Cada 19 de marzo la Iglesia celebra con amor
lo que cree todos los días, que tiene en San José a su Celestial Patrono, a su
Padre Providente. Así, todos como Pueblo
de Dios, lo veneramos e invocamos como nuestro protector, y nos miramos en él,
como en un espejo, para imitar sus virtudes.
En todos los momentos
de nuestra vida, pero especialmente en la “noche oscura” de la fe más plena, es
San José un estímulo inquebrantable y un acicate para la aceptación sin
reservas de la voluntad de Dios, hecha servicio generoso.
La devoción a los
santos rectamente entendida es un aspecto profundo de la “comunión de los
santos”. Ellos son “los amigos del
Esposo”, Cristo, que ya llegaron a las bodas del cielo. Quienes hayan leído el “Libro de la Vida ”, autobiografía de Santa
Teresa de Jesús, habrá captado que entre los santos a quienes ella profesaba
devoción, San José, tiene un lugar de predilección, es como alguien que vive
con ella, alguien de carne y hueso, que la acompañó en su vivir “inquieto y
andariego” por los caminos de España.
Esta fuerte devoción es
fruto de una gran intuición teológica de esta Doctora de la Iglesia : la íntima
relación de San José con el misterio de la Encarnación del Verbo
y de la redención del hombre. Dios puso en sus manos a la Madre Inmaculada
de su Hijo y a éste, se lo dio como hijo, con todo el peso legal que la
paternidad tenía para el pueblo de la alianza, y en San José, Jesucristo se
convirtió, humanamente hablando, en el Hijo de David, descendiente y
destinatario de la promesa a él realizada.
Características
Principales de la
Doctrina Teresiana sobre San José
Sostiene convencida que
San José socorre en toda necesidad: “a
otros santos, parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a
este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el
Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, así en el
cielo hace cuanto le pide” (Vida 6,6).
Este auxilio general de
San José tiene un campo de predilección que es la oración, recordando que todos
por nuestro bautismo, estamos llamados a ser orantes: “en especial personas de oración
siempre le habrían de ser aficionadas.
Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo
por maestro y no errará en el camino” (Vida 6,8).
Santa Teresa ve
cumplida en la intercesión de San José, la eficacia de la oración, que siempre
nos da lo que pedimos, cuando pedimos con rectitud de intención y con las
debidas dispociciones cosas convenientes para la salvación del alma y la
glorificación de Dios: “No me acuerdo
hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que
me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me
ha librado, así del cuerpo, como del alma” (Vida 6,6).
Rectitud de intención
que si no es clara cuando pedimos algo, este glorioso Patriarca, nos ayuda a
corregirla: “Paréceme que hace algunos
años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida; si va
algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío” (Vida 6,7).
Como el bien es
difusivo de sí, el contacto con San José, el varón justo y piadoso, nos hace
crecer en la virtud y entrega a Dios: “Querría
yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran
experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona
que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque
aprovecha en gran manera a las almas que
a él se encomiendan” (Vida 6,7).
Pero Santa Teresa da un
paso más, no sólo propone que le seamos devotos, sino que nos desafía a serlo y
probarlo, si nos parecen demasiadas atrevidas sus afirmaciones: “Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por
experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y
tenerle devoción” (Vida 6,8).
Para terminar, podemos
afirmar, que Santa Teresa de Jesús, tuvo con San José una relación familiar,
viva y palpable. Fue realmente su Padre y en su compañía y con su protección,
conoció la verdad de la vida y confirmó la esperanza.
San José continúa hoy
ocupando su lugar en la
Iglesia , es el custodio silencioso y providente de aquellos cristianos
que, como Santa Teresa de Jesús, se deciden a ser “amigos fuertes de Dios”, en una vivencia de fidelidad para “siempre, siempre, siempre”.
Con mi bendición.
Padre José Medina
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