Queridos amigos y
hermanos del blog, en este 2 de noviembre junto con toda la Iglesia
conmemoramos a los fieles difuntos, rezamos y traemos a la memoria a nuestros
queridos difuntos, a aquellos que queremos pero que la muerte ha separado de
nuestra compañía. Ellos siguen viviendo, en espera de la resurrección del
último día, cuando se reunirán de nuevo las almas, cada alma, con su propio
cuerpo.
Nosotros hemos de sobreponernos al natural temor a la muerte, que todos de una forma u otra, sufrimos. Si tenemos fe, si vivimos la fe, la muerte ha de ser para nosotros la puerta que nos abra la entrada a la vida definitiva, a la eternidad.
Sin embargo, e incluso con la fe, el pensamiento de la muerte, de lo desconocido, del no seguir viviendo en la tierra en compañía de las personas queridas, nos puede producir tristeza, pesar. Es lógico, natural; y ese sentimiento nos acercará al Señor, si le pedimos ayuda para que el dolor de la separación no se convierta en pesadumbre, en desesperanza.
Nos dice Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (cfr. Jn 11).
Unamos siempre el recuerdo de la muerte, de los difuntos, a la realidad de la inmortalidad del alma y de la resurrección.
Cuando llega el día de los fieles difuntos, o el día del aniversario del fallecimiento de un ser querido, llenamos su tumba de flores, de adornos, y el recuerdo se hace más vivo y entrañable.
Pensar en las personas queridas que nos han precedido en el camino terreno, nos mueve a pedir perdón por las ofensas que hayamos podido hacerles, a agradecer tantos beneficios que de ellas hemos recibido, y, lo más importante, a rezar más al Señor para que, si todavía el alma de algún conocido permanece en el Purgatorio, nuestras oraciones y su misericordia le ayuden para alcanzar el Cielo.
Recordemos estas
palabras de
Para fortalecer la
esperanza de la resurrección, al pensar y recordar a nuestros fieles difuntos,
escuchemos a Cristo: “El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”
(cfr. Jn 6, 53-59). Que la recepción digna de
Con mi bendición y mi oración por vuestros fieles difuntos.
Padre José Medina
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