Queridos
amigos y hermanos del Blog, si hay algo que todos experimentamos, especialmente
en éstos tiempos de crisis globales y de virus de dudosa procedencia, es la
necesidad de ser salvados.
La
angustia económica, la incertidumbre por el presente y el futuro, la falta de
trabajo, los salarios insuficientes para vivir una vida digna, todo esto
siembra tristeza y amargura en nuestros corazones. Pareciera que la experiencia de la vida como
camino de felicidad fuera una utopía... un sueño reservado para unos pocos que
en medio de una pobreza generalizada, disfrutan de abundancia de recursos.
Pero
no nos engañemos. El problema de fondo del hombre no está fundamentalmente en
sus circunstancias económicas, ni sociales, ni políticas, por más importantes
que éstas sean.
Si
todos, como pueblo, trabajando solidariamente en su conjunto, lográsemos el
progreso y el bienestar económico, ninguno de nosotros viviría la experiencia
de la no-necesidad de ser salvados. El problema
de fondo de nuestra vida no estaría aún resuelto.
Porque
el problema, el drama más real de la vida del hombre, allí donde esté sobre la
tierra o viajando por los espacios interplanetarios, o sin salir de su casa navegando
por internet, el drama del hombre está en el hombre mismo.
La
muerte, la enfermedad, el dolor, la pregunta sobre el sentido de la vida, sobre
el porqué y el cómo vivir, acompañan nuestra existencia y la tornan
dramática.
La
experiencia de nuestra incapacidad para encontrar el sentido último de la vida
y para vivir de acuerdo a él, pone de manifiesto la necesidad de la salvación,
porque como afirma el mismo Jesucristo: “¿De qué le sirve al hombre, ganar el
mundo entero, si al final pierde su vida?” (Mateo 16, 26).
Muchos
se nos han presentado, se nos presentan y se nos presentarán como
salvadores. Algunos ya están muertos,
otros lo estarán, quizás, muy
pronto. Pero entre esos muertos hay uno,
sólo uno, que resucitó: Cristo, el Hijo de Dios y de María Santísima, el único
Salvador, verdadero Dios y verdadero Hombre, muerto y resucitado para nuestra
salvación. Y con su muerte sacratísima, no con bienes efímeros, nos compró para
que vivamos la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Él
es nuestro buen samaritano, que cura nuestras heridas, nos levanta de nuestra
postración y nos cuida. Él es el único capaz de sacarnos del pozo en el que
vivimos. Él puede con su vida y su palabra redimir toda nuestra existencia y
darle un sentido trascendente. Él puede derrotar hasta nuestra muerte y darnos
nueva vida, la eterna, la que nunca pasará.
Por
eso, hoy, como ayer y como siempre, los hombres que se toman en serio la vida,
caminan en pos de Cristo, de Aquel que amándonos nos amó hasta el fin, de Aquél
que ha sido, es y será, nuestra única esperanza. ¿Tú, en pos de quién caminas?
Con
mi bendición.
Padre
José Medina
No hay comentarios:
Publicar un comentario