Queridos
amigos y hermanos, con el miércoles de Ceniza, primer día de la Cuaresma,
iniciamos el camino de preparación para la santa Pascua. Se trata de un
itinerario espiritual de oración y penitencia, con el que los cristianos se
dejan purificar y santificar por el Señor, que quiere que participen en sus
sufrimientos y en su gloria (“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios,
y coherederos de Cristo; si empero padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados”.cf. Rm 8, 17). El Espíritu Santo, que
guió y sostuvo a Cristo en el “desierto”, nos introduce en este tiempo de
Cuaresma, dándonos la gracia necesaria para resistir a las seducciones del
antiguo tentador y vivir con renovado compromiso en la libertad de los hijos de
Dios.
En efecto, Jesús no nos pide una observancia formal o meros cambios exteriores, sino más bien la conversión del corazón, para que cumplamos con fidelidad la voluntad de su Padre y nuestro Padre. En este tiempo cuaresmal, Jesús nos llama a seguirlo por el camino que lo lleva a Jerusalén, para inmolarse en la cruz. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc 9, 23). Esta invitación es, sin duda alguna, exigente y dura, pero capaz de liberar, en quien la acoge, la fuerza creativa del amor.
Por
tanto, en este tiempo de Cuaresma
nuestra mirada se dirige a la cruz gloriosa de Cristo. El autor de la Imitación
de Cristo escribe: “En la cruz está la salvación; en la cruz está la vida; en
la cruz está la defensa del enemigo; en la cruz está el don sobrenatural de las
dulzuras del cielo; en la cruz está la fuerza de la mente y la alegría del
espíritu; en la cruz se suman las virtudes y se perfecciona la santidad” (XII,
1).
La frase bíblica que nos acompaña a lo largo de todo el itinerario cuaresmal es: “Convertíos y creed el Evangelio” (Mc 1, 15). Cuando nos imponen la ceniza sobre nuestra cabeza volvemos a escuchar esta expresión del evangelista san Marcos. Con ella se nos recuerda que la salvación, que Jesús nos ofrece en el misterio de su Pascua, exige nuestra respuesta. Así, la liturgia nos invita a manifestar de forma concreta y visible el don de la conversión del corazón, indicándonos qué camino tenemos que recorrer y cuáles instrumentos debemos usar. La escucha asidua de la palabra de Dios, la oración incesante, el ayuno interior y exterior, las obras de caridad, que hacen concreta la solidaridad con nuestros hermanos, son puntos irrenunciables para aquellos que, regenerados a la vida nueva mediante el bautismo, quieren vivir ya no según la carne, sino según el Espíritu (cf. Rm 8, 4).
Hago mías las palabras de san León Magno que, en uno de sus discursos sobre la Cuaresma, afirmaba: “No hay obras virtuosas sin la prueba de las tentaciones; no hay fe sin contrastes; no hay lucha sin enemigo; no hay victoria sin combate. Nuestra vida transcurre entre asechanzas y luchas. Si no queremos ser engañados, debemos estar vigilantes; si queremos vencer, debemos combatir” (Sermón XXXIX, 3). Acojamos esta invitación. Exige una disciplina ardua, especialmente en el contexto social de hoy, a menudo caracterizado por el cómodo desinterés y el ateísmo práctico. El Espíritu Santo nos conforta y nos sostiene en esta lucha, “viene en ayuda de nuestra flaqueza —como afirma san Pablo—, pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26).
También en la Cuaresma debemos tener presente la solidaridad con nuestros hermanos, ya que la Cuaresma es el tiempo de la solidaridad ante las situaciones precarias en las que se encuentran personas y pueblos de tantos lugares del mundo. Entre las situaciones de precariedad hemos de tener especialmente presente -en la oración y en la ayuda concreta- la condición dramática de quienes en nuestros países hermanos como Haití y Chile viven y sufren las tremendas consecuencias de los terremotos que han tenido.
De la misma manera que las multitudes del Evangelio se maravillaban ante los gestos y la enseñanza de Jesús, así también hoy la humanidad podrá sentirse fascinada más fácilmente por Cristo y decidirse por él, si contempla el testimonio de fe y caridad de los cristianos. El Señor, a través de la obra de la Iglesia, continúa llamando a hombres y mujeres para que lo sigan.
Deseo de corazón que, la Cuaresma sea para cada uno de nosotros una ocasión propicia para este camino de conversión, que tiene su referencia fundamental e irrenunciable en el sacramento de la penitencia. Esta es la condición para llegar a una experiencia más íntima y profunda del amor del Padre. Que nos acompañe María, la Virgen Santísima, por el camino de conversión y penitencia que estamos transitando. Su ayuda materna nos impulsa a vencer toda pereza y todo miedo, para avanzar con fe intrépida hacia el Calvario, sabiendo estar amorosamente al pie de la cruz, con la alegre esperanza de participar en la gloria de la resurrección del Señor.
Con mi bendición.
Padre José Medina.
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