Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El miércoles pasado empezamos el ciclo de catequesis
sobre la figura de san José —está terminando el año dedicado a él—. Hoy
proseguimos este recorrido deteniéndonos en su rol en la historia de la salvación.
Jesús en los Evangelios es indicado como «hijo de
José» (Lc 3,23; 4,22; Jn 1,45; 6,42) e «hijo del
carpintero» (Mt 13,55; Mc 6,3). Los Evangelistas
Mateo y Lucas, narrando la infancia de Jesús, dan espacio al rol de José. Ambos
componen una “genealogía”, para evidenciar la historicidad de Jesús. Mateo,
dirigiéndose sobre todo a los judeocristianos, parte de Abraham para llegar a
José, definido «el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo»
(1,16). Lucas, sin embargo, se remonta hasta Adán, empezando directamente por
Jesús, que «era hijo de José», pero precisa: «según se creía» (3,23). Por
tanto, ambos evangelistas presentan a José no como padre biológico, pero de
todas formas como padre de Jesús en toda regla. A través de él, Jesús realiza el
cumplimiento de la historia de la alianza y de la salvación transcurrida entre
Dios y el hombre. Para Mateo esta historia comienza con Abraham, para Lucas con
el origen mismo de la humanidad, es decir con Adán.
El evangelista Mateo nos ayuda a comprender que la
figura de José, aunque aparentemente marginal, discreta, en segunda línea,
representa sin embargo una pieza fundamental en la historia de salvación. José
vive su protagonismo sin querer nunca adueñarse de la escena. Si lo pensamos,
«nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente
olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, […].
Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños,
con gestos pequeños, con gestos cotidianos, cómo enfrentar y transitar una
crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas
personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos» (Cart. ap. Patris corde, 1). Así, todos pueden
hallar en san José, el hombre que pasa inobservado, el hombre de la presencia
cotidiana, de la presencia discreta y escondida, un intercesor, un apoyo y una
guía en los momentos de dificultad. Él nos recuerda que todos aquellos que
están aparentemente escondidos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin
igual en la historia de la salvación. El mundo necesita a estos hombres y a
estas mujeres: hombres y mujeres en segunda línea, pero que sostienen el
desarrollo de nuestra vida, de cada uno de nosotros, y que, con la oración, con
el ejemplo, con la enseñanza nos sostienen en el camino de la vida.
En el Evangelio de Lucas, José aparece como el custodio
de Jesús y de María. Y por esto es también «el Custodio de la Iglesia: si
ha sido el custodio de Jesús y de María, trabaja, ahora que está en los cielos,
y sigue haciendo el custodio, en este caso de la Iglesia; porque la Iglesia es
la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la
maternidad de la Iglesia se refleja la maternidad de María. José, a la vez
que continúa protegiendo a la Iglesia —por favor, no os olvidéis de esto: hoy,
José protege la Iglesia— sigue amparando al Niño y a su madre» (ibid.,
5). Este aspecto de la custodia de José es la gran respuesta al pasaje del
Génesis. Cuando Dios le pide a Caín que rinda cuentas sobre la vida de Abel, él
responde: «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» (4,9). José, con su vida,
parece querer decirnos que siempre estamos llamados a sentirnos custodios de
nuestros hermanos, custodios de quien se nos ha puesto al lado, de quien el
Señor nos encomienda a través de muchas circunstancias de la vida.
Una sociedad como la nuestra, que ha sido definida
“líquida”, porque parece no tener consistencia. Yo corregiré a ese filósofo que
acuñó esta definición y diré: más que líquida, gaseosa, una sociedad
propiamente gaseosa. Esta sociedad líquida, gaseosa encuentra en la historia de
José una indicación bien precisa sobre la importancia de los vínculos humanos.
De hecho, el Evangelio nos cuenta la genealogía de Jesús, además de por una
razón teológica, para recordar a cada uno de nosotros que nuestra vida está
hecha de vínculos que nos preceden y nos acompañan. El Hijo de Dios, para venir
al mundo, ha elegido la vía de los vínculos, la vía de la historia: no bajó al
mundo mágicamente, no. Hizo el camino histórico que hacemos todos nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, pienso en muchas
personas a las que les cuesta encontrar vínculos significativos en su vida, y
precisamente por esto cojean, se sienten solos, no tienen la fuerza y la
valentía para ir adelante. Quisiera concluir con una oración que les ayude y
nos ayude a todos nosotros a encontrar en san José un aliado, un amigo y un
apoyo.
PAPA FRANCISCO
Audiencia
General, Aula
Pablo VI,
Miércoles, 24 de noviembre de 2021.
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