Queridos
amigos y hermanos del blog: alguno de vosotros, por correo electrónico, me ha
pedido una síntesis sobre la historia y devoción a esta tradicional advocación
mariana. Les comparto, pues, esta síntesis esperando que sea de vuestro agrado
y que nos ayude a prepararnos para vivir, una vez más, la Fiesta de la Reina y
Hermosura del Carmelo.
María Santísima es de todos y para todos, y todos tenemos el mismo derecho de sentirla nuestra Madre. Ella no puede ser “privatizada” por nadie, ni reducida a ser “patrimonio” de ninguna persona o grupo. Pero si es posible establecer, por personas o grupos, una especial y particular relación espiritual. Y en este sentido, los carmelitas de ayer y hoy, afirman convencidos: “Totus marianus est Carmelus” (El Carmelo es totalmente mariano). Y María es toda del Carmelo.
Desde los orígenes de la Orden se vivió esta aproximación a María, a Ella desde siempre la Orden se entregó y confió, tomándola como Patrona. Y María, aceptó esta vinculación y en un momento determinado le entregó un “signo de fidelidad”, el Escapulario, por el cual Ella nos acepta como hijos y nos protege, y nosotros nos entregamos del todo a Ella.
Origen de la Fiesta de la Virgen del Carmen
La Fiesta de Nuestra Señora del Carmen fue instituida por los carmelitas entre los años 1376 y 1386. Esta advocación recuerda el Monte Carmelo de Palestina, donde en la Edad Media nació la Orden Carmelitana. Bajo esta advocación veneramos a la Madre de Dios y dispensadora de gracias.
Según una tradición carmelitana, el día de Pentecostés, ciertos piadosos varones, que habían seguido la traza de vida de los Profetas Elías y Eliseo, abrazaron la fe cristiana; siendo ellos los primeros que levantaron un templo a la Virgen María en la cumbre del Monte Carmelo, en el lugar mismo desde donde Elías viera la nube, que figuraba la fecundidad de la Madre de Dios. Estos religiosos se llamaron Hermanos de Santa María del Monte Carmelo, y pasaron a Europa en el siglo XIII, con los Cruzados, aprobando su regla Inocencio IV en 1245, bajo el generalato de San Simón Stock.
El 16 de julio de 1251, la Virgen María se apareció a ese su fervoroso servidor, y le entregó el hábito que había de ser su signo distintivo. Inocencio bendijo ese hábito y le otorgó varios privilegios, no sólo para los religiosos de la Orden, sino también para todos los Cofrades de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
Llevando éstos el escapulario, que es la reducción del que llevan los Carmelitas, participan de todos los méritos y oraciones de la Orden y pueden esperar de la Santísima Virgen verse pronto libres del Purgatorio, si hubieran sido fieles en observar las condiciones impuestas para su uso.
Comenzó a celebrarse como fiesta interna de la Orden en Inglaterra, y a instancias de la reina regente de España, Mariana de Austria, el Papa Clemente X, en el año 1674, concedió que se celebrara en los dominios del rey católico. Otro Papa, Benedicto XIII, en 1725, la extendió a la Iglesia Universal.
En América Latina, la devoción a la Virgen del Escapulario se extendió desde los tiempos de la primera evangelización y fue difundida por los mismos descubridores y misioneros, ya que, fuera de Méjico, en Latinoamérica no existió ningún convento de frailes carmelitas, hasta finales del siglo XIX. Desde ese momento, frailes, monjas y seglares carmelitas la han difundido generosamente.
El Escapulario del Carmen
Según una piadosa tradición, la Santísima Virgen, se lo entregó al Superior General de la Orden del Carmen, San Simón Stock, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: “Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno”. A este hecho alude el Papa Pío XII, cuando dice: “No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen”.
También reconocida por Pío XII, existe la tradición de que la Virgen, a los que mueran con el Santo Escapulario y expían en el purgatorio sus culpas, con su intercesión hará que alcancen la patria celestial lo antes posible, a más tardar, el sábado siguiente a su muerte.Podemos resumir las promesas de la Virgen a los que vistan su Escapulario en lo siguiente: morir en gracia de Dios y salir del purgatorio lo antes posible. Pero debemos hacer la siguiente aclaración, el Escapulario no es un signo protector mágico, ni un amuleto, ni una garantía automática de salvación.
Alcanzar las promesas marianas supone siempre el esfuerzo personal que colabora con la gracia de Dios. Nos lo enseña con toda claridad el Concilio Vaticano II: “La verdadera devoción a María no consiste ni en un sentimiento estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (Lumen Gentium, n.67).
Vestir el Escapulario del Carmen nos compromete a vivir Vida Mariana, es decir, vivir en obsequio de Jesucristo y de su Madre. Nuestra vida ha de estar informada por la luz y el amor de María, unido estrechamente al de Cristo. El fruto del Escapulario consistirá en que quien lo lleve se esfuerce eficazmente en la imitación de las virtudes de la Santísima Virgen.
El fiel cristiano que lleva el Escapulario participa en el carisma de la Orden del Carmen, como de un contrato entre la Virgen y él, por el cual Ella le protege y el que lo viste a Ella se consagra.
Que esta Fiesta de la Virgen del Carmen nos recuerde a todos la necesidad de estar abiertos a Dios y a su voluntad; guiados siempre por la fe, la esperanza y el amor; cercanos a las necesidades de los demás y orando en todo momento, y descubriendo a Dios presente en todo y en cada hermano.
Con mi bendición.
Padre José Medina
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