Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El 8 de diciembre de 1870, el beato Pío
IX proclamó a san José patrón de la Iglesia universal. Ahora,
150 años después de aquel acontecimiento, estamos viviendo un año especial
dedicado a san José, y en la Carta Apostólica Patris corde he recogido algunas
reflexiones sobre su figura. Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por
una crisis global con diferentes componentes, puede servirnos de apoyo,
consuelo y guía. Por eso he decidido dedicarle una serie de catequesis, que
espero nos ayuden a dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio. Durante
algunas semanas hablaremos de san José.
En la Biblia hay más de diez personajes que llevan el nombre de
José. El más importante de ellos es el hijo de Jacob y Raquel, que, a través de
diversas peripecias, pasó de ser un esclavo a convertirse en la segunda persona
más importante de Egipto después del faraón (cf. Gn 37-50). El
nombre José en hebreo significa “que Dios acreciente. Que Dios haga crecer”. Es
un deseo, una bendición fundada en la confianza en la providencia y referida
especialmente a la fecundidad y al crecimiento de los hijos. De hecho,
precisamente este nombre nos revela un aspecto esencial de la personalidad de
José de Nazaret. Él es un hombre lleno de fe en su providencia: cree en la
providencia de Dios, tiene fe en la providencia de Dios. Cada una de sus
acciones, tal como se relata en el Evangelio, está dictada por la certeza de
que Dios “hace crecer”, que Dios “aumenta”, que Dios “añade”, es decir, que
Dios dispone la continuación de su plan de salvación. Y en esto, José de
Nazaret se parece mucho a José de Egipto.
También las principales referencias geográficas que se refieren a
José: Belén y Nazaret, asumen un papel importante en la comprensión de su
figura.
En el Antiguo Testamento la ciudad de Belén se llama con el nombre
de Beth Lehem, es decir, “Casa del pan”, o también Efratá, por la
tribu que se asentó allí. En árabe, en cambio, el nombre significa “Casa de la
carne”, probablemente por el gran número de rebaños de ovejas y cabras
presentes en la zona. De hecho, no es casualidad que, cuando nació Jesús, los
pastores fueran los primeros testigos del acontecimiento (cf. Lc 2,8-20).
A la luz del relato de Jesús, estas alusiones al pan y a la carne remiten al
misterio de la Eucaristía: Jesús es el pan vivo bajado del cielo (cf. Jn 6,51).
Él mismo dirá de sí: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna»
(Jn 6,54).
Belén se menciona varias veces en la Biblia, ya en el libro del
Génesis. Belén también está vinculada a la historia de Rut y Noemí, contada en
el pequeño pero maravilloso Libro de Rut. Rut dio a luz a un hijo llamado Obed,
que a su vez dio a luz a Jesé, el padre del rey David. Y fue de la línea de
David de donde provino José, el padre legal de Jesús. El profeta Miqueas
predijo grandes cosas sobre Belén: «Mas tú, Belén-Efratá, aunque eres la menor
entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en
Israel» (Mi 5,1). El evangelista Mateo retomará esta profecía y la
vinculará a la historia de Jesús como su evidente cumplimiento.
De hecho, el Hijo de Dios no eligió Jerusalén como lugar de su
encarnación, sino Belén y Nazaret, dos pueblos periféricos, alejados del clamor
de las noticias y del poder del tiempo. Sin embargo, Jerusalén era la ciudad
amada por el Señor (cf. Is 62,1-12), la «ciudad santa» (Dn 3,28),
elegida por Dios para habitarla (cf. Zac 3,2; Sal 132,13).
Aquí, en efecto, habitaban los maestros de la Ley, los escribas y fariseos, los
sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (cf. Lc 2,46; Mt 15,1; Mc 3,22; Jn 1,19; Mt 26,3).
Por eso la elección de Belén y Nazaret nos dice que la periferia y
la marginalidad son predilectas de Dios. Jesús no nace en Jerusalén con toda la
corte… no: nace en una periferia y pasó su vida, hasta los 30 años, en esa
periferia, trabajando como carpintero, como José. Para Jesús, las periferias y
las marginalidades son predilectas. No tomar en serio esta realidad equivale a
no tomar en serio el Evangelio y la obra de Dios, que sigue manifestándose en
las periferias geográficas y existenciales. El Señor actúa siempre a escondidas
en las periferias, también en nuestra alma, en las periferias del alma, de los
sentimientos, tal vez sentimientos de los que nos avergonzamos; pero el Señor
está ahí para ayudarnos a ir adelante. El Señor continúa manifestándose en las
periferias, tanto en las geográficas, como en las existenciales. En particular,
Jesús va en busca de los pecadores, entra en sus casas, les habla, los llama a
la conversión. Y también se le reprende por ello: “Pero mira a este
Maestro —dicen los doctores de la ley— mira a este Maestro: come con los
pecadores, se ensucia, va a buscar a aquellos que no han hecho el mal, pero lo
han sufrido: los enfermos, los hambrientos, los pobres, los últimos. Siempre
Jesús va hacia las periferias. Y esto nos debe dar mucha confianza, porque el
Señor conoce las periferias de nuestro corazón, las periferias de nuestra alma,
las periferias de nuestra sociedad, de nuestra ciudad, de nuestra familia, es
decir, esa parte un poco oscura que no dejamos ver, tal vez por vergüenza.
Bajo este aspecto, la sociedad de aquella época no es muy
diferente de la nuestra. También hoy hay un centro y una periferia. Y la
Iglesia sabe que está llamada a anunciar la buena nueva a partir de las
periferias. José, que es un carpintero de Nazaret y que confía en el plan de
Dios para su joven prometida y para él mismo, recuerda a la Iglesia que debe
fijar su mirada en lo que el mundo ignora deliberadamente. Hoy José nos enseña
esto: “a no mirar tanto a las cosas que el mundo alaba, a mirar los ángulos, a
mirar las sombras, a mirar las periferias, lo que el mundo no quiere”. Nos
recuerda a cada uno de nosotros que debemos dar importancia a lo que otros
descartan. En este sentido, es un verdadero maestro de lo esencial: nos
recuerda que lo realmente valioso no llama nuestra atención, sino que requiere
un paciente discernimiento para ser descubierto y valorado. Descubrir lo que
vale. Pidámosle que interceda para que toda la Iglesia recupere esta
mirada, esta capacidad de discernir y esta capacidad de evaluar lo esencial.
Volvamos a empezar desde Belén, volvamos a empezar desde Nazaret.
Quisiera hoy enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que
viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven
situaciones de marginalidad existencial. Que puedan encontrar en san José el
testigo y el protector al que mirar. A él podemos dirigirnos con esta oración,
oración “hecha en casa”, pero que ha salido del corazón:
PAPA FRANCISCO
Audiencia
General, Aula
Pablo VI,
Miércoles, 17 de noviembre de 2021.
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