
David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es
del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús porque
él salvará a su pueblo de sus pecados”» (1,20-21). Interviene en el
discernimiento de José la voz de Dios que, a través de un sueño, le desvela un
significado más grande de su misma justicia. ¡Y qué importante es para cada uno
de nosotros cultivar una vida justa y al mismo tiempo sentirnos siempre
necesitados de la ayuda de Dios! Para poder ampliar nuestros horizontes y
considerar las circunstancias de la vida desde un punto de vista diferente, más
amplio. Muchas veces nos sentimos prisioneros de lo que nos ha sucedido: “¡Pero
mira lo que me ha pasado!” y nosotros permanecemos prisioneros de esa cosa mala
que nos ha pasado; pero precisamente ante algunas circunstancias de la vida, que
nos parecen inicialmente dramáticas, se esconde una Providencia que con el
tiempo toma forma e ilumina de significado también el dolor que nos ha
golpeado. La tentación es cerrarnos en ese dolor, en ese pensamiento de
las cosas no bonitas que nos suceden a nosotros. Y esto no hace bien. Esto
lleva a la tristeza y a la amargura. El corazón amargo es muy feo.
Quisiera que nos detuviéramos a reflexionar sobre un detalle de
esta historia narrada por el Evangelio y que muy a menudo descuidamos. María y
José son dos novios que probablemente han cultivado sueños y expectativas
respecto a su vida y a su futuro. Dios parece entrar como un imprevisto en su
historia y, aunque con un esfuerzo inicial, ambos abren de par en par el
corazón a la realidad que se pone ante ellos.
Queridos hermanos y hermanas, muy a menudo nuestra vida no es como
la habíamos imaginado. Sobre todo, en las relaciones de amor, de afecto, nos
cuesta pasar de la lógica del enamoramiento a la del amor maduro. Y se debe
pasar del enamoramiento al amor maduro. Vosotros recién casados, pensad bien en
esto. La primera fase siempre está marcada por un cierto encanto, que nos hace
vivir inmersos en un imaginario que a menudo no corresponde con la realidad de
los hechos. Pero precisamente cuando el enamoramiento con sus expectativas
parece terminar, ahí puede comenzar el amor verdadero. Amar de hecho no es
pretender que el otro o la vida corresponda con nuestra imaginación; significa
más bien elegir en plena libertad tomar la responsabilidad de la vida, así como
se nos ofrece. Es por esto por lo que José nos da una lección importante, elige
a María “con los ojos abiertos”. Y podemos decir con todos los riesgos. Pensad,
en el Evangelio de Juan, un reproche que hacen los doctores de la ley a Jesús
es este: “Nosotros no somos hijos que provienen de allí”, en referencia a la
prostitución. Pero porque estos sabían cómo se había quedado embarazada María y
querían ensuciar a la madre de Jesús. Para mí es el pasaje más sucio, más
demoniaco del Evangelio. Y el riesgo de José nos da esta lección: toma la vida
como viene. ¿Dios ha intervenido ahí? La tomo. Y José hace como le había
ordenado el Ángel del Señor: de hecho, dice el Evangelio: «Despertándose José
del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su
mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por
nombre Jesús» (Mt 1,24-25). Los novios cristianos están llamados a
testimoniar un amor así, que tenga la valentía de pasar de las lógicas del
enamoramiento a las del amor maduro. Y esta es una elección exigente, que, en
lugar de aprisionar la vida, puede fortificar el amor para que sea duradero
frente a las pruebas del tiempo. El amor de una pareja va adelante en la
vida y madura cada día. El amor del noviazgo es un poco —permitidme la palabra—
un poco romántico. Vosotros lo habéis vivido todo, pero después empieza
el amor maduro, de todos los días, el trabajo, los niños que llegan. Y a veces
el romanticismo desaparece un poco. ¿Pero no hay amor? Sí, pero amor maduro. “Pero
sabe, padre, nosotros a veces nos peleamos…”. Esto sucede desde el tiempo de
Adán y Eva hasta hoy: que los esposos peleen es el pan nuestro de cada día.
“¿Pero no se debe pelear?” Sí, se puede. “Y, padre, pero a veces levantamos la
voz” – “Sucede”. “Y también a veces vuelan los platos” – “Sucede”. ¿Pero qué
hacer para que no se dañe la vida del matrimonio? Escuchad bien: no terminar
nunca el día sin hacer las paces. Hemos peleado, yo te he dicho palabrotas,
Dios mío, te he dicho cosas feas. Pero ahora termina la jornada: tengo que
hacer las paces. ¿Sabéis por qué? Porque la guerra fría al día siguiente es muy
peligrosa. No dejéis que el día siguiente empiece con una guerra. Por eso hacer
las paces antes de ir a la cama. Recordadlo siempre: nunca terminar el día sin
hacer las paces. Y esto os ayudará en la vida matrimonial. Este recorrido del
enamoramiento al amor maduro es una elección exigente, pero tenemos que ir
sobre ese camino.
Y también esta vez concluimos con una oración a san José.
PAPA FRANCISCO
Audiencia
General, Aula
Pablo VI,
Miércoles, 1 de diciembre de 2021.
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