Queridos
amigos y hermanos: la Santa Iglesia de Dios tiene un “Patrono Celestial”, su
nombre, el Glorioso Patriarca San José, el Esposo Casto de la Virgen Madre de
Cristo, nuestro Dios y Señor.
Pero
San José, parecería un santo un poco olvidado.
Su
fiesta, el 19 de marzo, como cae en Cuaresma, casi nunca se celebra
debidamente; y la del 1º de mayo, que lo recuerda como “Patrono de los
Trabajadores”, se celebra más como día del trabajo y pocos se acuerdan de él, y
ni hablar si cae en fin de semana puente: ¿quién se acuerda de san José?. Y no
debería ser así, por el rol que desempeñó como Esposo de María y como Padre
legal de Jesús.
Los
Evangelios apenas si nos hablan de él. San
Mateo solo dice que, “José, era hijo de David” (1, 20); y que “José,
era un hombre justo” (1, 19). Y
durante la vida pública de Cristo, la gente admirada decía: “¿No es éste el
hijo del carpintero?” (Mt. 13, 53-58).
Hay
que esperar siglos para que su “devoción” tome cuerpo, recién en el siglo XVI, santa
Teresa de Jesús, admite que lo veneraba y que le debía muchos favores: “Querría
yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran
experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona
que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más
aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan” (Libro
de la Vida 6,7).
En
el siglo XIX muchísimas congregaciones lo tomaron como Patrono. El Papa Pío IX lo proclamó “Patrono de la Iglesia Universal ”
y Juan XXIII le confió el éxito del Concilio Vaticano II.
Creemos
que si se lo tiene un poco de lado es debido a la “mala prensa” que siempre ha
tenido: lo pintan como un anciano, como si fuera una especie de tío abuelo de la Virgen y no fue así, como
si la pureza inmaculada de María necesitara de artilugios humanos para ser
preservada.
El
escritor Jean Guitton en su libro “La Virgen María ”, trata de rescatarlo para el hombre
de nuestro tiempo de la siguiente manera:
“Doy
por supuesto, escribe, que José y María eran los dos jóvenes y plenamente
conscientes, que vivían el presente en la plenitud de sus personalidades. Me imagino a un José joven y fuerte, rudo,
vivaz. Sin duda tenía el sentimiento de
la afinidad con aquella joven que él quería.
Ciertamente
que María estaría muy por encima de él.
El amor del hombre se modela por el amor de la mujer, que es la
silenciosa educadora del ímpetu viril.
María virginizó a José, como a tantos jóvenes... Pero eso no le quitó el
vigor, el impulso, la efervescencia; ni le disminuyó la capacidad de dar y
recibir ternura...”
Hermosas
palabras, que junto con lo demás que hemos meditado, nos deben llevar a
revalorizar la figura y la presencia de san José en nuestra vida. Él intercede,
como buen Padre que es, por todos nosotros, que somos en verdad sus hijos.
Que
María Santísima, que tanto lo amó en la tierra y lo sigue amando en el cielo,
nos enseñe a amarle y a tenerle una profunda devoción.
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