martes, 28 de abril de 2020

JESUCRISTO: Ayer, hoy y siempre, la única esperanza

Queridos amigos y hermanos del Blog, si hay algo que todos experimentamos, especialmente en éstos tiempos de crisis globales y de virus de dudosa procedencia, es la necesidad de ser salvados.

La angustia económica, la incertidumbre por el presente y el futuro, la falta de trabajo, los salarios insuficientes para vivir una vida digna, todo esto siembra tristeza y amargura en nuestros corazones.  Pareciera que la experiencia de la vida como camino de felicidad fuera una utopía... un sueño reservado para unos pocos que en medio de una pobreza generalizada, disfrutan de abundancia de recursos.

Pero no nos engañemos. El problema de fondo del hombre no está fundamentalmente en sus circunstancias económicas, ni sociales, ni políticas, por más importantes que éstas sean.

Si todos, como pueblo, trabajando solidariamente en su conjunto, lográsemos el progreso y el bienestar económico, ninguno de nosotros viviría la experiencia de la no-necesidad de ser salvados.  El problema de fondo de nuestra vida no estaría aún resuelto.

Porque el problema, el drama más real de la vida del hombre, allí donde esté sobre la tierra o viajando por los espacios interplanetarios, o sin salir de su casa navegando por internet, el drama del hombre está en el hombre mismo.

La muerte, la enfermedad, el dolor, la pregunta sobre el sentido de la vida, sobre el porqué y el cómo vivir, acompañan nuestra existencia y la tornan dramática. 

La experiencia de nuestra incapacidad para encontrar el sentido último de la vida y para vivir de acuerdo a él, pone de manifiesto la necesidad de la salvación, porque como afirma el mismo Jesucristo: “¿De qué le sirve al hombre, ganar el mundo entero, si al final pierde su vida?” (Mateo 16, 26).

Muchos se nos han presentado, se nos presentan y se nos presentarán como salvadores.  Algunos ya están muertos, otros  lo estarán, quizás, muy pronto.  Pero entre esos muertos hay uno, sólo uno, que resucitó: Cristo, el Hijo de Dios y de María Santísima, el único Salvador, verdadero Dios y verdadero Hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación. Y con su muerte sacratísima, no con bienes efímeros, nos compró para que vivamos la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Él es nuestro buen samaritano, que cura nuestras heridas, nos levanta de nuestra postración y nos cuida. Él es el único capaz de sacarnos del pozo en el que vivimos. Él puede con su vida y su palabra redimir toda nuestra existencia y darle un sentido trascendente. Él puede derrotar hasta nuestra muerte y darnos nueva vida, la eterna, la que nunca pasará.

Por eso, hoy, como ayer y como siempre, los hombres que se toman en serio la vida, caminan en pos de Cristo, de Aquel que amándonos nos amó hasta el fin, de Aquél que ha sido, es y será, nuestra única esperanza. ¿Tú, en pos de quién caminas?

Con mi bendición.
Padre José Medina

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